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sábado, 1 de junio de 2024

Henri Alleg: La question

Idioma original: francés

Título original: La question

Traducción: Beatriz Morales Bastos

Año de publicación: 1958

Valoración: Está bien


En 1954, menos de diez años después de finalizada la Segunda Guerra mundial, estalló la guerra de Argelia, impulsada por un movimiento de corte guerrillero que perseguía la independencia de la metrópoli francesa. Colonizado desde hacía más de un siglo, el país africano había conocido distintos estatus, muchos de sus nativos habían luchado por liberar Francia del nazismo, y el independentismo fue creciendo alimentado por el trato discriminatorio, la explotación foránea de los recursos naturales y la toma de conciencia que en  gran cantidad de países daba alas a los procesos de descolonización de las décadas de los 50 y 60.

Henri Alleg, director del diario Alger Républicain, era también miembro del Partido Comunista argelino, y defensor entusiasta del derecho a la autodeterminación. Fue detenido por los paracaidistas del general Massu, enviados para sofocar la rebelión, y torturado durante meses para obtener información sobre los sublevados y sus cómplices. El libro es el relato que Alleg hace de su internamiento y una denuncia de la tortura practicada de forma sistemática durante el conflicto.

Alleg no ahorra detalles sobre las distintas técnicas de las que fue víctima. Describe con frialdad y precisión los procedimientos aplicados: palizas, descargas eléctricas, celdas de aislamiento, ahogamientos, violencia psicológica, administración de drogas. Hay que decir en honor a la verdad que, quizá porque hemos visto y leído mucho desde entonces, estos métodos, por brutales que resulten, casi nunca resultan especialmente espeluznantes comparados con las salvajadas que se vienen practicando en muchos otros lugares y situaciones. 

No obstante, el auténtico valor del libro reside en la repercusión que tuvo sobre la opinión pública francesa. Escrito todavía en prisión, de donde salió con la colaboración de sus abogados, su publicación en 1958 abrió los ojos de la sociedad ante las atrocidades que los militares estaban cometiendo en suelo argelino, como ocurriría poco después con la guerra de Vietnam, e influyó para que finalmente Francia decidiera poner fin al conflicto retirándose de la colonia. 

Desde el punto de vista del lector el libro tiene un tono algo extraño. Como apuntaba antes, es un relato más bien objetivo, lleno de nombres propios, que apenas deja traslucir emociones. Debía de ser Alleg un tipo frío, decidido desde el primer minuto a no ceder, y efectivamente el proceso termina sin que hubiese cantado. Hay en sus palabras un fondo de orgullo por haber resistido, algo que perturba un tanto la perspectiva sobre nuestro protagonista, y que altera de alguna manera la natural predisposición a ser partícipes de su sufrimiento. Parece Alleg tan entero, tan irreductible en su posición, que es fácil pasar de la admiración hacia su fortaleza a la duda sobre la crudeza de las torturas. Pero me parecería cínico poner en entredicho lo que cuenta, y tal vez todo esto no es más que un efecto de la muy humana autoreivindicación de alguien que ha pasado por experiencia tan extrema. En todo caso, ese entereza dificulta de alguna manera empatizar con el personaje desde el punto de vista emotivo.

Alleg es desde luego un militante pata negra, lo que se ve muy bien en la un poco larga entrevista que completa la edición que he leído. Además de subrayar la práctica sistemática de la tortura por parte de los militares franceses en Argelia, examina de forma crítica la posición mantenida por los sucesivos gobiernos, incluido el del general De Gaulle, a quien se atribuye (erróneamente, según Alleg) el mérito de haber sabido reconocer la necesidad de poner fin a la etapa colonial. Y, no sin un cierto tono panfletario, se extiende el autor explicando su postura frente al colonialismo que contribuyó a combatir.

Como decía antes, el valor del libro es sobre todo histórico, no tanto por el relato de las prácticas de tortura como por su repercusión pública, un factor importante entre los que determinaron el fin de una etapa de dominación. Situaciones similares de colonialismo se han multiplicado por todo el mundo durante largas décadas, y con mucha probabilidad prácticas parecidas de torturas, represión y discriminación habrán sido llevadas a cabo por distintas potencias ocupantes. Esto es por tanto un testimonio, un ejemplo entre otros muchos que hizo reflexionar en su tiempo, y aun hoy debiera servir para cuestionarnos ciertas conductas.


miércoles, 22 de mayo de 2024

Yasmina Khadra: Los virtuosos

Idioma original: Francés
Título original: Les vertueux
Año de publicación: 2022
Traducción: Wenceslao-Carlos Lozano
Valoración: Recomendable

Es curioso. Pese a ser Yasmina Khadra uno de los escritores árabes más leídos y traducidos (si no el que más), hasta ahora solo hemos reseñado una de sus novelas. Enmendamos en parte el "error", extensible por cierto a la literatura árabe, con la reseña de su última novela, esta Los virtuosos localizada en la Argelia natal del autor y ambientada entre los años 1914 y 1950, aproximadamente.

