miércoles, 6 de septiembre de 2023

Amor Towles: Un caballero en Moscú

Idioma original: inglés
Título original: A Gentleman in Moscow
Traducción: Gemma Rovira Ortega, para Salamandra
Año de publicación: 2016
Valoración: muy recomendable


Hay escritores que por su estilo, pero también por la época en la que se desarrolla la historia narrada, son atemporales. Y me explico: no se trata de que la narración transcurra en un tiempo pasado, sino que su manera de narrar se acerca más a los clásicos que a la narrativa actual a la que estamos acostumbrados (dentro de sus infinitas variantes, estilos y corrientes). Hablo de un estilo en la que las palabras elegidas, el ritmo, el escenario y la atmósfera imprimida los convierten en libros que no van ligados a un momento concreto sino que los podemos considerar clásicos justo en el momento en el que son publicados. Ocurrió con su primer libro «Normas de cortesía» y ocurre también con este. Y, cabe decirlo, es algo que me gusta pues me devuelve a tiempos lectores en los que la urgencia en publicar era muy inferior y uno no sentía la premura en estar al día de todo.

Amor Towles, nos sitúa esta vez en 1922, en Moscú, y nos presenta a Aleksandr Ilich Rostov, el protagonista absoluto de la narración, que vive en uno de los grandes hoteles de la ciudad, el Metropol. Al inicio de la historia nos cuenta que lleva unos cuatro años viviendo en el hotel y que, por decisión del gobierno ruso tras la victoria de los bolcheviques, ve restringidas sus condiciones de manera que lo trasladan de la gran suite donde vivía a una habitación mucho más limitada, hasta el punto que, tal y como confiesa lamentándose, «había reducido el contenido de su habitación a lo esencial: un escritorio y una butaca, una cama y una mesilla de noche, otra butaca para los invitados y un camino de tres metros lo bastante ancho para que un caballero se paseara por él mientras reflexionaba» aunque lo afronta con una actitud estoica que demuestra en toda la historia asumiendo que «como Robinson Crusoe varado en la Isla de la Desesperación, el conde mantendría su resolución dedicándose a asuntos prácticos». De esta manera, el conde, encerrado en el hotel, un día conoce de manera casual a Nina, una niña de nueve años que vive también en el hotel y con quién entabla una amistad; una amistad que se va afianzando en cada uno de sus encuentros y a la que ella aprovecha para mostrarle detalles del hotel y todo su encanto y potencial, porque «cada una de las habitaciones del Metropol ofrecía una perspectiva diferente, determinada no sólo por la altura y la orientación, sino también por la estación del año y la hora del día». Con esta premisa y con el hotel como escenario, el autor hace deambular por el mismo un variado número de personas con las que el conde establece relaciones y que nos permiten conocer, a lo largo de tres décadas, los cambios producidos en la sociedad rusa durante esa época convulsa; unos cambios con los que el protagonista, ya sea de manera directa o tangencialmente, ya sea en sus propias carnes o en los relatos de las personas con las que se relaciona, nos traslada su visión de un país en épocas de cambio y restricción de libertades. 

Con pocas páginas nos percatamos de que el estilo de Towles es muy sobrio, sin apenas fisuras ni dudas argumentales; el autor sabe mantener el interés y cuidar los detalles con un estilo atemporal que uno podría encuadrar a mediados de siglo XX sin ningún reparo. Además, el ritmo aunque no es trepidante sí es suficientemente ágil para que, a pesar de su extensión, y con la alternancia entre el día a día del protagonista y los recuerdos de su pasado, permitan al autor tejer un amplio arco temporal en el que recoger de soslayo décadas de la historia de Rusia y las costumbres de la sociedad aristocrática sin ser excesivamente explícito en el detalle (algo que hubiera podido entorpecer la lectura o disuadir a un potencial lector no conocedor de lo sucedido en ese país). De marcado carácter histórico, el conde nos narra la involución de su país en cuanto a derechos y a libertades «porque los bolcheviques, tan decididos a recrear el futuro a partir del molde que habían fabricado ellos, no descansarían hasta haber arrancado, despedazado o borrado todo vestigio de la Rusia que él conocía» y nos narra y cuestiona cómo se puso en marcha el 3 de enero de 1928 el Primer Plan Quinquenal, «la iniciativa que daría comienzo a la transformación de Rusia y convertiría una sociedad agraria y decimonónica en una potencia industrial del siglo XX» así como, de manera casi simultánea,  la ampliación del Código Penal «para permitir la detención de cualquiera que se atreviese a disentir». Con ese estilo próximo y ameno, Towles combina narración con reflexiones interesantes acerca de la condición humana como cuando confiesa que «siempre había creído que un caballero tenía que mirarse al espejo con desconfianza. Pues los espejos no eran herramientas para descubrirse a uno mismo, sino más bien para engañarse” o bien se cuestiona que «si un hombre tiene la buena suerte de ser escogido entre la multitud por una beldad impetuosa, ¿acaso no debe estar preparado para que lo despidan sin mucha ceremonia?”. 

