lunes, 16 de marzo de 2020

Karina Sainz Borgo: La hija de la española

Idioma original: español
Año de publicación: 2019
Valoración: Está bastante bien




Agradezco a Karina Sainz Borgo que haya insertado una nota aclaratoria al final indicando que tanto hechos como personajes: “no atienden a la exigencia del dato” y que, su escritura responde a “una vocación literaria, no testimonial”. Pero me hubiera sido mucho más útil de haberla leído previamente.
La escritora venezolana se trasladó a España en 2006, con 24 años. Además de esta, su primera novela, tiene en su haber un libro de reportajes sobre la intelectualidad de su país a cargo de una universidad estadounidense y notas de actualidad cultural en diarios y revistas digitales (Zenda y Vozpópuli). Como ya es preceptivo, o casi, dado su carácter de nueva voz dentro del panorama literario, a La hija de la española se le ha dado el mayor bombo posible. A partir de ahora es la propia novela quien tiene que abrirse camino.
De entrada, lo que encontramos es ambigüedad narrativa y maniqueísmo ideológico reforzado con algunas caricaturas clasistas (“Las seguí, aturdida por el tufo a vinagre que dejaban a su paso. Aquellas mujeres sudaban como camioneros. Su olor era agrio y oscuro. Una mezcla de cítricos, cebollas y ceniza.”) Sainz Borgo nos sitúa en una realidad íntima: madre e hija que, a falta de más asideros, construyen un universo propio, autosuficiente, modesto pero orgulloso y no demasiado cálido. Ambas, la viva y la difunta, se llaman Adelaida Falcón, son cultas, reservadas, y no podemos decir mucho más. Sus caracteres están desdibujados así como su relación, pues aparte de lo ya mencionado su privacidad se convierte en un recinto al que apenas se nos permite el acceso. Pero existe otra realidad, quizá más trascendente para el lector interesado por su tiempo y es, como pueden imaginar, los acontecimientos socio-políticos. Aquí ocurre lo contrario, no encontramos una visión de conjunto sino unas cuantas escenas, algo inconexas, que aluden a una corrupción descarada, la delincuencia adueñándose de todo y a episodios violentos basados en la realidad pero vistos desde una más que evidente lejanía emotiva. Y cuando a un escritor le cuesta vivir ciertas escenas, el lector no consigue emocionarse. Tampoco conectan bien esas ferocidades cotidianas con un marco más global, que no debemos buscar en la prensa ni en los libros de historia, sino en la propia ligazón narrativa. Otro elemento, inverosímil donde los haya y que, como tal, echa a perder cualquier ficción que se precie es la casualidad, ese milagro que se le aparece a un autor como caído del cielo para facilitarle las cosas pero que al lector le deja frío a poco exigente que sea. No obstante, encontramos fragmentos, generalmente de la infancia pero también uno muy convincente sobre un amor de antaño, que transmiten sinceridad, que nos trasladan al lugar y la época y consiguen ponernos en la piel del personaje.
Hablemos, pues, de los hallazgos. Hay tres muy llamativos, si los desvelase arruinaría su lectura, pero puedo utilizar los símiles. Imaginen que les ha tocado la lotería y, como en ese momento no tienen bolsillos y no saben qué hacer con el billete, lo tiran a la papelera más cercana. Algo parecido es lo que ha hecho nuestra autora con un elemento inquietante y repleto de matices, que podría haberle dado mucho juego, tanto en el ámbito privado como en el público, que nos habría conducido por las rutas más insospechadas y mantenido en vilo a lo largo de muchas páginas. La idea, desde luego, es buenísima, pero en sus manos queda desaprovechada pues la resuelve con unas cuantas escenas bastante inverosímiles para escabullirse en cuanto puede despreciando todo su potencial. Imaginen ahora que viven una historia terrorífica y cuando el hombre lobo logra entrar en su casa enseñando los dientes resulta que es de silicona. Esa escena, que parece una pantomima, una anécdota que roza lo cómico en un escenario tan trágico tiene… –y lo digo para que lo recuerden cuando lo estén leyendo– tiene como protagonista a un cadáver. Que no es este, por cierto:
“Entendí que mi único muerto me ataba a una tierra que expulsaba a los suyos con la misma fuerza con que los engullía. Aquella no era una nación, era una picadora.”
La tercera joya también se desperdicia. Cuando se abrían mil posibilidades en relación con identidades dobles y una situación psicológico-política que podía haber resultado apasionante, nos damos cuenta de que hemos llegado al final. Sí, la novela acaba en un punto que podía haber sido nada menos que el clímax, dejándonos bastante frustrados. Aunque visto lo visto, ya nos lo estábamos temiendo. Sugiero a Sainz Borgo que escriba una segunda parte, pero tendría que sentir un pálpito muy gordo para animarme a leerla.

4 comentarios:

irati dijo...

Con este libro tuve una enorme sensación de irrealidad desde las primeras páginas, me pareció que estaba leyendo una telenovela muy bien escrita. Y lo dejé... porque esperaba de él realidad. No puedo decir más del libro porque desistí, pero reconozco en tu reseña esa primera impresión mía. Gracias! Tenía mucha curiosidad por conocer vuestra opinión.

Montuenga dijo...

Hola Irati. Cierto, resulta bastante inverosímil, tanto la situación del país - que puede ser cierta pero en una obra de ficcion además ha de resultar convincente--como en las aventuras de la prota, que no sabe justificar y no hay quien se las trague. Eso mismo bien contado sería una bomba, pero hay que saber hacerlo y no es fácil.
No sé dónde te has quedado, pero desde que la echan de su casa y comienza la parte apocalíptica (que en otro escritor podría ser maravillosa) se le va totalmente de las manos.

Carlos E dijo...

Yo pensaba que luego de Oscar Wilde no vería esto "maniqueísmo ideológico reforzado con algunas caricaturas clasistas (“Las seguí, aturdida por el tufo a vinagre que dejaban a su paso. Aquellas mujeres sudaban como camioneros. Su olor era agrio y oscuro. Una mezcla de cítricos, cebollas y ceniza.”)" como un comentario sobre literatura.

Montuenga dijo...

Pues ya ves, te equivocaste.