Protagonizada por Yacin, una suerte de Ulises de las arenas del desierto argelino sometido a pruebas que a veces entroncan con las del héroe homérico, Los virtuosos no puede tener un comienzo más prometedor: el citado Yacin, pastor más pobre que las ratas y más inocente que un recién nacido, es "convocado" por el caid, una especie de caudillo local, para que sustituya al hijo de este en el ejército francés que combatirá en la Primera Guerra Mundial. Promesas y amenazas mediante, al bueno de Yacin no le quedará más remedio que embarcarse en el horror.

Terminado el periplo europeo, Yacin regresa a su Argelia natal y la novela pasa de ser una novela de "formación" a ser más una novela de "aventuras" en la que sucesivos destierros y reencuentros, búsquedas y hallazgos, violencias y remansos de paz, nos harán acompañar a Yacin y a algunos de sus compañeros de armas en su particular odisea y nos acercarán a la historia argelina de la primera mitad del siglo XX.

Pese a ese prometedor punto de partida inicial, creo que a esa primera parte de la novela le cuesta despegar. En particular, las escenas bélicas me remiten a películas ya vistas, a libros ya leídos y a historias más y mejor contadas (me vienen a la cabeza testimonios directos como El miedo de Chevalier, Sin novedad en el frente de Remarque o películas como la inolvidable Senderos de gloria). Esto no significa que sea una mala primera parte de la novela, ojo. Su integración en el todo de la novela es más que correcta y cumple su función como introducción de personajes que luego serán fundamentales en el desarrollo de la novela y como presentación del personaje de Yacin. 

A partir de ahí, creo que la novela crece. La historia trágica y, al mismo tiempo ridícula, de Yacin se convierte en la historia de sucesivas búsquedas, interiores o no, en una exploración por las contradicciones del ser humano en un contexto histórico y geográfico muy determinado pero bastante universal. 

Así, Los virtuosos resulta ser un texto en el que ternura y crudeza se complementan, en el que el destino juega un papel clave y que, pese a cierta desproporción entre el peso de unas escenas y otras (por ejemplo, los más de 10 años de cárcel de Yacin se despachan en un puñado de páginas mientras otros períodos más breves y más de "transición" ocupan mucho más espacio) y algunas expresiones algo chirriantes (desconozco si venían ya de serie o son cosas de la traducción), acaba dejando un buen sabor de boca.

También de Yasmina Khadra en ULAD: El loco del bisturí

miércoles, 12 de febrero de 2020

Brigitte Giraud: Tener un cuerpo

Idioma original: Francés
Título original: Avoir un corps
Traducción: Maria Teresa Gallego Urrutia
Año de publicación: 2013
Valoración: ¿Está bien?

Tener un cuerpo es una novela que no acaba de cuajar. Lástima, pues tenía un potencial tremendo. Narra en primera persona cinco periodos claves de la vida de su protagonista. Y pone un énfasis tremendo en el cuerpo de ésta. Sí, habéis oído bien: el cuerpo deviene un personaje más en esta obra.

Obra que, si bien es cierto que se lee sin dificultad, me ha decepcionado bastante. Y es que a esta historia la lastran dos cosas: su tono monocorde y la indefinición de la protagonista.

  • Lo primero podría haberse evitado dando mayor variedad a la voz narrativa. Imprimiéndole texturas distintas según el periodo vital que cubre, por ejemplo. 
  • En cuanto a la protagonista, me hubiera gustado que Giraud optara por escribirla de forma más compacta. Que o bien la hiciera un ser individualizado, o bien la convirtiera en un arquetipo femenino. Sin embargo, la autora retrata a dicho personaje a contraluz, y por ello es incapaz de sacarle partido a las ventajas de haberse inclinado hacia una u otra dirección. 

No quiero dejar de reconocer las cualidades de esta novela.

  • La prosa de Giraud es exuberante en lo formal. Usa ciertas decisiones estilísticas con una intuición portentosa, recurre eficientemente a la elipsis, desmenuza acciones y sentimientos con los adjetivos pertinentes... 
  • La autora exprime el cuerpo literaria, plástica y simbólicamente. 
  • Los temas barajados son sumamente interesantes: las diferencias (tanto biológicas como culturales) entre hombres y mujeres, el deseo femenino, la maternidad, la aceptación del duelo... Ojalá dichos temas hubieran sido más influenciados por el ángulo del cuerpo que Giraud había concebido al planear esta historia. 

