Título original: Ru
Traducción: Julián Rodríguez
Año de publicación: 2009 (en castellano, 2020)
Valoración: Recomendable alto
Sobre la guerra de Vietnam hemos leído y, sobre todo, visto ya muchas cosas, siempre, o casi, desde la perspectiva norteamericana: el horror de una guerra salvaje, el calor y la jungla enloquecedora, el enemigo taimado y sanguinario, las atrocidades propias y ajenas en una contienda en la que el Tío Sam nunca debió meterse, según entendió un floreciente movimiento pacifista. Lo que ya nos es menos conocido es la suerte que pudo correr la población civil, la tragedia de un país dividido no solo por una frontera sino por un abismo de odios irreductibles, sectarismo primitivo y sangrantes diferencias de clase. Aunque realmente tampoco nos es difícil imaginar algo parecido sin equivocarnos mucho, a fin de cuentas hablamos de una guerra civil, con el desgarro que siempre lleva consigo.
Una de sus consecuencias más habituales –y que también aquí conocemos bien- es el exilio, la huida de quienes se sienten amenazados por la guerra misma o por sus vencedores, esa estampa a veces de familias enteras, otras de niños solos, enviados a cualquier parte donde se supusiera que estarían más seguros. Aunque desconozco hasta qué punto este libro puede incorporar elementos de ficción (que yo creo que ninguno, o muy pocos), parece ser que Kim Thúy pertenecía a una familia bien, incluso algo más que bien, de Saigon, que con el acceso al poder de los comunistas no dudan en escapar para salvar su vida y lo que se pudiera de su patrimonio.
La peripecia resulta, como cabe esperar, bastante terrorífica, con gran número de personas hacinadas en barcos en condiciones deplorables, sin una idea exacta de a dónde van a ir a parar y esperando a cada minuto el ataque de piratas que se entiende que no tendrán muchos miramientos con bienes o personas. Llega finalmente el asentamiento de los refugiados en Canadá, donde reciben buen trato y luchan por iniciar una nueva vida en lugar tan extraño y lejano, donde el frío y la nieve han sustituido de golpe el clima monzónico, las costumbres y el idioma chocan con sus tradiciones, y cualquier trabajo será bueno para intentar salir adelante. El shock de abandonar la tierra, de enfrentarse a una cultura diferente y tener que luchar por sobrevivir, el desarraigo y la estupefacción ante lo desconocido hacen que Kim pierda el habla al tiempo que se asombra ante los cuerpos tan diferentes de aquellos desconocidos occidentales.
Ese es un poco el relato lineal que pudo haber sido Ru de haber tenido el formato digamos convencional de una crónica autobiográfica. En definitiva, algo no muy diferente de lo que hemos podido leer con ocasión de tantas otras penalidades de gentes expulsadas por la guerra o el hambre. Sin embargo, el libro tiene en mi opinión un interés adicional. No se trata de una narración cronológica, sino de una colección de imágenes aisladas, pequeñas píldoras de recuerdos entremezclados que muestran sensaciones, momentos o reflexiones que se acumulan en desorden, como una caja llena de fotos que examinamos de forma aleatoria, sin que todavía hayan llegado a componer un álbum. El conjunto proyecta así un cuadro complejo, a veces contradictorio, por el que discurren la nostalgia, el miedo y los secretos familiares, un collage que va saltando en el tiempo y en el espacio pero que, si nos fijamos en los detalles, está muy bien construido, con hilos a veces poco visibles, en ocasiones buscando los contrastes o dejando que fluyan secuencias sutilmente relacionadas. No creo que esto sea fruto de la simple intuición, me parece que hay detrás mucha reflexión y buenas dosis de talento para organizar un puzle con todo el sentido.
