Título original: The Soul of the Marionette. A
Short Inquiry Into Human Freedom
Año de publicación: 2015
Valoración: Muy recomendable
Quizá, a estas alturas, cueste un poco interesarse por una obra que
habla de la libertad, incluso si su título es así de sugerente, el tema parece
ya bastante trillado y nos imaginamos enfrentados a otro sesudo estudio avalado
por una ristra de citas. No es así: el apoyo bibliográfico existe pero se
entremezcla con las propias reflexiones explicitándose solo en las notas
bibliográficas anexas; las teorías, si bien profundas y algo complicadas a
veces, se exponen de forma fluida, amena y llena de resonancias literarias.
Hay que distinguir entre este John Gray –filósofo especializado en
política, de nacionalidad británica, nacido en 1948– y su homónimo, solo tres
años más joven, natural del estado de Texas y cultivador de la autoayuda.
Según las teorías gnósticas, el ser humano no puede liberarse más que a
través del conocimiento. Tanto estas como las tradiciones místicas (estoicismo,
taoísmo, los monoteísmos en general) abogan por una libertad interior, al
margen de la conciencia superficial que le arrastraría a elegir constantemente.
Todo esto se acerca bastante al determinismo moderno, que al ligar al ser
humano con sus condicionamientos
genéticos, lo convierte en mera marioneta colgada de los hilos biológicos. Solo
a través de la ciencia (de nuevo, el conocimiento) llegaríamos a emanciparnos de
las leyes naturales y perderíamos nuestra condición biológica como único requisito
para alcanzar la libertad.
Esta liberación no estaría al alcance de la generación que se lo propusiera,
la especie habría de evolucionar reinventándose a sí misma, haría falta crear una
especie de homúnculo al estilo del Frankenstein que imaginara Mary Selley hace ya
dos siglos, o del androide femenino creado por el francés Auguste Villiers de l'Isle-Adam en su misógina La Eva futura.
Pero estas utopías, aunque los avances técnicos lograsen hacerlas realidad, no llegarían
nunca a alcanzar el ser superior que desean ya que sus creadores transmitirían inevitablemente
a su obra, junto con las cualidades, todos los defectos humanos.
Todo ello se encontraría condicionado por la cuestión, nunca resuelta, de
si este mundo nuestro avanza o no hacia un propósito diseñado por una entidad superior
(el buen dios que defienden las religiones y no demiurgo malvado e imperfecto),
lo que avalaría la idea de progreso generada por el cristianismo y continuada por
la actual mentalidad laica. Claro que otros sistemas fueron menos optimistas, los
aztecas por ejemplo, apostaron por un caos originario, una maquinaria destructiva
que podría paralizarse eventualmente aplacando a los dioses por medio de sacrificios
humanos. Una forma de pensar que, desde nuestra perspectiva, nos puede parecer inhumana,
pero, si reconocemos, para variar, que la humanidad se sigue matando, con otros
procedimientos pero idéntica fruición, que, sin ir más lejos, el siglo XX ha sido
pródigo en masacres por mucho que nos esforcemos en disfrazarlas y que el XXI lleva
el mismo camino, concluiremos que, aunque nos esforcemos en identificar civilización
y humanidad, nuestros genes contienen también barbarie y en proporciones bastante
parecidas. Esto se debe a que “el ser humano
es el único animal que busca sentido a su vida matando y muriendo por motivos ridículos”.
Ni siquiera hay que recurrir a las guerras de religión: Occidente, interviniendo
en civilizaciones de las que lo ignora todo con el insensato propósito de instaurar
en ellas su idealizada democracia, lleva tiempo contribuyendo con toda su energía
a propagar violencia y destrucción. De momento, en esta parte del mundo, los mass-media
transmiten una sensación constante de alarma moderada que proporcionaría la estabilidad
deseada por los grandes poderes. Aunque la tranquilidad que el ciudadano desea conlleva
una perpetua intromisión en las vidas privadas, con la globalización desaparece
el control vecinal que existía en las comunidades reducidas sustituyéndose por la
vigilancia globalizada a cargo de gobiernos, empresas y hasta mafias, lo que conlleva
una destrucción de la intimidad sin retorno posible.
La tecnología, además de observar, constituye un vehículo de transmisión
insuperable, las redes sociales han conseguido poner en marcha todo tipo de movimientos
. “Promocionadas como fuerzas unificadoras,
las nuevas tecnologías de la comunicación se están utilizando como armas.”
Yendo más lejos, lo tecnológico podría dar un paso más y llegar a independizarse
de nosotros. “Algunos creen que los ordenadores
pronto pasarán el test de Turing y exhibirán una conducta inteligente que no se
distinguirá de la de los seres humanos”. ¿Es posible esperar una nueva ola de
adelantos tecnológicos en la que los seres biológicos se extingan para ser sustituidos
por entidades cibernéticas? “Intentando rehacer
el mundo a su imagen y semejanza, la humanidad está creando un mundo post-humano.”
Gray plantea la posibilidad de un escenario
convulso, dominado por una maraña de virus informáticos.
No obstante, puede que esta incertidumbre conlleve algo bueno, que –en contra
de los que abogan por la libertad que aporta el conocimiento– no saber lo que nos
depara el futuro nos libere en lugar de esclavizarnos. Para ser verdaderamente libre
habría que convertirse en marioneta, “… su
mente común le proporcionará todo lo que necesite. En lugar de imponer sentido a
su vida, se contentará con dejar que el significado venga y se vaya.” “Las Über-marionetas no tienen que esperar a poder
volar para ser libres. Al no pretender ascender a los cielos, pueden encontrar la
libertad cayendo a la tierra.”
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