lunes, 6 de diciembre de 2021

2 x 1 Borja Ortiz de Gondra: Los Gondra (una historia vasca) / Los otros Gondra (relato vasco)

Idioma original: castellano

Año de publicación: 2020

Valoración: Bastante recomendable


Si pensamos que hace unas semanas se conmemoraban, con cierto aparato escénico y las esperables disputas políticas propias de nuestro tiempo, los diez años transcurridos desde que ETA anunció su definitivo abandono de la actividad terrorista, se puede decir que estas dos obras teatrales escritas por mi paisano Borja Ortiz de Gondra están de plena actualidad. En realidad, todo lo relacionado con la violencia en Euskadi (cine, libros de gran éxito editorial, series) ha venido a ponerse de moda a poco que las pistolas han callado y se ha podido respirar con algo más de libertad. Pero adelanto que los textos que me propongo comentar, aunque girando en torno a ese núcleo, aportan más cosas interesantes.

Los Gondra (una historia vasca) muestra, mediante tres actos en planos temporales diferentes (1985, 1940 y 1898), retazos de la historia de una familia vasca, una dinastía económicamente bien posicionada que se inicia como tal con el gran patriarca que hizo fortuna en Cuba y levantó la casa familiar en las cercanías de Bilbao, junto al mar, por esa zona donde se asentó la gran burguesía dejando palacetes y mansiones que hoy seguimos admirando. El episodio más reciente de los tres se centra en la boda del último primogénito, objeto del chantaje terrorista en el cual de alguna forma han colaborado otros miembros de la misma familia. La tensión brota al hacerse visible la profunda fractura provocada por la política y la violencia entre quienes llevan el mismo apellido. Familias separadas por grietas de este tipo son abundantes en el País Vasco, pero también en cualquier otro ámbito que haya vivido conflictos semejantes, especialmente cuando se ha sobrepasado el nivel de la palabra.

Pero la huella del terrorismo, siendo la herida fundamental por la que se desangra la familia, no es la única. En esa recreación del pasado van apareciendo otros desencuentros, puede que menos brutales, secretos, silencios, enigmas que han ido quedando enterrados por el tiempo: de dónde salió exactamente la fortuna del abuelo, qué había en aquel armario que llegó de ultramar, dónde está la novela manuscrita que supuestamente contenía, por qué tantos cerrojos por dentro y por fuera. Y las generaciones siguientes tampoco dejan de tener zonas de sombra, como el pariente tiránico que arrienda tierras a sus propios familiares, quién sabe si poniendo los cimientos de futuros odios soterrados. En el fondo uno de los motivos de crispación puede encontrarse en la vieja institución del mayorazgo (una tradición muy vasca, pero no solo), que otorga al hijo mayor la propiedad de la casa familiar y de hecho la potestad sobre todos los asuntos. La familia es entonces un ente autocrático, con normas y tradiciones inamovibles que no admiten divergencias: así, el hermano que abandona el hogar o se permite una elección sexual diferente a la establecida es instado a renunciar incluso al apellido.

Da la impresión de que el autor recrea su propia historia familiar, pero no sabemos hasta qué punto hay autoficción, o su implicación personal (incluso aparece reiteradamente en escena) es más bien un truco para urdir una complicidad más intensa con el lector-espectador. Gondra juega un poco al despiste al referirse en el primero de los textos a la familia Arsuaga, y retomar la historia en Los otros Gondra (relato vasco) haciendo referencia a su propia familia, como si hubiera querido colocar un velo que después retira. Pero tampoco importa en absoluto si todo es una muy lograda simulación o un ejercicio de vaciamiento personal. Me interesa sobre todo el análisis, la inmersión en la historia familiar para descubrir (como seguramente ocurre en cualquier saga) más sombras de las esperadas. La lectura se hace a veces algo exigente, en especial en la primera de las obras, a causa del número relativamente elevado de personajes y cierta dificultad para hilar correctamente las distintas tramas. Quizá Borja da demasiadas cosas por sabidas, como si se despreocupara un poco de su audiencia, o le bastase con que el público se quede con una atmósfera general obviando los detalles. Porque los hay, y unos cuantos, dando la sensación de acumular material suficiente para prolongar bastante más el relato, tal vez en un formato narrativo más flexible que el dramático (y parece que por ahí ha seguido Ortiz de Gondra, que creo que ha publicado un par de textos más en fechas muy recientes, siempre con el foco inamovible sobre la dinastía).

En Los otros Gondra el argumento se condensa y se reducen los personajes, centrándose en las consecuencias de lo ocurrido dos décadas antes: de nuevo se reencuentran el Gondra que rehízo su vida en Nueva York y la rama familiar que colocó al primogénito en la diana del terrorismo. Las dos partes, por razones muy diferentes, han vivido aquellos años en el exterior y vuelven de nuevo a la casa familiar bajo la figura de Natalia, la madre que, en actitud muy lorquiana, mantiene la entereza y la dignidad pero se resiste con firmeza al perdón y el olvido. Aquí se encuentra el nudo de todo el relato, al reunirse quienes, simplificando mucho, podríamos calificar como agresores y agredidos. Natalia no transige, se llevará a la tumba su dolor y exige que le pidan perdón aun sin estar segura de que eso fuese suficiente. La sobrina, cuyo nexo real con el terrorismo no queda del todo claro, ha vivido siempre con la convicción de que su lucha era legítima, y entiende el sufrimiento, pero son demasiados años, hay demasiada amargura y no encuentra fuerzas (o motivo) para pronunciar la palabra. Ahí encontramos el centro del vórtice, cómo cargar con una trayectoria tan larga y dura para terminar reconociendo que todo fue un espantoso error, cómo pasar página cuando en la memoria se sigue viendo indeleble tu nombre en una diana o en una carta declarándote enemigo del pueblo y objetivo prioritario. Cómo cerrar heridas tan profundas y tan antiguas, esa asignatura que todavía estamos lejos de aprobar.


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