Quizá lo que más llama la atención es el estilo. La primera impresión es la de una prosa que se acerca a lo poético, contenida e intimista, como de quien no quiere transmitir un exceso de emociones ante estímulos tan fuertes como los que se suponen en una situación tan dolorosa. Contemplamos pequeñas inyecciones de imágenes que se ofrecen con solo lo imprescindible para que sea el lector quien por sí mismo evalúe el sufrimiento que llevan consigo. Ese contraste entre el medio y el mensaje es una técnica narrativa que no es nueva en absoluto, pero que la autora pone en práctica con tanta destreza como naturalidad. Ejemplo:
´Las carreteras estaban sembradas de profundas grietas. Los rebeldes comunistas las minaban por la noche y los militares proamericanos desactivaban las minas durante el día. A veces, una estallaba. Entonces, era preciso esperar a que los militares taparan los agujeros y recogieran los restos humanos. Un día, una mujer quedó destrozada, rodeada de flores de calabaza amarillas, diseminadas, desmenuzadas. Sin duda iba camino del mercado para venderlas. Tal vez encontraran también el cuerpo de su bebé al borde de la carretera’.
Al hilo de esa contención (podríamos decir autocontrol) y esa naturalidad la sensación que gana terreno es la de una rara frialdad. Resulta difícil pensar que esas experiencias traumáticas puedan describirse como lo hace Thúy sin que hayan sido asimiladas y digeridas para formar parte del pasado y solo del pasado, algo que forma parte del equipaje, que no se olvida y de lo que se sacan enseñanzas (lecciones que intenta transmitir a sus hijos), pero que no es un lastre, que no condiciona el presente o el futuro. Kim parece revestida de una coraza, tal vez es algo genético, o la fortaleza de quien ha tocado fondo, o que de alguna manera se ha mimetizado absolutamente en el mundo occidental que le acogió: ‘Ya no tenía derecho a llamarme vietnamita porque había perdido su fragilidad, su incertidumbre, sus miedos’.
Es un proceso que estremece un poco, tanto o casi tanto como el relato de los horrores vividos, y trasladado al libro produce un efecto emocionante, ligeramente hipnótico, que le da un valor especial, el de alguien que ni se regodea en el sufrimiento ni hace bandera (exhibición) de la fortaleza y la superación. Sin hipérboles ni adjetivaciones grandilocuentes. Esto ya es mucho, visto lo que se lee por ahí. Si ese aplomo se combina con la destreza necesaria para componer un relato muy personal, preciso y equilibrado, el resultado es un texto que merece realmente la pena.
4 comentarios:
Libro duro, muy duro, por lo que cuenta, pero está escrito desde la serenidad y sin resquemor, con un dolor profundo, pero no rencoroso, desde el sentimiento de ser privilegiada a pesar de haber sufrido tanto, evitando en todo momento dar y darse pena ni compasión y, sin embargo, compadeciendo a quienes han sufrido como ella u otras cosas diferentes. Además, está lleno de poesía y sabiduría. Buena reseña para un libro a mi juicio más que recomendable que debe ser lo mismo que recomendable alto:).
Paloma Martínez
Hola Paloma. La sensación que me ha quedado es bastante parecida a la tuya, aunque no exactamente igual. Lo que me ha llamado la atención es esa sensación de distancia que pone con su pasado, es como quien lleva una cicatriz y recuerda claramente el sufrimiento, pero no es exactamente una persona herida.
En todo caso, coincidimos en la valoración, con los distintos matices del 'recomendable'. Gracias por dejarnos tu opinión!
Hola Carlos: Suscribo totalmente con lo reflejado en la reseña, expresado además de una forma muy bella. A mí también me resultó especialmente atractivo el estilo que tan bien describes: La forma elegida para ir desgranando esas píldoras de memoria y el modo en que va saltando de una a otra, enlazadas a través la evocación sugerida por detalles, personajes, olores, gestos, palabras… y que el lector debe ir ordenando cronológicamente.
Respecto al punto de "divergencia" con Paloma, yo no podría explicar porqué elige esa "frialdad", esa renuncia a expresar sus sentimientos y la distancia que pone con su pasado, si por tener cicatrizada la herida o por el dolor profundo que la experiencia dejó en ella. Es algo que me planteé durante la lectura y que me hizo oscilar entre una postura y la otra. A mí me quedó la duda, lo que no le resta ningún valor al libro.
Un saludo,
Beatriz
Veo que en general coincidimos todos en la opinión.
Muchas gracias por visitarnos y comentar, Beti.
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