domingo, 3 de marzo de 2024

Volker Ullrich: Ocho días de mayo

Idioma original: alemán

Título original: Acht Tage Im Mai

Traducción: Teófilo de Lozoya y Juan Rabasseda Gascón

Año de publicación: 2023

Valoración: Muy recomendable


Aunque hayan pasado casi ochenta años, parece que no dejamos de descubrir nuevos horrores acerca del nazismo. Y aunque el libro que nos ocupa se limita en principio a los ocho días que siguieron a la muerte del dictador, es más que suficiente para estremecerse con episodios que darían, cada uno por sí solo, para un libro o una película de esos que le dejan a uno con mal cuerpo. Así que tras una cubierta casi tópica de la literatura de guerra (contundentes caracteres en rojo sobre fondo claro, con foto de soldados en blanco y negro) vamos a conocer esa muy breve pero apasionante etapa de la Historia reciente.

Hitler se quitó de en medio junto con Eva Braun en el bunker de Berlín el 30 de abril de 1945, cuando el Ejército Rojo se encontraba ya a las puertas de la ciudad y una buena parte del territorio del Reich estaba bajo el control de los aliados. Su voluntad de eludir responsabilidades cuando la guerra estaba ya más que perdida contribuyó a aumentar el inmenso baño de sangre. Como testamento político, por llamarlo de alguna manera, dejó nombrado un Gobierno de gestión encabezado por el almirante Dönitz, que duraría exactamente los ocho días que describe el libro.

La desaparición del Führer, que fue conocida en los días siguientes, dejó, según dice Ullrich, varios tipos de sensaciones: la fundamental, de alivio al vislumbrarse el final de la pesadilla, pero también de indiferencia entre la población alemana y, a efectos prácticos, de desorientación y desbandada entre las unidades militares todavía en activo y entre los fieles que de repente se encontraron sin alguien a quien obedecer. La consecuencia fue naturalmente un caos todavía mayor, del que fueron presa los propios mandos de la Wehrmacht, los responsables territoriales del régimen, o los grupos que custodiaban los campos de concentración o los batallones de extranjeros esclavizados. 

‘Era como si aquellos sátrapas, que habrían estado dispuestos a seguir las últimas órdenes sin rechistar, se hubieran convertido de nuevo en individuos capaces de actuar y de pensar por su cuenta’

La reflexión procede de una antigua funcionaria del Reich. Y por supuesto deportados, represaliados y en última instancia, la población civil serían una vez más las principales víctimas de la confusión.

La narración de Ullrich se basa en una multitud de documentos y testimonios, muchos de ellos de civiles, memorias o diarios de personajes relevantes o de ciudadanos anónimos, buena parte de los cuales eran inéditos hasta la fecha, según he leído. De manera que el relato, sin desconocer por supuesto los hitos militares o políticos decisivos, desciende a episodios menos conocidos, como la rendición unilateral de algunos dirigentes nazis deseosos de salvar el pellejo, el descubrimiento de la mina de sal en la que Hitler quiso esconder su colección particular de arte, o los coletazos furiosos de los últimos incondicionales ante la evidencia de la derrota.

Todo ello, claro está, envuelto en escenas espeluznantes, como el suicidio de los Goebbels, al que arrastraron a sus propios hijos, las múltiples violaciones en la zona de ocupación soviética, los suicidios en masa de Demmin, la tragedia del Cap Arcona, o las marchas de la muerte, en las que miles de personas en condiciones ya extremas fueron sacadas de los campos de exterminio y obligadas a deambular de un lugar a otro sin un destino concreto. Las atrocidades no parecen tener límite. El autor toma pie además en acontecimientos de aquellos días de mayo para seguir la pista de hechos anteriores que alimentan aún más el espanto, como la masacre de Lidice en represalia por el atentado contra Heydrich, el carnicero de Praga, o la barbarie represiva de Seyss-Inquart en la región neerlandesa donde gobernaba. 

Pero no hay que equivocarse, no es en absoluto un libro sensacionalista ni se regodea en la sangre, para nada. Con el mismo sistema, es decir, partiendo de algún hecho acaecido en esos días caóticos, se detiene también en examinar la trayectoria y vicisitudes de personajes que entonces o después formaron parte de la Historia, como Anne Frank y su familia, los futuros cancilleres Adenauer o Helmut Schmidt, el científico Von Braun o el líder comunista Walter Ulbricht. Todos ellos tuvieron su papel en esas jornadas en que se consumó el derrumbe de un Estado y un ejército que parecían en camino de dominar el mundo, y que vivieron su fin de forma tan patética y humillante. 

Nos quedan sin embargo otros aspectos quizá todavía más interesantes. La aparente abducción que la ideología y el liderazgo nazis consiguieron ejercer sobre tanta gente merecen un profundo estudio que no sé si se ha llegado a hacer. Pero lo más importante: ¿cuál fue la actitud de la mayoría del pueblo alemán durante esos más de diez años de locura, y cuando todo estaba a punto de terminar?

‘El Führer, otrora idolatrado, fue declarado persona inexistente, un demonio con figura de hombre, de cuyas diabólicas artes de seducción nadie había podido defenderse. De ese modo, la gente se eximía de tener que rendir cuentas por su propia complicidad con el nacionalsocialismo. Si alguien tenía la culpa de los crímenes era Hitler, y luego Himmler y su pandilla. La gente no había tenido nada que ver con aquello’.

O no se habían enterado porque no vieron nada. O miraron para otro lado. Una valoración muy parecida a la que hacía Kracauer y buen número de otros autores. No es fácil, desde luego, ni quizá sea demasiado justo repartir culpas desde la comodidad del teclado de un ordenador. Pero ahí queda la cuestión, planteada al final de un libro imprescindible para quien quiera conocer más de cerca el horror de un periodo cuya herencia parece asomar de nuevo por todas partes.


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