Título original: Patrimony. A true story.
Año de publicación: 1993
Traducción: Ramón Buenaventura
Valoración: muy recomendable
Haré un esfuerzo titánico por no blandir esta reseña al lamentablemente nutrido grupo de los escritores asidos a la nostalgia. Ese deprimente club que resulta ser el preferido de una estimable masa lectora. Pero es que Philip Roth consigue tratar un texto de un tema tan peliagudo (el declive físico y fallecimiento de su padre Herman Roth) combinando versatilidad como escritor y a la vez fidelidad al estilo que marcó su obra de ficción, obviamente eligiendo un tono aquí más comedido, pero sin caer en el artificio de la solemnidad sobrevenida, ese lastre que señala de forma implacable a los impostores (me ciño a mi promesa) que parecen sacar la caja de kleenex sobre la mesa cuando se ponen serios como para proclamar que ahora toca llorar.
Y puede que Philip Roth no cuente en su obra con ninguna descollante obra maestra de las que salen en las listas de los xxx mejores libros del siglo, pero ya va una serie de obras suyas que, en su conjunto, integran una aportación descomunal a la literatura contemporánea. Por compararlo con (este aún vivo) otro eterno aspirante al Nobel como Don De Lillo: Roth no tiene una obra tan brillante como Ruido de fondo ni tampoco una piedra en el zapato como Cosmopolis o Body Paint. Y menciono esta última porque cuando intenté leerla siempre acudía a mí un pensamiento algo incorrecto: ¿a mí que me importan las vidas de estos dos viejos?
Pues con Roth esto no ha sucedido: Patrimonio, que para más inri es una obra de corte autobiográfico, ergo no cuenta con la licencia creativa de diseñar personajes que atraigan al lector, nos presenta a un anciano de ochenta y seis años que lleva varios años viudo. Que empieza a apreciar el deterioro físico y que se muestra reticente a generar molestias, aceptando a regañadientes (y por el camino comportándose como un hombre algo arrogante y escéptico) someterse al cruel vía crucis de los especialistas médicos hasta que, a pesar de los denodados y piadosos esfuerzos de los familiares por atenuar las malas noticias, conoce sin lugar a dudas su condición de enfermo de muy mala expectativa. Nos presenta a Philip Roth, su hijo, bregando con la situación, encargándose en primera persona de los aspectos logísticos, absorto en ello hasta el punto de ser incapaz de leer, de escribir, representando un papel realista y cariacontecido, no abrumado, no angustiado, sino dando testimonio de una envidiable madurez que trasluce en una prosa espléndida, de una naturalidad y una pasmosa cercanía con el lector. Un lector que no puede ser universal, porque este no es un libro para cualquier ocasión ni para todas las circunstancias, pero que asiste aquí, de una manera inesperada, a un magistral ejercicio de introspección.
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