miércoles, 14 de agosto de 2019

Ingrid Guardiola: El ojo y la navaja

Idioma original: catalán
Título original: L'ull i la navalla
Traducción: Cristina Zelich
Año de publicación: 2018
Valoración: bastante recomendable

En la vorágine tecnológica en la que nos vemos arrastrados de manera irremediable (y, en algunos casos, a nuestro pesar) se agradece la publicación de libros que ayuden a reflexionar sobre el mundo en el que vivimos, pues, formando nosotros parte de él, si no tomamos cierta distancia podemos no percatarnos de lo que ocurre. Y la autora, consciente de ello, parte del discurso de David Foster Wallace publicado en el ensayo «Esto es agua» para hacernos tomar consciencia de que, a menudo, no vemos aquello que tenemos delante por estar demasiado familiarizados con ello, porque «las realidades más obvias son, a menudo, las más difíciles de ver», como los peces del ensayo de Foster Wallace donde uno le pregunta a otro «¿Cómo está el agua?» a lo que el otro le contesta «¿Qué es el agua?».

Con el propósito de situar la mirada sobre el mundo que nos rodea y reflexionar acerca de cómo interactuamos con él, la autora ha escrito un interesante análisis sobre el mundo como interfaz, como elemento frontera entre nuestras realidades y reflexiones y el entorno; una interfaz cada vez más tecnológica, formada por los múltiples y diferentes dispositivos que establecen el prisma condicionante bajo el que vemos el mundo.

El libro empieza con un análisis en clave retrospectiva donde la autora reflexiona sobre la evolución del uso de las imágenes a los largo de la historia, y tal y como también hizo Susan Sontag en «Ante el dolor de los demás», se detiene en el cambio que supuso la Guerra del Golfo en lo que refiere al tratamiento de las imágenes, en cómo se utilizan las mismas no únicamente para explicar lo sucedido, sino para vender un relato, parcial, interesado, manipulador y orientado a unos objetivos que distan de una supuesta neutralidad informativa. Una guerra retransmitida en los medios como si fuera un videojuego, creando así una distancia entre la muerte y el espectador que elimina el vínculo emocional y sitúa al otro en un lugar ajeno a la comunidad, como si no fuera parte de nuestra sociedad, reduciendo hasta la casi nulidad nuestra capacidad de emoción y perturbación antes los hechos producidos (algo que también apuntaba Sontag). Y con ello, habla de la alteridad, de cómo las imágenes de muertos son mostradas únicamente cuando las víctimas son de otros países, otras religiones, otras culturas. Otra vez, la distancia es la que determina hasta qué punto empatizamos con el dolor y marca nuestra aceptación a que se muestren determinadas escenas, de manera acorde a nuestra tolerancia al mismo.

Asimismo, el uso que se hace de las imágenes es totalmente interesado, pues mientras que en la Guerra del Golfo la imagen mostrada y difundida era un simulacro o en la caída de las Torres Gemelas era una imagen icónica, las de las muertes de Gadafi o Bin Laden se muestran como si fuera un espectáculo de exhibición de trofeos, como si el éxito de la operación finalizara ahí. Y en esa exposición de la víctima como trofeo de caza, la autora nos lo ubica al presente citando el episodio de Black Mirror «White bear» (que recomiendo encarecidamente), donde el autor traslada ese efecto de distancia entre observador y víctima, entre efectismo y realidad, entre solidaridad y a acoso, reduciendo la distancia entre espectador y verdugo. El espectáculo por encima de los valores, con la complicidad absoluta del observador, no ya pasivo sino también autor de la atrocidad propuesta de manera ajena. El voyerismo y el post espectáculo que la autora pone en un contexto real mencionando proyectos como el Virtual Neighborhood Project Watch ideado en EE. UU.

Y, con ello, entramos de lleno en la que considero la parte más interesante del ensayo, pues Guardiola escudriña nuestro mundo en la actualidad y explora el cambio en la sociedad a partir del creciente consumismo y la incorporación de las cámaras a nuestra vida social, una vida permanentemente conectada y con una necesidad extrema de consumismo instantáneo donde la importancia ya no reside en aquello que es fotografiado, en el objeto de la fotografía, sino en quien la hace. Ya no se trata de ver, sino de ser visto. Y en ese afán de acumular datos, experiencias e información, la instantaneidad y abundancia de la misma nos impide una digestión profunda de aquello que vemos, leemos y percibimos, anulando así una capacidad de respuesta que vaya más allá del lenguaje emocional de los emoticonos o las reacciones inmediatas.