En definitiva, diría que Tener un cuerpo es una obra paradójica. Una que encierra ideas brillantes, pero que es incapaz de articularlas con la solvencia que requieren. En todo caso, hay que admitir que lo que aporta no está nada mal. Además, se intuye ambición artística en esta novela; algo que siempre hay que agradecer. Y, repito, se lee con fluidez. 

lunes, 14 de octubre de 2019

Kaouther Adimi: El reverso de los demás

Idioma original: francés
Título original: L'envers des autres
Año de publicación: 2011
Valoración: Está bien



Soledad, incomunicación, amor no correspondido, tradición, vidas marchitas, sumisión de unas mujeres, rebeldía de otras, parejas fracasadas, dolor, esperanza en el futuro, futuros inciertos. Es mucho lo que sugiere esta primera novela de la escritora argelina Kaouther Adimi (1986), que a pesar de tener una obra corta ya ha recibido algún premio. Aparecen nuevos valores que aportan perspectivas diferentes, nos llegan obras de países que solían editarse poco en España… Alentador. O eso parece. Pero vamos a mirarlo despacio.
En primer lugar, detecto información esencial, detalles sin los que la novela pierde su sentido más profundo, rasgos, insisto, en ningún modo insignificantes que solo conocemos al leer la contraportada. Esto es un defecto serio, de bulto, para el que no sirve la excusa de que se trata de una primera novela. Porque un producto puede haberse realizado con mayor o menor pericia, pero tiene que estar perfectamente acabado antes de ofrecérselo al público.
El reverso de los demás consta de once breves capítulos, cada uno a cargo de un personaje –excepto dos, que repiten–, cada uno de ellos, más que aportar datos a un relato común, expresa su visión del mundo desde su cascarón particular. A veces, como de pasada, se refieren a los demás personajes, pero lo que vemos carece de movimiento, más bien se compone de una serie de cuadros estáticos, sin demasiada conexión entre sí, que componen otro más amplio y repleto de lagunas. Individuos que, a pesar de autorretratarse, no llegamos a conocer demasiado: los rasgos que intentan definirlos son tan irrelevantes que se desvanecen; si no fuese por la edad y el sexo algunos serían perfectamente intercambiables entre sí. No busquemos, pues, personalidades bien construidas porque no existen, y el fresco social que parece esbozarse a partir de mentalidades y conductas también se  queda a medio camino.
El último monólogo aclara un poco el borroso panorama. Y el epílogo pretende añadir un elemento sorpresa, pero resulta bastante artificial.
Con este material, la autora tenía dos posibilidades. Mantener estas páginas como presentación de la novela y desarrollar a continuación el argumento, o bien completar cada fragmento a modo de relato más o menos independiente hasta componer un mosaico que reflejara la realidad en su conjunto.
A pesar de todo, tengo la impresión de que Adimi tenía realmente algo que contar, incluso verdadera necesidad de contarlo, y voluntad de hacerlo muy bien. Tampoco me parece que peque de falta de talento: las escenas están bien desarrolladas, la descripción del ambiente es atinada, encontramos una forma de enfocar muy personal, la primera aproximación a los personajes promete, los diálogos son creíbles, resulta agradable de leer.  Entonces, ¿qué ha impulsado a la autora a publicar un texto de solo noventa páginas en tamaño pequeño y letra grande con aspecto de inacabado? En mi opinión, el argumento hubiera dado para mucho. Además, hacía falta espacio para explicar bien la relación entre los personajes, tanto el parentesco que los une como los conflictos que les separan. Pienso que bajo el formato de novela corta se nos ofrece un producto que es solo un esbozo de algo más voluminoso y complejo; que hubiese merecido la pena esperar el tiempo necesario para que la autora lograse situarse en su espacio novelístico y desarrollar todo lo que queda latente: carácter de los personajes, ambiente familiar, de barrio y más allá quizás. Insinuar no está mal, pero antes debe haber historia. Si lo que leemos no llega más allá de la mera insinuación, la ficción que esperábamos se queda en balbuceo.   
Y es que, no lo olvidemos, el talento natural necesita un caldo de cultivo en el que desarrollarse. Los genios que todos admiramos nunca estuvieron solos, editores y amigos han aconsejado, pulido, rechazado, exigido y ejercido de amables tiranos hasta llevarlos a la extenuación. Es gente a la que no se le ha pasado ni una porque sus mentores confiaron ciegamente en ellos. Unos rectificaron su trayectoria gracias al consejo de su editor (el nobel Naipaul), se dedicaron exclusivamente a escribir siguiendo el consejo de su agente (Vargas Llosa) o tuvieron en sus amigos a los mejores y más duros lectores previos (Flaubert). Esta es una de las claves del asunto: las mujeres que despuntan tampoco lo pueden dar todo a la primera, también necesitan ser orientadas mientras encuentran su camino y pulen sus técnicas, que se confíe en que pasarán de simples promesas a profesionales de mérito. Mejor aún, en la mayoría de los casos, esos genios contaban con una pareja abnegada que resolvía las incidencias del día a día (Nabokov, Vargas Llosa). Las mujeres no solo carecen de esa ventaja, la mayoría de las veces son ellas quienes, además de a la escritura, se tienen que dedicar a la intendencia del hogar. O quedarse solas, y no sé que es peor. Me pregunto si se les exige lo mismo o, por el contrario, se les trata con condescendencia, sobre todo ahora, que los libros escritos por mujeres parecen haberse puesto de moda. Me pregunto si no entra en juego en muchos casos cierta inseguridad, cierto complejo de usurpadoras (el término no es mío) en un mundillo que hasta ahora había sido patrimonio del varón, al menos –y salvo excepciones– en sus cotas más altas. Es más, me pregunto si no se rechazarán algunas obras por considerarse demasiado serias, demasiado ubicadas en un territorio que no parece corresponder a las mujeres.
Y me hago todas esas preguntas porque hoy es el Día de las Escritoras. Valgan estas palabras de homenaje a todas ellas, a esas escritoras consagradas porque consiguieron elevarse por encima de las circunstancias y a las que, a pesar de su talento, tuvieron que conformarse con una obra más o menos mediocre porque el doble rasero no tuvo piedad con ellas.

