domingo, 19 de marzo de 2023

Chuck Klosterman: Matarse para vivir


Idioma original: inglés
Título original: Killing yourself to live
Año de publicación: 2005
Traducción: Juan Trejo y Óscar Palmer
Valoración: bastante recomendable

Chuck Klosterman escribe, en 2005, para Spin. Una revista en franca decadencia, como prácticamente cualquiera en papel, ya en aquella época, ya no digamos si se dedicaba a la música, y si en particular al género agrupado bajo la etiqueta rock, seguramente hablamos de un medio con una progresión descorazonadora y con un peso nulo en influencia global. Hora de ir reconociéndolo, hora de ir agarrándose a cualquier otra cosa.
Y aunque el estilo de vida rock sea un poco el centro de Matarse para vivir, por suerte este no es un libro trufado de estereotipos, y aunque pueda categorizarse como gonzo (dícese del estilo en que quien narra se integra en lo narrado, etiqueta representada con todo tipo de excesos por Hunter S. Thompson), hay que agradecer que, según se deduce, estas páginas no han sido escritas como testimonio del uso constante y discriminado de estupefacientes, cosa que, aunque desconozco el proceso de escritura del libro, aporta un cierto equilibrio. Bastantes crónicas de excesos han copado la literatura de cierta época, bastante vergüenza ajena hemos pasado y pasamos por culpa de pesados sin talento (Joaquín Sabina sería un ejemplo canónico) más empeñados en demostrar que viven como rockeros que pendientes de entregar música que merezca ser recordada por su valor artístico o sus hallazgos.
Tras esta diatriba inicial, que espero me perdonéis, Matarse para vivir es la crónica de 10.000 kilómetros (sería más rockero decir 7.000 millas) que Klosterman recorre al volante de un coche de alquiler, que ha cargado de CDs que va escuchando, en busca de una serie de lugares (hoteles, domicilios, sembrados en medio de la nada) donde se han producido fallecimientos célebres de músicos. Una crónica curiosamente alejada de la necrofilia, ese fenómeno tan lucrativo para los herederos legales, pues rara vez Klosterman -gracias, sabia contención seguramente debida a usar más bien marihuana que cocaína- se recrea en los aspectos morbosos, y ciñe el relato, con cariñosa frialdad y distanciamiento, para ajustarse a los hechos. Y ese recorrido que incluye el Chelsea Hotel, en que Sid Vicious asesinó a Nancy Spungen y se constituyó en leyenda a pesar de su escasa pericia con el bajo y su escasísima producción artística, mucho tiempo no le dio, llega hasta una plaquita en medio de un campo donde se estrelló la avioneta en que iba Buddy Holly, y acaba en Seattle, con Kurt Cobain. Pienso, ya le daría a Closterman para una segunda parte que completaría un abanico más amplio que incluyera a Amy Winehouse, Avicii o la retahíla de músicos víctima de la crisis de los opioides. 
Por supuesto se centra en muertes por causas no naturales y por supuesto menciona lo provechosas de esas desapariciones para que la perspectiva sobre personaje y obra se mitiguen y vean cómo les es aportado un prisma, para que digamos que la especie humana es mala, que consiste en magnificarlos aunque sea con métodos artificiales. 
Mientras Klosterman conduce y define el esqueleto de su narración, de hecho parece no decidirse hasta el final por que ésta tome la forma de un libro, sabemos de su vida, de cómo empezó a trabajar para la revista, de los entresijos de la redacción, de sus relaciones sentimentales y cómo asume con madurez que estas no hayan sido ni perfectas ni convencionales. Ese es un punto de moderación, de acercamiento, poco usual si se hubiera tratado de una mera crónica, pero una contrapartida que aporta valor a la lectura. Vemos a un hombre rondando los cuarenta, circulando con música a todo volumen (alguna de ella ciertamente discutible) comentando discos, sonidos, estrofas, situaciones, tan alejado de los estereotipos como abocado a ellos por la mera circunstancia de su profesión. Nada de excesos en primera persona ni de encumbramiento artificial, lo cual se agradece, porque de todo ello surge un texto directo y sincero.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Muy buena reseña. No soy nada aficionado a lo gonzo (75 años me caen) pero apunto el libro para una inminente lectura.
Estoy totalmente de acuerdo con la opinión sobre Sabina. Nunca he entendido el seguimiento que ha tenido entre una llamada progresía.
UN fuerte saludo.