Idioma original: español
Año de publicación: 2019
Año de publicación: 2019
En este mundo nuestro, tan complejo y saturado de noticias que la desinformación no reside en la escasez sino en la abundancia y consiguiente dificultad de seleccionar y jerarquizar, enterarnos de una nueva desaparición, asesinato o cualquier tipo de acto violento se está volviendo parte del paisaje, y quizá el mayor peligro resida en la naturalidad con que acabamos asumiéndolo. El último barco es la tercera novela, tanto de su autor como de la serie protagonizada por el inspector Leo Caldas. Un tipo común y corriente –y con esto quiero decir que no imita los tics de sus predecesores en el género– que sirve (casi exclusivamente) de hilo conductor para suministrar a los lectores las pistas necesarias que le permitirán ir atando cabos, pasar de una etapa a otra hasta llegar, finalmente, a ver la luz. Claro que, estarán de acuerdo conmigo, algo más tiene que haber para que la trama que nos ocupa se diferencie, poco o mucho, de los mil y un telefilms con que nos saturan a diario los canales privados y públicos. Eso es lo que vengo a contarles, ya que para mí ha supuesto todo un descubrimiento, tanto la novela como su autor, a quien a partir de ahora seguiré la pista, sobre todo si se arriesga a explorar nuevos territorios narrativos, pues en este ha quedado demostrado que se desenvuelve como pez en el agua.
Y es que El último barco trata de la desaparición de una mujer como podría tratar de cualquier otro asunto, ya que en realidad es un canto a la vida, al lugar que nos acoge, a la naturaleza, a la vocación artesana –que no busca provecho sino disfrute en el trabajo manual lento y concienzudo– a la amistad, la aceptación del diferente y otra serie de valores que el texto simplemente transpira sin que nadie se empeñe en convencernos de nada. Todo ello narrado con la crudeza necesaria, sin ningún morbo añadido, pero también sin concesiones a ningún sentimentalismo barato o a los artificiosos finales felices.
Por razones obvias, del hecho delictivo en sí hablaré lo menos posible, pero me apresuro a aclarar que, en este caso, no se habla de violencia de género, es decir, es completamente irrelevante que la desparecida sea una mujer. No así su personalidad, que acabaremos conociendo con detalle y, como se pondrá de manifiesto a lo largo de sus setecientas páginas, será el desencadenante de lo ocurrido. Gracias a un predominio del diálogo, que nos conduce rápidamente al final a pesar de su extensión, Villar lo desmenuza para nosotros con una minuciosidad que en narrativa es siempre un peligro pues, o encandila o aburre. Eso depende de la habilidad del autor que se traduce, bien en acumular detalles irrelevantes con el fin de rellenar páginas, o bien –como en este caso– en poner al lector a su lado, mantenerle constantemente intrigado y recorrer el camino junto a él, hombro con hombro. Que vea lo que él ve, se emocione con ello, se haga las preguntas y llegue a las conclusiones que le surgirían si estuviese allí, escuchando las respuestas de los testigos, temiendo las salidas de su ayudante, dando palos de ciego, buscando nuevos caminos cuando llega a un callejón sin salida, frustrándose cuando se entromete en su trabajo el convecino ilustre al que hay que dorar la píldora. ¿Quiere esto decir que cerramos la novela conociéndolo todo al detalle? En absoluto, el autor se guarda lo que debe para que el conjunto resulte efectivo, pero consigue convencernos de que no es así y eso es lo que importa.
A todo esto, aún no les he contado que Villar es vigués y como tal lleva a Galicia en la sangre, en particular las Rías Bajas. Que la acción transcurra en terreno archiconocido es otro tanto a su favor ya que el realismo está asegurado. Y no solo geográficamente, también en cuanto a las costumbres y hasta el temperamento de sus gentes. Nos movemos entre Vigo y una parroquia de Moaña (en la península del Morrazo). De ahí que el mar y la costa se conviertan en otros tantos protagonistas. Quien no tenga la suerte de conocer esta maravillosa tierra seguramente no podrá dibujar el mapa que la representa basándose en las descripciones, pero es seguro que observará la silueta de sus pueblos desde uno y otro lado de la ría, sentirá la brisa salina y hasta notará las salpicaduras, pero sobre todo amará un poco más al gremio pesquero. los oficios artesanos y el arte, en particular esos edificios emblemáticos que desaparecieron de un día para otro por intereses inconfesables. El que sí puede dibujar, y lo hace con gran precisión, es Camilo, otro de los personajes centrales de nuestra historia. Les ruego que se fijen en él, porque está lleno de matices y no les dejará indiferentes.
O sea, si les apetece embarcarse en la resolución de un complejo puzle o, lo que es igual, en la lectura de una estupenda historia muy bien contada, no lo duden, este es el libro que se tienen que llevar de vacaciones.
