jueves, 3 de enero de 2019

Mercè Rodoreda: Espejo roto (Mirall trencat)


Idioma original: catalán
Año de publicación: 1974
Valoración: muy recomendable

Conforme avanzaba en las páginas de Mirall trencat me esmeré (sin exagerar: el tiempo y los plazos de este blog no dan para entretenerse) en averiguar cuáles eran los referentes literarios de su autora. Leí en alguna biografía que se centraba más en aspectos personales y en sus relaciones con el mundo cultural durante su prolongado exilio y no salí de dudas, porque la única mención que sale en esta novela es la obsesión puntual de uno de sus personajes por Proust.
Y es que hay que reconocer que uno de los grandes logros de esta excelente novela es su capacidad para mostrar un estilo con una fuerte personalidad pero que a la vez dispone de un aura clásica que a mí me ha recordado a Faulkner, aunque donde el genio estadounidense necesita crear todo un condado imaginario para disponer a sus personajes a Rodoreda parece que le baste con una enorme casa con jardín en la parte alta de una Barcelona reconocible en sus escenarios pero que tampoco se erige en protagonista. Quizás sea más una novela sobre cierto submundo de la sociedad barcelonesa pero la proyección de Mirall trencat es universal.
Historia estructurada en tres partes que tienen una continuidad pero que se diferencian por una progresiva ruptura con el orden narrativo convencional. La primera es una presentación de los personajes, digamos, de la primera generación. Aquí conoceremos a la protagonista de la novela, Teresa Goday, mujer de irresistible atractivo físico y origen humilde que ha conseguido ocultar detalles de su pasado y que ha recurrido a alguna curiosa artimaña para seguir adelante. Eludiré ser demasiado específico. Surgen los personajes con un cierto aire folletinesco y vamos penetrando en ese mundo en una primera serie de capítulos bastante asequibles y concretos. Primer matrimonio, primer viudedad, segundo matrimonio y Teresa que toma el ascensor social hasta la última planta hacia arriba. Y esos personajes, muchos, pasan a distinguirse y a definirse de una manera en que solamente los grandes escritores hace posible. Cada personaje queda asociado de manera indeleble y aunque la novela es profusa en ellos, familiarizarse no es difícil. Esa primera parte sirve de presentación o preámbulo y no hay detalle superfluo, todo queda fijado en medio de voluptuosos párrafos de precisión inmaculada, tal es la capacidad de Mercè Rodoreda de transmisión de conceptos que pronto los personajes no son solo los de carne y hueso. Los objetos parecen tomar vida y la narración inicia un desplazamiento del que apenas hemos sido conscientes. Claro que hay un marido y un amigo del marido y un joyero, un notario, un dependiente de una sastrería, personal de servicio de paso más fugaz o con mayor raigambre. Pero también hay un armario japonés, una perla gris, un broche, y una gran casa con un jardín que empieza a abrumarnos y a seducirnos, como si fuera un elemento más del mecanismo narrativo.
Las interacciones se intensifican en la segunda parte, con un fascinante viraje hacia una tonalidad más psicológica. Los personajes han madurado, su trayectoria vital les ha llevado a ser padres, maridos, suegros, amantes, y toda esa carga estática que parecía acumularse en la primera parte empieza a generar reacciones. Hay una carga sexual latente, no explícita, la narración es tensa y a la vez fluída, una especie de reflejo de esa sociedad de clase alta donde, pase lo que pase, la podredumbre ha de mostrar una imagen presentable y discreta, y las vergüenzas no pueden salir a la luz ni traspasar el ámbito del rumor y el silencio cómplice. En ese punto, Mirall trencat parece influida levemente por la corriente naturalista que (la novela se escribió entre 1968 y 1974) dominaba la época con las estrellas del boom, en cuyo ámbito físico (París, Barcelona) Rodoreda forzosamente hubo de coincidir. En ese momento el aire de folletín se ha esfumado y la novela es un gozoso ejercicio de carga psicológica. Tragedias que se suceden, y cada personaje empieza a moverse en el escenario cubriendo sus espaldas preservando sus secretos y sus debilidades. Las tinieblas toman el jardín y los hechos se precipitan, Teresa la matriarca ha cedido el protagonismo a Sofia, su hija, y el telón de fondo del agitado momento en que desenvuelve la novela (de los años 20 en adelante, II república, golpe de estado franquista, guerra civil) no toma ni siquiera un papel trascendente frente a toda la terrible sucesión de acontecimientos en que las tres mujeres, madre e hija y Armanda, sempiterna mujer al mando del servicio de la casa consiguen pervivir rodeadas de sus secretos, de las decisiones que preservarlos les obliga a tomar, y de ese aire viciado que se consolida dando vida a los objetos y al entorno, otorgando una presencia fantasmal a objetos, árboles, animales, en una especie de narración casi sobrenatural (la novela entera es un curso acelerado de uso del narrador omnisciente con resultados brillantísimos) que, en la tercera y última parte, se desboca de manera desenfrenada hasta llegar a ese último capítulo de puro goce: la rata que se pasea por los restos de la mansión en plena demolición.
Menudo tour de force. Y, para los que tengan la suerte de poder leerla en su idioma original, con un lenguaje difícil, barroco, rico en imágenes.
¿Por qué no, entonces, un imprescindible?
Porque la novela se encaja en un pasado que ahora mismo se nos antoja algo lejano. En unas situaciones que son inconcebibles en nuestro mundo de hoy. Hijos abandonados, cedidos para su crianza a personas de confianza, un personal doméstico servil, reverente, víctima de trato y abusos intolerables, figuras quizás apropiadas para el período y el entorno social escenario de la narración, pero cuyo lógico anacronismo puede aportar una situación, aunque sea una agradable inmersión, de alejamiento respecto a los parámetros de la realidad de la enorme mayoría de los lectores. Un obstáculo que merece la pena esmerarse en salvar, pero que hay que considerar antes de dejarse llevar por el entusiasmo: esta no es una lectura para todos los públicos. Ni falta que hace.