El autor escoge para este relato un narrador omnisciente que nos sitúa en un plano superior pero próximo al protagonista, en ocasiones narrando las situaciones en las que se encuentra el conde pero en otras incluso se dirige al espectador para retomar puntos antiguamente muertos o adentrarlo del nuevo en la historia como cuando narra que «cuando vimos por primera vez a la señorita Urbanová» (incluyendo en la primera persona del plural al lector y al narrador, como si el escritor se pusiera en la piel del propio lector acompañándole en la lectura de una manera íntima, amistosa, en el paseo por el que nos guía por el Metropol y la historia de Rusia vista desde fuera). Y es en estos pequeños detalles en los que se constata que Amor Towles es muy bueno al escribir historias, pues sabe perfectamente cómo construir los personajes, el escenario y el ambiente en el cual tejer el escenario por el cual transcurre la historia. Da la sensación de que el autor tiene muy claro lo que quiere hacer y cómo y sabe acompañar al lector en ese recorrido sin que este tenga la sensación de que lo dirigen hacia un lugar predeterminado. De igual manera, no hay apenas altibajos (sí quizá un cierto exceso en la extensión) y sabe cómo explicar una historia que, a pesar de transcurrir durante quinientas páginas en un hotel, no se hace monótona sino altamente interesante porque desde el Metropol y acompañando a diferentes personajes con los que se encuentra o reúne, el autor hace un recorrido por décadas de la historia rusa de una manera totalmente amena; el lector de siente como uno más de los conocidos del conde, quien parece que nos toma del brazo para contarnos una apasionante vida y ver, desde sus mismos ojos, el avance y los cambios de un país que, no por restringir su libertad, se le hace pequeño sino al contrario: se expande bajo la vista ávida de historias de su carismático protagonista.

Así mismo, el libro es un canto a la mirada apreciativa, a la facultad de observar el entorno y disfrutar del detalle; el conde es un flanneur que, encerrado en un hotel, encuentra en la gente y sus comportamientos la manera de ver lo que sucede fuera, y disfruta del arte de la conversación convirtiéndola en una fuente de distracción pero también de enriquecimiento de la misma manera en la que pone atención y cuidado en los pequeños gestos pues, hablando el protagonista sobre una escena de la película Casablanca, se pregunta si «al enderezar la copa de cóctel justo después de aquella conmoción, ¿acaso no demostraba también su certeza de que, hasta con los actos más pequeños, uno puede restablecer cierto orden en el mundo?». Cabe decir que sí, que así debería ser, que en todo acto, grande o pequeño, uno debe hacer los movimientos necesarios para mover la balanza hacia el sentido de lo correcto. De igual manera, el libro es un canto a la amistad, a la solidaridad entre personas que encuentran una conexión por su manera de ser y con quién confiar sus aficiones pero también sus debilidades sabiendo que los amigos están para auparlo y animarlo porque, de lo contrario, «cuando un hombre ha sido infravalorado por un amigo, tiene motivos para ofenderse, pues son precisamente nuestros amigos quienes deberían sobrevalorar nuestras capacidades».

