Título original: The Franchise Affair
Traducción: Pablo González-Nuevo
Año de publicación: 1948
Valoración: Recomendable
Alguna vez he comentado algo sobre los motivos por los que he elegido un libro y no otro. En esta ocasión la vía de llegada fue algo tan inhabitual para mí que creo que es la primera vez que me muevo por razones parecidas. Alguien, no sé cuándo ni quién, hizo un comentario acerca de lo interesante del catálogo de una editorial para mí desconocida, Hoja de Lata, y me decidí a sondearla. Escogí este título y, bueno, no me arrepiento, tiene su punto.
No es lo mío la novela policiaca, de intriga, o como se llame técnicamente, así que la puedo valorar sin prejuicios, desde una perspectiva casi virginal. El suceso que desencadena la acción es el extraño relato de una adolescente, que asegura haber sido secuestrada por dos mujeres en una parada de autobús, y retenida contra su voluntad en un caserón, donde fue maltratada y obligada a realizar algunas tareas domésticas. Con la entrada en escena de la Policía, las implicadas (las Sharpe, madre e hija) piden ayuda a un abogado de pueblo (Robert Blair), un cuarentón acostumbrado a un ejercicio profesional relajado, que se ve enredado en un caso completamente diferente a los que está habituado, y que le irá absorbiendo cada vez más. El desarrollo de la historia es bastante lineal, centrado en las pesquisas realizadas para aclarar lo sucedido, hasta que el asunto desemboca en el tradicional juicio, buen ejemplo de la literatura forense que el cine nos ha servido de forma recurrente durante muchos años.
La narración es sumamente pulcra, casi diría elegante, no se deleita en detalles, va al grano sin prisas pero sin buscar tampoco demasiada aceleración, en una especie de medio tiempo que encaja muy bien con la historia. De esta forma se va construyendo con solidez y naturalidad, sin rehuir algunas sorpresas como es propio del género, pero sin aventurarse en golpes de efecto o giros demasiado espectaculares. Se puede decir que, dentro de la tensión que provoca la situación de partida, el relato no deja de ser relativamente amable.
Con todo, lo que más llama la atención es el dibujo de los personajes: con un trazo fino y de manera casi imperceptible, van quedando definidos por sí mismos, sin apenas descripciones. El resultado es interesante, la historia se puebla de actores, contenidos pero llenos de matices, que no están ahí ni son así para adornar o para jugar al despiste, sino que realmente aportan intensidad e intriga. El abogado Blair se ve desbordado por el caso, pero al mismo tiempo va descubriendo capacidades profesionales y sensaciones personales que seguramente a él mismo le resultan sorprendentes. La más joven de las acusadas ejerce desde su naturalidad una inexplicable fascinación sobre quienes la conocen, y su madre es quizá el estereotipo más reconocible del reparto: la vieja dama inglesa, distante y mordaz, que le iría de miedo a Maggie Smith, por ejemplo. Como se ve, personajes casi todos ellos muy británicos, lo que a ratos puede también llegar a ser un poco cargante, habida cuenta de lo muy conocidas que nos resultan las cortesías (zalamerías las llama la propia autora) y la clásica ironía de tantos personajes que han desfilado por libros y pantallas.
Es también relevante la importancia que el relato asigna a la prensa. Cuando, en contra de lo esperado, las acusaciones de Betty Kane llegan a la prensa (sensacionalista, pero no sólo), el devenir de la historia queda ya condicionado por la presión de la opinión pública, cuyas cambiantes corrientes, al impulso de los intereses editoriales, obligarán a alterar la estrategia de la investigación. En este sentido recuerda un poco la vigorosa denuncia que hacía Heinrich Böll en su Katharina Blum.
Así que tenemos una historia de moderada intensidad, muy bien contada y que mantiene el interés con elegancia y sin trucos fáciles. Pero hay que decirlo todo (y OJO, los que se hayan sentido atraídos por el libro, mejor que no lean lo que viene ahora): el final me parece bastante flojo. Cuando se aproximaban al fin las más de 300 páginas me preguntaba cómo resolvería Josephine Key la intriga manteniendo el nivel y sin caer en fuegos artificiales. Pues bien, lo hace sin chispa, es un desenlace cómodo en el que la trama simplemente se desinfla y desgraciadamente queda una sensación un poquillo decepcionante. Lástima, desde luego, pero aún así creo que el libro merece la pena.
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