También de Kaouther Adimi en ULAD: Nuestras riquezas

jueves, 30 de mayo de 2019

Kaouther Adimi: Nuestras riquezas

Idioma original: francés
Título original: Nos richesses
Traducción: Manuel Arranz Lázaro (ed. en castellano) / Anna Casassas Figueras (ed. en catalán)
Año de publicación: 2017
Valoración: bastante recomendable

De vez en cuando, se produce el efecto sorpresa en el mundo editorial. El alto volumen de novedades que irrumpen diariamente en nuestro día a día, provoca que ciertos libros puedan pasar desapercibidos, eclipsados por el alud de novedades promocionadas por imponentes editoriales. Pero por suerte, el boca-oreja y la posibilidad de buscar la información en diferentes canales, digámosles blogs, digámosles redes sociales, compensan el efecto y permiten encontrar libros interesantes que, de otra manera, tendrían un recorrido efímero en la vida literaria. Este libro es un claro ejemplo de ello.

La historia que nos cuenta Kaouther Adimi es una historia pensada por y para quién no concibe un mundo sin libros, y para ello ha escrito una obra que gira en torno a este mundo, que a muchos de nosotros nos apasiona. Una historia de libros y librerías, de editoriales y lectores, de ilusiones y dificultades, y siempre, con una mirada con aires de nostalgia hacia un pasado donde la cultura era tratada de manera diferente, menos comercial, más pasional, más vocacional. Y para ello, la autora se basa en un caso real para hablar de libros y literatura, narrando la trayectoria de Edmond Charlot, uno de los editores clave en las letras francesas durante el siglo XX, añadiendo pinceladas de ficción a una historia real que ya por sí misma tuvo un peso importante en la historia de la literatura.

Para cubrir todos estos aspectos, Adimi alterna hábilmente la narración entre dos momentos temporales; por una parte, la de un joven Edmond que, con veintiún años y una, cada vez más, creciente admiración por los libros hace que nazca en él el deseo de abrir una librería, pequeña, donde se vendan y se presten libros, pero también un lugar que ofrezca un espacio para compartir su pasión y que en él se puedan encontrar autores y lectores de todos los países, formando una comunidad, casi una familia, todos unidos por el amor a las letras. Así, a modo de dietario, nos hace partícipes de la ilusión del joven en crear un espacio desde la nada, y llenarlo de letras y sueños, de textos y conversaciones, de autores y lectores, con las dificultades para salir adelante en su pequeño local, manteniéndose fiel a su idea, vendiendo, prestando, exponiendo y editando únicamente aquello que «es capaz de defender delante la prensa y los lectores», tal y como afirma el propio protagonista. Estos episodios del libro son bellísimos, donde destaca el brillante estilo narrativo de la autora, contagiando desde la primera palabra esa misma devoción que siente el joven librero al abrir las puertas de la librería. Asistimos al frenesí y somos copartícipes de la ilusión del protagonista, pues la narración rezuma una intensidad y una sensibilidad de la que es imposible quedar al margen. Y, por otra parte, esta narración se combina con un relato en presente, en el día en que cierra la librería tras años de funcionamiento, y los días posteriores en los que la librería debe ser vaciada para dar espacio a un nuevo local, un nuevo comercio. Ahí entra en acción el segundo gran protagonista de la historia, el joven Ryad, cuyos intereses e inquietudes son claramente distantes y antagónicas a las del joven Edmond, cuando tenía su misma edad.

