jueves, 30 de mayo de 2019

Kaouther Adimi: Nuestras riquezas

Idioma original: francés
Título original: Nos richesses
Traducción: Manuel Arranz Lázaro (ed. en castellano) / Anna Casassas Figueras (ed. en catalán)
Año de publicación: 2017
Valoración: bastante recomendable

De vez en cuando, se produce el efecto sorpresa en el mundo editorial. El alto volumen de novedades que irrumpen diariamente en nuestro día a día, provoca que ciertos libros puedan pasar desapercibidos, eclipsados por el alud de novedades promocionadas por imponentes editoriales. Pero por suerte, el boca-oreja y la posibilidad de buscar la información en diferentes canales, digámosles blogs, digámosles redes sociales, compensan el efecto y permiten encontrar libros interesantes que, de otra manera, tendrían un recorrido efímero en la vida literaria. Este libro es un claro ejemplo de ello.

La historia que nos cuenta Kaouther Adimi es una historia pensada por y para quién no concibe un mundo sin libros, y para ello ha escrito una obra que gira en torno a este mundo, que a muchos de nosotros nos apasiona. Una historia de libros y librerías, de editoriales y lectores, de ilusiones y dificultades, y siempre, con una mirada con aires de nostalgia hacia un pasado donde la cultura era tratada de manera diferente, menos comercial, más pasional, más vocacional. Y para ello, la autora se basa en un caso real para hablar de libros y literatura, narrando la trayectoria de Edmond Charlot, uno de los editores clave en las letras francesas durante el siglo XX, añadiendo pinceladas de ficción a una historia real que ya por sí misma tuvo un peso importante en la historia de la literatura.

Para cubrir todos estos aspectos, Adimi alterna hábilmente la narración entre dos momentos temporales; por una parte, la de un joven Edmond que, con veintiún años y una, cada vez más, creciente admiración por los libros hace que nazca en él el deseo de abrir una librería, pequeña, donde se vendan y se presten libros, pero también un lugar que ofrezca un espacio para compartir su pasión y que en él se puedan encontrar autores y lectores de todos los países, formando una comunidad, casi una familia, todos unidos por el amor a las letras. Así, a modo de dietario, nos hace partícipes de la ilusión del joven en crear un espacio desde la nada, y llenarlo de letras y sueños, de textos y conversaciones, de autores y lectores, con las dificultades para salir adelante en su pequeño local, manteniéndose fiel a su idea, vendiendo, prestando, exponiendo y editando únicamente aquello que «es capaz de defender delante la prensa y los lectores», tal y como afirma el propio protagonista. Estos episodios del libro son bellísimos, donde destaca el brillante estilo narrativo de la autora, contagiando desde la primera palabra esa misma devoción que siente el joven librero al abrir las puertas de la librería. Asistimos al frenesí y somos copartícipes de la ilusión del protagonista, pues la narración rezuma una intensidad y una sensibilidad de la que es imposible quedar al margen. Y, por otra parte, esta narración se combina con un relato en presente, en el día en que cierra la librería tras años de funcionamiento, y los días posteriores en los que la librería debe ser vaciada para dar espacio a un nuevo local, un nuevo comercio. Ahí entra en acción el segundo gran protagonista de la historia, el joven Ryad, cuyos intereses e inquietudes son claramente distantes y antagónicas a las del joven Edmond, cuando tenía su misma edad.

Estructuralmente, la narración en dos momentos temporales es sumamente acertada, pues el dietario que narra el pasado va recorriendo meses y años de manera rápida, y nos hace partícipes de la ilusión y el desengaño, de la esperanza y la frustración, de los avances y retrocesos en la bella intención de levantar un negocio y hacerlo desde el amor absoluto a las letras. Así, recorremos un paisaje literario que nos lleva a Camus, a Stein, a Saint-Exupéry, y vemos como la literatura crece, se ensancha hacia los más íntimos recovecos de la pasión del protagonista. Y la habilidad y delicadeza narrativa hace que soñemos con él, que fantaseemos con un mundo de posibles, donde las letras ocupen cada espacio posible, donde autores, editores, lectores, distribuidores se encuentren y compartan su gran amor por la literatura. Y, en claro contraste con ese pasado, la narración en presente, episodios tristes donde la librería se vacía, sin reparo, sin sentimiento, a manos de un joven Ryad para quien los libros no importan, no significan nada; alguien quien los infravalora y aparta, quien los menosprecia y los olvida, y, sobretodo, olvida aquello que representan, aquello que permiten, aquello que emanan: todo lo imaginable.

Pero el libro es mucho más que eso, pues también nos hace testigos de la dificultad que supone arrancar un negocio, y encima durante la Segunda Guerra Mundial, con sus consecuencias económicas y los problemas asociados a la escasez de recursos, de materiales, de inestabilidad, para enlazar, justo después, con la guerra de Independencia de Argelia y, al fin, con su liberación. De esta manera, el libro nos habla también del componente personal y social en tiempos convulsos, pues nos habla de revueltas y revoluciones, de dificultades y penurias, de sueños y tristezas, de esperanzas y decepciones, de auge y momentos de esplendor, pero también de descenso y fracasos. Nos habla de la vida, de editores y libreros, y de libros, y de sueños.

Este libro es un canto de amor infinito, ilimitado e inquebrantable al mundo literario, al de los editores y libreros, que luchan día a día para ofrecernos a los lectores lo mejor que pueden darnos: un universo de posibilidades, de sitios reales e imaginarios por descubrir. Porque es entre los libros, y en las librerías, donde nos sentimos como en casa, es en ese espacio íntimo donde nos vemos reflejados, nos identificamos, formando parte de ese bonito universo donde las letras ocupan los pequeños espacios que el limitado tiempo deja a nuestras vidas. Larga vida a las librerías que fomentan el espíritu de comunidad, larga vida a los libreros que mantienen nuestras ilusiones, larga vida a los editores que arriesgan; en definitiva, larga vida a las letras.

También de Kaouther Adimi en ULAD: El reverso de los demás

2 comentarios:

Paloma dijo...

¡Qué bonitas son sus reseñas Marc! Gracias por escribirlas. Un saludo

Marc Peig dijo...

Muchas gracias, Paloma.
Hay veces que los libros lo ponen fácil, pues uno se contagia de su tono y estilo y, en este caso, es muy bello.
Saludos y gracias por tus palabras y por comentar la entrada.
Marc