sábado, 18 de julio de 2020

Miriam Toews: Ellas hablan

Idioma original: inglés
Título original: Women talking
Año de publicación: 2019
Traducción: Julia Osuna
Valoración: está bien

Por mucho que el título de esta novela (cuya traducción literal del Women Talking original a este Ellas hablan permitiréis ponga algo en duda) parezca insinuar, por mucho que la recomendación de Margaret Atwood acabe de dar el empujón, a mí me hubiera gustado un libro más visceral. Quizás en este sentido la capacidad de despliegue visual sea más limitada, he leído algún comentario ensalzando las posibilidades de la idea en un hipotético montaje teatral, pero, manías que uno tiene, esperaba más sangre aquí, en el sentido figurado se entiende, especialmente en cierto sentido.
Me explico. La historia de ocho mujeres hablando en dos sesiones, apremiadas por la posibilidad de que aquello sobre lo que están hablando, los hombres que las han sedado mientras dormían y las han violado reiteradamente, a todas las edades, se presente en el lugar donde hablan, tiene un enorme potencial narrativo. La alusión a los cristianos menonitas, comunidad con la que la propia autora se relacionó, es tanto una puesta en escena de un entorno conocido como, extrapolando, el mismo marco que muestran series que he disfrutado recientemente como Unorthodox o Kalifat. Sociedades lastradas por el integrismo religioso (quizás necesitamos caricaturizarlo un poco, pero esto de frívolo no tiene un átomo), todo llevado al extremo común - no exclusivo de las religiones monoteístas, por cierto - de explotar al colectivo femenino, de vaciarlo de humanidad, de equipararlo a esos animales que los varones de la comunidad pretenden vender para financiar abogados que les ayuden a eludir las consecuencias de sus perversos actos.
Ojalá esta fuera una novela distópica, pero no. No sé hasta que punto son exactos los casos reales en que se basa, pero me aterroriza pensar que ello aún hoy es posible por la peculiar situación de ciertos colectivos a los que, bajo el protector paraguas de la tolerancia hacia los usos y costumbres, se les permite/tolera/se hace la vista gorda en ciertos comportamientos que pueden ir de lo amonestable a lo nauseabundo. Y ahí entra el matiz en el que he visto a Toews demasiado tibia. Tan tibia como algunas de las mujeres que se han reunido en la estancia acompañadas de August, que traduce del bajo alemán al inglés (idioma que ellas desconocen porque en su comunidad no se les permite educarse ni relacionarse con extraños) y levanta acta escribiendo (pues las mujeres  no saben leer ni escribir porque en su comunidad no se les permite educarse ni relacionarse con extraños) sobre lo que allí se decida. Que es el nudo del libro: las mujeres que hablan hablan sobre eso, sobre cómo afrontar que cierto grupo de hombres de su comunidad las haya sometido a abusos continuados y haya incluso pergeñado una excusa (la visita de Satán) para camuflar esas agresiones. Pero las mujeres incluso en esa apreciación disienten sobre qué hacer e incluso sus creencias religiosas muestran su arraigo interviniendo, como si incluso los terribles sucesos fueran voluntad de ese ser superior cuyos mandatos acatan. Y es ese momento en que la fuerza de este texto se resquebraja. Tenemos muy clara esa propensión de los credos religiosos más radicales y más extendidos en rebajar el papel de la mujer, en neutralizarlo o confinarlo en campos muy concretos (crianza de la prole, manutención  del hogar), tenemos muy claro que eso pueda ser solo una representación extrema de una sociedad más grande, más matizada en esa represión, más sibilina. Pero no hay un planteamiento frontal, agreste,  de crítica, de puñetazo en la mesa, de inadmisibilidad por lo que se deriva de esta situación. Lo cual sería útil en los dos sentidos: en el literario, porque la novela ganaría en tensión dramática, y en lo, digamos, contemporáneo, porque contaría con asideros a los que las, por desgracia, demasiadas personas que experimentan situaciones parecidas, podrían acogerse para denunciar su situación.

En el momento en que los hechos son ficción, las licencias narrativas entran en juego, la imaginación del autor interviene, y parece que las certidumbres se desvanecen o se ponen en duda. Lo valiente, ya que habitamos un entorno propicio, hubiera sido dejar caer esa cortina y afrontar la cuestión de cara. A día de hoy, puede que no hubiera sido descabellado exigirlo.

2 comentarios:

Lupita dijo...

Hola, Francesc:
Gracias por dar a conocer el libro, no había oído hablar de él.
Es un tema que indigna tanto, tan sangrante y que da tanto miedo (vale, nos da miedo por nuestras hijas, el miedo es libre) que, al menos a mí, me saca de quicio.

Si lo leo, te comentaré.
Saludos

Francesc Bon dijo...

Gracias, Lupita. Creo que se le puede dar la oportunidad pues contiene elementos interesantes, pero insertarlo en un movimiento reivindicativo, como el propio título induce a pensar, es equivocado.