Más de Mercè Rodoreda: aquí

7 comentarios:

Gabriel Diz dijo...

Hola Francesc,

La reseña me ha dado ganas de saber algo más de la autora y buscando en la web descubrí qué hay una serie basada en el libro.

Saludos

José L. Solé dijo...

La gran dama de las letras catalanas, sin duda, comparto contigo que la densidad de su prosa te recuerde a Faulkner y que, por tanto, entre otros de sus recursos estilístico-literarios, no la recomiendes a todos los lectores, quizás estaría bien que quienes no la hayan descubierto todavía y les apetezca hacerlo empezaran por la más digerible “La plaça del Diamant” (La plaza del diamante), ambas publicadas también en castellano (ahora mismo desconozco si existe traducción de alguna otra obra suya, estas dos seguro).

Personalmente, creo que con este “Mirall trencat” Rodoreda alcanzó su cúspide literaria, aunque también me gustaron mucho en su momento las semidesconocidas “Quanta, quanta guerra…” y “Jardí vora el mar”.

Chapeau por la reseña, Salut!

Koldo CF dijo...

Con reseñas así entran ganas de descubrir a Rodoreda. Por cierto, Krust! "La calle de las camelias" tb está traducida al castellano, en edición más que antigua de Bruguera

Un abrazo!

Anónimo dijo...

Rodoreda es maravillosa y tu reseña lo deja bien claro, eso sí, el último párrafo no lo acabo de ver relevante.Por cierto, he notado que últimamente publicáis reseñas de autores de los que hay más entradas en la web, pero no lo destacáis al final de la reseña.

Esperanza dijo...

Magnífica reseña de una escritora que leí mucho en mi juventud. La primera vez que fui a Barcelona lo primero que hice fue buscar la Plaza del Diamante, que es un libro que he releído varias veces. Casualmente hace poco vi la serie basada en Espejo roto y me encantó. También hay un telefilme hecho para la Televisión catalana sobre Merçé Rodoreda interpretada por Vicky Peña y dirigida por Ventura Pons que se llama Una merienda en Ginebra y es estupenda para conocerla mejor como escritora y como mujer

eduideas dijo...

Este año es lectura de selectividad en Catalunya y un clásico que siempre hay que conocer

Francesc Bon dijo...

Muchas gracias por los comentarios. Ni idea acerca del telefilme aunque veo lógico que esa trama muestre potencial dramático, y suelo salir huyendo en esos casos ya que yo ya le he puesto cara a esos personajes y sombras a ese jardín. Y desde luego a Rodoreda hay que divulgarla y atesorarla, la literatura catalana no es, por su lógico ámbito reducido, pródiga en figuras de su altura y su universalidad.