jueves, 19 de diciembre de 2024

David Seltzer: La profecía

Idioma original: Inglés
Título original: The Omen
Traducción: Antonio Bonnano
Año de publicación: 1977
Valoración: Se deja leer

La mayoría de amantes del género de terror conocen la película La profecía de 1976. Pero pocos saben que al año siguiente de que este clásico dirigido por Richard Donner se estrenara se publicó también una novelización del mismo que en su momento fue igual de exitosa.

Tanto la película como la novela tienen ideas sumamente interesantes; lamentablemente, no acaban de exprimirlas del todo. Aun así, entretienen de lo lindo, y debieron generar dinero, porque la historia del Anticristo se convirtió en una pentalogía literaria y una potente franquicia cinematográfica.

Centrémonos en el libro. El argumento de La profecía es simple pero efectivo, tan fácil de leer como de olvidar. Robert y Katherine Thorn pierden a su hijo en un hospital de Italia. Un sacerdote ofrece a Robert el bebé recién nacido de una madre que ha muerto al dar a luz, y éste acepta sin decirle nada a su mujer de la suplantación. El matrimonio norteamericano afincado en Inglaterra (Robert ejerce de diplomático) experimenta algunos años de felicidad. Sin embargo, cosas extrañas comienzan a suceder alrededor del pequeño Damien: sus pavor hacia las iglesias, el suicidio de su cuidadora, la aparición de una nueva niñera, una accidentada visita al zoo, etc...

Aunque La profecía tiene escenas terroríficas y elementos del subgénero del horror religioso, más bien podría considerse un "thriller". Uno en el que Robert debe descubrir la verdadera naturaleza de Damien e investigar una conspiración satánica que pretende hacer que el Anticristo acceda a su fortuna y obtenga su influencia política.

La profecía es el debut narrativo de David Seltzer. El bagaje como guionista de cine y televisión del autor se ve reflejado en una prosa funcional pero literariamente acartonada, una tendencia a la sobreexplicación mediante descripciones innecesariamente largas, una falta de sutileza a la hora de revelar cierta información y una introducción tosca de determinados elementos relevantes para la historia.

Para que veáis a qué me refiero con que la prosa tiende a la sobreexplicación, dejad que os muestre un pasaje de la página 263 en el que el ritmo frenético que debería permear la escena queda comprometido por culpa de la minuciosa exposición de la acción: «La cabeza de aquella bestia se acercaba cada vez más a Thorn. Adosado contra el respaldo del asiento, Thorn veía ya los dientes del perro a escasos centímetros de su rostro, lanzando rabiosos mordiscos al aire, cuando los dedos, hundidos en el bolsillo de la chaqueta,  encontraron uno de los estiletes. Sacó la mano, armado con el estilete, la levantó por encima de la cabeza y clavó el arma firme y directamente entre los juntos ojos del animal. La afilada hoja se hundió hasta la empuñadura.»

Con la falta de sutileza de Seltzer me refiero a que no logra de forma convincente que dudemos sobre la verdadera naturaleza de Damien en ningún momento, pese a que parece que el escritor intenta en vano sembrar la duda sobre si realmente hay algo sobrenatural o no en él en un par de ocasiones. Aunque admito que me sorprendió gratamente cómo el autor deja sin aclarar qué sucede con los Horton, el matrimonio de sirvientes de la mansión Thorn, de modo que queda en manos del lector deducir si han renunciado voluntariamente a su empleo o si la señora Baylock los ha matado.

Asimismo, reprocho a Seltzer que infiera detalles que le convienen de manera artificiosa. Esto queda plasmado en cómo anticipa el carácter inquisitorial del pensamiento de Thorn a través de dos especulaciones algo gratuitas, o cómo introduce abruptamente en el clímax que una bombilla cuelga del techo «suspendida por un cable muy gastado» en la escalera de servicio de la mansión porque más adelante le dará uso.

A mi juicio, la novela presenta algunos cambios que mejoran a la película. Es cierto que Damien se siente menos intimidante que su contraparte fílmica, pero eso es un acierto, dada su edad. Asimismo, la señora Baylock, antagonista de esta primera entrega, es mucho más amenazadora y siniestra en la versión de papel. Y determinadas escenas (como la visita de Katherine y su hijo al zoo) superan con creces a sus equivalentes cinematográficas.

Los defectos que le encuentro a la novela son, en general, compartidos con la película. Por ejemplo, el que la conspiración satánica se sienta tan pequeña (por lo contrario, Ira Levin sí que lograba escalarla correctamente en Rosenary's baby); en ningún momento creemos que Damien esté eficazmente protegido, por mucha señora Baylock y mucho perro que lo rodeen. También hay algún defecto exclusivo del libro: la ya mentada prosa regulera de Seltzer (obviamente) y las tediosas disertaciones teológicas y geopolíticas que pretenden justificar el advenimiento del Anticristo.

Los personajes de la novela son bastante planos, e incluso me atrevería a decir que se sienten desaprovechados (sobre todo en el caso de Haber Jennings, fotógrafo que se acaba aliando con Robert). Sea como fuere, cumplen con su cometido, pues son creíbles y resulta fácil empatizar con ellos: Robert es un hombre fuerte y resolutivo abrumado por la situación; Katherine, un personaje trágico; Jennings ayuda a que la historia progrese; la señora Baylock, con su manipulación, insolencia y aspecto grotesco (sobre todo después de maquillarse como una obscena prostituta) protagoniza algunas de mejores escenas del conjunto.

Resumiendo: la novelización de La profecía no aportará gran cosa a quienes hayan visto la película. Sin embargo, recomiendo a aquéllos incondicionales del clásico cinematográfico que le echen un vistazo al libro, porque se toma licencias argumentales bastante interesantes que incluso mejoran el material original. Por lo demás, no deja de ser una obra tan entretenida como simple y olvidable, cuya factura pedestre juega en contra de sus buenas ideas e intenciones. 

3 comentarios:

Alberto dijo...

La novela es bastante mala, sí, pero a mí la película me parece mejor. Sobre todo dos personajes: el cura diabólico, que advierte al incrédulo Gregory Peck del cambiazo, y que termina el pobre como una aceituna rellena la española; y el fotógrafo, interpretado por el genial secundario David Warner, que acaba uniendo sus fuerzas con el embajador para derrotar al mal en forma de crío pesado. La novela es el guión de una película buena y no tiene la intensidad dramática de sus imágenes. Es plana, como bien señalas. Carece de ese ambiente de pesadilla que va envolviendo a los personajes de la película hasta el clímax final.

Un saludo.

Oriol dijo...

Hola, Alberto.
Yo es que nunca he sido un fan de la película. Admito que es un clásico, y que es muy entretenida, pero ya digo que le veo bastantes defectos, los cuales se repiten en su mayoría en la novelización (como la diminuta escala de la conspiración satanista).
Sin embargo, me sorprende que no halagues algunas de las desviaciones narrativas por las ue opta el libro. ¿No te gusta más la versión literaria de la señora Baylock? Su descripción física (una suerte de matrona voluminosa) la hacen más intimidante, y detalles como que haga sus necesidades en el bosque me parecen escalofriantes.

Alberto dijo...

Sí, la señora Baylock da más miedo en la novela que en la peli (aunque la bruja cadavérica y dentuda de la cinta tampoco es precisamente tranquilizadora je je). Pero el libro se hace cansino y la película creo que gana a medida que avanza.