sábado, 6 de abril de 2019

Andrea Bajani: Mapa de una ausencia

Idioma original: italiano
Título original: Se consideri le colpe
Traducción: Carlos Gumpert
Año de publicación: 2007 (en castellano, 2017)
Valoración: Muy recomendable

Ni me acuerdo desde cuándo no leía a un autor italiano, puede que el último fuese Malaparte, o Magris, no sé, pero en todo caso hace mucho mucho tiempo. Gran error, teniendo a mano a tipos como Bajani que, ya lo verán, ha escrito una muy buena novela. Bajani es un escritor que se podría calificar de joven (cuarenta y algo) y que, según fajas y contracubiertas de la muy pulcra edición de Siruela, llega al mercado español avalado por gente en principio tan fiable como Enrique Vila-Matas o Antonio Tabucchi. Bueno, tampoco quiere decir mucho, al igual que los diversos premios cosechados por este libro –publicado diez años antes en Italia-, pero de entrada tenía buena traza.

Casi siempre me resulta difícil hablar de un libro con el cuidado exigido para no incurrir en spoiler, a veces digo menos de lo necesario y otras seguramente llego a estropear algo. En este caso, me limitaré a decir lo que se resuelve en las primeras páginas: un joven italiano viaja a Rumanía tras serle comunicada la muerte de su madre, que se había afincado allí absorbida por un proyecto empresarial.

Hay por tanto en principio un escenario que da para consideraciones sociopolíticas: los italianos desembarcaron en Rumanía como otras potencias económicas en otros muchos países que ofrecían mano de obra barata, suelo a precio de risa y mayor laxitud para desarrollar cualquier actividad. La cosa de la globalización, ya se sabe. Bajani toca el tema de forma algo tangencial, aunque hace un buen dibujo de esa sociedad rumana que acaba de salir del medievalismo comunista y se muestra estupefacta ante el cambio de milenio y demás. 

Pero me interesa mucho más la perspectiva individual del joven ante el cadáver de la madre, de la que no sabe nada desde hace años. En el tiempo que el protagonista pasa en Bucarest, sus reflexiones, que constituyen la base del libro, proceden de dos fuentes: los recuerdos infantiles, y el conocimiento directo que empieza a tener del entorno en el que se movió la madre en los últimos tiempos. Las dos corrientes se van entrecruzando para reconstruir la historia, siempre desde la subjetividad y la información parcial del hijo.

Desde el punto de vista del niño, la narración es impecable, sencillamente perfecta. El protagonista describe lo que el niño vio, lo que hizo y lo que escuchó, tal cual lo contaría un niño, aunque con lenguaje de adulto. Véase que no he dicho ‘lo que sintió’, porque el elemento emocional está completamente ausente. El narrador solo relata hechos, situaciones, juegos, llamadas, conversaciones, personajes que entran y salen de escena, nunca sentimientos. Así que, si alguien pensó en el clásico chantaje al lector poniendo por medio a la criatura, se equivoca por completo. Bajani –o mejor, su personaje- presenta escenas, recuerdos aislados, imágenes, y el lector saca las consecuencias.

Si con los recuerdos infantiles tenemos que ir construyendo la fase más remota de la historia de la madre, con lo que el hijo encuentra en su viaje vamos completando la más reciente. Aquí son los personajes secundarios los que suministran la información, y así el narrador va siendo consciente de todo aquello que ignoraba, aunque pudiese intuir una parte. Hablando con el socio y algunos colaboradores, observando los pabellones que se levantaron, contemplando la casa donde vivió y donde ahora yace muerta, la figura de la madre adquiere su correcta dimensión.

