sábado, 7 de noviembre de 2020

Joanna Walsh: Vértigo

Idioma original: inglés
Título original: Vertigo
Traducción: Vanesa García Cazorla
Año de publicación: 2018
Valoración: Recomendable

La escritora, y al parecer también twittera, Joanna Walsh dice no sentirse cómoda en aquella etiqueta, la de escritora, ni aún menos con que encasillen sus obras en un género determinado. Se entiende bien esa incomodidad leyendo este Vértigo, que en algunos comentarios se define como libro de cuentos, algo que realmente le casa bastante mal a lo que tenemos entre manos. Se pueden llamar cuentos, o relatos, si atendemos a su brevedad y a su carácter aparentemente fraccionario, pero esto es solo apariencia, forma exterior percibida cuando uno examina el libro en un primer vistazo.

En realidad el conjunto es todo un híbrido, algo que según pasamos las páginas tiene aire de relato, pero también de diario, de novela fragmentaria, incluso de poesía. Se trata de imágenes y atmósferas que describen momentos, situaciones o formas de sentir que pueden leerse como cuerpos independientes o como fogonazos de una vida, o de varias. Walsh muestra notable pericia para narrar siempre desde una primera persona cuya voz puede ser la de ella misma, la de un personaje o la de varios diferentes, aunque siempre una mujer.

Una mujer que observa tiendas de moda en París, tiene una cita en un restaurante playero, espera el desenlace de una delicada operación quirúrgica de su hijo, se lanza a cruzar a nado una bahía dudando (o no) de sus propias fuerzas, se relaciona con hombres sin saber a dónde llegará, ve a sus amantes en su propia pareja. Es una colección de postales de una vida cualquiera, escenas más o menos corrientes que sin embargo nos dejan cierto grado de desazón, como si en ninguno de esos momentos hubiese nada que mereciera realmente la pena, nada que dejase la huella de una emoción realmente intensa (quizá con la excepción del relato de la operación, claramente la más dura). 

Para llegar a esa extraña sensación resulta determinante el estilo de la autora, casi siempre seco, tranquilo, a veces cortante, otras tan sintético que suena a poesía, una prosa diferente que sorprende desde las primeras líneas y a la que solo veo el lastre de una querencia excesiva por la redundancia voluntaria y el juego de palabras (muy estimable el trabajo de la traductora explicando algunos de ellos). Pero, para no irme por las ramas, ese tono neutro transmite frialdad, una distancia amplia con el personaje y la situación que está contando, incluso cuando el lector es medio consciente de que precisamente en esos momentos debe existir un flujo de emotividad considerable. No sé, si Joanna Walsh fuese una mujer gélida que no se conmoviese en ninguna circunstancia, seguramente no nos estaría contando lo que nos cuenta.  Así que habrá que pensar que ese peculiar efecto es intencionado, y en ese caso hay que decir que lo consigue con suma eficacia.

El cuadro queda en mi opinión muy interesante desde el punto de vista de técnica literaria pero tiene, claro está, una contrapartida que según para qué lector puede ser peligrosa. Porque si alguien cuenta algo personal (me da igual que sea del autor o del personaje) y lo hace de esa forma aséptica y en apariencia desapasionada se arriesga a que el lector adopte la misma actitud y acabe por no implicarse a fondo. Es hasta cierto punto la sensación que me ha quedado, aunque en mi opinión (como lector un tanto desapegado, es cierto) la cosa no es demasiado grave. Quizá es que no hay que buscar lo que no hay y entonces nos podemos centrar en lo que sí. Y lo que desde mi punto de vista ofrece esta pequeña colección de fragmentos es una composición, a base de esas imágenes más o menos cotidianas que decía antes, en torno una mujer de nuestro tiempo, expectante, dubitativa, que indaga un poco a ciegas sobre su propia vida, a la vez espectadora y protagonista y, por encima de todo, sola.

Esa soledad fatal, absoluta, que tiene asumida con aparente naturalidad y de la que nunca habla, pero que preside cada uno de los episodios, es quizá la que inunda de frialdad los relatos y acaba llegando al lector hasta hacerle dudar de si hay una intención última que guía el texto o es solamente (y nada menos) un ejercicio literario, una ficción, en la medida que sea, en virtud de la cual se plantean situaciones para que cada cual las perciba a su manera. Hay que detenerse un momento y pensar que a lo mejor lo más intenso no son los momentos tópicos de sufrimiento y dolor que muchas veces encontramos en los libros, sino descubrirse a uno mismo, solo, en tantos instantes pongamos aleatorios de cualquier día, en las decisiones, en las aparentes alternativas o en la simple observación de un paisaje.

2 comentarios:

Animación a la lectura dijo...

Un libro maravilloso!
La lectura es algo formidable...
Gracias por tu blog.

Carlos Andia dijo...

Pues me has dejado un poco descolocado con tu entusiasmo, pero viendo el nombre con el que firmas lo entiendo mejor.

Gracias por visitarnos.