jueves, 20 de agosto de 2020

Mark Twain: Las aventuras de Tom Sawyer

Título original: The Adventures of Tom Sawyer
Idioma original: inglés 
Traducción: J. Torroba
Año de publicación: 1876-78
Valoración: Está bien

Más o menos todos tenemos una idea aproximada sobre Las aventuras de Tom Sawyer. Es uno de esos títulos que, con siglo y medio de antigüedad, se ha convertido en un clásico, el título de literatura infantil-juvenil que todo el mundo conoce, en buena parte gracias a sus múltiples ediciones, cualquiera de las cuales ha terminado casi seguro en manos de algún niño, y por supuesto, gracias a sus diversas adaptaciones cinematográficas.  Así que no descubro nada si digo que Sawyer es un chaval pobre, avispado y con un puntito salvaje, que vive con su tía Polly en un pequeño pueblo, y se dedica a libérrimos entretenimientos, incluyendo todo tipo de gamberradas. Gatos y ratas son sus víctimas más corrientes pero, subiendo en el escalafón, aparecen su hermano Sid y otros chavales y, cómo no, el maestro a quien, entre otras hazañas, arrebata la peluca a la vista de un amplio auditorio.

Una subtrama en la historia de Tom la constituye un pequeño lance amoroso. El chico queda embelesado con una jovencita, y el episodio se convierte en un tira y afloja en el que se van sucediendo fanfarronadas, enfados y reconciliaciones, ingenuos fingimientos y ternezas que siempre terminan triunfando. Porque naturalmente Tom es un buen chico, y sus trastadas, aunque casi siempre son coronadas por una azotaina o algún castigo ejemplar, terminan también siendo perdonadas porque todo el mundo conoce su gran corazón. La cuestión de fondo sería: ¿es Sawyer un espíritu libre, la encarnación de la inocencia en una sociedad atrofiada, la sinceridad frente a la hipocresía del oficio dominical y a un sistema educativo alienante? ¿o es simplemente un gamberro que se niega a plegarse a las normas por puro egoísmo? No sé si un relato juvenil debe analizarse mediante parámetros tan severos, quizá no, a lo mejor deberíamos contentarnos con sonreír con las ocurrencias de los chavales y entretenernos con la pequeña historia.

Porque, oiga, el libro está realmente bien escrito. El relato se desarrolla con soltura, Twain es moderadamente irónico pero también condescendiente con todos sus personajes, y suave pero firmemente crítico con la rigidez de los usos sociales con la que choca la espontaneidad de los niños. Es un libro bien construido, no obstante algunos altibajos, ciertos momentos, sobre todo al principio, en que todo parece reducirse a una mera colección de travesuras más o menos inocentes o brutales, según los casos. Esto parece ser debido a que, según indica el propio autor en el prólogo, buena parte de las situaciones son reales, recuerdos de la infancia propios o prestados, lo que favorece la sensación de simple anecdotario. Sin embargo, poco a poco adquiere importancia el hilo narrativo principal que tiene como protagonista al indio Joe, donde una de las aventuras de Tom y sus secuaces engancha con una trama criminal ‘de adultos’. Hacer entrar en contacto la inocencia de la gamberrada juvenil con el mundo del delito es también un recurso bien conocido –que posiblemente copiaron de Twain muchos otros-, que no solo ayuda a elevar la tensión, sino que enfatiza el contraste entre el ámbito infantil y el adulto, entre la falta disculpable y el mal que debe ser castigado. A fin de cuentas, para subrayar la intrínseca bondad de los chavales.

Al margen de valores literarios, al hilo de la lectura parecen inevitables algunas reflexiones sobre las actividades infantiles en distintas épocas y ámbitos. Los personajes de Twain, con la carga hiperbólica que se les quiera otorgar, son chavales asilvestrados, que disfrutan la libertad en cuanto se les ofrece un resquicio o simplemente la toman por su cuenta, críos que corren descalzos, se entusiasman o comercian con bichos encontrados o con pequeños objetos a los que atribuyen valor inusitado. Una forma de vida casi tópica que se repite en sociedades que consideramos atrasadas, en siglos pretéritos, entornos rurales o países menos desarrollados: el descampado, la transformación de objetos cualquiera en instrumentos de juego, las correrías y las trampas, las aventuras que son parte de la formación hacia la edad adulta. Excesos y burradas de una vida al aire libre que parecen inaceptables para nuestra sociedad urbana del siglo XXI llena de normas, hiperprotectora, unidireccional, quizá castrante. ¿O es por el contrario que estamos glorificando algo que ya solo existe en los libros, o en lugares o tiempos lejanos?

También de Mark Twain en ULAD: Un bosquejo de familia

10 comentarios:

Sandra Suárez dijo...

