Idioma original: francés
Título original: Voyage autour de ma chambre
Año de publicación: 1794
Valoración: recomendable
Hay libros escritos por divertimento, sin darles demasiada importancia, y que sin embargo adquieren una fama y una repercusión que sorprende incluso a su autor. Quizás el caso más famoso sea el del Quijote, que Cervantes no consideraba como su mejor obra, pero este es también el caso de este Viaje alrededor de mi cuarto, una broma literaria que quizás no habría visto la luz si no llega a ser por el hermano del escritor, que la publicó por su cuenta y riesgo, presintiendo, él sí, que tenía entre manos una pequeña joya.
El Viaje alrededor de mi cuarto tiene un origen biográfico real: en 1794, Xavier de Maistre fue condenado a seis semanas de arresto domiciliario en su casa de Turín por participar en un duelo. Durante esos cuarenta y dos días compuso este librito, formado exactamente por cuarenta y dos capítulos breves, de una a cuatro páginas, en el que narra, parodiando el estilo de los libros de viajes tan habituales en el siglo XVIII, las vueltas que da en su cuarto, las conversaciones que tiene con su criado, y sobre todo consigo mismo, o sus reflexiones sobre la vida, el arte, el amor, la literatura...
Porque, claro, Maistre no se limita a describir su habitación, que sería muy aburrido: gracias a la división entre "alma" y "animal", su mente puede viajar, llevada por las asociaciones de los objetos que encuentra en su mesa o de los libros de su biblioteca, aun cuando su animal, su cuerpo, esté atrapado entre cuatro paredes. Así, puede ver un cuadro y recordar un viejo amor, ver unas reproducciones de pinturas y reflexionar sobre el arte, o hacer una digresión sobre historia de la literatura universal... Todo ello con la ligereza de quien escribe solo para divertirse, sin pretensiones de estilo o de inmortalidad.
El resultado es un libro ameno, original, extraño; una lectura de una tarde que nadie se arrepentirá de haber hecho. Como nota final que da cuenta de la relevancia que ha llegado a alcanzar esta obrita, Borges (o mejor dicho, Carlos Argentino Daneri) lo mencionan en el relato El Aleph.
(Hay una segunda parte, una Expedición nocturna alrededor de mi cuarto, pero claro, como cabía esperar no tiene la misma frescura del original).
Páginas
▼
lunes, 30 de noviembre de 2015
domingo, 29 de noviembre de 2015
Edward Bunker: Perro come perro
Idioma original: inglés
Título original: Dog eat dog
Año de publicación: 1996
Traducción: Zulema Couso
Valoración: imprescindible
Título original: Dog eat dog
Año de publicación: 1996
Traducción: Zulema Couso
Valoración: imprescindible
Imprescindible: nuestro mentor Santi explicaba un poco, hace unos días, lo de las valoraciones, cuando lo entrevistaron para la radio. Aclaración particular: para mí un imprescindible es cualquier libro que no olvidas, que marcará como afrontes en el futuro lecturas parecidas, que establece un canon que será cruel en el futuro, por lo de las comparaciones.
Me vais a perdonar, entonces, por aclarar que, después de leer a Bunker que nadie me venga con etiquetas de negrura ni con pretensiones de pureza de género, porque, desde este momento, y desde este privilegiado lugar, proclamo que Edward Bunker les da sopas con honda a muchos, y no me estiréis de la lengua porque hasta algún nombre de mucho relumbrón queda retratado como un aprendiz al lado de este hombre. Qué van a saber algunos de conducta y mentalidad criminal. Qué genero negro si algunos son un gris descolorido. Insisto, no me hagáis decir nombres, pero algunos escribiendo sobre crímenes parecen abuelitas de mesa camilla que tiran de la Wikipedia. Bunker no. Bunker había estado allí. En reformatorios y penales y en galerías de presidios. En antros y en calabozos y en burdeles y en clubes de strippers y en licorerías y en toooodos los lugares emblemáticos.
Me vais a perdonar, entonces, por aclarar que, después de leer a Bunker que nadie me venga con etiquetas de negrura ni con pretensiones de pureza de género, porque, desde este momento, y desde este privilegiado lugar, proclamo que Edward Bunker les da sopas con honda a muchos, y no me estiréis de la lengua porque hasta algún nombre de mucho relumbrón queda retratado como un aprendiz al lado de este hombre. Qué van a saber algunos de conducta y mentalidad criminal. Qué genero negro si algunos son un gris descolorido. Insisto, no me hagáis decir nombres, pero algunos escribiendo sobre crímenes parecen abuelitas de mesa camilla que tiran de la Wikipedia. Bunker no. Bunker había estado allí. En reformatorios y penales y en galerías de presidios. En antros y en calabozos y en burdeles y en clubes de strippers y en licorerías y en toooodos los lugares emblemáticos.
Al protagonista de No hay bestia tan feroz la sociedad le negaba cualquier oportunidad de redención tras su salida de la cárcel. Troy Cameron, protagonista de esta espléndida Perro come perro, ya no se plantea esa opción. Qué cojones. Se ha pasado la vida en reformatorios y cárceles y ese ha sido su mundo, y el crimen su modo de subsistir. Ha atracado y ha cobrado cheques y ha ido tirando como ha podido, no sin ayuda de sus iguales, pero esta vez, la que nos muestra esta novela, se ha dicho a sí mismo que va a ser la definitiva. Planeado junto a Diesel y Mad Dog, colegas de máxima confianza pues les une un pasado común, el golpe que les han encargado no puede fallar. Van a desvalijar a un traficante y van a desaparecer. Reharán su vida y, puede, quizás dejen atrás una existencia tan tortuosa. Joder, que ser un delincuente también cansa.
Perro come perro no es una novela de suspense, por eso. Sería más bien una novela de acción. Bueno, si vamos a valorar el ritmo de lectura al que obliga al lector, quizás haya que pensar en calificativos como trepidante o frenético. Las escenas se suceden una tras otra, extensos capítulos que son cada uno un nuevo hito, una nueva demostración del talento de Bunker. Y por debajo se nos muestra el complejo nudo de relaciones, el extraño sentido ético residente en la jerarquía criminal, las gradaciones, las líneas rojas que se cruzan o no, la mentalidad del eterno perdedor que sueña con una redención que se alargue más que un mero espejismo, por ese eterno cuento de la lechera que viene a ser la vida criminal. El último golpe y lo dejo.
Troy no, pero algunos de sus compinches tienen familias que mantener. Troy no, a Troy parece que le preocupe más tener una estampa digna como delincuente, aunque eso le cueste gastarse setecientos dólares en unos zapatos Ferragamo. Troy sabe quién le debe y a quién debe favores, sabe a quién quiere y quién le quiere, pero su mentalidad devastada por una vida encerrado ya le ha mutado de forma irreversible. Lo criminal es también una empresa y tiene que aportar un rendimiento, que uno no sale de casa con una pistola en el cinto para nada. Esa conciencia le lleva a un constante cálculo de riesgos y oportunidades, y conforme uno lee, comprende a Troy, le coge aprecio de amiguete malote que preserva unos códigos mínimos, pero férreos, y desea que todo le salga bien, y que nadie se haga daño.
