sábado, 28 de octubre de 2017

François Mauriac: Nudo de víboras

Idioma original: francés
Título original: Le Noeud de vipères
Año de publicación: 1932
Valoración: Imprescindible



No hay como volver a los clásicos para que el lector se sienta en su casa, por algo desde que fueron publicados han perdurado en la memoria colectiva. En ellos está todo, naturalmente dentro de los cánones de su época. Son obras verosímiles que cuando siguen las pautas realistas describen fielmente el lugar y momento que pretenden retratar, que ponen de relieve cuestiones fundamentales, que presentan personajes complejos y creíbles. Esto es una constante, por eso de vez en cuando hay que volver a ellas. Nudo de víboras con su lenguaje llano y descriptivo –traducido por Fernando Gutiérrez en un castellano algo anticuado para el gusto actual–, argumento sencillo, sólidas personalidades y estructura básicamente lineal –únicamente interrumpida por retrocesos cronológicos que corresponden a los recuerdos del protagonista– garantiza el disfrute tanto de los lectores más exigentes como de los que no gustan de sobresaltos.
En el marco de unas complejas y crispadas relaciones familiares entre individuos pertenecientes a la alta burguesía rural de principios del s. XX, el autor compone una especie de parábola sobre la avaricia –donde no pueden faltar sus conocidas inquietudes religiosas y su patente compromiso político– dividida en dos partes de extensión similar, que se desarrolla con toda coherencia y realismo hasta un desenlace más que previsible.
François Mauriac (premio Nobel 1952) hace aquí gala de una gran finura psicológica creando una figura central –que acapara toda la novela– tan convincente como paradójica. Décadas más tarde el monólogo de Carmen, la reivindicativa viuda de Cinco horas con Mario, ejercería una función parecida, pero los cimientos son como el negativo fotográfico de estos, allí a la narradora no se le concede el protagonismo. Por lo demás, si mi memoria no me engaña, el relato de Delibes es mucho menos amargo. 
La anécdota que pone en marcha el argumento es el típico matrimonio de conveniencia que, en aquella época, quienes temían quedarse solteras tenían que aceptar a regañadientes y que se refleja en obras como El velo pintado, publicada solo unos años antes.
La primera mitad de la novela es en realidad una rencorosa carta que el protagonista –un lúcido y acaudalado anciano que ha sufrido varios infartos– dirige a su esposa, en ella repasa “… estos cuarenta años en que hemos sufrido hombro a hombro, tú has hallado siempre la fortaleza necesaria para evitar toda palabra un poco profunda, has cambiado siempre de conversación”. De ahí que esté narrada en segunda persona. Sus reflexiones, que tienen lugar en la alcoba a excepción de las escenas del pasado y de alguna incursión por la casa, recrean una atmósfera particularmente asfixiante. Opresión que se mantiene incluso en los recuerdos. En ellos no encontramos más que mezquindad, hipocresía y siniestras estratagemas de unos contra otros favorecidas por una mentalidad dirigida a defender las convenciones y los intereses más egoístas.
La segunda parte está a cargo del mismo narrador –excepto las dos cartas finales– aunque ahora habla para sí mismo. Aquí, desde luego, corre más el aire, es mucho más dinámica. Expuestos ya los antecedentes, es ahora cuando la trama progresa, se cambia varias veces de escenario, aparecen otros personajes y los secundarios que ya conocíamos nos muestran su verdadera cara. 
La confesión de Luis, poderoso y temido abogado francés además de terrateniente y padre de familia –un hombre que simula ser invulnerable pero lamenta no haber sido capaz de inspirar afecto– muestra una imagen muy poco indulgente de su persona: “… un ser condenado en la tierra, un réprobo, un hombre que a donde quiera que vaya anda siempre por una ruta equivocada, un hombre cuyo camino ha sido siempre falso, alguien que está falto en absoluto del sentido del mundo“. Y no es que le falte razón. En cambio sus oponentes se tienen en muy alto concepto. Por eso, “el nudo de víboras” empieza siendo su corazón –envenenado de odio– hasta que comprende que el veneno asimilado por ellos es más fuerte que el suyo. Luis tampoco es ningún santo, la tentación de vengarse es muy fuerte (“… me sentí como un dios, dispuesto a exterminar a aquellos débiles insectos con mi poderosa mano, a aplastar con el pie a aquellas víboras enroscadas”) pero, superado el momento, se resiste a caer en ese juego de violencia: “Se había roto por fin el nudo de víboras. Avanzaría tan rápidamente en su amor que llorarían cuando me cerraran los ojos”.
El vuelco final es coherente y aún así inesperado. En la soterrada batalla que tiene lugar entre Luis y su entorno, el vencedor moral es él. Creo que Mauriac toma partido claramente a través del personaje de la nieta, por eso la convierte en el único testigo de una conversión bastante improbable pero que, debido a sus convicciones religiosas, es la única forma de absolverlo.


También de François Mauriac en ULAD: Thérèse Desqueyroux

8 comentarios:

Interlunio dijo...

"No hay como volver a los clásicos para que el lector se sienta en su casa, por algo desde que fueron publicados han perdurado en la memoria colectiva. En ellos está todo..."