MISSISSIPPI (Saiz de Marco)

Al atravesar Luisiana (Estados Unidos) el piloto informa “Estamos sobrevolando el río Mississippi”, y tú te tapas los ojos y evitas mirar por la ventanilla, porque lo quieres ensoñado, con Finn, con Sawyer, con el fugado Jim, con aquellos barcos de vapor, con su fluir aventurero... En voz baja repites (recreándote en las íes y consonantes dobles) Mississippi. Y no te arriesgas a mirarlo, ni siquiera a mil metros desde el avión, para preservar aquello, para que la realidad no lo estropee, por miedo a que no sea como imaginaste y por lealtad al niño que lo descubrió.

Unknown dijo...

Siempre lo tengo en mi memoria al gran rioy al estado de Mississippi. Mayor Thompson

Unknown dijo...

Gran rio

Unknown dijo...

A mi me gusta mucho el libro y un grupo de música 3 downs..

Unknown dijo...

Kempes 19

Juan G. B. dijo...

Sí, todo muy bonito, pero lo que no hay h..... de reseñar es Huckleberry Finn...
Es broma, buena reseña de un clásico que no sé cómo no estaba aún en ULAD...; )

Lupita dijo...

Hola:

Este libro nunca me ha entusiasmado, y me explico; en el "canon" literario hay libros consagrados que han de gustarnos sí o sí, y esto daría para un debate muy encendido, que no me apetece iniciar. A mí, generalmente, los clásicos estadounidenses no me "llegan", y creo que es culpa de las ediciones fusiladas para público infantil que se hicieron en los años 70-80, y de las malas traducciones. Me ha pasado con "El señor de las moscas, "El graduado" y, sobre todo, con "El guardián entre el centeno" Siguiendo este argumento, mi recuerdo de este libro es el de un texto más bien ramplón, y no muy bien escrito. Creo que debería volver a leerlo, pero en una buena edición.

En cuanto al tema que planteas, Carlos, la nostalgia es tramposa y un vil pasatiempo. Nuestra generación fue la última que jugó en la calle como salvajes, porque también teníamos esa parte de asalvajados, no lo vamos a negar. La diferencia estaba en algo que se ha perdido: el concepto de grupo al que se pertenecía, que era el barrio, como una proyección del pueblo del que emigraron nuestros padres. Asi, todos los adultos formaban piña, más o menos, y cualquiera te podía regañar o echar un cable. En nuestro individualismo actual, cada uno cuida de lo suyo y mira al otro con recelo (recordando la charla sobre el uso de armas del otro día) y somos más solitarios. Pero, por otra parte, también se miraba hacia otro lado en conductas que ya no se pasan por alto, y menos mal.La diferencia entre el mundo infantil y adulto se ha diluido, por estar los niños muy pegados a los padres y solucionarles estos todos los problemas.En "Tom Sawyer" se ve muy bien cómo algunos adultos tienen el concepto del niño como ser molesto, inacabado, incluso torpe, y que ha de ser guiado con mano dura. No tienen ningún interés en participar en sus actividades (tonterías) ni dan concesiones a sus sentimientos. Todo es disciplina.

Mark Twain creía en la bondad intrínseca del hombre, o así lo he creído siempre, y en que los niños eran básicamente bondadosos. Pero por muy partidario que fuera del pacifismo, el sufragio femenino, etc.., no dejaba de ser un hombre de su tiempo.

Y, por último, decir que este libro no creo que guste a ningún chaval ahora, supongo que lo encontrarán aburridísimo. A mí tampoco me gustaba mucho, la verdad. Como libro sobre la infancia me gusta infinitamente más "El camino", por ejemplo, que creo que leí con 11-12 años, y muchas veces más después.

Saludos

Carlos Andia dijo...

Bien, veo que hay dos opiniones bastante diferentes: la de los que lo recuerdan como una maravillosa lectura de la infancia, y la de quienes, como Lupita, no sienten demasiado entusiasmo. Mi caso sería más bien el segundo. Creo que el libro es muy digno, está bien escrito, pero posiblemente es una historia que no ha envejecido muy bien, y estoy de acuerdo en que a un niño actual es difícil que le atraiga demasiado.

Lo que comenta Lupita es también la reflexión que me suscitaba el relato, al retratar un modo de vida que al menos a los urbanitas occidentales nos resulta bastante ajeno. En este mundo de maquinitas y de imágenes de toda procedencia resulta chocante ver a estos chavales capaces de urdir perrerías para divertirse o desaparecer durante días en una isla imaginando que son piratas. Pero también es verdad que nuestros chicos sufren transformaciones sorprendentes cuando pasan unos cuantos días en el pueblo de los abuelos sin wifi. También terminan por inventar cosas y disfrutar de una forma diferente, así que algo hay ahí en el fondo que los hace más parecidos a Tom de lo que hubiésemos pensado. Vamos, digo yo.

Un saludo y gracias por los comentarios.

Unknown dijo...

Tienes toda la razon carlos.. Mayor Thompson

Emi Lee dijo...

Hiciste bien