Deseo que, en estas novelas, suele ser bastante ingenuo.
Que casi me olvido de decirlo.
También de Edward Bunker en ULAD: No hay bestia tan feroz
Troy no, pero algunos de sus compinches tienen familias que mantener. Troy no, a Troy parece que le preocupe más tener una estampa digna como delincuente, aunque eso le cueste gastarse setecientos dólares en unos zapatos Ferragamo. Troy sabe quién le debe y a quién debe favores, sabe a quién quiere y quién le quiere, pero su mentalidad devastada por una vida encerrado ya le ha mutado de forma irreversible. Lo criminal es también una empresa y tiene que aportar un rendimiento, que uno no sale de casa con una pistola en el cinto para nada. Esa conciencia le lleva a un constante cálculo de riesgos y oportunidades, y conforme uno lee, comprende a Troy, le coge aprecio de amiguete malote que preserva unos códigos mínimos, pero férreos, y desea que todo le salga bien, y que nadie se haga daño.
Deseo que, en estas novelas, suele ser bastante ingenuo.
Que casi me olvido de decirlo.
También de Edward Bunker en ULAD: No hay bestia tan feroz
sábado, 28 de noviembre de 2015
Philip K. Dick: Ubik
Idioma original: inglés
Título original: Ubik
Año de publicación: 1969
Traductor: Manuel Espín
Valoración: recomendable
Título original: Ubik
Año de publicación: 1969
Traductor: Manuel Espín
Valoración: recomendable
Me gustó tanto la reciente lectura de El hombre en el castillo que me entraron ganas de una nueva dosis de Philip K. Dick. El libro elegido fue este Ubik, que, según dicen, es una de las mejores novelas de Dick. No digo que no, pero caramba... por de pronto, ahí va una pequeña lista de los términos a los que tendrá que acostumbrarse cualquier lector: Friovaina. Homeodiario. Telépata. Inercial. Moratorio. Regresión. Contacreds. Psiónico. Semivivo. Pseudoambiente. Protofasones. Homeoimpresor. Antifacultad. Precognitivo. Entidad homeoestática. Organización de previsión...
Bueno, ¿y qué te esperabas de una novela de ciencia-ficción?, me preguntará alguno (con razón). Es cierto: de eso trata Ubik (aunque, en cierto modo, también sea una "novela histórica"...). De hecho, la acción está situada en el futuro año de... 1992. Y no salen ni Cobi ni Curro, personajes que ni la calenturienta imaginación del amigo Dick fue capaz de prever... Bueno, menos risas: teniendo en cuenta que la novela se publicó en le año 69 (glups) es como si nosotros ahora escribiésemos una ambientada en el 2038. Acertar en algo no está al alcance ni del mismísimo Houellebecq.
Resulta casi imposible -y más aún sin destriparlo- resumir un argumento como el de esta novela, plagado de giros extraños y cambios en el campo de visión. Así que, con permiso, excuso de hacerlo. Diré tan sólo que, en ese hipotético futuro -ya pasado-que plantea Dick, existen personas con capacidades psiónicas especiales: telépatas que leen el pensamiento o precognitivos que pueden visualizar el futuro (exacto, como en la película Minority Report... que no en vano está basada en n relato de este autor); agentes que se infiltran en las empresas y organizaciones diversas para hacer la puñeta en lo posible. En contrapartida, también hay organizaciones previsoras, que emplean a individuos con facultades antagónicas a las de los psiónicos anteriores, a modo de "antivirus", para neutralizarles (resulta muy divertido comprobar cómo Dick atribuye a personas o elementos materiales "analógicos" capacidades o acciones presentes en el mundo digital). Una de estas empresas, alrededor de la que se desarrolla la trama del libro, es la de Runciter Asociados, presidida por el veterano Glen Runciter y su semiviva esposa Ella, y cuyo técnico en mediciones es el desastroso, aunque muy competente en su oficio, Joe Chip.
Ya explico que no puedo detallar todos los recovecos de esta trama, pero sí señalar que la novela, más allá de una ingeniosa narración de sci-fi con refrescantes aportaciones humorística, resulta ser también una reflexión sobre la vida y la muerte, el presente y el pasado, la realidad y la irrealidad de lo que percibimos.... en fin, todo un transfondo metafísico e incluso religioso (según se dice sobre las intenciones del autor), y que quizás sólo podría ser llevada al cine por Christopher Nolan, por ejemplo (esta nueva referencia cinematográfica tiene una explicación: Dick es uno de los autores de ciencia ficción más adaptados al cine, y aunque parece que el proyecto de hacer una película con Ubik ha sido abandonado, de momento, se puede rastrear su influencia en otros filmes como Matrix o Abre los ojos).
Y a todo esto, ¿qué es eso de "Ubik", exactamente? Bueno, puede que lo sea todo y puede que nada. Recomiendo encarecidamente leer el libro, para saberlo...
Otros libros de Philip K. Dick reseñados en Un libro al día: ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?, El hombre en el castillo
Resulta casi imposible -y más aún sin destriparlo- resumir un argumento como el de esta novela, plagado de giros extraños y cambios en el campo de visión. Así que, con permiso, excuso de hacerlo. Diré tan sólo que, en ese hipotético futuro -ya pasado-que plantea Dick, existen personas con capacidades psiónicas especiales: telépatas que leen el pensamiento o precognitivos que pueden visualizar el futuro (exacto, como en la película Minority Report... que no en vano está basada en n relato de este autor); agentes que se infiltran en las empresas y organizaciones diversas para hacer la puñeta en lo posible. En contrapartida, también hay organizaciones previsoras, que emplean a individuos con facultades antagónicas a las de los psiónicos anteriores, a modo de "antivirus", para neutralizarles (resulta muy divertido comprobar cómo Dick atribuye a personas o elementos materiales "analógicos" capacidades o acciones presentes en el mundo digital). Una de estas empresas, alrededor de la que se desarrolla la trama del libro, es la de Runciter Asociados, presidida por el veterano Glen Runciter y su semiviva esposa Ella, y cuyo técnico en mediciones es el desastroso, aunque muy competente en su oficio, Joe Chip.
