miércoles, 24 de diciembre de 2025

Colaboración: 2 x 1 Madrid y El rastro, de Andrés Trapiello

Idioma original: español

Año de publicación: 2020 y 2018

Valoración: empachosos


Andrés Trapiello es un autor que se mueve en un relativo margen literario, desde donde lanza sus propuestas. Algunas son geniales, como sus artículos costumbristas o ese diario del que lleva ya publicados 24 volúmenes. Otras son un tanto descabelladas, como cuando se empeña en comentar la actualidad política. Y otras quizá son incomprendidas, como sus novelas, eclipsadas por el mencionado diario, o libros donde combina sus excelentes dotes de memorialista con páginas que llegan a caer en la irrelevancia. Las dos que dan lugar a esta reseña son de este último grupo, entre el objeto de regalo y de exposición y el buen pulso intimista que ha sido marca de la casa y que se viene difuminando en estas entregas de los últimos tiempos, en apariencia más enfocadas al continente que al contenido en sí.

Madrid y El Rastro son dos ocurrencias editoriales muy bien envueltas, en formato de lujo, quién sabe si inspirados en los que hizo Josep Pla de similar género (¡qué pesada está alguna gente con Pla, y qué poco se le pega a esa gente lo mejor de este escritor excelso!). Lucen los dos títulos repletos de material gráfico de primer nivel, fotografías, reproducciones artísticas de todo tipo, manuscritos, tickets, instrucciones, la inmensa mayoría con su pie detallado y acreditado, lo que es de agradecer y que salvará a estos libros de la maraña de esta época, que todo lo destripa y plagia sin consideración y a la que se enfrentan estos títulos en su preocupación por mencionar casi hasta el último desconocido que hizo una foto de agencia en el año de Maricastaña. Este material se sostiene sobre algo que es de lo mejor del libro, el diseño de Trapiello en colaboración con Alfonso Meléndez, primoroso en lo que se refiere a orden, tipografía o maquetación. De hecho, la implicación es tal que en cierto modo se puede considerar a Meléndez coautor de una buena parte de la bibliografía del leonés.

El primero de los títulos, Madrid, que es sin embargo el que se publicó en segundo lugar, marca la pauta de ambos. Trapiello estructura en capítulos muy bien medidos, bien descritos en sus corolarios, herencia de sus maestros Galdós y Baroja, pero atrabiliarios, en contra de las enseñanzas de aquellos; y así hasta los tres quintos del libro, donde enmarca sus obsesiones particulares en pequeños sumarios como arquitectura o arte u otros dedicados a personajes puntuales que son de su gusto, a medio camino entre las glorias consumadas y los bohemios de manual. ¿Y por qué lo atrabiliario? Pues porque aunque brillante en su escritura memorialista, el fondo histórico propiamente dicho puede arropar de más una armadura literaria que no pierde su sello mercurial, densa en el sentido de con un peso específico, en una tradición de gran clásico, más alumno aventajado que maestro, remitiendo a sus referentes en todo momento, como hace en cada cosa que escribe. Vamos, que si las 350 páginas de narración se hubiesen despojado de esas 150 con informaciones que se pueden encontrar en cualquier guía común medianamente documentada y se hubiesen quedado las que cuentan lo más granado del autor y sus pareceres, la obra habría salido ganando. Pero también sería otro libro, ajeno al concepto enciclopédico que por momentos tiene este Madrid.

Los capítulos son también un poco rastros en sí mismos, acumulación de lugares curiosos y estampas populares en el caso de Madrid y de objetos y motivos típicos en El Rastro. Y en este segundo tomo, lo de siempre: capítulos dedicados a la historia y el desarrollo que ha tenido este mercado callejero desde su fundación en tiempo incierto, y elogios del coleccionismo, pautas de regateo, la anécdota de la espada, que refleja que uno nunca encuentra lo que busca pero a veces sí, y una larga disertación de cómo ha llegado hasta nuestros días esta particular forma de intercambio. El motivo de unirlos a los dos en una reseña es que El Rastro es como una costilla de Adán de Madrid, cuyo capítulo 20 trata el famoso mercado y es, de alguna manera, un extracto de aquel. La intención está clara, pues el propio autor remite al libro en las últimas líneas de ese capítulo.

Aparte de las virtudes ya mencionadas, hay que subrayar un oído fino para los diálogos de la calle y compasión y generosidad para los adjetivos, cualidades ambas que el autor reparte sin reparo y que le habrían venido bien a su propia carrera para que en España estuviésemos más pendientes de la verdadera escritura que de otros aspectos secundarios, como la innecesaria pretendida carga ideológica de que adolece su obra más reciente. Últimamente se viene excediendo en el afán de remarcar su cambio de bando cuando siempre fue de no militante de ninguno, y es repetitivo y cansino tanto en cuanto a la glorificación de los que considera amigos como a la censura de los enemigos, así como en el ostracismo de viejos compañeros de viaje. Sus recientes memorias (‘políticas’ las ha llamado él o su editorial) caen en lo mismo. De ahí el efecto de empacho de la valoración, pues los nuevos lectores pueden saturarse y no aporta novedad a los fieles; nada, en fin, en lo que no hayan caído algunos de sus maestros. Pero cuando Trapiello se olvida de la hemeroteca y de las rencillas y tira del hilo, surge la que es sin duda una de las prosas privilegiadas de la literatura de hoy en español. Esta escritura arrolladora es la línea de sus grandes obras, la de sus crónicas de clásicos olvidados y su diario, de los que deberíamos dar cuenta algún día.

Firmado: César

También de Andrés Trapiello reseñado en ULAD: El azul relativo

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