Idioma original: francés
Título original: L´arbre du pays Toraja
Traducción; José Antonio Soriano Marco
Año de publicación: 2017
Valoración: Está bien
Hace ya unos años que los libros del escritor francés Philippe Claudel se publican con regularidad en nuestro país. No llega a tener el seguimiento entre los lectores de un Auster, un Murakami o un Cartarescu, pero resulta relativamente fácil encontrar sus libros bien situados entre las estanterías de novedades literarias.
Habitualmente, las novelas de Claudel suelen tener un fuerte matiz "sociológico". A menudo, nos coloca en el centro de una determinada colectividad para a partir de ahí realizar un análisis inmisericorde de los entresijos a menudo egoistas y malintencionados que rigen las vidas de sus protagonistas.
En esta ocasión, sin embargo, el escritor francés rompe esa tendencia y construye una novela intimista y reflexiva en la que el tema central pasa a ser la inevitabilidad de la muerte.
Un cineasta francés, posible alter ego del autor, vuelve de un viaje a las islas Célebes donde ha quedado impresionado por los ritos funerarios que celebran los habitantes de estas islas. De ahí el título del libro. Cuando llega a París, recibe la noticia de que su amigo, y productor de sus películas, Eugene, sufre cáncer y está internado en un hospital. A partir de ahí, nuestro protagonista reflexiona sobre la amistad, sobre el paso del tiempo y la pérdida de los seres queridos y toma conciencia de su propia madurez y su lugar en el mundo: "continuar con la propia existencia cuando los rostros y las presencias se borran a nuestro alrededor supone redefinir constantemente un orden que el caos de la muerte desbarata en cada parte del juego. Vivir consiste, en cierto modo, en saber sobrevivir y recomponer".
Como contrapartida a la oscuridad que le transmite la enfermedad de su amigo, el cineasta, que está preparando una película con un trasfondo futurista, conoce a una mujer joven, Elena, con la que comienza una relación marcada por la apreciable diferencia de edad entre ambos. El problema es que esa relación surge en un momento en que nuestro protagonista ha perdido la seguridad en si mismo y cuestiona la perdurabilidad de sus sentimientos y de su propia existencia: "Cuando le pregunto qué ha visto en un viejo como yo, Elena me responde que no sea ridículo. Dice que deje de hacerme preguntas y que viva el momento. Es una expresión de mujer joven, que acaba de cumplir treinta años. Que gasta el tiempo tirándolo por la ventana. Perder el tiempo. Desaprovecharlo. Malgastarlo. Dilapidarlo. Fórmulas genéricas para quien posee la inmensa fortuna de tener toda la vida por delante".
Finalmente, entre tanta melancolía, la noticia de un nacimiento vendrá a arrojar luz sobre la existencia de nuestro protagonista y cierra una historia en la que la vida y la muerte se nos presentan como contrapuntos opuestos, pero inexorables.
Como es habitual, la prosa de Claudel es precisa, minuciosa y atenta al detalle. Sus reflexiones son conmovedoras y nos invitan a valorar el sentido de nuestra propia existencia. Sin embargo, precisamente ese tono casi ensayístico que observamos en muchas partes del libro se ve contrarrestado con determinadas situaciones y personajes que aportan poco al desarrollo de la novela o se ven un poco forzados, especialmente su relación con Elena y, finalmente, mitigan esa profundidad casi filosófica de la que hemos disfrutado en muchas partes de la misma.
Hay que reconocerle al autor su voluntad de romper con el guión de sus anteriores novelas pero, sinceramente, retrata mejor las interioridades de los colectivos humanos que las de la vida en pareja. Dicho esto, si tienen ganas de profundizar en el universo narrativo de Claudel, cuestión muy recomendable, yo comenzaría por Almas grises o El informe de Brodeck y dejaría esta novela para más adelante. No está a su altura.

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