Año de publicación: 2019
Valoración: lectura obligada
Había un crío en mi clase de primaria (D.R.) que practicaba el conflicto indiscriminado como otros practicaban dando patadas a un balón. Una vez me llamó gilipollas sin venir a cuento y cuando yo le respondí «eso lo será tu madre», la que me lió fue de antología. Y es que —mucha atención—, el titular que acabó trascendiendo era que yo había insultado a su madre. Pero sé muy bien que si yo, con mis tiernos once años, hubiera sido capaz de darle una respuesta más madura, en plan: «no me faltes al respeto, D.R.», entonces el titular habría sido que yo me había ofendido por nada.
Al final la cosa no fue más allá porque (1) mi historial de conducta en el colegio era intachable, (2) el de D.R. no lo era tanto y sobre todo, (3) estábamos en los 80. Pero que la anécdota permaneciera en mi memoria poco tiene que ver con que D.R. fuera bajito, bocazas y mezquino, sino con las turbias convicciones que subyacían en su manera de proceder:
- La legitimidad de los actos no reside en el QUÉ sino en el QUIÉN.
- Los que se rebelan a QUIÉN, o bien están linchándole —o a su madre, en este caso— (turba linchadora-censuradora) o bien están ejerciendo la queja y el lloriqueo sistemático (ofendiditos).
Y como lo personal es político y además estoy convencida de que la microestructura del conflicto en el espacio cotidiano es un reflejo de las grandes estrategias de poder a través de las cuales se nos manipula a escala global, no me sorprendería en absoluto ver cualquier día a D.R. ejerciendo de Fiero Analista (*) en una de esas vergonzosas tertulias televisivas de media mañana.
Resumen resumido: los medios informativos y las redes sociales están totalmente impregnados de un nuevo léxico que pone el foco de la polémica en cuestiones hasta ahora impensables. Linchamiento, puritanismo, políticamente correcto, libertad de expresión, caza de brujas, ofendiditos… palabras todas ellas al servicio de la deslegitimación (y criminalización) de uno de nuestros derechos fundamentales que es el de la protesta.
Lo cierto es que si yo leí Ofendiditos, sobre la criminalización de la protesta fue por su autora: Lucía Lijtmaer. Esta periodista, presentadora y cómica feminista posee una mirada inteligente y reveladora que es un faro de lucidez en medio de la bruma rancia y testosterónica. No hay más que echarle un vistazo al late night que presenta junto a Isabel Calderón —Deforme Semanal— para darse cuenta de que ahí se produce algo realmente genuino, refrescante y necesario. Y es que Lucía Lijtmaer pertenece a ese tipo de ensayistas a los que trabajar en el medio audiovisual (generalmente, internet) y la familiaridad con las redes sociales, incrementa su capacidad para tomarle adecuadamente el pulso a las cuestiones de calado con más incidencia en nuestra actualidad.
En Ofendiditos, Lucía Lijtmaer indaga en el origen y la evolución de todas esas palabras y dogmas que monopolizan el debate para poner en evidencia lo artificioso y maniqueo del significado que hoy se les otorga; en algunos casos, el diametralmente opuesto. También destapa las incoherencias y las trampas —algunas muy poco sofisticadas— en las que se ha incurrido sin pudor para confeccionar este sistema global y orquestado. Ilustra sus hallazgos con ejemplos actuales de fuera y dentro de nuestro país. Y de ese modo desactiva, desde el razonamiento y los hechos documentados, todos esos artefactos construidos como cualquier otro lema de marketing. Porque al final eso es lo que es.
«(…) lo aberrante de una anécdota histórica puede servir para determinar que un discurso es hegemónico en vez de anecdótico»
Lucía Lijtmaer anuncia su tesis en el prólogo, la desarrolla en los cuatro capítulos centrales y concluye con un epílogo. Y es en el prólogo y el epílogo donde se permite expresar abiertamente su postura mientras que en los capítulos prima un afán por exponer los hechos de un modo más aséptico. Por otra parte, Ofendiditos es un ensayo de pequeño formato en coherencia con la colección Nuevos Cuadernos Anagrama, que ofrece lo que yo llamaría «píldoras para la reflexión», algo de entrada muy interesante aunque debo aclarar que desconozco la calidad y el interés del resto de títulos. En ese marco, Ofendiditos resulta muy remarcable aunque tengo la sensación de que las limitaciones del formato le pasa cierta factura. En algunos pasajes centrales, los datos y los conceptos se concatenan con demasiada premura como para que un lector ajeno al contexto y al léxico pueda seguir el hilo del discurso sin tener que releer varias veces el mismo párrafo, y lo aséptico del tono que mencionaba antes, no juega a favor en este caso.
Es evidente que sobre el tema de la manipulación del lenguaje a través de los medios para criminalizar el derecho a la protesta, hay mucho más que decir de lo que aquí se dice, pero de ahí lo de «píldora para la reflexión». Ofendiditos es un ensayo que abre las puertas a los grandes conceptos y a partir de ahí cada uno puede construirse su propia opinión y hacerse su propio camino. Y de ahí lo de lectura obligada. Ofendiditos es de los pocos libros que sé seguro que voy a revisitar regularmente porque sé que cada vez va a aportarme algo nuevo.
(*) El epílogo tiene como subtítulo: «El lamento del Fiero Analista»
(*) El epílogo tiene como subtítulo: «El lamento del Fiero Analista»
6 comentarios:
¡D.R., cabrón: te vamos a buscar y entre todos te vamos a dar pal pelo!
D. R. No vuelvss a faltsr a Beatriz Juan viejo
Excelente reseña. Mayor Thompson
Beatriz:
Si me mandas que lo lea, allá voy, y luego te diré.
Me has recordado con tu reseña cómo era el colegio en los 80. Hasta los profesores ridiculizaban e insultaban a veces. Sin duda, los chavales teníamos la piel más dura, pero a qué precio.
La última vez que me he sentido realmente ofendida y rabiosa fue hace unos días, en que pegaron a las amigas de mi hija, porque "habían mirado mal" a alguien. Otras D.R
Saludos
Bajito, mezquino y bocazas! Nos vemos en los tribus. Llevarà el caso Emi Lee, gili.
Juan y Unknown,
qué vamos a hacerle, el mundo está lleno de D.R.
Mayor Thompson,
gracias por pasarte.
Lupita,
tengo la sensación que lo de los coles no ha mejorado. Y lo de sentirse ofendido hasta por una mirada es muy de nuestros tiempos. Qué lástima y qué impotencia!
Dani Real,
acabo de recordar una escena mítica del cine en la que todos los presentes aseguraban ser Espartaco.
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