Año de publicación: 2015
Valoración: Recomendable (‘Muy’ para cinéfilos)
Como supongo que casi todo el mundo sabe, Manuel Gutiérrez
Aragón es un escritor, guionista y director de cine relativamente conocido. Sus
dos vocaciones (cine y literatura) se han ido entrecruzando en el tiempo, y parece
que ha sido esta última la que finalmente ha perdurado. Reconozco que a veces
desconfío de esta gente del cine hablando sobre cine: es una impresión
subjetiva, pero me transmiten casi siempre una sensación de endogamia próxima a lo insoportable, con sus peroratas
repitiendo muchas veces la palabra ‘cine’, haciéndonos ver lo esencial que es en nuestras vidas, premiándose a sí mismos, e insistiendo en lo mucho que
trabajan, no vayamos a creer que no. Pero bueno, es un asunto sobre el que se
podría hablar horas.
En el caso de este libro, sin embargo, esas posibles reticencias
desaparecen muy rápidamente. Estamos ante una especie de ensayo autobiográfico
que se centra, obviamente, en la figura del actor, y cuya exposición corre
paralela a la trayectoria profesional de Gutiérrez Aragón, desde sus primeros
pasos en la Escuela de Cine hasta su última película, creo que de 2007, tras la
cual anunció que se retiraba definitivamente de la dirección.
No es, como pudiera pensarse, una apología de la profesión
actoral, sino un análisis, pormenorizado pero suficientemente ligero para ser
asequible a cualquier lector, de la importancia del actor en las distintas
facetas de la película. Por tanto, lo que puede tener de homenaje o tributo no
se construye a base de loas, sino que se deduce de la lectura completa del
texto. Habiendo conocido esos pormenores, es cuando apreciamos la importancia
del actor, y de ahí ese tanto de reconocimiento que nos deja el viejo director.
Entre esas cuestiones técnicas, explicadas de forma diáfana
y amena, nos encontramos reflexiones acerca de los primeros planos, los encuadres
o los silencios, su utilidad en el lenguaje cinematográfico y cómo la figura
del actor resulta determinante en cada uno de esos aspectos. De la misma forma,
la posibilidad de expresar al mismo tiempo emociones contrapuestas, ‘grosera’
cuando se hace mediante trucos visuales, ‘maravillosa’ cuando es el actor quien
despliega su capacidad para hacerlo. Desde un punto de vista más abstracto, el
actor es también la presencia física, la carnalidad de la historia que se está
contando, y representa el puente imprescindible entre la ficción y la realidad,
entre la narración y el espectador.
Aborda también Gutiérrez Aragón la disyuntiva en torno a la
naturalidad en la interpretación, y se pronuncia decididamente en contra,
ilustrándolo con una de las muchas anécdotas que jalonan el libro, quizá la más
divertida: Fernando Fernán Gómez y Ángela Molina están rodando la secuencia de
una cena y, a iniciativa de él (como para llevarle la contraria), se filma con
vino auténtico y no con un sucedáneo. Al cabo de unas cuantas repeticiones, los
dos están borrachos, que es justo lo que debía ocurrir en la escena. Pero al
director cántabro no le gusta el resultado: los actores no deben estar borrachos,
sino hacer como que lo están.
Con una prosa limpia, sencilla pero elegante, reflexiona
el autor sobre otras cuestiones menos técnicas y de mayor profundidad.
Por poner otro ejemplo, la crítica a los productores de series de televisión,
proclives a imponer patrones inamovibles que no permiten evolucionar a los
personajes, con vistas, claro está, a que el espectador pueda identificarlos
sin despistarse durante los capítulos que sea necesario. Por cierto, que el
autor del libro rodó también una serie televisiva (El Quijote de Miguel de
Cervantes, 1991), que también aporta algunas anécdotas curiosas, como las
dificultades para el casting del protagonista, o la reelaboración completa del
guión inicialmente escrito por (y pagado a) Camilo José Cela.
Y así, con ese puntito de narcisismo propio de la
autobiografía, aunque muy tenue y por ello disculpable, se desarrolla este
texto, al que quizá cuesta un poco coger la frecuencia al principio, pero que
pronto se revela como una lectura agradable, seria pero con la dosis justa de
simpatía, profesional y no apologética (ni corporativista), que desde luego
interesará más a los cinéfilos, pero que no dudo en considerar recomendable
para cualquier lector.
P.S: Y ya ven que me he abstenido de hacer comentarios sobre la cubierta.
6 comentarios:
Gracias por descubrirnos este libro, Carlos, todo el tema del trabajo actoral en el cine y cómo intervienen en la "narración" me parece una cuestión interesantísima.
Y si tuviera que guiarme por la cubierta, yo no hubiera tocado este libro ni con un puntero láser.
Saludos!
Hola, compañeros:
Pues yo no he leído nada de este hombre, pero sí he visto varias de sus películas y quisiera recordar y recomendar, ya que justo hoy es 20-N, Día Nacional del Culo Blanco, una de ellas que me parece asombrosa y oportuna: "Camada negra". Asombrosa por la peli en sí misma y porque pudiera realizarse el año 77, y oportuna, por lo que amenaza con venirnos encima, otra vez, tanto en España como a nivel europeo e internacional.
Saludos y buena reseña (por cierto, ¿a qué te refieres con lo de la cubierta? No lo pillo...)
Seguiré sin hablar acerca de la cubierta, digáis lo que digáis.
La verdad es que el libro está muy bien, cuenta cosas muy interesantes en un tono adecuado, entretenido pero tratando los temas con rigor, y muy bien escrito.
Por mi parte reconozco, ejem, que creo no haber visto nunca una película de este señor, o al menos no soy consciente, así que gracias por la sugerencia.
Saludos, compis.
La cubierta representa muy bien el cine español: sacar una teta sin venir a cuento. Podrían haber vestido (medio vestido) a la señora de miliciana republicana y entonces sí que representaría del todo al cine español.
Supongo que lo dices por "¡Ay, Carmela!", cuando los fascistas le pegan un tiro al personaje de Carmen Maura.
Un día habrá que hablar de esas cubiertas. Esta tiene tela para rato... Buena y contenida reseña. Saludos
Publicar un comentario