Título original: Tysk höst
Traducción: Josep Maria Caba Boixadera
Año de publicación: 1947
Valoración: Casi imprescindible
Que el cine norteamericano fue una punta de lanza para la penetración cultural del Tío Sam en Europa, y al mismo tiempo pago en especie por los desembolsos del Plan Marshall, son cosas de sobra conocidas. Y, como también es notorio, una parte nada desdeñable de ese arsenal cinematográfico estuvo formada durante décadas por las narraciones épicas de la victoria de los aliados sobre el nazismo, básicamente por norteamericanos y, en menor medida, británicos. Son tantas las películas de sesgo similar que hemos ido deglutiendo, que en nuestro imaginario es fácil que se haya construido la secuencia Desembarco de Normandía (también con variante italiana) > muerte del führer en el bunker > final de la guerra > liberación de campos de concentración > Alemania recupera la democracia > etc. etc. Hasta hoy.
Pero ahí hay huecos enormes. La guerra recién terminada deja países devastados, millones de muertos, de prisioneros de guerra, de migrantes deambulando en todas direcciones, pobreza, hambre, cartillas de racionamiento, guerras civiles internas, presiones políticas. Muchas de estas cosas las contaba muy bien aquel interesante Continente salvaje de Keith Lowe, con la perspectiva de un historiador con visión integradora y capacidad de ir más allá de los escenarios más trillados. Como también Michael Chabon se interesó por esos periodos de sombra (los ciudadanos alemanes, ante los primeros aliados que pisaban su suelo), contando silencios y recelos, en la historia del abuelo de Moonglow. Pero además, en el otoño de 1946, unos meses después de terminada la guerra, el diario sueco Expressen envía a Alemania a un joven de veintitrés años, Stig Dagerman, gran promesa de la literatura, para observar y narrar lo que había sobre el terreno. Otoño alemán es lo que Dagerman encontró.
En Hamburgo un tren avanza durante quince minutos durante los cuales no se observa nada más que ruinas y escombros. Familias y vecinos conviven en sótanos inundados y sin luz. Transportar unas pocas patatas conseguidas a precio de oro puede suponer jugarte la vida en la calle. Miles y miles de refugiados llegan del Este sin saber a dónde ir, recibidos con hostilidad en todas partes. Huidos de las ciudades más castigadas del norte y del Ruhr son expulsados por las autoridades de Baviera. La miseria de quienes lo han perdido todo, incapaces de ver ningún futuro más allá de si tendrán algo que meter en el caldero esta noche, los millones de civiles y soldados muertos, deportados o asesinados en las ciudades o en los campos de exterminio, la desconfianza hacia todo y hacia todos en un país derrotado y arrasado.
Y la gran pregunta: ¿dónde están los nazis? ¿Había muchos, o pocos pero poderosos? ¿Pudo más el miedo, el patriotismo, el mirar para otro lado y contemporizar? Están los tribunales de desnazificación, algo que muchos ven como una pantomima, quizá porque no sirven para nada, porque en efecto muchos colaboraron de una u otra forma, de manera inconsciente, por instinto de supervivencia, ingenuidad, a veces por convicción. Algunos confiesan abiertamente que vivían mejor con Hitler (¿nos suena?), otros se disculpan o callan. Pero el hambre y la desesperación borran casi toda otra consideración, importa lo inmediato, llegar a mañana. La ejemplaridad y la limpieza de todo resquicio ideológico, suponiendo que sean posibles, pasan a un segundo plano.
Se podrá decir, y con toda razón, que el paisaje no difiere casi nada del que encontramos tras cualquier otra guerra, antigua o moderna. El fanatismo y la locura siempre dejan detrás destrucción, dolor y muerte. Pero en este caso creo que la crónica de Dagerman rellena un vacío injusto, porque de alguna manera hemos podido interiorizar la idea de una Alemania culpable, así, en su conjunto, un país que de alguna manera no hizo más que pagar (y pagó poco) por el horror que extendió por medio mundo. Y no deja de ser cierto, pero las circunstancias nos han podido hurtar la perspectiva de cómo quedaron realmente sus ciudades, sus habitantes, individuos, familias, la mayoría inocentes, otros quizá no tanto, o no tan culpables.
