Título original: Hibana (火花)
Traducción: Pendiente
Año de publicación: 2015
Valoración: Recomendable
Tengo sentimientos encontrados respecto a este libro.
Hibana es la novela más vendida del siglo XXI en Japón y uno de los mayores bestsellers de la historia del país. Algo raro ya que no es una novela juvenil, thriller o de romance. Una pregunta que surge de inmediato al conocer este dato es: ¿por qué aún no se ha traducido al español? (Otro libro de Naoki, Érase una vez un libro, ya fue publicado en español por la editorial Plaza & Janés). El hecho de que esta novela haya conmovido a millones de japoneses basta para justificar una reseña exhaustiva en este blog, aunque todavía no se pueda leer en el idioma de Sor Juana Inés de la Cruz (no voy a decir Cervantes hasta que no devuelvan el oro).
¿De qué trata el libro?
Hibana es, en esencia, una novela de formación. El protagonista, Tokunaga, es un joven comediante en los comienzos de su carrera. En una de sus presentaciones conoce a Kamiya, un humorista más experimentado que termina convirtiéndose en su mentor. La novela relata el ascenso y caída de Tokunaga en el despiadado mundo del showbiz. Kamiya ejerce como consejero, pero su personalidad excéntrica y su purismo respecto a la comedia generan más problemas que certezas en Tokunaga, cuyo objetivo último es convertirse en un comediante exitoso.
Esta no es una historia feliz; el tono general de la novela se inclina más hacia lo agridulce.
A medida que avanza la historia, la relación entre Tokunaga y Kamiya se convierte en el eje de la novela. Kamiya, con su visión radical y casi ascética de la comedia, insiste en que el humor debe ser un arte puro, aunque ello signifique sacrificar fama, dinero e, incluso, la estabilidad personal. Tokunaga, por su parte, admira a su mentor, pero se siente atrapado entre la necesidad de sobrevivir en la industria del entretenimiento y el idealismo extremo de Kamiya.
El contraste entre ambos personajes es lo más destacable de la novela: mientras Tokunaga lucha por abrirse camino y alcanzar un reconocimiento que parece siempre esquivo, Kamiya se hunde en la marginalidad, víctima de sus propias obsesiones y de un mundo que no tiene lugar para un comediante incorruptible. El resultado es una relación ambivalente, de respeto, frustración y, finalmente, desencanto.
La novela no solo muestra las dificultades del oficio de comediante, sino también la precariedad de las relaciones humanas cuando están atravesadas por la ambición y la necesidad de encontrar un sentido a la propia vida. En ese sentido, Hibana se acerca más al retrato existencial que a una simple narración sobre la comedia y el espectáculo
¿Por qué no se ha traducido al español? Una conjetura.
Se suele decir que el género literario más difícil de traducir es la poesía. Yo discrepo. ¿Alguna vez han intentado contar un chiste en otro idioma? Es una experiencia frustrante: el simple hecho de tener que explicarlo hace que pierda todo sentido. La comedia me parece más intraducible aún que la poesía. Todos los elementos que la sostienen: el ritmo del idioma, las referencias locales, los juegos de palabras, los matices metalingüísticos; se diluyen al pasar de una lengua a otra.
Si ya resulta una empresa heroica escribir con humor y conseguir que funcione en la lengua original, trasladarlo con fidelidad a otra es una tarea inconcebible. No es casualidad que muchas editoriales desistan de publicar novelas centradas en la comedia: más allá de la fama en su país de origen, la recepción internacional puede quedar gravemente comprometida. Hibana, una obra profundamente enraizada en la cultura de la comedia japonesa, enfrenta este obstáculo de manera radical. Para traducirla se necesitaría recrear los códigos culturales por completo.
