sábado, 16 de febrero de 2013

Joan Didion: Noches azules

Idioma original: inglés
Título original: Blue Nights
Fecha de publicación: 2012
Valoración: recomendable

En ciertas latitudes hay un lapso de tiempo, al acercarse el solsticio de verano y los días posteriores, unas semanas como mucho, en que los crepúsculos se vuelven largos y azules. […] Pasas por delante de una ventana, paseas hacia Central Park y te encuentras bañada en el color azul: la luz en sí es azul, y al cabo de una hora más o menos este azul se acentúa, se intensifica aun mientras se oscurece y se apaga y se aproxima finalmente al azul del cristal en un día despejado en Chartres, o al de la radiación de Cherenkov que emiten las varas de combustible de las piscinas de los reactores nucleares. Los franceses llaman a esta hora del día <<l’heure bleue>>. Nosotros la llamamos <<el crepúsculo>>. La misma palabra  <<crepúsculo>> reverbera, despierta ecos –crepitación, crescendo, corpúsculo, crisálida-, lleva en sus consonantes las imágenes de persianas que se cierran, de jardines que se oscurecen, de ríos flanqueados de hierba que se deslizan entre las sombras.

Del mismo modo se desliza Joan Didion (Sacramento, 1934), entre las sombras. Como si mostrando la fragilidad, describiendo su miedo a levantarse de una silla plegable en un local de ensayos de la calle Cuarenta y dos Oeste, o hablándonos del dolor, de la duda, de las consecuencias derivadas del proceso de adopción de su hija Quintana, del sentimiento de culpabilidad ante la preocupación de no haber sido una buena madre, esta mujer pudiera recomponer su mundo o, al menos, habitarlo. Pero, ¿cómo recomponer tu mundo cuando tu hija muere dos años después de que lo hiciera tu marido? ¿Cómo levantarse cada día cuando los recuerdos son las cosas que ya no quieres recordar?

Abatida Didion. Sombría. Temerosa Didion. Porque aunque siempre pensemos que las desgracias, las emergencias o los accidentes les ocurren sólo a los demás, un día estamos enfrascados en vestir bien, en seguir las noticias, en mantenernos al día, en bregar, en lo que podríamos llamar seguir vivos; y al día siguiente dejamos de estarlo. […] Sentados en salas de espera gélidas intentando decidir el nombre y el número de teléfono de la persona a quien quiero que avisen en caso de emergencia. Y es que, ingenuos, pensamos que la vejez, la pérdida o el dolor no nos son inherentes. Cándidos. Algo idéntico le ocurre a la novelista: La realidad es que no me he adaptado de ninguna manera a la vejez. La realidad es que he vivido toda mi vida sin creerme en serio que yo fuera a envejecer. Y, con el advenimiento de la debilidad, nos revolvemos.

Únicamente les cuento esta historia verdadera para demostrarles que puedo. Que mi fragilidad todavía no ha alcanzado el punto en que ya no puedo contar una historia verdadera, menciona en una ocasión la californiana en esta obra a caballo entre la crónica y la ficción publicada por la editorial Mondadori y traducida por Javier Calvo. Y lo demuestra con el mismo estilo claro, conciso y poético que ya destacara Izas en su reseña a Los que sueñan el sueño dorado. Con esa capacidad para hilvanar historias sobre mujeres californianas, hoteles, actores, y todo el acervo de celebridades que vemos también en Los que sueñan el sueño dorado y que le es propio.

Porque Didion es cadencia. Leve, posa su voz y, frágil pero certera, nos inicia en el viaje en el que despliega ese abanico de personajes que, como ella, ya han sufrido los estragos que causan la vejez y la llegada próxima de la muerte. Así como encontramos la belleza cuando describe de la luz azulada que desprende la radiación de Cherenkov, hallamos también la presencia de lo sublime cuando nos habla de lo siniestro, del paso del tiempo y la enfermedad. Porque Didion es talento. Lenguaje sutil, garra hundida en el diálogo con el lector. He ahí su fortaleza. Y si no, lean:

Durante las noches azules uno piensa que el día no se va a acabar nunca. A medida que las noches azules se acercan a su fin (y lo hacen, lo hacen siempre) uno experimenta un escalofrío literal, una visión de enfermedad, en el mismo momento de darse cuenta: la luz se está yendo, los días ya se están acortando, el verano se ha ido. Este libro se titula "Noches azules" porque en la época en que lo empecé a escribir sorprendí a mi mente volviéndose cada vez más hacia la enfermedad, hacia la muerte de las promesas, el acortamiento de los días, lo inevitable del apagamiento, la muerte de la luz. Las noches azules son lo contrario de la muerte de la luz, pero al mismo tiempo son su premonición.

También de Joan Didion en ULAD: Los que sueñan el sueño dorado

4 comentarios:

JeanP dijo...

Pues será la reoca, pero si lo mostrado da fe de la obra entera diría que difícilmente puede ser más rosa y naif.

A pesar de mi identificador, ni en francés ni farrapos de gaitas, hay un nombre precioso en gallego para ese momento del día que es "a tardiña". Y no, no es un diminutivo de tarde al uso, vehicula su propio concepto.

El tema de los fichajes vais a tener que ponerlo en manos del Barça, lo hace bastante mejor.

Francesc Bon dijo...

Qué envidia Uxue: yo tuve que poner notas numéricas a los libros para recibir un ataque frontal. Las hay con suerte.

Uxue dijo...

¡Buen chico, Jean P.!!! ¡Te lo has leído todo! Así me gusta, ¡toma una galleta!¡Ñam Ñam! ;P

Salito dijo...

He leido El año del pensamiento mágico y coincido con la decepción que me ha supuesto esta escritora. Lo que hace no es literatura aunque lo pretenda, quizá más bien una especie de periodismo autoreferencial. Pero es simplona, rellena capítulos con datos de personas, nombres de calles, direcciones postales... sin el menor interés y los pequeños parrafos que son "originales" o pretenden ser reflexiones profundas sobre el dolor y la pérdida, son simplezas. Con interludios de estudios médicos que ella hace para opinar sobre los criterios de los clínicos a menudo con poco interés cuando no entrometidas. Lo dicho, una decepción.