Título original: Machines Like Me
Año de publicación: 2019
Valoración: Muy recomendable
“En el otoño del siglo XX, llegó al fin el primer paso
hacia el cumplimiento de un viejo sueño: el cumplimiento de la larga lección que
nos enseñaríamos a nosotros mismos: que por complicados que fuéramos, por
imperfectos y difíciles de describir, se nos podría imitar y mejorar.”
Antes de entrar en materia quiero dejar claro que la
máquina es, precisamente, McEwan. ¿Cómo si no sería capaz de publicar una novela
en septiembre y otra –novela corta, es cierto– en enero del siguiente año? Si
añadimos que su carrera literaria comenzó hace más de cuarenta años intuimos algo
sobrehumano en él, si eso fuera posible. Pero es él quien quiere hablarnos de
humanoides en su versión cibernética. Para ello, y al contrario de lo que
cabría esperar, nos sitúa en el Londres del siglo pasado (años 80) aunque
alterándolo sensiblemente. Para empezar, el mundo está mucho más adelantado que
este nuestro del siglo XXI, aunque hablando de ciencia nunca se sabe en qué
fase están ahora los científicos pues, en relación con la inteligencia artificial,
cada día llegan nuevas noticias de avances asombrosos. No obstante, y en mi descomunal
ignorancia, me cuesta creer que hechos como los que abordaré a continuación
puedan ocurrir en algún momento de la historia, ni lejano ni próximo.
Ya desde el principio, no nos queda más remedio que
olvidar lo que sabemos de la evolución del conocimiento, hechos históricos,
circunstancias sociopolíticas y hasta humanas. Kennedy, por ejemplo, no murió
en Dallas, quien sufre un atentado en mitad de la acción es un tal Tony Benn,
primer ministro, Alan Turing sigue vivo y juega aquí un papel fundamental, lo
que ocurrió en las Malvinas no es lo que se nos cuenta etc.etc. Como ven, la
distopía funciona hacia atrás, de forma parecida a lo que sucede en La conjura contra América. La diferencia consiste en que Roth lanzaba una
premisa clara y el resto de las circunstancias se derivan en cascada de ella,
esto inculca en el lector un esquema claro de la fisonomía social que se
describe. Aquí, en cambio, andamos a ciegas, sin saber por dónde nos movemos, y
eso produce una especie de vértigo conceptual. Aún así, el análisis social, a
veces con conclusiones más que discutibles, es interesante y nos enfrenta a
dilemas todavía sin resolver o que acaban de surgir en nuestra época.
De forma parecida a cómo trabajan los creadores de
autómatas, McEwan imagina unos rasgos para su criatura/protagonista, lo echa a
andar y observa cómo se desenvuelve. El tal Charlie, un soltero en la treintena
que ha abandonado empleos anteriores y vive, aunque muy precariamente, de sus ganancias
en Bolsa, está a punto de iniciar una relación con Miranda y ha decidido
comprar un robot tan humanizado que, siguiendo las instrucciones del fabricante
y una vez retocada la programación a gusto del usuario, podría dar el pego a
cualquiera. El artefacto en cuestión –y a quien haya leído la novela le costará
llamarlo así– forma parte de una primera hornada de adanes y evas que, como se
verá más adelante, solo tienen en común el nombre, ya que su talante será (casi)
tan diverso como el de los seres humanos entre sí.
Una vez asumida la cuasi humanidad de este Adán,
podemos hablar de tres coprotagonistas, pues lo que se narra son las
incidencias vitales de los personajes, de cada uno con sus peculiaridades y de
la interacción entre ellos. Una convivencia peculiar, la de una mujer, un hombre
y un autómata. A la cuestión, obvia, del alcance técnico que puede tener un
experimento como este se añaden, y van adquiriendo un papel fundamental, los
planteamientos éticos, los de los tres, todos ellos tan sutiles y discutibles
como suelen producirse históricamente cada vez que la evolución brusca en cualquier
aspecto de la vida cambia radicalmente los esquemas y nos deja fuera de juego.
No iré más allá, les dejo con la(s) sorpresa(s), pero adelanto
que se van a divertir, que se harán multitud de preguntas y que, muy probablemente,
mantendrán la intriga hasta la última página. A los que ya han leído la novela y
a los que la lean a partir de ahora, les dejo con algunas preguntas: ¿Tiene
razón Turing –personaje ficticio– cuando se enfrenta a Charlie? Al margen de los
reproches morales que se pueda hacer a la pareja, ¿no se ha otorgado a Adán una
libertad excesiva y una confianza que no merecía en absoluto? ¿Se puede programar
a un robot para que desarrolle una complicidad que los seres humanos biológicos
ya traemos de serie por muy diferentes que seamos? (Esto nos conduce a una conclusión
esperanzadora: para quien ha debido entenderse con una máquina pensante, la
mente de un niño es como un libro abierto). ¿Qué hacer cuando has adquirido un
artículo de uso doméstico que, a su vez, se considera tu padre? Aquellos
Principios de la robótica ideados por Isaac Asimov ¿eran solo un
artificio literario o podrían ponerse en práctica en la vida real si se llegase
a dar el caso (algo, como digo, altamente improbable)?
Traducción; Jesús Zulaika
Muchos libros de McEwan o sobre él: Aquí
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