Ya explico que no puedo detallar todos los recovecos de esta trama, pero sí señalar que la novela, más allá de una ingeniosa narración de sci-fi con refrescantes aportaciones humorística, resulta ser también una reflexión sobre la vida y la muerte, el presente y el pasado, la realidad y la irrealidad de lo que percibimos.... en fin, todo un transfondo metafísico e incluso religioso (según se dice sobre las intenciones del autor), y que quizás sólo podría ser llevada al cine por Christopher Nolan, por ejemplo (esta nueva referencia cinematográfica tiene una explicación: Dick es uno de los autores de ciencia ficción más adaptados al cine, y aunque parece que el proyecto de hacer una película con Ubik ha sido abandonado, de momento, se puede rastrear su influencia en otros filmes como Matrix o Abre los ojos).
Y a todo esto, ¿qué es eso de "Ubik", exactamente? Bueno, puede que lo sea todo y puede que nada. Recomiendo encarecidamente leer el libro, para saberlo...
Otros libros de Philip K. Dick reseñados en Un libro al día: ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?, El hombre en el castillo
viernes, 27 de noviembre de 2015
Stefan Zweig: Los ojos del hermano eterno
Idioma original: alemán
Título original: Die Augen des eurigen Bruders
Año de publicación: 1922
Traducción: Joan Fontcuberta y Agata Orzeszek
Valoración: recomendable
Título original: Die Augen des eurigen Bruders
Año de publicación: 1922
Traducción: Joan Fontcuberta y Agata Orzeszek
Valoración: recomendable
Zweig: permitidme que, por mi corta experiencia con él, aún me sitúe entre quienes le llaman el mejor escritor del siglo XX y hasta visionario de la barbarie nazi y quienes le recriminan su tonalidad burguesa, culta, erudita, y lo tildan de aburrido. Vizinczey negaba credibilidad alguna a cualquier crítico que no se hubiera metido entre pecho y espalda toda la obra del autor que se atreviera a reseñar. Apañados estaríamos, por ejemplo, en este blog, si hubiéramos de seguir tan tajante mandato. Pues la obra de Zweig es extensa, no inabarcable pero indudablemente difícil de digerir en escaso tiempo.
Y parece que, entre ella, Los ojos del hermano eterno, novela corta con sabores de parábola oriental, es un caso muy especial. Pues Zweig aquí abandona sus clásicos escenarios de la Europa de las primeras décadas del siglo XX y nos planta en lo que parece una civilización asiática unos cuantos siglos atrás. Porque hay nombres exóticos y tigres y elefantes, y monos. Virata es el protagonista: soldado curtido al que un rey sin nombre cita para que dé cuenta de los enemigos que están dispuestos a destronarle, misión en la que obtiene un enorme éxito, pero en la que sufre un terrible incidente: confundido en la oscuridad del ataque nocturno, uno de los rebeldes a los que mata es su hermano.
A partir de ese momento la existencia de Virata será una huída atormentada, una obsesión por eludir las consecuencias de sus actos, cosa que podría antojarse sencilla. Pero Virata no lo tiene fácil, pues se da cuenta de que prácticamente ninguna actitud vital está exenta de afectar a otros. Virata reniega del arma con la que ha matado a su hermano y rechaza los favores que su rey quiere otorgarle, los declina de forma amable y considerada, pero paulatinamente deja de ser soldado, luego deja de impartir justicia (pues piensa que le es imposible hacerlo sin que haya duda de sus decisiones, y tras una reflexión, decide suplantar a un preso para vivir la experiencia en carne propia), elude ser consejero,..De esta manera la novela deviene parábola, casi leyenda donde se refleja toda la naturaleza humana en su esencia: el poder, la duda, la madurez, la ira. Recordándome algunas tomas clásicas de novela de héroe víctima de la injusticia, como el Michael Kohlhaas de Kleist o incluso el Hadji Murat de Tolstoi.
Así que Zweig me demuestra ser capaz de cambiar de registro y salir triunfante. Incluso en el corto recorrido de esta novela anecdótica, las hechuras de un escritor de alto perfil lucen orgullosas.
Otras obras de Stefan Zweig en ULAD: El mundo de ayer, ¿Fué él?, Fouché. Retrato de un hombre político, Mendel el de los libros, María Antonieta, Tiempo y mundo, Carta de una desconocida, Novela de ajedrez, Veinticuatro horas en la vida de una mujer, La piedad peligrosa o la impaciencia del corazón, Viaje al pasado, Las hermanas, Montaigne, Clarissa, Miedo, Ardiente secreto, Una boda en Lyon, El amor de Erika Ewald
Otras obras de Stefan Zweig en ULAD: El mundo de ayer, ¿Fué él?, Fouché. Retrato de un hombre político, Mendel el de los libros, María Antonieta, Tiempo y mundo, Carta de una desconocida, Novela de ajedrez, Veinticuatro horas en la vida de una mujer, La piedad peligrosa o la impaciencia del corazón, Viaje al pasado, Las hermanas, Montaigne, Clarissa, Miedo, Ardiente secreto, Una boda en Lyon, El amor de Erika Ewald
jueves, 26 de noviembre de 2015
Colaboración: La fiesta de la insignificancia de Milan Kundera
Idioma original: francés
Título original: La fête de l'insignifiance
Año de publicación: 2014
Valoración: Insignificante
Tengo que confesar que cuando concluí la lectura de este libro acudí a varios suplementos culturales porque la sensación de vacuidad que desprende la lectura del último libro del señor Kundera me había dejado perplejo. Quizás no había sabido entender el enfoque del libro o me faltaba alguna clave para poder situarlo en el contexto adecuado. Contexto que, sinceramente, se me escapaba. Cuál fue mi sorpresa cuando varios críticos saludaban la originalidad del libro, su visión irónica y absurda de la existencia y su trasfondo filosófico y metafísico. Alucinante.
Ya sabemos por libros anteriores que Kundera recurre en muchas ocasiones a hechos banales o anecdóticos para ir deslizando reflexiones profundas sobre el ser humano y su errático transitar por este mundo. Pero aquí lo que tenemos entre manos es una anécdota elevada a novela y saludada como la última voluntad literaria de un clásico (al fin y al cabo el autor checo cuenta 85 años). Y esto es demasiado. Sinceramente no entiendo ni el enfoque del libro ni la supuesta maestría narrativa que despliega en sus, afortunadamente, breves páginas. Sí que entiendo que hace catorce años que el señor Kundera no publicaba nada y que en su editorial debían estar muy nerviosos. Quizás el autor checo se vio obligado a salir de su semirretiro y dar un poco de lustre postrero a su carrera. Quizás debía una novela a su editorial y no podía alargarse más el plazo de entrega. Sí, quizás, pero quizás deberían haber dejado que el señor Kundera siguiera paseando tranquilamente por los jardines de Luxemburgo, dando de comer a la palomas, mirando el ombligo de las jovencitas y reflexionando sobre estatuas y ángeles, que es a lo que parece que dedica últimamente su existencia.
