Idioma original: ruso
Título original: Книга
воды (como se diga)
Traducción: Tania Mikhelson/Alfonso Martínez Galilea
Año de publicación: 2019
Valoración: Se deja leer
Por una vez, la cubierta de un libro representa una síntesis
casi perfecta de su contenido, como un pequeño jeroglífico: dos condones y una
bala son –más o menos en esa proporción- los elementos que definen el contenido
de El libro de las aguas y, por extensión, a su autor. Eduard Limónov murió
hace solo unos meses, con su estrella de enfant terrible tal vez ya declinando.
De él se ha dicho que era una aleación entre Stalin y Johnny Rotten, a la que
yo añadiría por ejemplo algo de la fatuidad de algún escritor que no voy a
mencionar, y unas gotas de realismo sucio, desde luego en su prosa, no sé hasta
qué punto en su propia vida. Se completaría así la semblanza de un escritor,
aventurero, activista, megalómano, acelerado, ególatra, un tipo con bastantes
aristas.
Limónov fue fundador (y naturalmente, dirigente) de varios
partidos políticos en la Rusia post-soviética, el más conocido de los cuales
llevaba el paradójico nombre de Partido Nacional Bolchevique, una especie de
milicia situada en esa zona oscura donde no se distinguen la extrema izquierda
y la extrema derecha. Moviéndose en esos círculos, nuestro autor se apuntó a
distintos episodios bélicos donde se defendiese la dignidad del mundo eslavo
(la exYugoslavia, o Transnistria) o la integridad de la nación rusa (Cáucaso,
Asia Central). Vamos, que disfrutaba el hombre, siempre rodeado de sus fieles,
en rudos escenarios donde corriese en abundancia el vino y/o el vodka mientras
exhibía su imagen de tipo duro. La bala.
En otras épocas Limónov –que proviene del proletariado raso-
da tumbos por Nueva York, París o Roma, siempre engrosando una larga lista de
conquistas femeninas, actividad que por lo visto le reporta una satisfacción
semejante a las correrías por las diferentes guerras civiles. Satisfacción
física, se supone, pero sobre todo alimento para su insaciable ego. Vean: ‘Mis
mujeres siempre han desencadenado la histeria, la de todo el mundo y en todas
partes. Así han sido las mujeres que he elegido, y así han sido las mujeres que
me han elegido a mí.’ Hay bastantes más perlas como esta, pero no voy a cansar
con repeticiones. Ahí están los condones.
Y así nos encontramos El libro de las aguas, escrito en su
mayor parte en prisión en 2002, y que es una especie de autobiografía. O más
bien una enorme exhibición del gran Limónov para admiración de las generaciones
presentes y futuras, anhelo de las mujeres y envidia de los hombres. Se diría
que este caballero protagonizó su propia película, o vivió como vivió
justamente para poder contarlo en sus libros, de parecida forma a como por lo
visto Julio César invadió la Galia desechando otras opciones solo para
ambientar adecuadamente su conocido y soporífero libro. Así que Eduard defiende
abiertamente el género biográfico, que al parecer ha explotado de forma
reiterada: 'Mis libros son mi biografía, todos de la serie ‘Vidas ilustres de
grandes personajes’, dice el tío.
Es desde luego una biografía peculiar, porque se trata de
fragmentos que se ensartan de forma más o menos aleatoria sobre el hilo
conductor de las aguas (mares, ríos, fuentes, baños) presentes en los muy
diversos escenarios en los que Limónov desarrolla sus aventuras. Ese vínculo
–el de las aguas- es tan elegante y sutil que hasta me parece impropio del
autor, y es en mi opinión el mayor acierto del libro, el que lo dignifica y
hace posible el hermoso título. El libro arranca con un tono que recuerda a otro
texto de parecida naturaleza, el de aquel Blaise Cendrars que rescataba
imágenes de su vida (y una dosis desconocida de autoficción, tal vez) para
transmitir su entusiasmo por disfrutar de los placeres del momento. Ese aire de
bon-vivant, de tipo viajado y conocedor de lo bueno, lo refleja también Limónov
en las orillas del Adriático o del Sena, con sus milicianos o con su acompañante
rusa de turno.
