martes, 6 de julio de 2021

Knut Hamsun: Misterios

Idioma original: noruego
Título original: Mysterier
Traducción: Kirsti Baggethun y Regino García-Badell
Año de publicación: 1892
Valoración: recomendable

Considerado uno de los grandes autores nórdicos de finales del siglo XIX y principios del siglo XX y ganador del premio Nobel en 1920, Knut Hamsun basa gran parte de su obra en la exploración de la condición humana, pero no a gran escala o a nivel sociológico, sino a través de la introspección casi enfermiza de sus personajes protagonistas.

Tal es así, que el estilo de Hamsun es perfectamente reconocible en esta novela, aunque en este caso además sorprende por un inicio realmente arrebatador, pues empieza de manera enigmática indicando que «el pasado año, en pleno verano, una pequeña ciudad de la costa de Noruega se convirtió en escenario de unos sucesos sumamente extraños. Apareció en la ciudad un forastero, un tal la Nagel, un raro y singular charlatán que hizo una serie de cosas sorprendentes y que luego desapareció tan repentinamente como había llegado». Así empieza el relato, con esta apertura que podría encajar perfectamente en el formato de relato corto, pero que, sin embargo, establece el punto de partida de una novela larga y ambiciosa. Con este inicio tan intrigante, el autor consigue despertar el interés en la historia a la vez que sitúa el escenario en el que se desarrollará la acción.

Con una narración que parte de la tercera persona y en tiempo pasado, el autor nos presenta a Nagel, una persona sumamente enigmática, de comportamiento extraño, altamente peculiar. Un alma solitaria, indiferente a todo; un personaje sin un pasado conocido ni ninguna actividad a realizar en apariencia en la ciudad a la que acaba de llegar. De carácter sumamente cambiante, en apariencia social, pero, a la vez, taciturno, el autor nos revela de entrada, no únicamente su enigmática personalidad sino también una extraña muerte sucedida pocos días antes en la ciudad y que guarda, en apariencia, un vínculo con alguna relación sentimental mal resuelta o infructuosamente interrumpida. Este inicio de la narración es fulgurante, perfectamente logrado, terriblemente irresistible, pues Hamsun maneja a la perfección la tensión del relato, sublima la caracterización de los personajes y somete los diálogos a su punto más álgido manteniendo el misterio en todo momento.

La trama argumental se desarrolla en torno a la figura del personaje principal y protagonista absoluto de la historia, pues no únicamente todo lo que sucede está narrada con relación a él, sino también con relación a lo que piensa y siente, pues Hamsun es uno de los precursores de la literatura introspectiva, de la introducción de monólogos interiores, de la búsqueda de uno mismo en base del análisis constante sobre su comportamiento y sentimientos. Así, las emociones y la impulsividad someten al protagonista a un caos interior del que no sabe cómo salir y es causa de las situaciones embrolladas a los que arrastra a quienes le rodean y están con él. Y, claro, todo esto se complica y se magnifica cuando aparece en la escena el personaje de Dagny, una joven ya prometida que, por educación o por  curiosidad, deja que Nagel se le aproxime sin conocer muy bien sus intenciones, pues a pesar de que Hamsun nos retrate a Nagel como un personaje solitario, algo extravagante, que conversa consigo mismo y que tiene cierta incontinencia verbal, su carácter misterioso y su talante charlatán hace que todos se sientan intrigados por su personalidad, su procedencia y, especialmente, las intenciones que le han llevado a establecerse, por un periodo de tiempo indefinido, en la ciudad.

Con la intención de seducir a la joven Dagny, Nagel se muestra enigmático y errático, y juega a sorprender y a contradecirse para causar intriga e interés en ella y, tal y como nos tiene acostumbrados, Hamsun nutre el relato de reflexiones y diálogos internos de su protagonista, jugando entre la confusión y el asombro que extiende en este caso a quien se cruza con Nagel quien copa la narración de malentendidos para confundir al público que asiste sorprendido a su presencia y explicaciones. Pero claro, la confusión no es algo pretendido sino que tiene su origen en el propio interior de Nagel, quien confiesa sin reparo que «yo no entiendo bien a los seres humanos pero, sin embargo, me divierte a menudo observar la enorme importancia que pueden llegar a tener los detalles» y quien afirma, sincerándose, que «reconozco que estoy llenos de contradicciones, y que yo mismo tampoco lo entiendo. Pero soy incapaz de entender que las demás personas no opinen lo mismo que yo». Así Hamsun nos narra la lucha contra uno mismo, contra sus contrariedades, sus incoherencias, sus debilidades, sus inseguridades, sus dudas a la vez que se sitúa en un plano diferente al resto de personas incapaz de entenderse a él mismo y a los demás, a los que acaba por ver como gente distante, antagonista e incluso hostil como asevera al decir que «¡Esta ciudad es un agujero¡!Un nido! Me vigilan por donde voy, no me puedo mover sin que me miren. No quiero que me espíen por todas partes».