Estructuralmente, la narración en dos momentos temporales es sumamente acertada, pues el dietario que narra el pasado va recorriendo meses y años de manera rápida, y nos hace partícipes de la ilusión y el desengaño, de la esperanza y la frustración, de los avances y retrocesos en la bella intención de levantar un negocio y hacerlo desde el amor absoluto a las letras. Así, recorremos un paisaje literario que nos lleva a Camus, a Stein, a Saint-Exupéry, y vemos como la literatura crece, se ensancha hacia los más íntimos recovecos de la pasión del protagonista. Y la habilidad y delicadeza narrativa hace que soñemos con él, que fantaseemos con un mundo de posibles, donde las letras ocupen cada espacio posible, donde autores, editores, lectores, distribuidores se encuentren y compartan su gran amor por la literatura. Y, en claro contraste con ese pasado, la narración en presente, episodios tristes donde la librería se vacía, sin reparo, sin sentimiento, a manos de un joven Ryad para quien los libros no importan, no significan nada; alguien quien los infravalora y aparta, quien los menosprecia y los olvida, y, sobretodo, olvida aquello que representan, aquello que permiten, aquello que emanan: todo lo imaginable.

Pero el libro es mucho más que eso, pues también nos hace testigos de la dificultad que supone arrancar un negocio, y encima durante la Segunda Guerra Mundial, con sus consecuencias económicas y los problemas asociados a la escasez de recursos, de materiales, de inestabilidad, para enlazar, justo después, con la guerra de Independencia de Argelia y, al fin, con su liberación. De esta manera, el libro nos habla también del componente personal y social en tiempos convulsos, pues nos habla de revueltas y revoluciones, de dificultades y penurias, de sueños y tristezas, de esperanzas y decepciones, de auge y momentos de esplendor, pero también de descenso y fracasos. Nos habla de la vida, de editores y libreros, y de libros, y de sueños.

Este libro es un canto de amor infinito, ilimitado e inquebrantable al mundo literario, al de los editores y libreros, que luchan día a día para ofrecernos a los lectores lo mejor que pueden darnos: un universo de posibilidades, de sitios reales e imaginarios por descubrir. Porque es entre los libros, y en las librerías, donde nos sentimos como en casa, es en ese espacio íntimo donde nos vemos reflejados, nos identificamos, formando parte de ese bonito universo donde las letras ocupan los pequeños espacios que el limitado tiempo deja a nuestras vidas. Larga vida a las librerías que fomentan el espíritu de comunidad, larga vida a los libreros que mantienen nuestras ilusiones, larga vida a los editores que arriesgan; en definitiva, larga vida a las letras.

También de Kaouther Adimi en ULAD: El reverso de los demás

jueves, 23 de noviembre de 2017

Assia Djebar: Sin habitación propia



Idioma original: Francés
Título original: Nulle  part dans la maison de mon père
Año de publicación: 2007
Traducción: Susana Andrés Font
Valoración: Muy recomendable


En la escritura de Assia Djebar cristalizan algunas de las paradojas, choques y conflictos más característicos de nuestra época. Mujer, musulmana, argelina, Fatima-Zohra Imalayen (Cherchell, Argelia, 1936 – París, 2015) fue terca y coherente en el manejo público de sus ideas e intimista y delicada en la forja de sus relatos. En su literatura, en la que su propia trayectoria vital es la principal materia prima, estas tensiones no es que estén latentes, si no que aparecen explícitas y pormenorizadas, siendo habitual que sean el motor mismo de la narración.

Una complejidad que aparece incluso instalada en el propio seudónimo literario escogido: Assia (Consolación) Djebar (Intransigencia). Que se visibiliza en muchas facetas de su trayectoria. En la elección del idioma impuesto por el dominio francés para pensar y crear, manteniendo la lengua árabe materna para los lances más íntimos de cualquier persona; amar, sufrir, rezar... O en su implicación en la lucha contra la ocupación colonial de Argelia, que le costó la expulsión de la Universidad de París en 1958, y su nueva expulsión de la Universidad de Argel en 1965 por negarse a renunciar al francés frente a la arabización impuesta por el triunfante nacionalismo. O en el ingreso en la Academia Francesa en 2005 -la quinta mujer en conseguirlo, después que Marguerite Yourcenar ocupase uno de sus sillones por vez primera en 1980- y, a la vez, el contundente ejercicio que no aflojó de denuncia y rechazo de la superioridad cultural, ideológica y moral que se arrogan aún demasiados vecinos nuestros del otro lado de los Pirineos.

