jueves, 20 de noviembre de 2025

Consuelo Rojo: Las aventuras de Baltasar y Franco

Idioma: lógicamente, español

Año de publicación: 2025, a partir de un fanzine de 2014, de VV. AA.

Valoración: no puedo valorar tal maravilla... Me embarga la emoción

Se cumplen hoy cincuenta años del fallecimiento del Generalísimo Francisco Franco Bahamonde, Caudillo de España por la Gracia de Dios (esto lo ponía en las monedas de cinco duros, así que nadie debe dudarlo), figura fundamental en la Historia de España del siglo XX y aún hoy en día, que sigue siendo de lo más controvertida, pues despierta tanto reacciones de rechazo (sobre todo, entre los sediciosos domeñados por su mano de hierro) como de admiración y aun arrobo (curiosa y elocuentemente, esto más entre la muchachada, por lo visto). 

Como a todo gobernante, por magnánimo que sea, al Caudillo se le pueden atribuir luces y sombras, aunque sus méritos son bien conocidos: llenar de embalses la geografía española; propiciar una recuperación económica, tras la victoria en la Cruzada nacional que le llevó al poder, que tardó tan solo veinticinco años en conseguirse; permitir de dos millones de españoles salieran a  trabajar y prosperar a otros países, evitar a sus compatriotas el molesto engorro de las citas electorales... Ahora bien, incluso muchos de sus fieles partidarios ignoran una circunstancia que tuvo gran trascendencia en su vida personal, pero también en su actividad rectora y benefactora del destino de los españoles: su entrañable amistad con Baltasar,  el Rey Mago de color -negro, en este caso-, tan querido por millones de niños y por tantos concejales que se pintaban la cara para representarlo en las cabalgatas de pueblos y ciudades, antes de que la dictadura woke se lo prohibiera... El Generalísimo -por entonces tan sólo cabo furriel- conoció al rey Baltasar durante la Guerra de África (¿dónde, sino?) y desde entonces forjaron una amistad inquebrantable que les llevó a vivir mil aventuras por los cinco continentes... o al menos un par de ellos: compartieron momentos de alborozo y zozobra, noches de bohemia y de pasión tanto en Las Vegas (Nevada) como en Marruecos, el cariño sincero del noble pueblo vascongado y el interés por los pinitos de la investigación aeroespacial española, 

Baltasar aconsejó al Caudillo en espinosos cuestiones de Estado, como el de su sucesión, Que al final recayó en el entonces príncipe y luego rey Juan Carlos, que no otorgó graciosamente la democracia (así que podemos decir que en realidad la democracia española fue obra del Caudillo, como nuestro rey emérito y nunca suficientemente añorado ha declarado hace poco). En correspondencia, el Generalísimo Franco, con su proverbial generalisidad, ayudó al Rey Mago en su dura tarea de una noche al año, cuando su compañero Gaspar estuvo de baja y el venerable Melchor estaba ya cansado de recorrer las viviendas de tanto infante para dejarles regalos. Los niños de España de aquella época, pues, están en doble deuda con el caudillo, que les permitió vivir en una paz justa y duradera, además de mantener su ilusión como cada seis de enero, un día de inocente felicidad antes de volver al cole a estudiar para hacer grande a la Patria, que tampoco hay que acostumbrarse a la molicie. Por último, no puedo dejar de mencionar esa otra gran obra de nuestro mejor Jefe de Estado, la erección, con sus propias manos, incluso, del Valle de los Caídos, su legado de paz y fraternidad entre españoles para las generaciones futuras, hecha piedra y hormigón armado.

Todas estas aventuras de nuestra pareja de amigos y más aún están perfectamente contadas en este divertido, mas educativo, libro de la ilustradora Consuelo Rojo, quien, pese a su equívoco apellido, os aseguro que es una patriota como Dios manda. Qué mejor homenaje para recordar las hazañas, la bonhomía y la generosidad de nuestro Caudillo, Salvador de España, Generalísimo de los Ejércitos, Centinela de Occidente, Enviado de Dios, Espada de la Cristiandad, Timonel de la dulce sonrisa, Vencedor del dragón de siete colas, Falo incomparable del Padre Todopoderoso. El líder providencial en cuyo honor el pueblo, siempre sabio y agradecido, compuso de forma espontánea una letra para el Himno Nacional cuyas palabras resuenan siempre en los corazones de todo español de bien...

O, simplemente, el grito imperecedero de orgullo y devoción que surgía cada 18 de julio de millones de gargantas, tras su victoria sobre el Satán bolchevique: ¡Franco! ¡Franco! ¡Franco!




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