Eso debería hacer y no aderezarlo con la absurda aparición de cuatro atolondrados franceses, insignificantes, eso sí, en sí mismos, en lo que hacen y lo que viven, que van a celebrar una fiesta de la que pronto nos desentendemos y que sinceramente nos hace arrepentirnos desde las primeras páginas de haber iniciado la lectura. Lo más jugoso de este libro, no se lo pierdan, es una anécdota de caza de Stalin que desliza Kundera a mitad de novela y que le sirve para burlarse del dictador y sus secuaces, pero para contarnos esa anécdota podía habernos invitado a tomar un refresco en alguna terraza de París y nos habría ahorrado pasar por la caja de la librería.
En fín, que si tienen oportunidad y ganas de leer a Kundera no les diré que recurran a La insoportable levedad del ser, que es una obviedad. Incluso La ignorancia, su anterior novela, siendo una obra menor está muy por encima de este entretenimiento banal, que lo único que puede conseguir es alejarnos irremediablemente del autor checo.
Todas las reseñas sobre Milan Kundera en ULAD: Aquí
Título original: La fête de l'insignifiance
Año de publicación: 2014
Valoración: Insignificante
Tengo que confesar que cuando concluí la lectura de este libro acudí a varios suplementos culturales porque la sensación de vacuidad que desprende la lectura del último libro del señor Kundera me había dejado perplejo. Quizás no había sabido entender el enfoque del libro o me faltaba alguna clave para poder situarlo en el contexto adecuado. Contexto que, sinceramente, se me escapaba. Cuál fue mi sorpresa cuando varios críticos saludaban la originalidad del libro, su visión irónica y absurda de la existencia y su trasfondo filosófico y metafísico. Alucinante.
Ya sabemos por libros anteriores que Kundera recurre en muchas ocasiones a hechos banales o anecdóticos para ir deslizando reflexiones profundas sobre el ser humano y su errático transitar por este mundo. Pero aquí lo que tenemos entre manos es una anécdota elevada a novela y saludada como la última voluntad literaria de un clásico (al fin y al cabo el autor checo cuenta 85 años). Y esto es demasiado. Sinceramente no entiendo ni el enfoque del libro ni la supuesta maestría narrativa que despliega en sus, afortunadamente, breves páginas. Sí que entiendo que hace catorce años que el señor Kundera no publicaba nada y que en su editorial debían estar muy nerviosos. Quizás el autor checo se vio obligado a salir de su semirretiro y dar un poco de lustre postrero a su carrera. Quizás debía una novela a su editorial y no podía alargarse más el plazo de entrega. Sí, quizás, pero quizás deberían haber dejado que el señor Kundera siguiera paseando tranquilamente por los jardines de Luxemburgo, dando de comer a la palomas, mirando el ombligo de las jovencitas y reflexionando sobre estatuas y ángeles, que es a lo que parece que dedica últimamente su existencia.
Eso debería hacer y no aderezarlo con la absurda aparición de cuatro atolondrados franceses, insignificantes, eso sí, en sí mismos, en lo que hacen y lo que viven, que van a celebrar una fiesta de la que pronto nos desentendemos y que sinceramente nos hace arrepentirnos desde las primeras páginas de haber iniciado la lectura. Lo más jugoso de este libro, no se lo pierdan, es una anécdota de caza de Stalin que desliza Kundera a mitad de novela y que le sirve para burlarse del dictador y sus secuaces, pero para contarnos esa anécdota podía habernos invitado a tomar un refresco en alguna terraza de París y nos habría ahorrado pasar por la caja de la librería.
En fín, que si tienen oportunidad y ganas de leer a Kundera no les diré que recurran a La insoportable levedad del ser, que es una obviedad. Incluso La ignorancia, su anterior novela, siendo una obra menor está muy por encima de este entretenimiento banal, que lo único que puede conseguir es alejarnos irremediablemente del autor checo.
Todas las reseñas sobre Milan Kundera en ULAD: Aquí
Firmado: José Miguel Martínez Camino
miércoles, 25 de noviembre de 2015
Don Carpenter (y Johathan Lethem): Los viernes en Enrico's
Idioma original: inglés
Título original: Fridays at Enrico's
Traducción: Javier Guerrero
Año de publicación: 2014
Valoración: Muy recomendable
Empiezo aclarando (o declarando) que no soy especialmente amigo de las novelas sobre escritores: me parecen el equivalente de los poemas sobre la poesía o las canciones sobre la música. Si tu arte es tan importante y tan poderosa, no me lo digas, demuéstramelo hablando de algo importante o poderoso. Los viernes en Enrico's es una de estas novelas sobre escritores, y por eso partía con algunos puntos negativos por mi parte, pero con el paso de las páginas me ha convencido. La he leído, la he disfrutado, y aquí estoy recomendándola a los lectores de ULAD.
Los protagonistas de Los viernes en Enrico's son, prácticamente, un muestrario de distintos tipos de escritor: el que se cree llamado a escribir una gran novela intemporal, pero nunca llega a escribirla (Charlie Monel); el que vende un cuento a Playboy y se cree destinado a la fama y la riqueza (Dick Dubonet); la escritora sensible que no se cree merecedora del éxito que tienen sus obras (Jaime Froward) o el macarra escritor de novelas pulp con corazoncito (Stan Winger). Todos ellos, y otros personajes secundarios, se cruzarán repetidas veces entre Portland y San Francisco, mientras sus vidas personales, literarias y sentimentales suben y bajan y se influyen mutuamente, como movidas por un complejo sistema de poleas.
Esta es una novela muy americana en varios sentidos: por su estilo directo y limpio, por los personajes de perfiles claros y a veces incluso algo estereotípicos (sobre todo en el caso de Linda, la mujer hipersexual que trae a todos los hombres locos); pero sobre todo por el tema tan americano del éxito, muchas veces asociado al dinero y la fama, con Hollywood como modelo supremo. La oposición entre "triunfadores" y "fracasados" tiene en la cultura americana una importancia y un poder que no tiene en Europa; no imagino a ningún novelista estadounidense escribiendo una obra para exaltar la aurea mediocritas.
Quizás Los viernes en Enrico's me ha gustado porque, aunque los protagonistas son escritores, esta no es una novela sobre el mundillo literario, sino sobre un conjunto de seres humanos que por casualidad son escritores, pero también podían ser cantantes o actores o músicos o futbolistas, o cualquier otra profesión en la que se pueda aspirar a la gloria y a la fama. Lo que engancha al lector son sus luchas y sus contradicciones, la distancia entre lo que quieren ser y lo que son, entre lo que prometían y lo que han llegado a ser, en lo personal como en lo artístico, y ese es un conflicto con el que cualquier lector puede identificarse.