Todo eso lo va descubriendo Dagerman asomándose a los zulos donde malviven familias enteras, internándose en las montañas de ruinas, hablando con la gente, observando y sintiéndose observado con recelo, como quien ve a un extraterrestre. Es también un testigo más bien frío, poco dado al discurso inflamado o melodramático, describe sin aspavientos, con cierta distancia pero sin ahorrar crudeza, transmitiendo las sensaciones que proporciona asistir a la miseria extrema, la postración ante la catástrofe, las gentes que se cuelgan de los estribos de los vagones o que viajan en los techos, las chicas que se aferran al brazo del soldado americano. El país donde se gestó la mayor locura homicida de la Historia, vencido, arruinado y estupefacto, sin saber a dónde mirar o qué esperar.
P.S. Al igual que en el fútbol, en el mundo editorial la vida tampoco se acaba en Madrid o Barcelona. La editorial riojana Pipas de calabaza, que tiene el humor de poner en la contracubierta ‘Una editorial con menos proyección que un cinexin’, tiene un catálogo más que interesante del que ya hemos probado algunas muestras, como esta que traemos hoy. Y habrá más, sin duda.
También de Stig Dagerman en ULAD: Niño quemado
6 comentarios:
Excelente reseña, tan precisa, bien escrita y ajustada al libro que se comenta. Invita a leerlo, que es lo mejor, creo, que se puede decir de una reseña. Sobre la responsabilidad de los alemanes de a pie en las atrocidades nazis se han escrito bibliotecas enteras, pero no hay que olvidar que Hitler obtuvo en julio de 1932 un máximo del 37,4% de los votos en unas elecciones libres. Mucho, pero había muchos más alemanes socialistas, comunistas, democristianos o liberales que nazis. Por otro lado, la dinámica nazi fue de una radicalización permanente y muchos alemanes se subieron al tren sin entender que el maquinista estaba chiflado. Ahora lo vemos claro; en 1938, no era tan fácil percibirlo. Al final, todos descarrilaron. La posguerra fue tremenda para los alemanes: siete millones de muertos, 15 millones de refugiados, hambre, ruinas y naufragio moral. La generación de la posquerra quedó tan noqueada por la guerra y la derrota que no hizo más que trabajar y levantar el país: milagro alemán. Serían sus hijos y nietos quienes iniciarían el ajuste de cuentan, tan necesario, con el pasado nazi. Hoy Alemania es un ejemplo en cómo lidiar con el pasado desde una perspectiva crítica y democrática.
Muy interesante el resumen que haces sobre la sociedad alemana durante y después de la guerra. Sobre el apoyo a los nazis, efectivamente en un principio era una minoría, aunque bastante relevante. Pero yo creo que una vez que acceden al poder ocurrió como en muchos regímenes autoritarios o totalitarios: esa minoría inicial se convierte en algo bastante más importante, por distintas vías: el arrimarse al poder, el miedo, el admitir que tienen parte de razón, la comodidad, muchas cosas que a veces conforman 'mayorías silenciosas' y otras, mayorías o multitudes que se hacen oir.
El libro efectivamente merece leerse porque aporta un punto de vista bastante diferente al que estamos habituados, y me alegro si he sido capaz de transmitirlo.
Muchas gracias por tu comentario, Alberto.
Interesante libro y editorial, habrá que seguirla de cerca
Efectivamente, el libro es interesante, y al editorial tiene títulos que merecen mucho la pena.
Un saludo, eduideas.
Stig Dagerman fue un compañero anarquista, de gran proyección en la literatura de su país que termino suicidándose, en palabras de Federica Montseny fue incapaz de luchar con y por la vida, leer su librito Nuestra necesidad de consuelo es insaciable, editado en la misma editorial.
Por otro lado sobre como la ideología nazi alemana ha calado en nuestras condiciones de vida leer el libro Libres para obedecer de Johann Chapaoutot, 600 000 directivos posteriormente a la guerra fueron disciplinados en el modelo de gestión nazi, así nos va con el 59% de la población en precario, y empresas con beneficios récord, como dijo Philip K Dick, los nazis ganaron la guerra haciendo ver que la perdían. El libro se edita el 15 de septiembre.
Pues gracias por las anotaciones y estaremos atentos al libro que comentas. Parece un poco arriesgado valorar de esa forma la influencia nazi en el mundo de la economía, pero todo será conocer esos argumentos.
Gracias por el comentario, y un saludo.
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