jueves, 27 de julio de 2017

Henrik Ibsen: Juan Gabriel Borkman

Idioma original: danés
Título original: John Gabriel Borkman
Traducción: Ricardo Baeza
Año de publicación: 1.896
Valoración: Recomendable


Si no estoy equivocado, ‘Juan Gabriel Borkman’ es una de las últimas piezas teatrales de Henrik Ibsen, de quien ya hemos hablado en el blog en un par de ocasiones (ver enlaces abajo). Ibsen pasa por ser uno de los más relevantes dramaturgos de los últimos siglos, reformador del lenguaje teatral y admirado por numerosos autores, entre ellos, de forma muy destacada, por James Joyce. La obra a que me refiero no es de las más famosas del autor noruego, pero –dentro de mi muy limitado conocimiento- considero que no es para nada una obra menor.

El señor Borkman era un director de Banco –eso en la época de Ibsen debía ser muy importante, también tenía ese cargo el Thorvald de ‘Casa de muñecas’-, aunque con funciones más parecidas a lo que hoy llamaríamos un asesor financiero. Afectado por cierto grado de megalomanía, Juan Gabriel no se corta un pelo, y dilapida los ahorros de sus clientes (aunque no de todos) en lo que también hoy llamaríamos inversiones de alto riesgo. El resultado: un montón de gente que pierde hasta el último céntimo, Borkman enchironado y su familia arruinada tanto en su bolsillo como en su prestigio. Vamos, un supuesto de palpitante actualidad, con la notable diferencia de que hoy no está tan claro que el patrimonio del estafador quede afectado por el delito. Pero no nos enrollemos.

Aparte de sus actividades mercantiles, Borkman debió también decidir, años atrás, entre dos hermanas, Ela y Grunhilda. Naturalmente eligió la peor opción, la inhumana Grunhilda, que después nunca le perdonó la humillación a que les llevó el fracaso. Las dos mujeres no sólo se disputaron marido en su momento, sino que ahora pretenden atraerse al joven Erhart, pugnando la maternidad biológica de Grunhilda con la afectiva de Ela, que le tuvo a su cuidado durante años. Algo nos recuerda la dualidad que presentaba Unamuno en ‘La tía Tula’. Entretanto, Juan Gabriel lleva años viviendo completamente solo en el piso superior, rumiando su desgracia.

Todo un panorama realmente crudo en el que los personajes se disputan el derecho a defender sus sueños. Aquí reside la clave de la obra, una lucha amarga entre los tres vértices de ese triángulo, figuras cargadas de amargura y reproches que buscan un último asidero para evitar el naufragio total. Borkman –a quien se le empieza a ir la olla- sueña con el regreso a la cúspide, el éxito y el reconocimiento, un resurgir de las cenizas fundamentado en la nada. Algo similar –e igual de disparatado- es lo que anhela Grunhilda, la rehabilitación de nombre y fortuna a través de su hijo. La mujer, vieja y reconcomida por el resentimiento y los celos, tampoco atina a distinguir el deseo de la realidad. A su vez Ela, gravemente enferma, pretende llenar lo que le queda de vida con los rescoldos del viejo amor de Gabriel, que supone vivos, y con alguna forma de materialización de su maternidad siempre incompleta.

En ese mar de sueños irrealizables surge el ímpetu de Erhart. El joven es ajeno a las maquinaciones de sus mayores y muestra un alma limpia y resuelta a vivir su propia vida. Ibsen se sirve del muchacho para lo que tanto gusta al dramaturgo noruego: dinamitar las convenciones sociales de la época y poner en valor la libertad de los colectivos más alienados (jóvenes, mujeres).

Confieso que me encanta el teatro escrito, la capacidad para retratar a un personaje con sólo las palabras que pronuncia, unos pocos detalles sobre sus gestos o sus movimientos. E igualmente, el talento para poner al espectador/lector en situación, darle a conocer hechos que no ocurren en escena pero que son decisivos para entender lo que se nos cuenta. Todo ello lo hace con eficiencia Ibsen, y nos conduce así al interior de un argumento en el que nos sumergimos sin dificultad desde el principio. Nos seduce además con personajes ricos, interesantes, incluso aunque queden limitados a apariciones muy breves y casi colaterales, como la fascinante señora Wilton. Si además se ponen sobre la mesa cuestiones de calado como las que he comentado, y el autor tiene destreza para colocar unas gotas de ironía en medio de la tragedia, tenemos una muy estimable obra teatral como la que hoy tengo el gusto de comentar.

5 comentarios:

Marc Peig dijo...

Hola compañero uladiano. Muy buena reseña! Como aficionado al teatro que soy, he visto las representaciones teatrales de "Un enemigo del pueblo" y "El pato salvaje" (ambas muy buenas, especialmente está última). Si te gusta el teatro (también escrito), ¡te la recomiendo muchísimo!
Saludos
Marc

Juan G. B. dijo...

Hola:
Coincido con Marc en la excelencia de ls reseña; más aún cuanto que se trata de un género que quizá no frecuentamos lo suficiente en los últimos tiempos.
¡Buen trabajo!

Carlos Andia dijo...

Muchas gracias camaradas. Viniendo de vosotros, el elogio tiene más valor.
Por mi parte tengo en cartera más teatro, en concreto Valla-Inclán que para mí es el número 1. Respecto a Ibsen, "El enemigo del pueblo" si creo haberlo visto representado, igual le hago una visita.
De nuevo gracias a los dos. Saludos!

Juan G. B. dijo...

Hola:
Coincido con Marc en la excelencia de ls reseña; más aún cuanto que se trata de un género que quizá no frecuentamos lo suficiente en los últimos tiempos.
¡Buen trabajo!

mabel sara benedini dijo...

HOla. Acabo de leer esta resulta clarísima. En qué escena está la conversación entre las dos hermanas distanciadas? Alguno de ustedes me podría decir? Gracias!