martes, 30 de agosto de 2022

Pol Guasch: La part del foc

Idioma original: catalán
Título original: La part del foc 
Traducción: únicamente en catalán hasta la fecha, por Viena edicions. Próximamente en castellano a manos de Ultramarinos Editorial.
Año de publicación: 2021
Valoración: entre recomendable y muy recomendable


Debo confesar ya de entrada que el género de la poesía siempre me ha infundido un gran respeto; el respeto hacia aquellos escritores que escriben poesía y que perfilan, modelan, refinan, pulen las palabras para que queden aquellas justas para expresar lo que pretenden decir. No debe ser una labor nada fácil y de ahí también me asalta el respeto hacia el texto, entendiendo respeto como cierto recelo o temor como lector a no ser capaz de comprender o alcanzar la explosión de significados que unos pocos versos pueden producir. Pero si alguien puede romper ese recelo es Pol Guasch, pues su grandísimo libro «Napalm en el corazón» abrió una puerta al resto de su obra que merecería ser cruzada.

El origen del libro parte de un acercamiento del autor a la filósofa y ensayista Marina Garcés (quien escribe el prólogo) indicándole que quiere escribir un libro sobre el amor y la poesía y hacerlo basándose en los textos de Mieli, Lispector, Cixous, Barthes, Maggie Nelson y especialmente de Blanchot. Y Guasch, escritor de un talento inmenso, se impregna de la palabra «amor» en sus diferentes significaciones, para escribir un texto que brilla por la ausencia de cursilería. Guasch escribe sobre un amor que pretende enraizar en arduos terrenos, con la siempre presente volatilidad de las emociones y los sentimientos, en un estado entre vigoroso y caduco, y la necesidad siempre presente de mantenerlo vivo a pesar de todos, a pesar incluso de nosotros mismos.

De esta manera, nos sitúa enfrente del amor, pero también enfrente de su ausencia en aquellos que lo han perdido o que nunca han podido encontrarlo. Dice el autor que debemos mover el cuerpo «como si no te lo agujerearan cuando te miran, como si el corazón no fuera también una bomba (…) como si la añoranza no fuera quizá una boya» mientras afirma, en otro fragmento, que «aún nos queda anudar bien nuestros cuerpos con lazos muy frágiles, escuchar el batido de un corazón que falsamente bate —muerto y vivo—  tomarlo después con las manos, este corazón frágil, y entre los dos hacer el intercambio: yo te doy el mío, tú me das el tuyo, mirándonos con dolor desconocido». Porque el dolor aparece también en varios momentos del libro de manera explícita en algunos casos o sobrevolando el texto en prácticamente su totalidad como se puede ver cuando escribe que «el amor también era eso: el cobijo en una intemperie y todas las ventadas, después» porque «debe ser que el amor es esto: lo que no está. Un dios de cristal. Una impaciencia que destroza. Y la fuerza, después, que crece de los escombros». 

Así, el texto nos habla del amor como algo incompleto, que necesita tener la posibilidad de ser destruido para existir en totalidad, compartiendo espacios vacíos en los que crecer y desaparecer. El amor volátil y efímero, que comparte dolor y placer. La fuerza que construye pero que también destruye y en ambos casos de manera compartida, quizá incluso a la vez. Dice Guasch, en uno de los fragmentos de este libro, que «la pregunta sobre qué es el amor únicamente ha recibido respuestas insignificantes (…) seguramente se trata de recordar que aprender a articular este espacio entre nosotros como un espacio de deseo, de intensidad y de entendimiento es como aprender una nueva lengua. Hablar otra gramática del cuerpo». Un espacio y una lengua no exentos de riesgos porque «no sé si el amor es un cambio de lengua —empezar a hablar con las palabras que se esconden. Abrir a quien tienes delante un lenguaje secreto: las manos entrelazadas, en forma de corazón, con un vacío escondido en el centro. Un espacio de aire oscuro».
 
El libro que ha escrito Guasch bien vale una lectura, pues nos acerca al amor y nos distancia de él, hablándonos como si el amor fuera un ser vivo, a quien alimentamos y destruimos sin a veces ser conscientes ni de lo uno ni de lo otro; un libro al que merece la pena acercarse y que presenta el reto de recopilar unas sensaciones que emanan de la lectura de otros libros y que el autor, citando a Blanchot, confirma que «escribir es negar todos los libros haciendo un libro con todo lo que ellos no son —pero con ellos de fondo». Y eso Guasch lo hace a la perfección.

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