Título original: Live of Saints
Traducción: Nuria Parés
Año de publicación: 1953
Valoración: Interesante
Sí, es exactamente lo que parece, hagiografía pura y dura.
Aunque ahora se reduzca a ser Halloween, lo cierto es que en
el mundo católico el reciente 1 de noviembre siempre fue el Día de Todos los
Santos. Así que, aunque con unas fechas de retraso, dedicaremos la reseña de
hoy a algunos de esos personajes que llenaban viejos calendarios con nombres
que en muchos casos evocan como mínimo a bisabuelos con bigotes. Todos o la
mayoría de esos Serapios, Paulinos y Rigobertos que andaban o andan por el
mundo están, ellos o sus ancestros, relacionados con viejas onomásticas
religiosas.
En este extraño y generoso volumen no consta autor, aunque
una prosa bastante uniforme apunte a una única pluma, quizá la de un tal Walter
J. Black que aparece en los créditos, y podría ser una versión reducida de
algunos santorales anteriores que se remontan por lo menos al siglo XVIII. Como
santos los hay a montones, se agradece que nos seleccionen a una élite de
alrededor de cincuenta, a unas páginas de semblanza para cada uno, cribado que
hace el libro más asequible, quizá a costa de perdernos alguna extravagancia de
las muchas que sospecho debe haber por ahí. En todo caso, parece que tenemos a
los más famosos, lo que me parece claramente suficiente.
Reconozco que, aun después de leer el libro y quizá por
situarme algo lejos de ese pío entorno, sigo sin saber muy bien qué es un
santo, ni si tienen que cumplir unas condiciones o si se trata de algo más o
menos discrecional o movido por criterios que cambian con el tiempo. Entonces
quiero verlo como el título honorífico de Sir, una distinción que alguien, sea la
Corona inglesa o la Iglesia católica, otorga por entender que hay merecimientos
de algún tipo para que el personaje sea ponderado de una manera especial,
elevado a los altares en nuestro caso. A la luz de la lectura, me voy a
permitir un intento de caracterizar algunos grupos de personajes tipo que,
según lo que dice el libro, se ganaron la entrada en ese amplio panteón de ilustres:
- Los mártires: mérito bastante generalizado en los primeros tiempos del cristianismo, cuando sus apóstoles intentaban extenderlo por el Este y Sur del Mediterráneo encontrando desde luego una oposición bastante feroz en muchos lugares
- Los defensores de la ortodoxia: otro buen puñado de nuestros héroes se distingue por haber sido látigo frente a las sucesivas herejías, que fueron numerosas. Como si se tratase del Komintern, la Iglesia puso todo el empeño en evitar cismas, algunos de los cuales no obstante prosperaron y de qué manera
- Los estudiosos: los que creo que se llaman doctores de la Iglesia, tipos sesudos a los que hoy quizá llamaríamos teólogos, dedicados a estudiar e interpretar las Escrituras y extraer sus enseñanzas
- Los misioneros y evangelizadores, algunos de los cuales también terminaron de mala manera por llevar la Buena Nueva al mundo pagano, incluidos diversos países de Europa que todavía no habían conocido la Palabra. Incluiríamos aquí a religiosos que, sobre todo a partir del siglo XVII, trabajaron por extender la educación en especial a los sectores más desfavorecidos, dejando nombres que hoy siguen luciendo en multitud de colegios que todos conocemos.
Hay que subrayar que una proporción muy elevada, casi la
totalidad de los que aparecen en el libro, se distingue por haber llevado una
vida de sencillez y austeridad en ocasiones incluso obsesiva y
desproporcionada, renunciando a sus bienes y a todas las comodidades, a veces
para retirarse a la vida contemplativa del ermitaño, otras para vivir de la
limosna y compartir las penalidades de los pobres. Este desapego de lo material
parece uno de los méritos más valorados, en contraste con tantos
comportamientos que son bien conocidos.