Sin habitación propia es el relato de ese periodo mágico que va desde los más remotos recuerdos de infancia hasta los turbulentos días de la adolescencia, en que deben tomarse las primeras decisiones trascendentes. Con un padre, profesor de la escuela francesa, tan abierto e innovador como para llevar a su hija a la escuela y enorgullecerse de sus progresos como cerril para montar en cólera cuando la ve subirse a una bicicleta y mostrar las rodillas. Con una madre retraída y discreta que sólo con el tiempo optará por desvelarse y mostrar, afirmar públicamente su propia persona. Con un país, la Argelia sometida, donde la segregación en función del origen, del género y la condición social eran brutales y espeluznantes pero donde también se filtraban por las rendijas de la convivencia rayos de conocimiento, emancipación y arte y se generaban sueños individuales y colectivos. La referencia a las mujeres labrándose su propio porvenir que hizo Virginia Woolf es explícita, tanto como la sensorial descripción que la autora hace de ese ámbito femenino postergado y discreto, en las casas, en los baños públicos, en las bodas y reuniones donde ellas creaban su tejido de complicidades, confidencias y apoyos mutuos.

"Solo reconozco una regla, aprendida y dilucidada, poco a poco, en soledad y lejos de las capillas literarias: no practicar más que una escritura de necesidad.", explicó Assia Djebar. Este empeño en retratarse, en explicarse y encarnarse en la literatura para así servir a sus congéneres, compatriotas, compañeros o lectores como constatación de que emociones, pasiones, limitaciones, anhelos, incertidumbres y sacrificios son intrínsecamente individuales y a la vez necesariamente colectivos, late tenazmente en sus novelas. Sin habitación propia es una poderosa exhibición de memoria y de escritura precisa y personal, que no ensimismada. Que seduce por la cálida minuciosidad con la que se describen escenas, detalles, personajes y ambientes y en el que se recrea ese imperceptible soplo de libertad que luego será un valor esencial en la personalidad del adulto. Puesto que, en efecto, la infancia termina demasiado pronto en los países soleados. 

jueves, 24 de agosto de 2017

Malika Mokeddem: La prohibida



Idioma original: Francés
Título original: L’interdite
Año de publicación: 1993
Traducción: Pilar Jimeno Barrera
Valoración: Muy recomendable

Toda la literatura de Malika Mokeddem emerge de la ciénaga del malestar y el desasosiego generado por la situación de las mujeres en Argelia. Por la manera en que esta sociedad trata y somete a la mitad femenina de su población al ninguneo, a la invisibilización y al desprecio. Un país, la Argelia oficial, tan ufano y orgulloso de su victoriosa revolución, que logró la independencia hace ya medio siglo y en el que también, como sentenció Balzac, las novelas son la historia de su vida privada como nación.
  
Lo son las novelas de Malika Mokeddem, casi todas traducidas al castellano y al catalán, que cuentan siempre la misma historia, la de una mujer de cualquier edad o condición reivindicándose, luchando. Rebelándose contra las reglas impuestas del patriarcado y dejando transpirar por todos los poros de su cuerpo la insolencia y el desafío; mujeres argelinas –africanas y mediterráneas, musulmanas o laicas-, plantándose insumisas ante el dominio y proyectando sensualidad, belleza, tesón, beligerancia, resistencia, talento y lucidez.

Por supuesto, Malika Mokeddem nos está contando su propia historia. Nacida en 1949 en Kenadsa, en el Oeste argelino, a las puertas del desierto del Sáhara, fue la mayor de diez hermanos, o sea, su criada. Un rol cuyo único final posible era ser entregada en matrimonio. Ella encontró una rendija por la que huir. En los libros; allí donde su mente halló el combustible que le permitió volar. Logró iniciar estudios de Medicina en Orán, para luego dar el salto a Francia, donde se especializó en Nefrología, tarea compartida con la escritura. En La prohibida, la historia arranca así: Sultana, una médico establecida en Montpelier regresa a su pueblo después de quince años de ausencia, donde reencontrará algunos de los personajes que dejaron la dolorosa impronta de la tragedia en su infancia y deberá resolver sí les ajusta cuentas y de qué manera.

