Título original: Terra incognita
Traducción: Marco Aurelio Galmarini
Año de publicación: 2020
Valoración: Entre recomendable y Está bien
Podría haber empezado diciendo que estamos ante un libro apasionante sobre el avance de los conocimientos sobre el planeta en los siglos XVIII y XIX, lo cual podría haber sido muy válido para adornar faja, contracubierta o solapa. Si desinflamos un poco la hipérbole, tampoco estaríamos muy lejos de una definición objetiva de este texto que examina, o eso pretende, algo tan inusual como la ignorancia (inusual como objeto de análisis, quiero decir), en este caso acerca de las características físicas de la Tierra. Como lo habitual es justamente lo contrario, analizar los descubrimientos que han ido configurando la ciencia, el cambio de foco parece muy atractivo para empezar.
Alain Corbin es un historiador conocido por adentrarse en lo que se llama historia de las sensibilidades, algo que, desde mi escaso conocimiento del asunto, creo bastante cercano a la microhistoria o historia de la mentalidad, es decir, la mirada puesta no tanto en los grandes personajes o eventos fundamentales como en la psicología y las percepciones de la población en general, el pueblo llano. En esta dirección se detiene el autor en cómo contemplaban los ciudadanos rasos este planeta nuestro, su geografía y su clima, la edad de la Tierra, los fenómenos geológicos más devastadores (volcanes, terremotos), la meteorología y sus consecuencias más extremas, la configuración de los mares y las montañas.
Lo más interesante del libro es precisamente esa exposición, que salpica los diversos capítulos, en torno a la concepción que la gente de a pie tenía acerca de estas realidades en la época analizada. Todavía seguían muy vigentes ideas de raíz religiosa, como las supuestas consecuencias del diluvio, y naturalmente el desconocimiento del medio abría la puerta a temores sobre el fin del mundo, ideas sobre paraísos ocultos en lugares remotos o presencias monstruosas. Gran parte de esta perspectiva se deriva del localismo: ante la dificultad en los desplazamientos y en la comunicación, la gente conocía razonablemente bien su entorno inmediato, especialmente en lo referido a los vientos o la lluvia, pero ignoraba por completo todo lo que ocurriese más allá de unos pocos kilómetros. Lo demás era Terra incognita, grandes manchas blancas en los mapas y sucesos extraños atribuidos a motivos sobrenaturales, o simplemente aceptados como una fatalidad. Todo lo cual tiene como consecuencia el terror ante lo desconocido, el planeta como un lugar hostil que aconseja no salir del terruño.
Los avances científicos, las exploraciones en tierras lejanas o en zonas montañosas, eran materia de estudio y discusión apasionada en círculos muy reducidos, y nada de esto llegaba a la mayoría de la población. El conocimiento va permeando muy poco a poco, de forma más acelerada desde mediados del siglo XIX, gracias a mejoras en la movilidad y la paulatina introducción de textos, algunos con gran repercusión popular, como las novelas de Julio Verne. La ignorancia va cediendo terreno y lo que son en principio descubrimientos a veces controvertidos y en ámbitos muy restringidos, van ganando terreno en capas más amplias de la población.
Todo esto es muy interesante, aunque a decir verdad creo que Corbin no da con la tecla para presentarlo en la forma adecuada. El libro se estructura en tres bloques cronológicos en cada uno de los cuales se exponen las ideas acerca de los mismos misterios: los Polos, los glaciares y las fosas marinas (uno de los puntos más curiosos), la montaña, los fenómenos meteorológicos, la geología y la hidrología, entre otros. Lo cual conduce, en mi opinión, a una excesiva fragmentación de las materias e impide una lectura más lineal, hasta llegar al punto de alejarse de lo que parecía el objetivo inicial. No es fácil examinar la evolución de la ignorancia sin adentrarse en un relato de los descubrimientos, y de esta manera el texto se aproxima por momentos a una historia convencional y pierde en ocasiones el atractivo que prometía.
No obstante creo que ofrece una perspectiva al menos parcialmente novedosa, y ayuda a sumergirnos en la psicología y el punto de vista de nuestros antepasados recientes. El mundo real debía ser para ellos mucho más pequeño que el que conocemos ahora, y fuera de ese ámbito la ignorancia se rellenaba con fantasía, mitos o creencias religiosas
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