lunes, 11 de septiembre de 2017

Jose María Guelbenzu: El mercurio

Idioma original: castellano
Año de publicación: 1968
Valoración: Recomendable

Leí por primera vez ‘El mercurio’ hace una buena porrada de años. No entendí nada pero quedé fascinado. El tal Guelbenzu rompía las normas de la literatura, modelaba el lenguaje y los formatos a su antojo. Era una obra libre de ataduras gramaticales, transgresora. No era el único, claro, antes lo había hecho Joyce desde luego, pero la cosa hundía sus raíces incluso mucho antes, ahí estaba Lautrèamont, los surrealistas, Dadá, Roussel. No sólo se retuerce el elemento instrumental (el lenguaje, las normas gramaticales), sino el mismo desarrollo de la narración, la perspectiva se vuelve múltiple, se confunden autor y personaje, el tiempo deja de ser lineal. Todo patas arriba en busca de un objetivo que tampoco está muy claro: se buscan sensaciones, atmósferas, intensidad, ruptura con el realismo precedente. Se obliga al lector a un esfuerzo suplementario para percibir las ideas de forma no convencional, con lo que deja de ser un receptor pasivo y no le queda otra que currarselo, integrarse en el texto. Sufre, y a cambio disfruta de sensaciones diferentes, o eso se supone. En España, por aquello de la guerra y la polarización, quizá había cosas más importantes de las que ocuparse, y hubo que esperar unos cuantos años para disponer de obras que se arriesgasen en estos peligrosos acantilados de la experimentación. Pero mereció la pena: Martín-Santos, Goytisolo, Juan Benet, Torrente-Ballester (¡qué grandes!), se lanzaron sin paracaídas y alcanzaron algunas de las cimas más elevadas de la literatura española en el siglo pasado –al menos en mi modesta opinión. Incluso un tal Cela hizo un par de incursiones notables en ese mundo enloquecido. Y ahí, un pelín más tarde, apareció este Guelbenzu y su primera obra narrativa (por llamarlo de alguna manera): ‘El mercurio’ (1968)

Bueno, vale, vaya speech. La cuestión es cómo se nos presentan estas cosas hoy día, bien entrado el siglo XXI. A estas alturas ya no nos sorprenden mucho ciertas apuestas estilísticas, y algunos de los recursos narrativos que eran rompedores hace medio siglo nos resultan más o menos familiares. Se puede decir que en el terreno de la audacia ya se llegó todo lo lejos que se podía, y en las últimas décadas la narrativa se ha vuelto quizá más conservadora, con algunas aportaciones sobre todo en el terreno de la estructura, y no mucho más. Todo sea dicho en términos generales, con las lógicas excepciones y a la espera de que alguien más experto me sacuda el correspondiente tomatazo.

A lo que iba. Quizá en estas circunstancias, con una perspectiva temporal mucho más amplia, la fascinación que decía al principio por obras como ‘El mercurio’ se difumina para permitir un juicio un poco más objetivo. Efectivamente, Guelbenzu llegó muy lejos en su osadía, quizá más que la mayoría de sus coetáneos. Tampoco olvidemos que era su primera obra narrativa (hasta entonces sólo había escrito poesía), con lo que puede suponerse que esa creatividad explosiva estaba en su punto más elevado, sin el freno que puede aportar la experiencia. De esa forma, se ve que el autor hace explotar toda la pirotecnia sin escrúpulos, tal vez de forma un poco desmedida. La novela es así una sucesión de golpes a un proceso de lectura digamos normal, empezando por la numeración de los capítulos, continuos saltos en el tiempo y cambios de plano, páginas sin puntuación ninguna o escritas de derecha a izquierda, por supuesto monólogos, a veces entreverados con un relato aparentemente lineal, metaliteratura con el autor como personaje integrado en un libro dentro de otro libro. Vamos, de todo. Eso sí, sin ocultar que la prosa de Guelbenzu, cuando se pone en plan clásico, es elegante y eficaz al cien por cien.

Ah, bueno, claro, el argumento. Pues básicamente tenemos a un grupo de jóvenes intelectuales madrileños entre los que se desarrollan líneas argumentales más o menos relevantes: la pérdida de una amante, el proceso creativo del escritor, reuniones sociales más o menos apetecibles o directamente catastróficas, un colega con una neura importante. Son personajes desubicados, insatisfechos, que buscan su camino en una ciudad que se nos pinta como agresiva e inhóspita, entre el jazz, la literatura y amores que pretenden sean libres y diferentes a lo establecido. En definitiva, elementos muy de la época, que ni llaman mucho la atención ni tampoco conforman una trama demasiado definida.

Pero, aunque en este campo de la literatura hay narraciones a mi juicio más sólidas que ésta, digamos que es admisible que el argumento, al menos en su concepto tradicional, pase a un segundo plano. Estos libros hay que tomarlos como son: experimentos estilísticos arriesgados que tienen el mérito de haber abierto caminos y ampliado los horizontes de la literatura. Con el tiempo, muchos de sus recursos han sido trabajados por otros autores y asimilados por el público, y otros no. Como lectores de narrativa, quizá no muy aficionados a estas aventuras, costará trabajo disfrutar con los obstáculos que el autor nos coloca; pero creo que merece la pena hacer el esfuerzo y conocer otra forma de contar las cosas.