Cuando Don Carpenter murió, la novela estaba casi terminada; la labor de ordenarla, pulirla y añadir los últimos detalles le correspondió a Jonathan Lethem, quien, según aclara en el epílogo, solo es autor de nueve o diez páginas del total de cuatrocientas que tiene el libro. De la traducción de Javier Guerrero puede decirse que es ágil y casi transparente, aunque no sé si acierta del todo en la trasposición de algunas de las expresiones más coloquiales del texto. (No sé, por ejemplo, si en el original los personajes también se "seducen" los unos a los otros todo el rato, pero en español suena un poco raro). Son muchas las manos que han contribuido por lo tanto para que podamos disfrutar de unas cuantas horas de placer lector de la mano de Don Carpenter; a todos ellos, gracias.
También de Don Carpenter en ULAD: Dura la lluvia que cae, Un par de cómicos
Título original: Fridays at Enrico's
Traducción: Javier Guerrero
Año de publicación: 2014
Valoración: Muy recomendable
Empiezo aclarando (o declarando) que no soy especialmente amigo de las novelas sobre escritores: me parecen el equivalente de los poemas sobre la poesía o las canciones sobre la música. Si tu arte es tan importante y tan poderosa, no me lo digas, demuéstramelo hablando de algo importante o poderoso. Los viernes en Enrico's es una de estas novelas sobre escritores, y por eso partía con algunos puntos negativos por mi parte, pero con el paso de las páginas me ha convencido. La he leído, la he disfrutado, y aquí estoy recomendándola a los lectores de ULAD.
Los protagonistas de Los viernes en Enrico's son, prácticamente, un muestrario de distintos tipos de escritor: el que se cree llamado a escribir una gran novela intemporal, pero nunca llega a escribirla (Charlie Monel); el que vende un cuento a Playboy y se cree destinado a la fama y la riqueza (Dick Dubonet); la escritora sensible que no se cree merecedora del éxito que tienen sus obras (Jaime Froward) o el macarra escritor de novelas pulp con corazoncito (Stan Winger). Todos ellos, y otros personajes secundarios, se cruzarán repetidas veces entre Portland y San Francisco, mientras sus vidas personales, literarias y sentimentales suben y bajan y se influyen mutuamente, como movidas por un complejo sistema de poleas.
Esta es una novela muy americana en varios sentidos: por su estilo directo y limpio, por los personajes de perfiles claros y a veces incluso algo estereotípicos (sobre todo en el caso de Linda, la mujer hipersexual que trae a todos los hombres locos); pero sobre todo por el tema tan americano del éxito, muchas veces asociado al dinero y la fama, con Hollywood como modelo supremo. La oposición entre "triunfadores" y "fracasados" tiene en la cultura americana una importancia y un poder que no tiene en Europa; no imagino a ningún novelista estadounidense escribiendo una obra para exaltar la aurea mediocritas.
Quizás Los viernes en Enrico's me ha gustado porque, aunque los protagonistas son escritores, esta no es una novela sobre el mundillo literario, sino sobre un conjunto de seres humanos que por casualidad son escritores, pero también podían ser cantantes o actores o músicos o futbolistas, o cualquier otra profesión en la que se pueda aspirar a la gloria y a la fama. Lo que engancha al lector son sus luchas y sus contradicciones, la distancia entre lo que quieren ser y lo que son, entre lo que prometían y lo que han llegado a ser, en lo personal como en lo artístico, y ese es un conflicto con el que cualquier lector puede identificarse.
Cuando Don Carpenter murió, la novela estaba casi terminada; la labor de ordenarla, pulirla y añadir los últimos detalles le correspondió a Jonathan Lethem, quien, según aclara en el epílogo, solo es autor de nueve o diez páginas del total de cuatrocientas que tiene el libro. De la traducción de Javier Guerrero puede decirse que es ágil y casi transparente, aunque no sé si acierta del todo en la trasposición de algunas de las expresiones más coloquiales del texto. (No sé, por ejemplo, si en el original los personajes también se "seducen" los unos a los otros todo el rato, pero en español suena un poco raro). Son muchas las manos que han contribuido por lo tanto para que podamos disfrutar de unas cuantas horas de placer lector de la mano de Don Carpenter; a todos ellos, gracias.
También de Don Carpenter en ULAD: Dura la lluvia que cae, Un par de cómicos
martes, 24 de noviembre de 2015
Jorge Oteiza: Quousque tandem...!
Año de publicación: 1.963
Valoración: Imprescindible para interesados, recomendable para el resto
Cuando uno tiene tendencia a meterse en líos, parece que no hay forma de pararlo. Y tratándose de reseñar libros, pocas tareas serán más complicadas que meterse con Quousque tandem…!, texto de culto donde se entrecruzan análisis estéticos sobre el vacío, el estudio de monumentos megalíticos y opiniones antropológico-políticas vertidas en bruto.
La misma portada nos deja un par de pinceladas. El libro –que firma ‘Oteiza’ así, sin nombre pila- se subtitula Ensayo de interpretación estética del alma vasca, lo que define con nitidez su contenido. Tenemos en las manos la 6ª edición, que incluye un ‘prólogo a este libro ya inútil en cultura vasca traicionada’. Toma declaración de principios. El volumen, entre otras singularidades tipográficas, no tiene numeración de páginas, sino una marginal a partir de una especie de parágrafos temáticos, que se complementa con cuatro posibles itinerarios de lectura. Vamos, algo parecido a Rayuela, pero con ayuda.
O sea, que ya se ve que no estamos ante un libro digamos normal, sino ante algo que hay que tomar con una cierta disposición de espíritu.
Por si alguien no lo sabe, Jorge Oteiza fue uno de los más importantes artistas plásticos del siglo XX, conocido sobre todo como escultor, que formó parte de cierta vanguardia artística vasca, compartida por ejemplo con el más popular Eduardo Chillida. Pero Oteiza fue también un irreductible investigador de las formas y de su significado, de la cultura como totalidad, un intelectual de corte casi tópico (si leyese esto, me mataría a garrotazos): huraño y alérgico a lo comercial/popular, malhumorado y genial, hermético en su poco permeable universo de conceptos, en perpetua búsqueda de certezas que llegaba a tener muy claras en su cabeza, intransigente y peleón. Vamos, una especie de versión guipuzcoana y montaraz de Unamuno (me mataría otra vez).
Esta personalidad tan feroz como (aparentemente) caótica se plasma con toda la intensidad en este manifiesto-ensayo, donde indaga en los terrenos más insospechados para encontrar ese alma vasca que decíamos al principio.
Pero vamos con el libro. Efectivamente, Oteiza busca con desesperación algo así como la esencia de lo vasco a través del poco transitado camino de la estética. Así que no piense el lector que lo hace sobre los parámetros habituales de la lengua propia, las costumbres o la historia. Los sondea, eso sí, los examina junto a otros elementos previsibles, como instrumentos musicales tradicionales, o el bertsolarismo, pero no se podía quedar ahí, y continúa penetrando en ámbitos espirituales al tiempo que elabora sus construcciones estéticas.
