lunes, 11 de noviembre de 2019

Rainer Maria Rilke: Los cuadernos de Malte Laurids Brigge


Idioma original: alemán
Título original: Die Aufzeichnungen des Malte Laurids Brigge
Traducción: Francisco Ayala
Año de publicación: 1910
Valoración: Está bien (pero no es fácil)

Por una vez, la ilustración de la cubierta (vetusta edición de Losada) dice mucho de lo que encontraremos en el interior, al menos de sus elementos más básicos. Vemos un libro o cuaderno cuyas páginas entreabiertas están escritas a mano, con la caligrafía descuidada de unas notas personales. Es eso justamente lo que es el libro, los apuntes (así aparece traducido en otras ediciones) de un joven escritor danés, reflexiones  escritas en aparente desorden durante una estancia fuera de su tierra. El dónde nos lo indica, aunque no lo parezca, la cubierta de ese cuaderno en la que se ve a un individuo definido con trazos básicos, monocromo y casi neolítico, que pasea su soledad bajo farolas que no iluminan, sobre un fondo urbano de edificios grises, anónimos, que podría ser cualquier lugar, pero siempre un lugar frío, que no acompaña ni acoge ni inspira. Ni más ni menos que París.

Malte es, como digo, un escritor en ciernes, de familia noble, que seguramente llega a París como tantos otros buscando su lugar en el ombligo del mundo artístico. Pero lo que encuentra es la desolación que vemos en la imagen, nada de cafés, bulevares ni torre Eiffel. Es quizá la primera sorpresa que depara el texto: acostumbrados como estamos a la bohemia, el glamour y las buhardillas, la ciudad áspera y deshumanizada que presenta Malte es como un puñetazo, descargado además de forma poco convencional, a través de escenas en que domina la sordidez y hasta la deformación del entorno, como la terrible sala de espera de una consulta médica, o el hombre que camina con movimientos espasmódicos. La cosa se explica mejor si pensamos que el libro tiene un cierto sesgo autobiográfico, porque efectivamente Rilke estuvo en París –en concreto, trabajando para el escultor Rodin- y su estancia no parece que resultó muy satisfactoria.

La verdad es que tampoco se nos cuenta nada más, si a hechos concretos nos referimos. Casi la totalidad del libro son, como decía al principio, reflexiones de Rilke a través de la voz de Malte, expuestas con técnica y estética expresionistas, sin apenas orden lógico y discurriendo sin interrupción entre experiencias personales, teorías y recuerdos. Sin llegar a ser un exactamente un monólogo, el lector se puede hacer idea de que estamos ante ese tipo de literatura fronteriza que oscila entre la novela, el diario, el ensayo y la autobiografía, como activada por un impulso que hace fluir las ideas sin que sea posible estructurarlas del todo.

Estas ideas se mueven por campos diversos, aunque siempre en torno al ‘yo’, con un cierto trasfondo existencialista. Por ahí circulan algunas reflexiones inusuales, como la dignidad de una ‘muerte propia’, un final identificado con el individuo en paralelo a la construcción de una ‘vida propia’; o el valor del 'amor intransitivo', algo que se parecería a lo que en lenguaje de bar llamaríamos amor platónico, pero elevado al más alto nivel de pureza e intensidad no degradadas por su traslación a la realidad. El proceso creativo ocupa también un no despreciable número de páginas, o más bien la necesidad de escribir para salir de ese cierto marasmo vital en que Malte parece verse sumido. Realmente, la cosa no es tan sencilla, porque el grado de abstracción del texto es bastante elevado y, sinceramente, no es difícil perderse en los recovecos de la lógica de Rilke. Más todavía: tengo la profunda sospecha de que la traducción de don Francisco Ayala no facilita mucho la tarea. No tengo ni idea de alemán, y el estilo de Rilke cuando se interna en esos campos de la conciencia individual tiene un aire espontáneo y quebradizo que seguramente es complicado para el traductor. Pero da toda la sensación de que Ayala se dejase llevar por la literalidad, y a veces el texto parece sacado de una especie de traductor de Google avant la lettre. Complicado de seguir.

No siempre, porque en otros momentos, en especial cuando los pensamientos de Malte se remontan a su infancia, la prosa resulta luminosa y disfrutamos de pasajes brillantes, figuras poéticas a veces complejas, descripciones sorprendentes (la medianera desnuda de un edificio, la tapa de un tarro de cristal y su imagen reflejada) y escenas inquietantes, como la madre obsesionada con agujas amenazantes, o la mano cercenada que cobra vida. Las manos, cuya presencia surge en distintos momentos, centran la atención de Rilke y le llevan a fijarse en su textura, su forma o temperatura, como aquellas que ‘al formar el puño eran, en verdad, como cabezas de locos’. Todo un repertorio de imágenes poderosas conducidas sobre el papel por el genio poético del autor.

Con todo, se pregunta uno hasta dónde hubiera llegado Rilke de haber querido (o de haber sabido) construir una narración algo más lineal e integrar todo este caudal creativo en una historia más sólida o con mayor desarrollo. Pero en fin, eligió sumergirse en ese magma íntimo y expresionista que, salvo para los muy iniciados o muy interesados, quizá deja al lector medio un poquito descolocado. Una vieja amiga a quien no nombraré escribió su tesis precisamente sobre Rilke, así que solo espero que no lea esta reseña porque seguro que no me perdonaría la vulgaridad de mis opiniones sobre este libro.

5 comentarios:

Anónimo dijo...

Mircea Cartarescu lo menciona en una de sus obras de los libros que leía y releía (me atrevo a decir) en sus años de formación. Queda anotado con lo de lectura difícil subrayado para no ponerme en el asunto en un momento del año agotador. Saludes.

Carlos Andia dijo...

Se ve que tenía buenos mimbres Cartarescu para sacar provecho de esa lectura, porque tiene densidad y efectivamente no es fácil, al menos en una parte importante. Como novela de formación, que desde luego lo es, en algún momento me ha hecho recordar al 'Retrato del artista adolescente'. No se parecen en nada, pero de alguna manera son como una misma imagen vista a través de dos prismas diferentes. Y curiosamente bastante próximas en el tiempo.

Gracias por tu comentario, y un saludo.

El Puma dijo...

Carlos, nuevamente he debido meterme en el tunel del tiempo. Accedí a Rilke como lectura obligatoria en el colegio secundario. Cartas a un joven poeta. Tiempo después, leí el canto de amor y muerte al corneta cristobal Rilke. Y finalmente, una biografía de Rodin. No recuerdo haber disfrutado su lectura, aún cuando mi abuela lo consideraba un extraordinario poeta y escritor. Alguien recuerda a Rilke en pleno siglo XXI? Pues lo dudo mucho, por lo que se hace muy valioso tu rescate.
Un cordial saludo!

Carlos Andia dijo...

Un poco de arqueología literaria no viene mal, que ya se ocupan mis compañeros de presentarnos (mayoritariamente, aunque no siempre) cosas fresquitas y de actualidad. No conozco la obra poética de Rilke, que es precisamente a lo que debe su fama, o debía, porque en efecto no parece que su recuerdo perdure mucho en esta época nuestra. Pero bueno, hay tantos autores que han terminado devorados por las modas...

Otro aspecto interesante de Rilke es que forma parte de ese muy estimable grupo de escritores checos de lengua alemana, que bien podrían ser una metáfora de lo europeo como concepto. Los idiomas son a veces barreras que separan, pero otras son puentes que saltan fronteras administrativas. Es bonito, creo yo.

Saludos, Puma, y hasta el próximo incunable, jeje.

Clipping Path dijo...


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