Y es que El último barco trata de la desaparición de una mujer como podría tratar de cualquier otro asunto, ya que en realidad es un canto a la vida, al lugar que nos acoge, a la naturaleza, a la vocación artesana –que no busca provecho sino disfrute en el trabajo manual lento y concienzudo– a la amistad, la aceptación del diferente y otra serie de valores que el texto simplemente transpira sin que nadie se empeñe en convencernos de nada. Todo ello narrado con la crudeza necesaria, sin ningún morbo añadido, pero también sin concesiones a ningún sentimentalismo barato o a los artificiosos finales felices.
Por razones obvias, del hecho delictivo en sí hablaré lo menos posible, pero me apresuro a aclarar que, en este caso, no se habla de violencia de género, es decir, es completamente irrelevante que la desparecida sea una mujer. No así su personalidad, que acabaremos conociendo con detalle y, como se pondrá de manifiesto a lo largo de sus setecientas páginas, será el desencadenante de lo ocurrido. Gracias a un predominio del diálogo, que nos conduce rápidamente al final a pesar de su extensión, Villar lo desmenuza para nosotros con una minuciosidad que en narrativa es siempre un peligro pues, o encandila o aburre. Eso depende de la habilidad del autor que se traduce, bien en acumular detalles irrelevantes con el fin de rellenar páginas, o bien –como en este caso– en poner al lector a su lado, mantenerle constantemente intrigado y recorrer el camino junto a él, hombro con hombro. Que vea lo que él ve, se emocione con ello, se haga las preguntas y llegue a las conclusiones que le surgirían si estuviese allí, escuchando las respuestas de los testigos, temiendo las salidas de su ayudante, dando palos de ciego, buscando nuevos caminos cuando llega a un callejón sin salida, frustrándose cuando se entromete en su trabajo el convecino ilustre al que hay que dorar la píldora. ¿Quiere esto decir que cerramos la novela conociéndolo todo al detalle? En absoluto, el autor se guarda lo que debe para que el conjunto resulte efectivo, pero consigue convencernos de que no es así y eso es lo que importa.
A todo esto, aún no les he contado que Villar es vigués y como tal lleva a Galicia en la sangre, en particular las Rías Bajas. Que la acción transcurra en terreno archiconocido es otro tanto a su favor ya que el realismo está asegurado. Y no solo geográficamente, también en cuanto a las costumbres y hasta el temperamento de sus gentes. Nos movemos entre Vigo y una parroquia de Moaña (en la península del Morrazo). De ahí que el mar y la costa se conviertan en otros tantos protagonistas. Quien no tenga la suerte de conocer esta maravillosa tierra seguramente no podrá dibujar el mapa que la representa basándose en las descripciones, pero es seguro que observará la silueta de sus pueblos desde uno y otro lado de la ría, sentirá la brisa salina y hasta notará las salpicaduras, pero sobre todo amará un poco más al gremio pesquero. los oficios artesanos y el arte, en particular esos edificios emblemáticos que desaparecieron de un día para otro por intereses inconfesables. El que sí puede dibujar, y lo hace con gran precisión, es Camilo, otro de los personajes centrales de nuestra historia. Les ruego que se fijen en él, porque está lleno de matices y no les dejará indiferentes.
O sea, si les apetece embarcarse en la resolución de un complejo puzle o, lo que es igual, en la lectura de una estupenda historia muy bien contada, no lo duden, este es el libro que se tienen que llevar de vacaciones.
12 comentarios:
Y además de lo que se habla en esta reseña hay varios aciertos más: No embarga la trama detectivesca por la apología del detective sufrido y atormentado por sus problemas y delirios domésticos y familiares, truco ya común en la mayoría de novelas al tipo. Los verdaderos dementes, además del asesino, son los superiores y el padre, y que son a su vez retratos perfectos de esos seres vociferantemente encastados de mala manera en la democracia agónica de hoy.
Magnífica y elegante narración, ya los años la regresarán como un imprescindible en estas páginas de Un Libro al Día.
Y además de lo que se habla en esta reseña hay varios aciertos más: No embarga la trama detectivesca por la apología del detective sufrido y atormentado por sus problemas y delirios domésticos y familiares, truco ya común en la mayoría de novelas al tipo. Los verdaderos dementes, además del asesino, son los superiores y el padre, y que son a su vez retratos perfectos de esos seres vociferantemente encastados de mala manera en la democracia agónica de hoy.
Magnífica y elegante narración, ya los años la regresarán como un imprescindible en estas páginas de Un Libro al Día.
Hola Tin. Efectivamente, uno de los aciertos es la personalidad del inspector, por eso he dicho:
"... el inspector Leo Caldas. Un tipo común y corriente –y con esto quiero decir que no imita los tics de sus predecesores en el género– que sirve (casi exclusivamente) de hilo conductor...".
