Idioma original: catalán
Título original: Fugir és el més bell que teníem
Traducción: traducción al castellano de la propia autora para Galaxia Gutenberg
Año de publicación: 2019
Valoración: muy recomendable
Título original: Fugir és el més bell que teníem
Traducción: traducción al castellano de la propia autora para Galaxia Gutenberg
Año de publicación: 2019
Valoración: muy recomendable
Como todo buen amante a la lectura sabrá (y habrá experimentado en repetidas ocasiones), a veces ocurre que hay libros que apetece leer y que uno tiene en sus estanterías pero que, por razones desconocidas, no encuentran el momento de ser leídos. En ese misterioso agujero negro en el que se encuentran los libros olvidados, a veces hay joyas que tienen que esperar a la existencia de cierta sequía de opciones para que uno se decida a cogerlos. Y en muchas ocasiones hacerlo es un acierto y la decisión vale la pena. Este libro es un claro ejemplo de ello.
El relato autobiográfico de Marta Marín-Dòmine empieza con una definición sobre el verbo errar, su origen y el uso. Porque errar vienen de errare, de desviarse de un camino, de ir de un lado a otro sin rumbo y, esa definición etimológica mis recuerdos, también errantes, me lleva a “Los errantes” de Tokarczuk, más aún cuando indica que el errante, “abierto a los cambios, decantado por la elección del movimiento, cuando llega a los lugares no los posee, sino que los habita” aunque, en consecuencia, “quien erra a veces olvida, pero el errante, en cambio, siempre es olvidado. El olvido es el precio de su libertad”. Con esta premisa, el libro trata del exilio, de sus recuerdos y memorias, y se centra especialmente en el exilio de su padre quien, tras la guerra civil y junto con miles de personas, cruzó la frontera terminando en el campo de internamiento de Argelès marcando así la vida de su familia en constante errancia, en intermitentes exilios.
El estilo de la autora es muy elegante, con un lenguaje trabajado en el que se nota el cuidado en la elección de las palabras y en la soltura de la narración. El texto fluye con sonoridad armónica, con la musicalidad de quien ama las palabras y de quien encuentra en ellas la calidez de una nostalgia repleta de recuerdos y carencias. Unas carencias que también sufrió su padre, a caballo entre su Barcelona natal y Francia, con ausencias y faltas en ambos lados y especialmente dolorosa la de su tierra natal, pues «en Barcelona erraste siempre, tú y tantas otras personas que no tenían (…) los recursos de una burguesía colaboradora con el franquismo». Un padre proveniente de una familia ya errante pues el abuelo por parte paterna también huyó a Francia el 1928 debido a que «la Patronal amenazaba los obreros que, como él, estaban profundamente implicados en las luchas sindicales anarquistas», dejando el resto de la familia en Barcelona. Los exilios, que rompen familias y vacían recuerdos.
De esta manera la autora explica la historia de su padre (a través de las memorias que escribió a los setenta años) desde que era niño hasta ya adulto y lo enlaza con su visión de esos sucesos siendo niña, reconstruyendo a partir de la historia el paisaje de su vida marcada por tener que abandonar su tierra y con ella parte de sus recuerdos. De igual manera, la autora traza un paralelismo entre el exilio de su padre a Béziers y el suyo en Toronto, con recuerdos heredados y encontrando el confort en la literatura en «unos libros que confirmaban aquello que ya había quedado en la piel, que daban un estatuto de verdad al deseo. Aquella pequeña cartografía visual que arrancaba en una buhardilla y que tenía que llegar a un estudio de Toronto». Ya en 2011 se traslada a Francia, «el país de mi familia, el de las vacaciones de mi infancia», enlazando así su vida con la de su familia, una vida marcada por la guerra en todos ellos, así como también en la propia autora, víctima de las guerras que han azotado y desterrado a su familia y que ya desde pequeña confirman el paisaje de la vida de su familia, porque los oye hablar de ellas, de una guerra que «debe ser terrible (…) porque cuando los adultos la explican los siente vulnerables». También, hablando de la memoria, la autora hila fino y precisa su lenguaje al afirmar con acierto que «me parece que nadie ha filmado aún los espacios vacíos de la Europa de 1945. Ni la manera como se ha tapado, como quien rellena un animal muerto, lo que fue destruido. Es muy probable que esta sea la razón por la cual, en Europa, cuando nos referimos al pasado de los campos de exterminio y de la guerra, hablamos del horror, y muy raramente de vértigo. El horror nos hace desviar la mirada; solo quien osa mirar siente vértigo del pasado».
Combinando reflexiones con menciones puntuales a otros autores como Jünger, Freud, Benjamin o Roland, la autora nos habla de la guerra y de sus causas, sus defensores y aquello que supone en un libro que desborda nostalgia en cada una de sus páginas, una nostalgia que viene de la transmisión de la memoria, de los recuerdos narrados por un padre y que despiertan y asoman al desplazarse la narradora a las tierras que albergaron su infancia afirmando que «contemplo este paisaje que se dibuja a medida que avanza el autocar y lo pinto con el velo transparente y anacrónico de unos recuerdos que me has dejado en herencia (…) te recuerdo sentado en la cocina, o en la mesa del comedor, mientras me contabas tus veranos aquí, y ahora tus palabras se sobreponen al paisaje presente». Una mirada reflejo de una vida que pasa ante sus ojos y se detiene, de manera permanente, en cada uno de esos momentos.
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