domingo, 16 de noviembre de 2025

John Steinbeck: La luna se ha puesto

Idioma original: inglés
Título original: The moon is down
Año de publicación: 1942
Traducción: Pedro Lecuona
Valoración: bastante recomendable

Antes de leer la novela, y conociendo de su existencia por varios años, había pensado que el título era horrible, muy parecido a nombrar De ratones y hombres como La fuerza bruta. Pero después de terminarla se entiende mejor el porqué del título.

De repente, en un pueblo y en un tiempo del que nunca se sabe con seguridad la época (aunque se intuye que es cerca del final de la Segunda Guerra Mundial), los habitantes son invadidos como un relámpago por culpa de un mercader que filtra a los militares la organización y defensa del pueblo. Esta invasión se da por la mina de carbón que poseen, necesaria para seguir proveyendo de recursos a la potencia enemiga.

En la casa del alcalde Orden se discute la manera de recibir a los militares (con un deje civilizado que hoy, me temo, nos queda muy lejos) y de cómo resistir sin que eso cause más muertes en la población, ya que algunos jóvenes fallecieron por defender el pueblo, escasamente armado contra tanques y ametralladoras. A su vez, el líder de los militares, el coronel Lanser, también es bastante cortés en su trato hacia los demás y reconoce la jerarquía y el rol del alcalde como fundamental para contener el aturdimiento, primero, y luego la rabia silenciosa del pueblo, creyendo ingenuamente que se pondrá de su lado para asegurar el poder. Pero el alcalde Orden, a diferencia de sus congéneres del mundo real, cuenta con un sentido de pertenencia hacia su territorio y una dignidad, compasión y orgullo por cada uno de sus habitantes, valores y sentimientos que son mutuos, excepto en el caso del mercader delator, que se humilla constantemente esperando su recompensa y a quien todo el pueblo execra ignorándolo.

A lo largo del libro, las tropas militares, que esperan vanamente el comunicado de triunfo de la sede mayor, malgastan meses tratando de comunicarse con los habitantes, desesperándose por el silencio y la imposibilidad de establecer un vínculo mínimo. Todo empeora cuando ocurre lo inevitable, la rebelión física de uno de los habitantes hacia un capitán; juzgado y condenado a muerte, la rabia comienza a aflorar en acciones cada vez más confrontativas. 

Steinbeck, aunque todos sus personajes conserven los modales (los invasores no matan por diversión ni violan) hasta casi cerca del final, cuando los soldados han perdido los nervios por los constantes desafíos y añoran obsesivamente su hogar, no es ningún ingenuo y nos recuerda a cada rato que la ira callada se retroalimenta y perdura esperando el momento de volcarse sobre los otros, tenga el costo que tenga. Hay momentos en donde uno cree que se acerca el acercamiento definitivo entre las dos fuerzas, un intento de empatía, porque, como lector, también se comprende a los soldados que esperan la victoria y que, en la realidad y sin enterarse por parte de sus mayores, viven perdiendo hasta despojarse de toda parafernalia militar para intentar abrirse (sea a los tumbos o sinceramente) hacia los demás, sin ningún resultado. ¿Qué elegir, qué pensar, cuando la diferencia entre un bando y otro es que uno hace las cosas que debe hacer para que su espíritu no fallezca y otro, igual de obligado y hasta cierto punto engañado, hace las cosas que ya no quiere hacer, produciéndole una derrota moral?

Es en esa ingenuidad o buena voluntad del lector donde Steinbeck triunfa para contar descarnadamente los hechos, sin que estalle en primer plano la violencia, pero dejando un poso de tristeza por los enfrentamientos ordenados y una gran admiración hacia el alcalde y el pueblo, que no deja a nadie tirado y que comprende que debe luchar aunque tenga todas las de perder. Los personajes, si bien cumple cada uno con su prototipo, son memorables (el coronel honrado que detesta lo que hace, el capitán ansioso de sangre y poder, el alcalde conocedor del alma de su población, cada soldado nostálgico de su casa y con reacciones diversas), y la novela, corta, sin florituras y llena de diálogos, causa la sensación de la verdadera literatura. 

Y eso que es considerada una obra menor.



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