Un último grupo del que casi me olvidaba es el relacionado con el misticismo. Todos nuestros santos parecen haber escuchado de alguna manera llamadas del más allá para cumplir ciertas misiones, pero a veces las cosas van mucho más lejos, de manera muy especial, y siento tener que decirlo, en el ámbito femenino: voces, arrebatos, éxtasis y visiones se hacen presentes en la vida de unas cuantas santas junto con comportamientos que personalmente me dan bastante mal rollo. Por citar solo el caso que me pareció más turbio, Catalina de Siena, que tenía como veinte hermanos (lo que quizá explique algunas cosas), con quince años se azotaba tres veces al día con una cadena, y además de todas esas peculiares experiencias místicas parece que tenía estigmas que solo ella podía ver. Algo así como la santa que cantaba Parálisis Permanente. Por lo visto su cuerpo reposa separado de su cabeza, cada parte en un lugar diferente, lo que entre santos tampoco es algo tan excepcional como parece, y para colmo se le reconoce, no sé por qué, como patrona de Europa (ups).
Pero vamos, por ir terminando, salvo excepciones son gente
claro está muy devota pero que parece bastante normal. Otro tema es que
hicieran milagros, que creo que sí es condición sine que non. Curiosamente, en
el libro solo se hace a esto alguna alusión muy de pasada y precedida de se
dice, se cuenta y cosas parecidas. No sé, puede ser el origen anglosajón del
libro, que en un determinado momento reconoce ‘cierta tendencia a embellecer
las tradiciones de los mártires para que así no fueran nunca olvidados’. Una
conclusión bien sencilla que tampoco requiere mayor explicación.
Está claro que leerse la vida (aun sin milagros) de
cincuenta y tantos santos puede resultar una idea algo extraña. Pero habrá que
reconocer también, y leyendo el libro se ve muy claro, que independientemente
de las convicciones de cada uno, nuestra cultura tiene una indudable raíz
cristiana, y lo que encontramos en el texto, aparte de las peripecias
particulares de cada personaje, es la historia misma de Europa: desde su
penetración en el Imperio romano, la vertebración del continente cuando se
produjo la caída de aquel, las luchas derivadas de las distintas escisiones o
la influencia decisiva en los Estados que se fueron formando. Algo que podría
continuar hasta la actualidad, cuando no sé si se siguen añadiendo más santos,
y cuando la religión en general ha perdido relevancia y el poder de la Iglesia
ha quedado reducido a poco más que lo simbólico.
3 comentarios:
Hola, Carlos, qué original el libro de tu reseña de hoy, me has hecho reír.
Yo conozco un poco a Teresa de Jesús porque he leído sus obras. Escribe muy bien y se expresa con mucha claridad. Es inteligente, decidida, manipuladora, sabe muy bien lo que quiere
y hace lo que sea para conseguirlo. Jamás la calificaría como una histérica, que es lo que pueden parecer las místicas. Ella es una mujer fuerte y con muchos recursos. Y lista, tiene a la Inquisición que no le quita ojo. Y el frailecillo san Juán de la Cruz, su confesor. Un caso de contagio? Me encantaría saber qué pasó con esta pareja.
Mi comentario es estúpido, disculpa, me apeteció entrar. Un afectuoso saludo.
Pues gracias por el comentario. Original sí que es la lectura, la verdad. Y sinceramente ha sido una experiencia bastante mejor de lo que esperaba. Al final quizá resulta algo repetitiva, porque cincuenta santos son muchos santos, pero al seguir un orden cronológico (que creo que no lo había dicho) se ve muy bien esa presencia, en ocasiones muy determinante, en la historia de Europa, que es algo que no pensaba encontrarme.
Sobre Teresa de Jesús, que también está en el libro, poco puedo decir porque no he leído nada suyo al margen de sus versos más conocidos. De su semblanza me ha quedado la idea de alguien en quien el misticismo tuvo bastante relevancia, pero parece una mujer inteligente y decidida. Para opinar un poco más tendría que releerme el capítulo correspondiente, y la verdad no me apetece demasiado.
Un cordial saludo.
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