Allí está Dalila, una solitaria niña de diez años, que encarna, con su voluntad de aprender, entender y soñar, el espíritu y el afán de la libertad, la dignidad y la belleza en pugna por no desaparecer, por mantenerse latente frente a la asfixia del integrismo, el odio, la miseria y la corrupción. Aparece también Vincent, un varón francés al que el transplante de un riñón de una joven argelina fallecida en accidente permite reiniciar una nueva vida con autonomía, curiosidad y avidez de emociones que parecían definitivamente enterradas por la crueldad de la enfermedad: “No eres más que un poco de química desordenada, con una calavera en cada uno de los extremos: híper e hipo; un miedo que baila al giga entre el híper del estrés y el hipo de la neurastenia”. 

La prohibida, rabiosamente actual pese a los veinticinco años de su aparición, va de las estrategias de supervivencia de estos personajes, de la manera en que cada uno de ellos arma su capacidad de sostener unos valores, encarar las adversidades y seguir en la brecha. No es una narración ni elaborada en exceso ni con pirotecnia formal, pues su genuino interés, su potencia literaria, radica en servirnos con la crudeza precisa un relato inapelable y demoledor sobre la incombustible capacidad de la dignidad humana frente al sofocante dominio del fanatismo totalitario, del machismo atroz y de la condición miserable que esta época nuestra impone todavía a tantas mujeres. Y en donde a quien se recusa a bajar la mirada y se atreve a romper el silencio, se le escupe sin cesar la palabra afilada: “Puta”.

martes, 27 de septiembre de 2016

Colaboración: El loco del bisturí de Yasmina Khadra:

Idioma original: francés
Título original: Le dingue au bistouriAño de publicación: 1990
Traducción: Wenceslao-Carlos Lozano
Valoración: Está bien

Mohamed Moulessehoul (Kenadsa, Argelia, 1955) llegó al grado de teniente en el ejército argelino, aunque su verdadera vocación era la literatura. Como en sus libros no se privaba, más bien todo lo contrario, de llamar por su nombre al nepotismo, la corrupción, la arbitrariedad impune y el pillaje de los recursos públicos en el que está instalada la élite político-militar que domina Argelia desde su independencia -una República pretoriana, se le ha denominado- optó por buscarse un pseudónimo femenino, Yasmina Khadra, para mantener un anonimato que una vez consolidado su estatus de escritor y permitirse canjear las armas por las letras, mantuvo como seña de identidad.

Debe Yasmina Khadra una buena parte de su prestigio literario a su comisario de policía Brahim Llob, protagonista de cinco novelas. Traducidas al castellano teníamos La parte del muerto (2004) y la llamada Trilogía de Argel Morituri (1997), Doble Blanco (1998) y El otoño de las quimeras (1998)- así ordenadas por la cronología en que transcurre la acción. Y ahora disponemos también de la que inició la serie y el personaje, El loco del bisturí (1990), que quizás por su condición primeriza no tenga la densa carga de hiel, desolación y amargura que supuraba el Argel de Brahim Llob. Y que se ciñe a una trama más convencional de pesquisa criminal con apenas cuatro pinceladas de color local.

Brahim Llob es un melancólico comisario de policía, huraño, bocazas y misántropo, aunque en El loco del bisturí todavía se nos presenta con grietas morales y dudas existenciales, unos rasgos que después se fueron blindando ante lo que pasó por encima a él y a su país. Que fue nada menos que toda una guerra civil (1991-2002) entre los muy sobrados de integrismo y los muy carentes de integridad y que dejó decenas y decenas de miles de muertos y un enfrentamiento desgarrador y atroz que está recogido y retratado de manera implacable en las páginas de novela negra de Yasmina Khadra.

Así que destacar de un libro que lo mejor es lo que le siguió no es precisamente un elogio, pero es que El loco del bisturí queda apenas como un aperitivo, un complemento ante la potencia de lo retratado en la Trilogía de Argel y, en mi opinión, el mejor libro de los protagonizados por Brahim Llob, que es La parte del muerto.

Musulmán y africano, Brahim Llob es un interesante contrapunto a sus colegas del Mediterráneo septentrional y europeo, como el marsellés Fabio Montale de Jean-Claude Izzo, el siciliano Salvo Montalbano de Andrea Camileri o el ateniense Kostas Jaritos de Petros Markaris, igualmente desencantados y escépticos ante su entorno y circunstancias pero todavía capaces de cierta combatividad a base de ironía y hedonismo, especialmente el gastronómico. Una actitud vital que, en el caso del argelino, acaba por dejarse atrapar por completo por la irreversibilidad del desastre colectivo y la plomiza desesperanza: “Los argelinos sólo reaccionamos en función de lo que nos ocurre, jamás en previsión de lo que pueda ocurrir”.