Comparto plenamente tus afirmaciones sobre los clásicos. Siempre digo que, tanto para maravillarnos o para alarmarnos, los clásicos nos demuestran lo intrínseco que tenemos dentro a pesar de que todo en derredor cambie radicalmente. He intentado leer y releer numerosas veces a "Fausto", y siempre me deja con la sensación que describes arriba: "en ellos está todo."

Mauriac a la lista.

Montuenga dijo...

Hola, Interlunio
Pues a por él :), a ver qué te parece y luego nos lo cuentas.

Anónimo dijo...

Hace ya mas de un año que os sigo y hasta hoy, al leer esta reseña y al ver escrito Mauriac, nunca habia tenido esta sensacion de viajar al pasado. Hablo ya de hace muchos muchos años, hablo del dia despues de mi examen de selectividad, cuando en una tarde de calor, del de antes, pude por fin coger el libro que me tenia preparado mi abuelo. Fue él quien me inició en la lectura y quien estuvo a punto de perder la esperanza durante mi " annus horribili " de COU en el que los libros eran solo una pila en mi mesilla, esperando a que llegara el deseado verano que ponía fin a mi infancia.
Recuerdo estar sola en mi casa, recuerdo cada una de las emociones que me embargaron desde la primera página y, de forma muy vívida, cómo me enfrenté a la lectura con el convencimiento de que esa corta lectura, el libro apenas pesaba en mis manos, iba a marcar un antes y un después en mi corto camino por la vida. La perpejlidad que me invadió ante el decubrimiento de que una madre podia encarnar la maldad y un padre la bondad me acompañó largo largo...pero, sobre todo, recuerdo la tristeza profunda que me ahogó y que me llevo a llorar y a llorar todo lo que no había llorado, todas esas lágrimas pendientes y sujetas como alfileres en piel....en fin.
Han pasado ya mas de 30 años de aquel día. El mico ha viajado conmigo alla donde yo he ido pero nunca he querido revisitarlo.Quizas es el momento de volverlo a leer y entender aquella parte de mi que se quedó pegada a sus páginas

Carlos Andia dijo...

Precioso comentario, Anónimo. A veces el momento o el lugar de la lectura, la ocasión concreta se nos hace inseparable del libro en sí.
Saludos!

Montuenga dijo...

Hola Anónima comentarista. Tampoco es de extrañar que la culpa se traslade a la esposa, toda nuestra historia cultural está llena de mujeres malvadas, empezando por la Biblia, en la que Eva y otras mujeres son las desencadenantes de todos los males, siguiendo por la Ilíada y continuando por un larguísimo etcétera. Por supuesto, y este caso no es una excepción, eso suele estar literariamente muy bien justificado.
De todas formas, aquí la culpa (y este es un concepto fundamental en las obras de escritores cristianos como no podía ser de otra manera) está bastante bien distribuida. El protagonista tiene su parte, aunque al lado de toda la cuadrilla que le rodea casi parece un bebé. Pero todos los demás -hombres y mujeres- son telita marinera. Si hace tiempo que leíste la novela quizá no lo recuerdes, pero es así como comprobarás si te decides. Yo te animo a ello y me gustaría que nos diera tu opinión. Pienso que, si en mi caso ha resistido el paso del tiempo puede que no haya quedado tan caduca. Por supuesto, hay que dar por hecho que nos vamos a encontrar con la mentalidad de hace ochenta años, pero todo lo demás: reacciones, caracteres, comportamientos, y hasta unas cuantas convenciones sociales, están vigentes por completo. Eso significa que Mauriac, además de excelente escritor, era un grandísimo psicólogo.

Montuenga dijo...

Totalmente de acuerdo, Carlos. Un saludo.

Pablo GP dijo...

Tengo que reconocer que en la primera parte de la novela no estaba muy concentrado y no la disfruté mucho.
Cuando vino la segunda, la cosa cambió, se puso realmente interesante y por momentos me pareció que debería haber puesto más atención en la primera parte.
Es terrible la confesión del viejo. Aquí nadie se salva, ni él ni su familia, aunque al final decida perdonarlos a todos y a él mismo.
No me he quedado con la impresión de que la culpa principal se la lleve su mujer, creo que sus hijos salen mucho peor parados, y después de las cartas finales aun más.
De Mauriac recomendarías alguna otra obra?
Gracias. Saludos.

Montuenga dijo...

Hola Pablo. Lo primero, agradezco que siguieses mi recomendación y me alegra que no te haya defraudado. La primera parte es bastante lineal, así que no hay que poner mucha atención para enterarse. Cuenta los antecedentes, su enfermedad, la relación con su familia y con eso prepara al lector para lo que va a suceder después. Por eso no resulta demasiado interesante, lo que nos emociona, creo, es verle a él en acción a pesar de todos sus hándicaps.
Como tú dices, nadie se salva, pero esa caterva de herederos suyos y sus parejas resultan particularmente odiosos.
Leí un par de novelas más de Mauriac, pero las tengo muy olvidadas y tampoco me fío de mi criterio de entonces.
Saludos