El problema es que, despachadas las primeras ochenta o cien
páginas, el repertorio parece irse agotando. Poco a poco va siendo más de lo
mismo, algunas peleas, múltiples polvos y broncas de pareja, escaramuzas
armadas, choques de personalidad con correligionarios, abundantes borracheras. Y
el lector, o sea, servidor, empieza a aburrirse. Puede que a alguien le atraiga
esa prosa directa, desinhibida y altiva, y se entiende que, habiendo escrito el
libro en una celda, el autor destilase buenas dosis de mala leche y deseos de
reivindicarse. No se le puede negar incluso cierta capacidad para describir
determinadas atmósferas de distintos lugares, pero si nos detenemos a pensar
encontramos cada vez menos novedades. Limónov trabajó como mayordomo en Nueva
York, tenía ya un buen número de título publicados, se había enfangado en la
complicada política de la Rusia post-soviética… vamos, que no le faltaban cosas
que contar. Y sin embargo, se queda en el anecdotario, en el permanente reclamo
de soy-un-ruso-de-una-pieza-un-tipo-con-huevos-y-encima-guapo-y-musculoso-que-deja-huella-allá-por-donde-va.
También es cierto que, si nos abstraemos un momento de todo
ese exhibicionismo, podemos encontrar a un individuo algo menos salvaje de lo
que se suponía, y que en el fondo se enamora de verdad de varias de esas sus
mujeres, que a lo mejor tampoco son todas tan despampanantes como a veces dice.
El hombre es o quiere ser tan intenso en todo que se lanza a coleccionar
emociones y a contarlas todas, sin caer en la cuenta de que esa exhaustividad
puede acabar descubriendo debilidades en la imagen granítica que con tanto
ahínco pretende mostrar.
Así que lástima, demasiada testosterona, quizá algo de
inmadurez, y un talento literario que, al menos en este libro, resulta algo
discutible.
P.S. El interesante apéndice que firma la traductora Tania
Mikhelson retrata al personaje tal vez mejor que él mismo.
4 comentarios:
Buena reseña de un libro que tal vez solo sea una extensión de ese extraño personaje que tan bien describió Carrére.
No se si lo leeré, pero me tienta esa comparación con Cendrars; un escrito poco conocido y cuya lectura siemnpre me ha fascinado.
Un saludo.
Parece un buen escritor.
Kempes 19
Interesante reseña del Libro del Agua. Pero la personalidad de Eduard Limónov se cuenta de manera desinformada.
Fue un hombre de extraordinaria inteligencia, de gran cultura y sensibilidad. Sus referencias: Che Guevara, Pasolini, Mishima, Burroughs, Jean Genet, Guy Debord.
Escribió 80 libros, incluidos 8 mientras estaba en prisión, de 2001 a 2003. Fue procesado por "intento de golpe de Estado en Kazajstán".
Quería conquistar las regiones rusas en el norte de Kazajstán con sus seguidores.Regiones que fueron brutalmente "kazakizadas" por el dictador Nazarbéyev después de la caída de la URSS.(Nazarbéyev, el que supuestamente regaló 5 millones de euros a Juan Carlos).
Aquí, un sito web independiente con mucha información reciente sobre Eduard Limónov que no está en el libro de Emmanuel Carrère, escrito hace 10 años:
http://www.tout-sur-limonov.fr/334947290
Al Anónimo-1 le tengo que decir que mi comentario sobre Cendrars necesita una aclaración. Lo que he querido decir es que los primeros compases del libro me recuerdan un poco al tono del Cendrars de 'El hombre fulminado', reseñado aquí, en tanto que individuo aparentemente satisfecho consigo mismo y encantado de vivir la vida con intensidad. Por lo demás, las andanzas de uno y otro no tienen que ver nada en absoluto.
Kempes, lo de buen escritor no sería capaz de asegurarlo o negarlo, porque solo conozco este libro de Limónov y ciñéndome a este tampoco le veo cualidades literarias muy sobresalientes. Tal vez en otros, no sé.
Sobre las informaciones del último Anónimo, creo bastantes acertadas las que se refieren a la vocación militarista y pan-rusa del autor. También es cierto que es un escritor prolífico, pero no sé a qué te refieres con lo de 'de manera desinformada'. Limónov es un tipo de personalidad muy controvertida, de carácter más bien violento, que cuenta en el propio libro cómo da una paliza brutal a una de 'sus mujeres', y hasta hay algún atisbo de pederastia que no podría confirmar plenamente pero tampoco desde luego desmentir. Hay gente que lo rechaza directamente por sus posiciones políticas totalitarias o sus veleidades milicianas, y también quien reclama leerlo 'con la nariz tapada', como a ciertos autores de cariz fascista. El ejemplo clásico sería Céline, pero desde el punto de vista literario me parece que Limónov no le llega a la suela del zapato.
Muchas gracias a los tres por vuestras opiniones.
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