sábado, 2 de marzo de 2024

Jorge Icaza: Huasipungo

Idioma original:
español
Año de publicación: 1934
Valoración: recomendable como lectura, imprescindible como documento
 
Hay libros que quizás no sean lecturas agradables o particularmente placenteras; que quizás no se transformen en tu libro favorito, ese al que vuelves una y otra vez, y que regalas a todas tus amistades a la primera oportunidad; pero que sin embargo constituyen documentos imprescindibles para comprender un lugar y una época, para denunciar opresiones o injusticias a través de la ficción. Ese es el caso de Huasipungo, una obra cuya lectura puede ser ardua (por su forma y por su contenido), pero que ofrece un conmovedor e impactante testimonio de la situación de explotación inhumana en la que se encontraban los indígenas en el Ecuador de comienzos del siglo XX.

Para ofrecer este testimonio, la novela explora y entrelaza los destinos de dos hombres bien diferentes: Alfonso Pereira, el dueño de una extensa y mal gobernada plantación en el interior de Ecuador; y Andrés Chiliquinga, un indio de la hacienda de Pereira acosado por la desgracia, la miseria y la injusticia. Al comienzo de la novela, Alfonso Pereira, hostigado por su tío y por un inversor estadounidense (pero también por el embarazo no deseado de su hija) decide trasladarse a sus propiedades de Cuchitambo, para supervisar la instalación de una explotación maderera y la construcción de una moderna carretera. Vemos, así, que la situación de miseria y práctica esclavitud en la que vivían los indígenas (con sus "huasipungos", pequenas parcelas de tierra cedidas por los terratenientes, como única posesión) se ve empeorada aún más, con la imposición de nuevos trabajos, nuevas violencias, nuevas injusticias. 

La crítica de Jorge Icaza es implacable: tanto el poder económico (representado por Pereira y por el señor Chapy, con su deseo de enriquecimiento a cualquier coste), el poder político (representado por el teniente político Jacinto Quintana) o el poder religioso (en la persona de un cura avaricioso, lujurioso y sin escrúpulos), todos demuestran el mismo egoísmo, la misma deshumanidad, el mismo desprecio por los indios, a los que tratan como posesiones reemplazables y molestas. Tampoco los propios indígenas aparecen en absoluto idealizados: son seres alcoholizados, violentos con sus mujeres, negligentes con sus hijos, supersticiosos, sumisos. Es obvio que la simpatía del narrador (y del autor) están de su parte, pero eso no significa que se los eleve a la categoría del "buen salvaje".

Como decía al principio, esta puede resultar una lectura algo ardua, en primer lugar porque no se escatiman detalles en la descripción de las numerosas violencias (psicológicas, físicas y sexuales) que se ejercen sobre los indios o, en menor medida, los "cholos", o de las condiciones miserables e infrahumanas en las que viven los indígenas. (La escena en la que los indios, incluidos Andrés y su familia, consumen carne podrida de buey es paradigmática en este sentido). Por otra parte, hay un esfuerzo consciente (y progresivo a medida que avanzaban las ediciones de la obra) por representar con fidelidad el habla de los indios, que mezcla un español deformado con palabras y estructuras propias del quecha; aunque la novela incluye un útil glosario al final, puede resultar difícil comprender algunos diálogos, sobre todo al principio de la lectura.

Que el principal valor de la novela sea su carga de denuncia de una opresión inhumana, no quiere decir que carezca de virtudes o valores estéticos: las causas más justas pueden dar lugar a obras artísticas infumables, pero no es este el caso. En primer lugar, cabe destacar la inteligencia y eficacia de la estructura narrativa, que combina la alternancia de focos (entre Pereira y Andrés) anteriormente mencionada, pero también una progresión o adensamientod e los conflictos que llevan a un desenlace inevitable. También sorprende la belleza (aunque sea una belleza terrible) de ciertas páginas o ciertas descripciones de paisajes, personajes o situaciones, o la potencia de muchas escenas, como aquella en la que un indio queda atrapado en el lodo en medio de la corriente durante la construcción de la carretera. 

Por todo ello (su capacidad de denuncia, unida a su magistral composición, Huasipungo está considerada como una de las principales representantes, si no el principal, de la novela indigenista, a la que también pertenecen Los ríos profundos de José María Arguedas o El mundo es ancho y ajeno de Ciro Alegría. Se trata de un subgénero específico de Hispano-América, pero que puede relacionarse con el desarrollo del realismo social en otras latitudes o tradiciones. Así, el grito con el que acaba la novela ("¡Ñucanchic huasipungo!", "¡el huasipungo es nuestro!") trasciende su ámbito concreto, para convertirse en un grito solidario con muchos otros: el grito de los oprimidos que se rebelan contra sus opresores.

1 comentario:

Anónimo dijo...

¡Qué casualidad!
He empezado a leerlo hoy, se propuso como una lectura del club de lectura para homenajear a una integrante del club y su cultura.