martes, 7 de abril de 2020

Agustín Ferrer Casas: Mies

Idioma: español
Año de publicación: 2019
Valoración: recomendable, sobre todo para interesados

"Biocomic" éste que perfectamente podía haber entrado en nuestra Semana de la arquitectura y el urbanismo que devorásteis con tanta fruición el año pasado, puesto que el Mies del título hace referencia, claro está, al célebre arquitecto Ludwig Mies van der Rohe -se añadió un segundo apellido porque el primero, en alemán significa "miserable", "piojoso", y claro, no era plan-, uno de los más conspicuos y, sobre todo, elegantes representantes del Movimimento Moderno en esta disciplina. Novela bio-gráfica que fue publicada coincidiendo con el 50º aniversario de su muerte, por cierto.

Mies, hijo de un cantero de Aquisgrán, fue formándose como delineante y luego arquitecto, hasta convertirse en uno de los más vanguardistas y reputados de Alemania, además de director de la última etapa de la Bauhaus, hasta que fue cerrada por los nazis, que le fueron poniendo las cosas cada vez más difíciles -parece que el propio Hitler pisoteó los planos de uno de sus proyectos-, lo que provocó que Mies finalmente emigrara a EEUU, para comenzar de nuevo con más de 50 años... aunque, eso sí, como director del Armour Institute de Chicago. Por supuesto, además de su vida, el libro hace un repaso a los más señeros esdificios diseñados por él: la casa Riehl, la Tuhaldt, el exquisito pabellón alemán en la Exposición Universal de Barcelona o, ya en América, los apartamentos Lake Shore Drive, el rascacielos Seagram de Nueva York, o la transparente y prodigiosa cassa Farnsworth. Para acabar con la obra que cierra el círculo de su vida profesional: el Museo de Arte Moderno de Berlín.


Ahora bien, este cómic o novela gráfica dista mucho de ser una simple hagiografía del famoso arquitecto; articulada a través de una conversación con su nieto Dirk, en una avión rumbo a Berlín, no para mientes en abordar la ambivalente posición de Mies ante el régimen nazi - intentó capear el temporal como pudo, aunque no tenía nada que hacer con ellos desde que en 1926 erigiera el monumento a los comunistas CarlLielhnecht y Rosa Luxemburgo-, así como la desaforada ambición que le caracterizaba, sus problemas con el alcohol y, sobre todo, sus infidelidades y traiciones a todas las mujeres que pasaron por su vida (incluso a una edad más que madura y con un físico no demasiado agraciado, el tipo era bastante picaflor). También las relaciones, no siempre cordiales, con otros arquitectos de su época: Peter Behrens, Gropius, Philip Johnson... con Frank Lloyd Wright, que también era bastante pichabrava, parece que se llevaba bien... probablemente porque ninguno de los dos hablaba el idioma del otro.



En cualquier caso, es ésta una biografía nada complaciente, ya digo, pero quizás por ello más interesante, de un arquitecto fundamental de la modernidad, además de una figura de lo más representativa de lo que fue el siglo XX; una novela gráfica que, por si fuera poco, hace gala de un dibujo de un trazo exquisito y un gusto por el detalle excepcional, sobre todo, y cómo no, en la recreación de edificios y ciudades; algo que no es de extrañar siendo su autor, Agustín ferrer Casas, también arquitecto, además de dibujante. Ojalá se prodigue más con obras de este tipo y nivel , tanto narrativo como gráfico.





9 comentarios:

1984 dijo...

Los dibujos son maravillosos: ocres, nítidos. Muchos intelectuales alemanes (y no los menos importantes) tuvieron una actitud ambivalente respecto al nazismo. Mies van der Rohe estaba no obstante condenado de antemano porque el racionalismo arquitectónico de la Bauhaus era anatema para la estética oficial nazi, colosalista y neoclásica. Los nazis no querían una arquitectura funcional y a escala humana: querían acojonar con los edificios oficiales grandilocuentes construidos por Albert Speer y otros.

Beatriz Garza dijo...

Pues voy a tener que echarle un ojo a esa novela gráfica. Cuando estaba en la facultad de Arquitectura, nos metieron la casa Farnsworth con calzador, redibujamos sus planos, dibujamos perspectivas (a mano) e hicimos maquetas hasta la saciedad. Un profesor nos explicó la anécdota de que Edith Farnsworth (adinerada dentista y amante de Mies Van der Rohe) acabó harta del proyecto, de la obra y del arquitecto. Recuerdo que en aquellos momentos yo solo podía pensar que la casa era preciosa pero estar allí dentro debía ser lo más parecido a vivir en un horno pirolítico. Muy interesante, compi.

Juan G. B. dijo...