Con este ensayo, la autora no responsabiliza únicamente a la sociedad por el uso que da a la tecnología, sino que critica también las grandes corporaciones mediáticas, pues pueden modificar nuestro estado de ánimo, nuestros recuerdos, y lo pone en contexto con ejemplos de prácticas que han estado realizando empresas como Facebook, con sus algoritmos que determinan qué entradas o imágenes se ven en primer lugar al conectarse. La alteración o determinación del orden en el modo en el que ves la información, las imágenes o el contenido, afecta de manera inexorable a nuestro estado de ánimo de manera que pueden manipular a su antojo nuestro comportamiento a corto plazo. Algo realmente preocupante, sin duda.

Asimismo, considerando nuestra interacción con el entorno, con el mundo que nos rodea (no ya físicamente, sino tecnológicamente y por tanto globalmente), la autora profundiza en el análisis del uso de las redes sociales para criticar un sistema donde fuerza a que todos opinen al momento sobre cualquier cosa, siguiendo los dictámenes de los que desean la política del clic, afectando a la salud psíquica de la gente. Y en el análisis sobre el uso de la imagen en la sociedad actual, la autora afirma sabiamente que «ya no se trata de cambiar las imágenes del pasado, sino las del propio presente. No queremos ser fieles a la experiencia o capturar la autenticidad del momento, sino dar un carácter monumental a nuestra vida, hacerla emblemática, al precio que haga falta, incluso renunciando a nuestra experiencia inmediata del mundo o sustituyéndola por nuestra experiencia mediatizada». Guardiola, siguiendo con esta reflexión, critica un mundo habitado por individuos que buscan en las redes sociales el ser reconocidos, mostrando una versión filtrada (y mejorada) de ellos mismos, convirtiendo las vidas en escaparates, aumentando con ello la distancia entre ellos y el resto, dando origen a la pérdida del propio mundo.

Como parte menos interesante, bajo mi punto de vista, encontramos un tramo final donde la autora habla de las ciudades como interfaz entre los ciudadanos, los turistas y los inmigrantes, cada uno con sus propios intereses (que chocan en ocasiones entre ellos), y se centra principalmente en el turismo como origen de que muchos ciudadanos se sientan desplazados de su propia ciudad, dando lugar a la turismofobia que en realidad no es otra cosa que intentar hacer las ciudades más habitables y sostenibles, no pobladas de personas en tránsito que lejos de querer integrarse en la ciudad visitada lo que ansían es simplemente confirmar la sensación que ya tenían de ella antes de visitarla.

Se trata, por tanto, de un libro interesante y recomendable, pues hace que tomemos consciencia de cómo interactuamos con el resto de la sociedad y de cómo esta interacción no siempre es libre, no siempre es neutra, no siempre es exenta de riesgos o de un peaje que acabamos pagando a costa de nuestra privacidad o, incluso peor, a costa de modificar nuestra manera de ser, fingiendo ser una versión artificial e impostada de nosotros mismos en una especie de autoengaño personal.

Teniendo en cuenta todo lo expuesto en el libro, probablemente la autora tenga mucha razón al afirmar que la verdadera emancipación de este mundo tecnológico y la revolución del siglo XXI pasa por desconectar de todo este entramado de empresas que comercializan con nuestros datos y ser individuos emancipados, eliminando cualquier rastro digital, desapareciendo de la esfera virtual. Este sería un gran acto de disidencia porque, en palabras de la propia autora, «al final, la auténtica revolución, será callar en las redes».

2 comentarios:

eduideas dijo...

Me leí el libro y lo considero interesante por las reflexiones sobre la imagen y el conocimiento y cómo éste ha cambiado en el mundo actual, es la parte que más me atrajo. Espero que sigáis reseñando ensayos para apuntarlos en nuestra lista de pendientes

Marc Peig dijo...

Hola, eduideas. Celebro que también encontraras el libro interesante y coincido en que los ensayos son muy útiles para reflexionar acerca del mundo en el que nos encontramos. Seguiremos ampliando la lista, no te quepa duda ;-)
Saludos, y gracias por comentar la reseña.
Marc