Tal y como dice uno de sus amigos al conde, «quien podía imaginar, cuando te condenaron a arresto domiciliario perpetuo en el Metropol, hace ya tantos años, que eso te convertiría en el hombre más afortunado de toda Rusia». Afortunados también nosotros de haber podido acompañar al conde en sus periplos y vivencias.

También de Amor Towles en ULAD: Normas de cortesíaLa autopista Lincon

9 comentarios:

Aitor B. dijo...

Novela muy recomendable, comparto la reseña. Tardé varios años en romper los prejuicios (éxito de ventas es incompatible con calidad literaria ?!?) pero, afortunadamente,la curiosidad que siempre me despertó este libro ganó la partida, además de destrozar (una vez más) el topicazo ( lo que no impide que siga teniendo recelos de los éxitos de ventas, es un tara casi incurable...).

La historia, además de original, está muy bien escrita. Un placer de lectura.

Puede que con el paso del tiempo se convierta en un clásico...

Anónimo dijo...

Uno de mis libros favoritos. Amor Towles es un escritor que enamora por su estilo, muy elegante y preciso con un ritmo fluido. Debéis leer toda su obra (sólo ha publicado tres libros), su última novela La autopista Lincoln también es un Muy recomendable.

Marc Peig dijo...

Hola, Aitor, Anónimo.
Es curioso que compartamos estas sensaciones que emana la lectura de los libros de Towles y, sin embargo, sus libros no son de los que aparecen en las redes ni en demasiados medios. Hay muchos libros publicados con calidad notablemente inferior que los encuentras en todas las listas y, sin embargo, Towles, con su talento y elegante estilo no sería entre los que figuran en los más recomendados. Una pena porque, como decís, su calidad está fuera de toda duda.
Un autor a seguirle la pista (cosa que además es fácil porque es poco prolífico).
Saludos y gracias por comentar el libro.
Marc

Carlos Ávila dijo...

Coincido prácticamente en todo con tu comentario. A mí también me parece un escritor que escribe a la "manera clásica", si es que se puede decir algo así. Muy original por el tema y, sobre todo, la forma de tratarlo. También coincido con lo que dices sobre Normas de cortesía. De todas formas, y es algo que me está pasando mucho últimamente, creo que sería aún mejor con algunas páginas menos.
Un abrazo.

Mar dijo...

Una de mis lecturas favoritas del 2022. Coincido con vosotros, elegante, preciso y atemporal son los mejores adjetivos que pueden definir a Amor Towles. Me está esperando Normas de Cortesía que, por lo que comentáis, no me va a decepcionar. Gracias

Anónimo dijo...

Es un libro especial y maravilloso. De los mejores que he leído.

Marc Peig dijo...

Hola, Carlos, Mar, Anónimo.
Sí, creo que estamos de acuerdo en la valoración y eso es algo que no siempre ocurre. También Normas de cortesía es un gran libro, así que creo que ahora solo queda ir a por "La autopista Lincoln" :-)
Saludos y gracias a todos por comentar la entrada.
Marc

Yai dijo...

Uf, pues yo estoy muy decepcionada. La historia es mona y Towles tiene oficio, pero le falta mucha sustancia. Los personajes son tan planos! Moscú parece un decorado! Sí, este libro es como la versión hollywoodiense de Doctor Zhivago: un intento de reflejar la compleja melancolía del alma rusa de manera consumible, entretenida, vendible.

Aparte de esto, la lectura me ha resultado un poco irritante por la tendencia del autor al llamado "name-dropping". Que sí, Amor, que has hecho tus deberes y has aprendido mucho sobre Rusia. Uf.

En cualquier caso, saludos, camaradas ULADianos!

Marc Peig dijo...

Hola, Yai.
Veo que no coincidimos en la valoración global de la obra, aunque sí coincido contigo en que Moscú parece un decorado pero mi interpretación es que es debido a que el protagonista lo ve encerrado en el hotel y desde ahí toda realidad queda sujeta a la imaginación.
En cualquier caso, siempre es interesante ver opiniones diferentes de la propia.
Saludos y gracias por comentar la entrada.
Marc