Hola a los dos:
1984, tienes razón al decir que Mies estaba condenado de antemano por los nazis, al menos profesionalmente, por más que intentará sobrevivir bajo su régimen (quizás el término ambivalencia, que yo he empleado, sea un poco excesivo, por más que así parezca en el cómic), desde el momento en que su estilo casba mal con el gusto arquitectónico tan exquisito de Speer y del propio Führer...
Beatriz, no te cuento cómo acaba la historia de la casa Farnswoth para que leas el cómic, pero tiene tela... Yo también he pensado siempre que este tipo de casas, como ésta o la Casa de Cristal de Johnson (que también aparece aquí) o las de Richard Neutra, son muy chulas, pero que vivir en ellas debe de ser incomodísimo. Por no mencionar que habrá que estar todo el día limpiando los cristales...; )
Un saludo a ambos y gracias por los comentarios.

Anónimo dijo...

Maravillosos dibujos curioso lo de añadir segundo apellido. Conozco algún caso de acomplejamiento a cerca del apellido estupenda reseña. Mayor Thompson

Juan G. B. dijo...

Hola, Mayor Thompson: Sí, lo de los apellidos es un mundo aparte, porque algunos son bastante "peculiares", como parece que era el caso... Aunque también a veces los cambios son por deganas de figurar. Sin llegar a tanto, recordemos cuando buena parte de la burguesía española se puso un guioncito entre el primero y el segundo para converetir sus modestos garcía, López, etc... en apellidos compuestos de más alcurnia.
Un saludo y gracias por el comentario.

Anónimo dijo...

Bauhaus vs arte neoclásico grandioso; al final uno enmarca la grandiosidad soñada de un régimen político y el otro el fastuosismo y vacuidad de la burguesía adinerada. Al final, arquitectura o arte por y para poderosos.
No están tan alejados, ¿no?

Juan G. B. dijo...

Hola, anónimo:
Yo no estoy para nada de acuerdo contigo en lo que se refiete a la Bauhaus; por lo menos sus principuos rectores no iban por ahí en absoluto. Otra cosa es que sus diseños, mobiliario etc. con el tiempo hayan quedado como objetos de coleccionista o de exhibición intelectual de una pretendida elite, en algún sentido... Pero tampocoolvidemos que casi todos nosotros, al menos en Europa y sin pertenecer a ninguna "burguesía con ínfulas", residimos en viviendas, trabajamos en fábricas u oficinas y estudiamos en escuelas que, en una gran parte de los casos, son herencia directa de la Bauhaus y del movimiento moderno, en general.
Un saludo y graciad pir el comentario.

1984 dijo...

Una observación muy rápida sobre la relación de los nacionalsocialistas y de los fascistas en general con la modernidad artística. No eran tan reaccionarios como se cree a primera vista. Los fascistas italianos admitían una cierta vanguardia en las artes plásticas, ya que después de todo el futurismo prefiguró estéticamente algunos aspectos filosóficos del fascismo (fuerza, energía, voluntad etc). Basta con recordar a Marinetti. Así que en este sentido eran bastante modernos. Supieron integrar el modernismo cultural y estético dentro de su totalitarismo. Algo parecido pasó en la URSS con el constructivismo, por ejemplo, por lo menos hasta la llegada de Pepe Stalin con la rebaja y su realismo socialista para todos los públicos. Los franquistas eran más rancios que los italianos y su estética oficial puede contemplarse en el horrible osario del Valle de los Caídos: catolicismo integrista de cruzada y mucha, mucha piedra. El caso nazi era curioso y algo contradictorio. Hitler se las daba de pintor y arquitecto, aunque fracasó en su vocación artística. Su gusto era provinciano y megalómano: pintura alemana del siglo XIX ruralizante y tradicionalista (paisajes, pueblos, campesinos) y edificios cuanto más grandes mejor. Se volvía loco con la Ópera de Paris o el Palacio de Justicia de Bruselas. Su criterio particularmente malo marcó lo que sería el arte nazi, bastante casposo e irrelevante. Pero otros compinches como Goebbels aceptaban la vanguardia artística, por ejemplo el expresionismo alemán. Al final, los nazis con mejor gusto tuvieron que subordinarse a los criterios estrechos y burgueses de Hitler y Rosenberg. Y empezó la persecución salvaje del “arte degenerado judeobolchevique” etc etc.

Juan G. B. dijo...

Hola, 1984:
Sí, es verdad que durante el fascismo italiano se erigieron algunos edificios muy interesantes e influyentes, como la Casa del Fascio de Como o el Palazzo della Civilitá de Roma (también algún que otro engendro); desde luego, a mucha distancia con respecto de la ampulosidad y mediocridad que caracterizaron a la arquitectura nazi y franquista. Pero bueno, ya se sabe que en cuestiones estéticas los italianos nos sacan a todos varios cuerpos de ventaja. Incluso los fascistas.
un saludo y gracias de nuevo por el comentario.