Entre toda esa compleja galaxia de convicciones, tenemos la impresión (no necesariamente acertada) de que llegamos al punto cero cuando, en su profundo estudio del arte prehistórico, Oteiza parece encontrar lo que buscaba: el silencio y el vacío, representados en el crómlech, donde se funde lo físico y lo metafísico, terminan por ser lo que define finalmente lo vasco en el plano estético. No son poca cosa estos conceptos, hasta el punto de que la mayor parte de la obra escultórica del autor consistirá precisamente en intentar, mediante infinitas variaciones de esferas y cubos, la plasmación plástica de la teoría expuesta en el libro.
Pero don Jorge no era un académico, y su trabajo está lejos del rigor expositivo tradicional, así que todo es como un bombardeo de intuiciones que, mediante el torrente de un lenguaje poderoso y eficaz, se convierten en verdades absolutas.
Tampoco pensemos por ello que estamos ante el típico compendio de ocurrencias de un genio un poco tocado del ala. Oteiza es un tipo concienzudo que se pasa años diseccionando y analizando obsesivamente cada concepto, de forma que lo que puede parecer caótico es en realidad resultado de un minucioso trabajo y de un proceso lógico… aunque la lógica de Oteiza no sea fácil de seguir. Él mismo lo confiesa, sinceramente desolado y con un punto de cabreo:
‘Al llegar a este punto, no puedo proseguir sin lamentarme –tenemos que lamentarnos todos, señoras y señores-, que esta explicación que les estoy dando, que es de una extraordinaria claridad, sí, la mayoría de ustedes no han entendido nada’.
No vamos a ocultar que es un libro difícil, un tratado rocoso lleno de conceptos abstractos, y que seguramente no se deba leer de un tirón (me mataría de nuevo?), sino poco a poco, cuando uno esté dispuesto a dedicarle el tiempo y el esfuerzo que requiere. Pero aunque no esté al alcance del profano asimilar correctamente la totalidad de la información, queda la sensación –y ésa es la potencia del libro- de que nos hemos empapado de una parte sustancial del mensaje, que no nos es indiferente, que nos hace pensar. Esto lo consigue Oteiza, no sé si gracias a o a pesar de su heterodoxia y su radicalidad, y hace que merezca la pena asomarnos a su mundo.
lunes, 23 de noviembre de 2015
Alaa Al Aswany : El edificio Yacobián
Idioma original: árabe
Título original: 'Imarat Ya'qubyan
Año de publicación: 2002
Traducción: Álvaro Abella
Valoración: Muy recomendable
Título original: 'Imarat Ya'qubyan
Año de publicación: 2002
Traducción: Álvaro Abella
Valoración: Muy recomendable
Antes que nada, quiero explicar que cuando sucedieron las matanzas de París del pasado día 13, me acababa de poner con esta novela. Lo comento para señalar que no hay una relación causa-efecto entre tan lamentables sucesos y mi lectura de este libro; aunque sí hay una relación indirecta: debido a las constantes noticias en los últimos años sobre los conflictos en Oriente medio y el terrorismo islamista, y, sobre todo, a la sobredosis de opiniones de todo pelaje al respecto, llevaba yo un tiempo reflexionando y admitiendo mi ignorancia sobre el mundo árabe e islámico en general (que ya sé que no es lo mismo: hasta ahí llego). Lo cierto es que nunca he sentido demasiado interés por las culturas árabe e islámica, así que mis conocimientos se limitaban a cuatro o cinco cosas sobre su Historia, dos o tres sobre la religión y apenas alguna sobre la sociedad de estos países (es decir, estaba sólo un poco por encima del nivel del tertuliano español medio). Y de literatura, aparte del consabido Naguib Mahfuz, nada de nada. Cero patatero.
Así pues, una vez decidido a subsanar, en parte, esta carencia mía, me dispuse a leer esta novela, justo el día que sucedió los de París, con la consiguiente avalancha de información y, ya digo, opiniones para todos los gustos. ¿Era el mejor momento para abordar una novela que permite una visión más amplia sobre la sociedad árabe, la egipcia, en este caso? Visto lo visto, puede que fuera un momento tan bueno como cualquier otro. Más aún, cuando este libro resulta ser, sin necesidad de echar mano a matización o justificación alguna, una novela magnífica.
Novela coral -algo que, ciertamente, siempre da mucho juego- que nos relata las vidas de los habitantes de un suntuoso edificio, pero en decadencia, en el otrora más selecto barrio del centro de El Cairo (por cierto, me resulta curioso haber enlazado en pocos meses tres libros que tratan de los vecinos de un edificio: éste, el exquisito La vida de las paredes y el decepcionante Tommaso y el fotógrafo ciego). Son personajes que pertenecen a diversas clases sociales: miembros de la antigua élite venida a menos y nuevos millonarios chanchulleros, pero también gentes de la extracción más popular posible, pues en los trasteros de la azotea del edificio se había habilitado una suerte de bidonville. La novela nos ofrece así un amplio panorama de la sociedad egipcia en los años noventa... sorprendentemente parecida a la española de la época franquista (y ya sé lo que pensarán los conocedores de las letras hispanas: que algo así es lo que ya hizo Cela en La colmena... y es cierto, aunque creo que Al Aswany siente más empatía por sus personajes que lo que demostraba "el único premio Nobel realmente existente", como escribió MVM). De hecho, en su momento tanto esta novela como la posterior película supusieron un revulsivo en su país, puesto que que sacaban a la palestra, de forma descarnada, temas incómodos para el régimen de Mubarak y su hipócrita clase dirigente: las coacciones sexuales, la homosexualidad, la corrupción política generalizada, las torturas policiales, el auge del islamismo yihadista... (por cierto, en la novela se narra el proceso de radicalización de un joven ,explicándolo todo con pelos y señales... Huelga decir que Al Aswany no es precisamente un simpatizante de esta doctrina político-religiosa, pero tampoco está ciego).
Por supuesto, la novela no sólo habla de corrupción y violencia, hipocresía santurrona y extremo clasismo; también nos habla de la nostalgia y la desesperanza, de la humillación y la derrota, del amor... y del desamor. De la miseria moral del ser humano, pero también de su -de nuestra- capacidad de ofrecer lo mejor que somos a los demás. Una lectura, desde luego, muy, pero que muy recomendable. Y si no la considero tanto como"imprescindible", es sobre todo porque su extensión, de poco más de doscientas páginas, sabe a poco. La historia que se cuenta, los personajes, y aun nosotros, los lectores, merecen -mereceríamos- más.