Quizás esa sea una de las razones por las cuales la novela aún no ha llegado al español. Aunque, a mi parecer y de manera paradójica, esta misma dificultad es lo que hace que Hibana resulte fascinante: es un testimonio literario de un mundo que resulta prácticamente intraducible. Para muestra, un botón: Hibana fue traducida al inglés con el nombre de “Sparks”. Resultado, es una mierda (no, en serio, es horrible). He visto los comentarios en goodreads a la edición en inglés, hecha por lectores que desconocen el japonés, y muchos coinciden en que la novela es incomprensible, por decir lo menos.
¿En qué difiere el humor japonés del de los países hispanohablantes?
(Como premisa, discutible pero no aquí, el humor en España y Latinoamérica es muy similar. Salvo gustos personales, se puede disfrutar por igual de un standupero colombiano, de una película española o de una batalla de freestyle en México).
Dejando de lado el humor escatológico o el slapstick que alimenta el estereotipo televisivo japonés de concursos y caídas aparatosas, la principal diferencia está en el peso que tiene el lenguaje mismo en la construcción de la risa. El humor japonés tiende a apoyarse en la sonoridad de las palabras, en los homónimos (los cuales abundan debido al menor número de fonemas en comparación con el español) en los dobles sentidos y en las expresiones regionales. El “chiste” no siempre se formula como una historia con remate, sino como un quiebre lingüístico que depende del timing y de la complicidad cultural. En este sentido, lo gracioso no se encuentra tanto en lo que se cuenta, sino en cómo se dice.
Dentro de esa tradición, el manzai ocupa un lugar central. Es una forma de comedia en dúo que remonta sus orígenes al período Edo, pero que se consolidó en el siglo XX con el auge de la televisión. En el manzai hay siempre dos figuras: el boke, encargado de decir disparates o cometer errores, y el tsukkomi, que corrige con brusquedad y devuelve la lógica al diálogo. Lo fascinante de esta dinámica es que el humor surge del ritmo vertiginoso del intercambio, de la precisión con que se encadenan los malentendidos y las réplicas. Un espectador japonés capta inmediatamente las sutilezas de esa cadencia. El boke y el tsukkomi deben estar perfectamente sincronizados; cualquier desfase arruina la risa. A diferencia de la stand-up comedy anglosajona o hispana, donde un solo comediante controla el ritmo y la tensión, en el manzai esa responsabilidad se reparte entre dos, generando una tensión dialéctica constante: la estupidez contra la cordura, el caos contra el orden, lo absurdo contra lo lógico.
Además, el manzai suele estar cargado de referencias locales, acentos regionales y giros idiomáticos que refuerzan la comicidad. Un boke de Osaka no suena igual que uno de Tokio, y para el público japonés esas diferencias son parte esencial de la experiencia humorística. Esto hace que la traducción sea doblemente complicada, no basta con trasladar las palabras, habría que recrear el mismo efecto de extrañeza y familiaridad en un público que no comparte esos códigos.
El declive del dúo cómico… salvo en Japón
En otras latitudes, la comedia en dúo parece una reliquia del pasado. Hubo épocas en que el formato era popular: basta recordar a Laurel y Hardy en el cine clásico, o a Chon y Chano en México, referentes del humor popular en la primera mitad del siglo XX. En España también existieron parejas célebres, como Tip y Coll, que durante décadas dominaron la televisión con su humor absurdo y minimalista. Pero con el tiempo, este estilo fue perdiendo vigencia frente al auge del stand-up, más flexible y adaptable a públicos diversos. Hoy, lo habitual es que un comediante se sostenga por sí mismo, dueño del escenario y de la palabra, sin necesidad de un compañero que marque el contrapunto. (Sin embargo, a raíz de la pandemia, los podcasts de comedia tuvieron un auge, donde el humor basado en conversaciones más o menos absurdas entre una pareja de personalidades disímiles (volviendo a la idea del straight man y del funny man) recobró su popularidad (por ejemplo: Bad friends, con Andrew Santino y Bobby Lee).