9 comentarios:

Pablo M dijo...

Pues no me entran ganas de leerlo, la verdad. El cemento y los ladrillos están al servicio de la casa. No al revés.

Si la forma y estilo de narrar no permiten disfrutar del relato ( y disfrutar incluye entenderlo), entonces no son una buena forma ni un buen estilo. Por muy originales que sean. O sea, que en tal caso no suman sino que restan. Es mi opinión.

Oriol dijo...

Quizás haber estudiado Bellas Artes y ver este tipo de propuestas que tienden más a lo experimental en disciplinas como la pintura ya me ha acostumbrado a ellas, pero lo cierto es que las disfruto y valoro, como parece ser el caso de Carlos.
Evidentemente, yo no acostumbro a buscar en ellas una historia, porque si la ofrecen, ni su estructura ni las estrategias narrativas y estilísticas que la componen son las habituales. Es más una búsqueda de otra forma de expresar, una exploración de un lenguaje orgánico supeditado a otras cosas que a una trama, lo que se hallara.

Oriol.

Unknown dijo...

Dentro de esta narrativa experimentalista me atrevo a recomendar La saga fuga de j/b que me parece una novela deliciosa. No asi Oficio de tinieblas 5 de Cela, que me parece indigna de mi paisano.

Carlos Andia dijo...

Pablo y Oriol sintetizan muy bien las dos posturas frente a este tipo de literatura, y la cosa está clara: cada uno lee exactamente lo que le atrae o le apetece, hay quien no tiene ningún interés en torturarse con experimentos, y hay a quien le gusta bucear en esos ambientes. Todo es respetable, y seguramente todos nos movemos hacia una y otra postura según el momento. Y bueno, tampoco exageremos, tanto el libro de Guelbenzu como otros en esa línea resultan legibles para cualquiera, aunque sí requiere digamos una óptica un poco diferente.

Coincido totalmente con la opinión de Jose Angel sobre 'La saga/fuga de JB', que desgraciadamente ninguno hemos considerado oportuno (o nos hemos atrevido a) traer el blog. Ejem.

Muchas gracias a los tres por vuestra aportación.

Javier Ventura dijo...

Me sumo a los elogios de "La saga/fuga de JB". De hecho, creo que es la novela española que más me gusta de todos los tiempos. Desde luego, se la recomiendo a todos los que no la hayan leído. Tiene el experimentalismo justo y necesario, y desborda imaginación por todos lados. Es maravillosa!

zUmO dE pOeSíA (emilia, aitor y cía.) dijo...

No creo que sea buena idea sacrificar la (comprensión de la) trama por el fulgor del estilo. No al menos en novela. El portugués Lobo Antunes pudo ser un escritor mucho más seguido y disfrutado de lo que es, si hubiera atenuado el sacrificio de sus historias noveladas al (ciertamente admirable) estilo con que las cuenta. La comprensión del relato no debería ser inmolada en el altar de la forma. De hecho al final el estilo narrativo de Lobo Antunes se aprecia y disfruta más en sus "crónicas" (especie de cuentos), que sí se entienden, que en sus novelas.

Sandra Suárez

Carlos Andia dijo...

No creo que se trate de sacrificar la comprensión a un despliegue de recursos formales porque sí. Entiendo que lo que se busca es transmitir determinadas cosas que se supone que la narrativa 'tradicional' no resulta suficiente para hacerlas llegar al lector. A veces no es tanto una trama al uso, sino sensaciones, situaciones. El autor experimenta maneras de trasladar todo eso, a veces resultan y otras no tanto. Y a veces nos interesa mucho lo que nos llega y a veces no. Sobre Lobo Antunes tenemos en el blog al maestro Santi, que es un especialista en la materia; por mi parte, confieso que no lo he leído nunca.

Y ya tenemos un entusiasta más de Torrente-Ballester! Será cosa de hacer una petición popular para que alguien se anime a reseñarlo.

Muchas gracias a Javier y Sandra por los comentarios.

Interlunio dijo...

La reseña y los comentarios de Carlos me parecen redondos. Muy acertados. Bernhard, Girondo, Bellatin, no serían lo que son sin ese toque "experimental" que los identifica. ¿Que podrían ser mejores? No puedo, siquiera, imaginarlo. No me interesa hacerlo tampoco. Serían otros.
Dicen que los libros son de los lectores. En segundo plano, no lo dudo. Pero en la cocina, en su creación, los libros son de quien los escribe. Venderlos, no venderlos, llegar, no llegar, es una opción que ellos eligen y, lo que les da más merito aún, son quienes pagan las consecuencias de ello. No todos disfrutamos con lo mismo. Es una suerte que haya variedad de colores.

Carlos Andia dijo...

Muchas gracias, Interlunio. Coincido en que el riesgo que asume el autor es algo de lo que también se puede disfrutar (cuando es eficiente, claro). De todas formas, la pluralidad de opiniones es lo que hace interesantes estas charlas.

Gracias por participar.