Y de uno de los personajes que mencionas digo:
"...cuando se entromete en su trabajo el convecino ilustre al que hay que dorar la píldora."
Entiendo que quienes habéis leído este libro o cualquier otro esperéis encontrar todas las claves, pero a los futuros lectores no les debo dar todo hecho.
Además, la novela es de este año: apenas empieza su trayectoria.
Hola, Montuenga:
Qué gusto leer tu reseña y gracias por hablar a los lectores de usted. Me has convencido totalmente para leerlo, y en relación a “inspectores” normales, pues está Plinio, de Francisco García Pavón, que es un hombre de costumbres tranquilas y apegado a su vida familiar, pero con un entorno para troncharse.
Saludos
Hola Montuenga: como sueles tener una vara muy alta para calificar me sorprendió el muy recomendable. Sólo tengo algún reparo por las 700 páginas.
Saludos
Hola Lupita. Creo que te va a gustar, porque está bien escrito, es altamente intrigante y tiene mucho más contenido que el meramente policiaco. Es una novela con la que puede disfrutar gente muy distinta sin que eso suponga un demérito. Ya nos contarás.
Gabriel, te cuento. Como novela policíaca no se le puede pedir más, incluso trasciende los límites del género, pero sin añadidos raros que no vienen al caso. Y hay más: han pasado 10 años desde la última suya, esto es porque la tenía escrita hace 4 o 5 (creo), con otro título y hasta fecha de publicación y lo paró porque no le convencía del todo. Te aseguro que, aparte de la humildad y el valor que supone (¿quién hace eso hoy día?), ha merecido la pena.
Sobre las páginas, son 706 exactamente y te puedo decir que el volumen es el que esperas, pero letra no tiene tanta: capítulos cortos con sus espacios correspondientes, epigrafes encabezándolos todos y diálogo a tutiplén.
Saludos a los dos.
la calidad de una novela no la hace el numero de años desde la publicación de la anterior. Sin ser mala la sobran páginas. en mi opinión ahora hay escritores españoles bastante mejores como alexis ravelo del cual habeis comentado una de las novelas
menos conocidas. está toda la serie de eladio Monroy o "la estrategia del pequinés" o francisco bescós por citar solo a un par.
Sí, recuerdo que reseñé El viento y la sangre, que Ravelo publicó bajo seudónimo. Me gustó menos que esta, obviamente.
Desde luego, lo que cuenta Villar se puede explicar en menos páginas, pero cuando a un ritmo narrativo le encuentras sentido y te lo pasas tan bien que no quieres que acabe, da igual la extensión que tenga.
A mí algunos libros de 90 páginas se me han hecho eternos. Pero cada uno tiene sus gustos y, justamente, ahí está la gracia.
Felicidades por la reseña, explica muy bien lo que es el libro.
A mi este autor me tiene alucinado. Pasa poco en el libro. Hay capítulos enteros (cortos, eso sí) del estilo: el protagonista va a un bar, se come unos chipirones y llama a su padre, ya está. Y el libro no aburre en absoluto, todo lo contrario.
Me recuerda bastante a Henning Mankell.
Es como si el tema "policial" fuera una excusa para hablar de lo humano y lo divino y también de Galicia, Vigo,los gallegos, gastronomía, vino....
Todavía no sé muy bien porque me gusta tanto. Y también tengo claro que no me atrevo a aconsejárselo a nadie.
Saludos
Pues muchas gracias. También lo que tú dices da en el clavo, Villar te va contando la historia como quien no quiere la cosa, igual que en la vida, según expresó muy bien John Lenon.
A Mankell hace mucho que no le leo, también estaba muy arraigado a la tierra, pretendía mostrar la realidad tal como el la veía y sus novelas siempre contienen conflictos éticos y su propia postura personal. Pero las mentalidades y caracteres, marcados por el lugar de nacimiento, me parecen muy diferentes.
Yo creo que a algunas personas se les puede recomendar, pero avisando.
Un saludo
Pues siento disentir de las bondades de este libro. El primer de Domingo me llamó la atención y el segundo bueno pero este, lo siento, no me parece buena literatura. Se repite, da vueltas a los acontecimientos, se salta con resoluciones sorpresa. Y no está bien escrito. Es que después de leer a los grandes, a los buenos, me parece escritura fácil. Leerse a este después o antes de otros como Larry Brown, Jonas Mekas, Sara Gallardo, por citar a tres tan distintos en temas e intereses, es que te hunde la moral. Y no veo ahora mismo grandes escritores españoles, digo "grandes". No lo veo. La literatura en nuestro idioma se está salvando en Latinoamérica y en ficción los norteamericanos siguen siendo unos monstruos.
,,, y los gustos hay que respetarlos.
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