Firmado: Carlos Ciprés

También de Yasmina Khadra en ULAD: Los virtuosos

viernes, 2 de agosto de 2013

Jean-Michel Guenassia: El club de los optimistas incorregibles

Idioma original: francés
Título original: Le Club des incorrigibles optimistes 
Año de publicación: 2009                  
Valoración: Muy recomendable





Pocas veces he comenzado una novela con más escepticismo que en esta ocasión. Incluso cuando llevaba ya unas decenas de páginas, y aunque no me parecía mal escrita, contaba con un protagonista simpático y su contenido resultaba atrayente de momento, me parecía inevitable que cayese mucho antes de sus 656 páginas. Porque, con aquellas premisas, ¿cómo era posible mantener en alto hasta el final una narración tan extensa sin ser ni Thomas Mann ni Tolstoi? Para mí no era más  que cuestión de tiempo, estaba segura de que, más pronto que tarde, me acabaría decepcionando. Mientras tanto, continuaba leyendo a toda velocidad y, a medida que iba avanzando, más compulsivamente. Pero el grosor de lo que restaba era cada vez menor y mis predicciones seguían sin cumplirse. No solo no encontraba motivos para abandonar el libro, es que su interés iba en aumento, y con rapidez creciente además.

Y es que la facilidad de lectura, si bien nunca ha sido un buen síntoma en sí mismo, tampoco es necesariamente malo. Guenassia no emprende ninguna aventura experimental, sencillamente se sirve, con total corrección, hondura, meticulosidad y coherencia, de esquemas narrativos clásicos. Pese a la crudeza de algunas situaciones y la complejidad de los aspectos que muestra, la prosa es sencilla y directa, abundan el diálogo y la acción, la mirada es clara y sin prejuicios, tal como corresponde a un personaje que no deja de crecer con la historia a la vez que esta crece a nuestros ojos. Ocurre que el ritmo y la verosimilitud, así como la empatía con el lector, consiguen, no solo mantener el interés bien alto, incluso apasionarnos con las peripecias de unos individuos tan entrañables como excepcionales (como muchas personas comunes y corrientes que nunca merecerán la atención de los medios), no solo por lo que son sino por el modo con que se destacan las facetas más luminosas de sus personalidades respectivas.

La acción comienza a principios de los años sesenta, dura unos cuatro años y narra, básicamente, el estado de cosas existente tras la Segunda Guerra Mundial, con el fenómeno nazi y la creación de la Unión Soviética como fenómenos relativamente recientes que han dado lugar a enormes contingentes de exiliados, así como el estallido de la guerra de Argelia y las consecuencias que todo ello tiene en Michel Marini y su multicultural familia.

La inusual precocidad del protagonista puede justificarse teniendo en cuenta que encarna un punto de vista, es decir, además de personaje, también es un recurso literario. No obstante, logra elevarse a la categoría de ser de carne y hueso porque manifiesta una personalidad definida y porque es capaz de lograr que compartamos con él esos primeros pasos de su vida adulta.

Escritor francés de origen argelino, Jean-Michel Guenassia, obtiene con esta novela en noviembre de 2009 el Goncourt des Lycéens, otorgado por los jóvenes franceses a uno de los finalistas del premio. No es difícil adivinar por qué: en ella se analizan las relaciones con el padre y la madre, el descubrimiento del primer amor, el conflicto con los hermanos, el despertar de la vocación profesional, el desafío al liderazgo o la revelación de los propios límites. Pero El club de los optimistas incorregibles es más que una novela de iniciación, investiga muchos de los principales escollos con que puede tropezar el ser humano: la amistad, que nunca es fácil, la relatividad del enamoramiento, la traición, la ideología, la familia, la fidelidad a los propios principios, la solidaridad, los prejuicios, el exilio, la lucha por la supervivencia, la identidad religiosa, los incontables sufrimientos que trajo el nazismo a Europa, las alianzas políticas, el liderazgo intelectual… Enumero y no acabo. De todo ello se sirve Guenassia para reflejar la lucha frente a la adversidad, la capacidad para superar el pasado y sobrevivir en circunstancias diferentes a las habituales hasta entonces, incluso aunque sean mucho peores e incluyan el desarraigo, la pérdida de seres queridos, la categoría profesional, el nivel adquisitivo o el status social.

Un verdadero canto al optimismo, tan innecesario cuando la vida nos sonríe como absolutamente imprescindible cada vez que el barco comienza a hacer aguas.