Año de publicación: 1979
Valoración: recomendable
No sé hasta qué punto es conocida para el público lector, en general, la escritora, recientemente fallecida (a los 93 años, que no está nada mal) Angélica Gorodischer. Quiero pensar que si lo es en su Argentina natal y también para los aficionados de habla hispana a la fantasía y la ciencia-ficción, puesto que se la considera una figura fundamental de la misma. Por mi parte, confieso que no supe de su existencia hasta que leí, paradójicamente, la noticia de su fallecimiento, por lo que esta reseña bien podía haber formado parte de nuestra última semana de "Ilustres olvidados" (y, de hecho, a punto estuvo de hacerlo).
Vaya por delante, antes de meternos en harina , que el título Trafalgar de este libro no tiene que ver ni con el cabo gaditano, ni con la batalla naval ni con la plaza londinense del mismo nombre, sino que se refiere a su personaje protagonista, Trafalgar Medrano, un comerciante rosarino, compulsivo fumador y cafeadicto , pero además consumado narrador de historias, que, a la vuelta de sus viajes, se dedica a contar sus aventurillas a sus amigos, que, entre tanto, han proseguido sus vidas apaciblemente convencionales en Rosario -también puede que no sea más que un simpático chiflado al que éstos siguen la corriente, aunque para el caso, da igual-; de esta forma, cada capítulo del libro corresponde a un relato de un viaje diferente, relatados a distintos interlocutores, pero que forman parte de la misma pandilla de amigos de clase media y de mediana edad (muy parecida, supongo, a las que se pueden encontrar entre la burguesía de cualquier ciudad de provincias del ancho mundo). Claro, que los viajes de Trafalgar Medrano no se limitan a ir a Salta, Buenos Aires o Tucumán y ni siquiera a otros países de América o de Europa, sino que los realiza a otros planetas, en las galaxias más alejadas -donde vende y compra mercancía bastante pedestre... o terrestre, por lo demás-; se ve que en el universo alternativo y setentero que habitan los personajes, viajar al espacio es algo relativamente común y asequible, como si uno fuera un Jeff Bezos cualquiera...
Como digo, Trafalgar le cuenta sus viajes a sus amigos y conocidos y por eso cada capítulo viene a ser un relato independiente de un viaje a algún planeta de por ahí; así, conocemos un mundo regido por bellísimas mujeres que sólo practican el sexo con máquinas, otro en el que sus habitantes han renunciado a todo conocimiento y manifestación cultural salvo el baile. Uno más en el que los muertos no acaban nunca de estarlo del todo. U otro planeta que parece el reflejo simétrico de la Tierra, pero con 500 años de retraso, por lo que Trafalgar acaba en la España de los Reyes Católicos... Porque, eso sí, que nadie piense que en estos relatos va a encontrar batallas entre naves espaciales o alienígenas verdes con tentáculos... Los extraterrestres con los que trata nuestro héroe son -o al menos no se especifica otra cosa- asombrosamente parecidos a los terrestre, e incluso él tiene sus frecuentes affaires con bellas damiselas que encuentra en sus viajes. Porque los mundos alternativos que describe a sus amigos parecen más que nada excusas de Angélica Gorodischer para hablarnos de nuestra especie y civilización humanas, y valorar los pros y contras de algunas alternativas -o utopías si se quiere-; en ese sentido, se suele relacionar la obra de esta autora con la de Ursula K. Le Guin, aunque a mí me ha recordado, sobre todo, a la de Stanislaw Lem, aunque me refiero al Lem de los Diarios de las estrellas, más que al de Solaris. Trafalgar Medrano, en efecto, sería una especie de Ijon Tichy, pero argentino y canchero.
Otro punto en común con Lem sería el humor, en este caso, suave y con un tono costumbrista, pero presente, en mayor o menor medida, en todos los relatos. En esto podemos enlazar el libro de Gorodischer con la obra de otro escritor fantástico/utopista; el clásico Jonathan Swift y sus Viajes de Gulliver, aun siendo éstos más fantásticos, en realidad, que los de Trafalgar Medrano. Pero en ambos casos, lo que buscan sus autores es ponernos ante unos espejos que, deformantes y todo, nos permitan vernos tal y como somos, con nuestros defectos humanos aunque también, aunque sólo sea por comparación, nuestras virtudes, que alguna tendremos...
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