En Japón, en cambio, la tradición del dúo no solo se ha mantenido, sino que se ha consolidado como uno de los pilares de la cultura humorística. El manzai sigue siendo un formato central en festivales, concursos televisivos y programas de variedades. Programas como el M-1 Grand Prix, que desde el año 2001 premia al mejor dúo de comediantes del país, son auténticos fenómenos mediáticos seguidos por millones de espectadores. Y lo más sorprendente: la cantera de jóvenes manzaishi no deja de renovarse. Cada año surgen nuevas parejas con estilos frescos que van desde lo clásico hasta propuestas más experimentales, lo que demuestra que el manzai no es una reliquia, sino una tradición viva que dialoga con la contemporaneidad.
Esa vitalidad explica por qué una novela como Hibana logra conectar con un público masivo en Japón: no habla de un arte en vías de extinción, sino de una práctica cotidiana, cargada de resonancias emocionales para cualquier espectador que alguna vez se haya reído con un dúo cómico en televisión o en vivo. Tokunaga y Kamiya encarnan, en la ficción, esa tensión entre mantener vivo un género centenario y adaptarlo a un presente que exige novedad constante.
Conclusión
Más allá de sus debilidades narrativas, Hibana es un libro que no puede leerse únicamente desde criterios literarios. Su impacto cultural en Japón fue inmediato: millones de ejemplares vendidos, una adaptación a película y serie de Netflix (si quieren ver alguna, les recomiendo la serie; la película no vale la pena), discusiones sobre el sentido de la comedia como profesión, e incluso un redescubrimiento del manzai entre audiencias jóvenes. En ese contexto, la novela funciona como un espejo generacional; refleja las aspiraciones y frustraciones de quienes dedican su vida a un oficio que exige entrega total y, al mismo tiempo, condena a la precariedad y al anonimato a la gran mayoría de sus practicantes.
Sin embargo, cuando se la saca de ese marco cultural, Hibana se enfrenta a sus limitaciones. La escritura de Matayoshi es correcta, incluso sensible en algunos pasajes, pero carece de la densidad narrativa que uno esperaría de una obra con tanta resonancia social. Además, las reflexiones filosóficas que se ponen en voz de Kamiya pueden ser algo superficiales. El manzai está presente como tema, pero no siempre como forma; el humor se describe más de lo que se encarna en el texto. Y el desenlace, anticlimático y absurdo, se siente más plano que revelador.
En resumen, Hibana es una novela cuya relevancia radica tanto en el fenómeno cultural que generó como en su valor literario. Puede que no sea una obra maestra en sentido estricto, pero sí es un documento único sobre una tradición cómica que sigue viva en Japón y que aquí adquiere un inesperado tono elegíaco. Dicho lo anterior, diría que el libro merece, al menos, la curiosidad de todo lector interesado en comprender qué mueve a reír (y a llorar) a una sociedad tan distante y, a la vez, tan próxima como la japonesa.
2 comentarios:
Me preguntaba por la razón del añadido "metaentrada" que haces en el título de tu post y tras leer completa la entrada veo que eso es precisamente: una reflexión sobre los motivos por los que una determinada cosa no es traducible o difícilmente traducible a otro idioma, en este caso, al nuestro (el de Cervantes que el pobre no se llevó nadita de oro, pues ni siquiera le dejaron embarcarse para las Américas).
Me ha gustado ese repaso sobre el 'manzai' y la comparativa que realizas sobre el funcionamiento de las parejas cómicas en distintas culturas. Según avanzaba en su lectura me venía a la cabeza el dúo de Tip y Coll, pero al poco vi que tú también los incluías en tu metaentrada.
En cuanto a la novela en sí, me pregunto: ¿La leíste en japonés?
Un abrazo
Magnífica entrada, Alain, aunque subes demasiado el nivel del blog y a ver cómo llegamos el resto a esa altura...
Por lo demás, Juan Carlos tiene razón: Cervantes no pudo robar ningún oro porque estaba prisionero en Argel haciendo... cosas de adultos con el gobernador.
El oro azteca lo robaron los piratas de La Perla Negra, que lo vi yo en una película...
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