Así pues, una vez decidido a subsanar, en parte, esta carencia mía, me dispuse a leer esta novela, justo el día que sucedió los de París, con la consiguiente avalancha de información y, ya digo, opiniones para todos los gustos. ¿Era el mejor momento para abordar una novela que permite una visión más amplia sobre la sociedad árabe, la egipcia, en este caso? Visto lo visto, puede que fuera un momento tan bueno como cualquier otro. Más aún, cuando este libro resulta ser, sin necesidad de echar mano a matización o justificación alguna, una novela magnífica.
Novela coral -algo que, ciertamente, siempre da mucho juego- que nos relata las vidas de los habitantes de un suntuoso edificio, pero en decadencia, en el otrora más selecto barrio del centro de El Cairo (por cierto, me resulta curioso haber enlazado en pocos meses tres libros que tratan de los vecinos de un edificio: éste, el exquisito La vida de las paredes y el decepcionante Tommaso y el fotógrafo ciego). Son personajes que pertenecen a diversas clases sociales: miembros de la antigua élite venida a menos y nuevos millonarios chanchulleros, pero también gentes de la extracción más popular posible, pues en los trasteros de la azotea del edificio se había habilitado una suerte de bidonville. La novela nos ofrece así un amplio panorama de la sociedad egipcia en los años noventa... sorprendentemente parecida a la española de la época franquista (y ya sé lo que pensarán los conocedores de las letras hispanas: que algo así es lo que ya hizo Cela en La colmena... y es cierto, aunque creo que Al Aswany siente más empatía por sus personajes que lo que demostraba "el único premio Nobel realmente existente", como escribió MVM). De hecho, en su momento tanto esta novela como la posterior película supusieron un revulsivo en su país, puesto que que sacaban a la palestra, de forma descarnada, temas incómodos para el régimen de Mubarak y su hipócrita clase dirigente: las coacciones sexuales, la homosexualidad, la corrupción política generalizada, las torturas policiales, el auge del islamismo yihadista... (por cierto, en la novela se narra el proceso de radicalización de un joven ,explicándolo todo con pelos y señales... Huelga decir que Al Aswany no es precisamente un simpatizante de esta doctrina político-religiosa, pero tampoco está ciego).
Por supuesto, la novela no sólo habla de corrupción y violencia, hipocresía santurrona y extremo clasismo; también nos habla de la nostalgia y la desesperanza, de la humillación y la derrota, del amor... y del desamor. De la miseria moral del ser humano, pero también de su -de nuestra- capacidad de ofrecer lo mejor que somos a los demás. Una lectura, desde luego, muy, pero que muy recomendable. Y si no la considero tanto como"imprescindible", es sobre todo porque su extensión, de poco más de doscientas páginas, sabe a poco. La historia que se cuenta, los personajes, y aun nosotros, los lectores, merecen -mereceríamos- más.
domingo, 22 de noviembre de 2015
Sergio Chejfec: Mis dos mundos
Idioma original: español
Año de publicación: 2008
Valoración: está bien
Año de publicación: 2008
Valoración: está bien
Me esperaba más de Chejfec. Merced a lo que había indagado, parecía formar parte de esa segunda oleada de escritores argentinos, entre los 35 y los 50 años, junto a Neuman o Casas, escritores tanto de relato como de novela, viajeros por el mundo y con influencia mezclada entre clásicos latinoamericanos y contemporáneos anglosajones.
Pero mis expectativas no se han cumplido: y debo ser sincero, por un margen estimable. Mis dos mundos no tiene un mal arranque, rápidamente nos situamos en contexto: Kafka debería ser una referencia en esta prolongada disquisición de un hombre que convierte en el paseo planificado por el parque de una ciudad del sur de Brasil, en fechas cercanas a su cumpleaños una especie de viaje interior en el que combina sus disquisiciones y sus reflexiones con las esporádicas interacciones que le brinda el entorno.
En el parque, que pasa a constituir el centro de su atención, alterna (supongo que de ahí el título) estas reflexiones con las contadas interacciones que el entorno le procura. Sitúa siempre a las escasas personas que ve en función de su, cree que extraordinaria, presencia allí. Un anciano que parece dirigirse al sitio en el que está sentado, un aviario, padres que pasean con sus hijos montados en esas barcas con forma de cisne que están en los estanques. unas carpas, unas tortugas. Chejfec describe minuciosamente todo: las formas de las partes del parque, los rincones, las construcciones, cómo el parque es una isla verde en medio de un mapa que consigue en el hotel, enmedio de la ciudad que lo acoge de forma provisional. También describe las sensaciones de ese caminante sin nombre y ahí el frasco de la abstracción se le derrama. Siento mucho decirlo así.
Porque, con poco margen para una toma irónica que le hubiera sentado bien al texto, Chejfec opta por una trascendencia y una solemnidad que me parecen un poco impostadas. Debemos interpretar alguna cosa pero este triste reseñista se la ha perdido. Quizás la soledad del viajero. Quizás la extrañeza de la estancia en la ciudad que no es la de uno y de la cual escogemos un rincón para empezar a hacerla propia. Reconozco que, aunque he buscado el entorno propicio, en ningún momento he logrado sintonizar con Mis dos mundos. Lejos de eso, sus últimas veinte páginas, a la espera de alguna resolución a un recorrido que empezaba a angustiarme, se han hecho cuesta arriba. A lo mejor esperaba una crónica del paseo como la de Ciudad abierta de Teju Cole, vitalista y luminosa, pero conforme he avanzado me ha costado encontrar parangón a este libro, al cual no le veo más sentido (al menos Chejfec escribe muy bien) que el abstracto lucimiento verbal.
También de Sergio Chejfec en ULAD: 5
También de Sergio Chejfec en ULAD: 5
sábado, 21 de noviembre de 2015
Zoom: El alma no es una forja, de David Foster Wallace
Título original: The Soul Is Not
a Smithy
Año de
publicación: 2003
Valoración:
Imprescindible
Foster Wallace, como cualquier
escritor que conozca su oficio, jamás suministra respuestas. Él expone, mostrando
un universo concreto en toda su complejidad –entrelazado, tal como nuestros
sentidos lo perciben, no como solemos encontrarlo: interpretado, sistematizado
y servido en bandeja– y esto suscita toneladas de preguntas. De ahí que precise
de mentes activas, dispuestas a seguirle cuando divaga, que en su obra de ficción
es casi siempre, hasta tal punto que resulta difícil distinguir el cuerpo
narrativo (principal) de las (secundarias) digresiones.