De forma que todo ello es en realidad un solo retrato, una biografía compleja, contradictoria, llena de puntos ciegos que a veces el narrador, y tras él casi siempre el lector, deben pensar como rellenar. El trabajo de construcción de ese retrato me parece excepcional, como cuando contemplamos a un artista avanzando en un dibujo: los trazos sueltos puede parecer que a veces no tienen sentido, o que tienen uno diferente del imaginado, pero poco a poco van conformando una imagen coherente, algo con vida propia que ha surgido de una simple acumulación de líneas, espacios y sombras. Porque además, el personaje que llena el relato (del que desgraciadamente me tengo que abstener de hablar) es también sumamente interesante, de una riqueza poco corriente, lo mismo en su relación con su hijo, con su(s) pareja(s), su familia o su empresa. Es decir, una mujer y los múltiples vértices de su entorno.

Me refería antes a la ausencia de emotividad, que es quizá el elemento más sorprendente –para bien- cuando se toca un tema como este. El hijo, ante la muerte de la madre, muestra siempre un tono neutro, sin que se transparente dolor, ni indiferencia, ni rencor, ni pena, nada. El relato, tanto de viejas historias infantiles como de situaciones actuales, es puramente objetivo. En esa distancia se esconde quizá una intención de abandono: el hijo, en su relativa frialdad y aunque no lo pretenda, está  devolviendo aquella ausencia de la que habla el título castellano. Que desde luego, también hay que decirlo, me parece mucho más bonito que el original, que precisamente hace alusión a la culpa, planteando (pienso que sin respuesta) si realmente el narrador la tiene o no en cuenta, o en qué medida. Todo este conjunto de emociones contradictorias que se deja ver detrás de la historia me parece lo más valioso del libro: el personaje-narrador nunca lo dice de forma explícita, pero de lo que cuenta se desprenden esos sentimientos enfrentados, soterrados bajo el propio relato, que el lector debe valorar según su criterio. La habilidad para presentarlo de esta forma solapada dice mucho sobre el talento del autor.

Después de todos los malabarismos para evitar destripar la historia, también diré que en mi opinión hay cosas que flojean algo en la novela: sobre todo los secundarios, bastante prescindibles y a años luz de los protagonistas, algunas incongruencias y subtramas sin mucho recorrido, o ese formato de confesión/reflexión dirigido siempre a la madre, que limita un poco la flexibilidad de la narración. Pero tampoco me hagan caso, son detalles de reseñista cascarrabias, que para nada desmerecen un libro de esos que de verdad se disfrutan.

También de Andra Bajani en ULADEl libro de las casas

6 comentarios:

Rosa L. dijo...

Gracias por la reseña. A mí me encantó el libro.

Carlos Andia dijo...

Se ve que Rosa tiene el mismo buen gusto que el reseñista para elegir y valorar lo que lee. ¡Esos comentarios me gustan! (Dicho sea en plan jocoso, que luego me malinterpretan)

Gracias a ti por leernos y dejarnos tu opinión.

irati dijo...

Estoy con él, por culpa de tu reseña, me lo estoy bebiendo, qué bonito escribe Bajani.

Carlos Andia dijo...

Gracias Irati. Me encanta haber convencido a alguien para que lo lea, y si encima gusta, genial!

Un cordial saludo.

ToniLV dijo...

Tan pronto acabé de leerlo, no me parecía tan tan recomendable, sólo recomendable, que ya es ... Pero tras releer tu reseña, coincido con el certero análisis que haces de las virtudes de la novela. No me han molestado en su lectura los peros que indicas, pero me dejado con la sensación de que hay muchos huecos que rellenar ... aunque visto de otro modo, en un libro tan corto , al autor le basta con insinuar para que el lector tire del hilo como buenamente entienda. Buena reseña de un libro muy recomendable.

Carlos Andia dijo...

Gracias Toni. Es verdad que, como a todo, se le pueden buscar fugas o vacíos que a lo mejor no debieran existir. Pero el conjunto me parece muy notable, me encanta esa perspectiva dudosa del hijo y todo lo que ello plantea. Y por si te interesa, en una temporadita tendremos otra vez a Bajani por aquí. Veremos si mantiene el tipo.

Gracias por visitarnos!