Y, en medio de esta sensación de aislamiento, a pesar de estar constantemente envuelto de gente de la ciudad, en fiestas y encuentros sociales (en alguna ocasión excesivamente largas y que extienden la longitud del libro algo por encima de lo deseado) la potencia del relato gira en torno a la obsesión de Nagel con Dagny, una obsesión delirante en algunos casos aunque terriblemente perversa y vil, sometiéndola a situaciones extremas y contradictorias, conflictivas y acosadoras. El estilo duro, tosco y arisco de Hamsun se pone de relieve en esta obra en frases como «hago todo lo que puedo para difundir la idea de que la señorita Kielland es una coqueta, no me importa. No lo hago para dañarla a ella o para cegarme, sino para darme ánimos a mí mismo, por egoísmo, porque ella es inalcanzable para mí». Es en estas frases, en esa intencionalidad de los protagonistas, en esta concepción sobre el amor y la manera de aproximarse a las personas objeto de su deseo que es característica en Hamsun como ya vimos en Pan; ese espíritu apasionado pero desalmado a la vez, esa concepción amor/odio en la que viven impregnados sus personajes y que les hacen víctimas y verdugos a la vez; es la dualidad entre sentimientos encontrados y en apariencia opuestos que conforman el estilo de Hamsun y que somete a sus personajes a una tensión interna que raramente son capaces de resolver sin que haya víctimas (emocionales normalmente) por el camino; víctimas como Dagny que, de manera desesperanzada y abatida, declaran que «a veces, cuando le oigo hablar, me pregunto a mí misma sí está usted completamente cuerdo (…) Cada vez me inquieta más, incluso me desazona; desconcierta todos mis conceptos, independientemente de lo que diga, me pone todo al revés. ¿Por qué?».

La literatura de Hamsun, envuelta de claroscuros románticos, obsesiones y personajes inadaptados, destaca y se eleva en el análisis sin reparos que hace sobre los conflictos internos de sus personajes, evidenciando que estamos hechos de contradicciones y los empuja hacia los extremos donde oscilan entre la cordura y la locura, las mentiras y el engaño (hacia uno mismo pero también hacia los demás), pero también con constantes confesiones y reconocimiento de culpa. Son las mentiras propias de quien se siente pedido y necesita justificar cada una de sus neuróticas y perturbadas acciones y decisiones, a las que su resultado parece recaer puramente en manos del azar sin ser uno responsable de las consecuencias de sus decisiones tal y como afirma el propio Nagel afirmando, a modo de aceptación irremediable, que «me han sucedido una serie de cosas que no han sido todo buenas, así lo ha querido el destino».

Así, el protagonista es un ser triste y miserable, pues no consigue nunca encontrar la tranquilidad entre tanta zozobra emocional a la que arrastra a sus pretendidas a las que pretende engatusar con una palabrería que, por atropellada y errante, a menudo las deja más aturdidas que embelesadas. Y, en esa vorágine de emociones cambiante y sinsentido, Hamsun nos hace un retrato de la absurdidad de la vida, de la inconsistencia de nuestros sentimientos y de cómo la mentira y el engaño sólo obtienen un solo resultado, penoso y triste, que se vuelve como un espejo contra el que lo ejerce, por más que la máscara de la mentira intente ocultar la triste verdad que se halla tras palabras vacías y caducas. Dice Hamsun que «vivir es estar en guerra contra los malos en las bóvedas del cerebro y del corazón». Este es el verdadero conflicto existencial, la pulsión entre razón y sentimiento que debemos equilibrar, de manera constante, si no queremos ser sometidos, no únicamente a la confusión que rodea nuestro mundo sino, también, a la incomprensión de nosotros mismos.

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