Título original: In the morning I’ll Be Gone
Año de publicación: 2014
Traducción: Eduardo Hojman
Valoración: Recomendable
De los conflictos sectarios que la civilizada Europa ha cobijado en su regazo desde el fin de la II Guerra mundial, el del Ulster formaría parte con letras de oro en esta arraigada y viva tradición de fanáticos enconamientos, cerrilidad y dogmatismo. Afortunadamente, desde hace unos años los patriotas de ese territorio, más reducido que la provincia de Cuenca, intentan convivir con sus desavenencias y sus credos sin liarse a balazos, aunque solo sea después de pasarse tres décadas practicando el tiro al adversario, con un saldo de más de 3.500 asesinados y una sociedad fracturada por el desprecio y el odio al diferente y un enorme acopio de dolor por tantas vidas cercenadas, absurdamente truncadas.
Ahora es el momento para que eruditos, universitarios en busca de tesis y académicos varios se ganen la vida con sus canónicos relatos. Pero también tenemos la opción de los escritores; y la que nos ofrece Adrian McKinty (Belfast, 1968) con su Trilogía de los Troubles (Problemas) que cierra Por la mañana me habré ido es igualmente pertinente, valiosa y cautivadora. McKinty retrata aquel infierno que fue el Ulster del primer lustro de los ochenta a través de los ojos de Sean Duffy, joven, licenciado, católico, detective de las RUC (policía que en aquellos años estaba conformada en un 85% por protestantes, lo que la hacía especialmente odiada por los irlandeses republicanos y blanco predilecto de sus acciones terroristas).
Duffy es un tipo que trata de sobrevivir en el marasmo de la confrontación intentando hacer su trabajo, pese a que la verdad no cotizaba excesivamente al alza en ninguno de los bandos enfrentados con su pléyade de lugartenientes, buscavidas, oportunistas, crápulas, peones, recaudadores, oficiales y generales cuyo objetivo era retener, mediante las siglas o las armas, el ínfimo, pequeño o mediano territorio de poder que les proporcionaba la situación de enfrentamiento armado. Así que Sean Duffy va por libre, exhibe con sus impertinencias una enorme capacidad de irritar a unos y otros y utiliza su indomable sarcasmo para retratar y dejar en evidencia la asfixiante, cruel y mezquina atmósfera que empapó los seis condados nororientales de Irlanda, con brujos del calibre del reverendo Ian Pasley o Gerry Adams, -que por cierto, acabaron negociando años después cómo se repartían el poder; uno, First Minister; el otro, Deputy Fisrt Minister.
Quizás en esta entrega Sean Duffy, que es recuperado por el MI5 del puesto de vigilancia de caminos de frontera donde había sido degradado, no muestre tanta petulancia y desparpajo como en Cold Cold Ground (2012) y Oigo sirenas en la noche (2013) y adquiera un tono más reflexivo e incluso se permita algún ramalazo de melancolía. El madero que daba sablazos para autoconsumo a las drogas incautadas en el almacén de la comisaría, se tragaba el vodka con lima por botellas y se pirraba por los grupos en la cresta de la nueva ola se ve inmerso en una doble trama que entremezcla un clásico de la novela detectivesca como es el misterio de la habitación cerrada, con la persecución de uno de los rutilantes héroes del IRA con el que compartió pupitre escolar y gusto por una chica. Incluso puede que Sean Duffy queme sus últimos cartuchos como personaje literario y recuperando los versos que cantaba Tom Waits -del que en efecto, están tomados todos los títulos de la serie- en I’II Be Gone: “Cogeré cada sueño que aún respire,/ encontraré cada barco que vaya a zarpar/ dispararé a todas las luces del café,/ y por la mañana me habré ido”.
Firmado: Carlos Ciprés
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