Todo está conectado: las
diversas facetas de un relato entre sí, cada una de sus obras con todas las
demás y él mismo con cualquiera de sus párrafos. Pues, más que proyectarse en
sus escritos, Wallace vive en cuerpo y alma dentro de ellos. El conflicto perpetuo
consigo mismo y con el mundo, su necesidad de convertirlo todo en objeto de ficción,
de analizar y psicoanalizarse implícita o explícitamente, su lucidez y perspicacia,
junto a un talento narrativo tan personal como fuera de lo común, producen
genialidades como esta. Se trata del segundo relato del volumen titulado Extinción (Oblivion), compuesto de ocho
piezas en total. Su protagonista es un escolar –trasunto del propio autor,
probablemente– que experimenta un suceso traumático junto al resto de sus
compañeros en plena clase de Educación Cívica. La anécdota sería impactante si su
autor hubiese decidido recrearse en ella, pero al pasar por su tamiz, quizá
para digerirlo con más facilidad, se convierte en un hecho casi trivial envuelto
en un sinfín de experiencias y estímulos: el futuro de algunos personajes, las
circunstancias del aula, la vida familiar del protagonista, su propia y
compleja personalidad e, invadiéndolo prácticamente todo, esa fantasía
desbordante que convierte el relato en un apasionante y divertido comic traducido
a palabras, a pesar del drama subyacente al que el narrador se refiere como el trauma.
Ese ropaje imaginativo no
impide que percibamos la escena con toda la intensidad, solemnidad, trascendencia
que puede atribuirle un chaval de primaria. La maestría del relato a varias
bandas nos acompaña por un terreno nevado –inscrito en el vidrio de la ventana
con tinta invisible– donde la tragedia se cierne sobre una mujer, un hombre y
un perro; nos muestra al avispado niño acribillado por las pesadillas porque
intuye la asfixiante rutina laboral que experimenta su padre a diario y que
describe, como si se tratase de una invención más, con una fidelidad que produce
escalofríos,
“La sala luminosa del sueño era la muerte, yo podía sentirlo, pero no de ninguna forma que pudiera transmitirle o explicarle a mi madre cuando yo me ponía a gritar de miedo y ella venía corriendo. (…) La sensación global era que aquellas caras incoloras, de miradas vacías y afectadas por un sufrimiento que venía de largo eran la cara de una muerte que me esperaba mucho antes de que yo me marchara del mundo.”[i]
además de otras convincentes escenas,
que funcionan literalmente, como factores que modelan la personalidad de un
adulto en potencia, pero también como metáforas del tedio padecido por el hombre
de hoy.
Del mismo autor: El rey pálido, Hablemos de langostas, Esto es agua, Algo supuestamente divertido que nunca volveré a hacer. Ensayos y opiniones, Entrevistas breves con hombres repulsivos, Encarnaciones de niños quemados, La escoba del sistema, En cuerpo y en lo otro
viernes, 20 de noviembre de 2015
Colaboración: El teniente Gustl, de Arthur Schnitzler
Idioma original: Alemán
Título original: Leutnant Gustl
Año de publicación: 1900
Traducción: Juan Villoro
Valoración: Recomendable
Título original: Leutnant Gustl
Año de publicación: 1900
Traducción: Juan Villoro
Valoración: Recomendable
Hoy no estaba para grandes esfuerzos, así que he echado mano en la estantería a un libro de unas 60 páginas de uno de esos autores centroeuropeos “rescatados” en los últimos años por Acantilado.
Hablamos del vienés Arthur Schnitzler (1862-1931) y de su novela breve El teniente Gustl, que, según parece, es uno de los primeros monólogos interiores publicados en lengua alemana.
En ella, asistimos a las divagaciones del joven teniente, envuelto en un duelo previsto para el día siguiente. Por si esto fuera poco, un incidente de lo más freudiano (no desvelaremos más) le llevará al protagonista a plantearse la posibilidad del suicidio. Ay, el Honor (con mayúsculas).
Las reflexiones y acciones del protagonista avanzan como a trompicones: ahora pienso esto, ahora miro a esa chica, ahora estoy muy angustiado porque me quiero suicidar, ahora pienso en mi hermana, etc. Vamos, todo un stream of conciousness (a la centroeurpea), que dirían los amigos Joyce y Faulkner.
Finalmente, un suceso inesperado hará que la supuesta angustia del personaje desaparezca de forma tan abrupta como han ido surgiendo sus reflexiones.
Esta forma de actuar se debe a la ridiculez o fatuidad del personaje, las cuales parecen ser una muestra de la decadencia, tanto del imperio austrohúngaro como de sus principales instituciones, encarnadas en este caso en el ejército.
En cualquier caso, un relato interesante de uno de esos autores que forman parte, para mí, del “Medio Siglo de Oro” de la literatura austríaca (o austrohúngara): Zweig, Joseph Roth, Schnitzler, Musil… Retratistas todos ellos de un mundo ya perdido, con unos valores que hoy en día pueden parecer un tanto anacrónicos, y de un período convulso que se llevó todo eso por delante, incluidos a algunos de estos autores.
jueves, 19 de noviembre de 2015
Juan Villoro: El testigo
Idioma original: español
Año de publicación: 2004
Valoración: Muy recomendable
Hay novelas breves que se proponen contar una historia sencilla, y pueden ser muy buenas o muy malas; y hay novelas ambiciosas, que se proponen construir un panorama de un país o una época, y también pueden ser muy buenas, o muy malas, pero siempre habrá que reconocerles por lo menos el valor de intentarlo. El testigo pertenece a esta segunda categoría: la de las novelas que necesitan años de escritura, y que a través de la historia de un conjunto de personajes se propone mostrarnos todo un país, en este caso México.
El protagonista de El testigo es Julio Valdivieso, un profesor universitario mexicano emigrado a Francia y casado con una italiana, que decide regresar a México para ocuparse del centro de estudios sobre Ramón López Velarde, uno de los "poetas nacionales mexicanos" (y que existió realmente, por cierto). Lo que pasa es que nada más llegar a México la historia se complica, y Julio se ve envuelto en la filmación de una telenovela sobre la revolución cristera, en un intento de canonizar a López Velarde y en una trama de intrigas entre la policía y los narcos; y por si eso fuera poco, también tiene que lidiar con los recuerdos del pasado que vuelven a perseguirlo: Nieves, la mujer de la que se enamoró perdidamente; Olga, la chilena a la que admiraba en la distancia (aunque todo el mundo pensase que se la tiraba); sus antiguos compañeros de "taller literario", como el Vikingo, Félix Rovirosa.
Es difícil decir que Julio Valdivieso sea un héroe. Ni en su vida sentimental, ni en la académica, ni en la política se destaca por una actitud firme y honesta; es más bien el testigo que indica el título, alguien que está ahí en segundo plano, en una discreta mediocridad, para observar y servir de testimonio. Y de hecho sus andanzas por la sociedad mexicana, del campo a la ciudad, de las altas cumbres a los bajos fondos nos sirven para ver la corrupción y la violencia que imperan en el país a todos los niveles. De hecho, este afán panorámico y transversal provoca en la novela algunas transiciones bruscas, pasando por ejemplo de Julio apaleado por la policía y abandonado a su suerte en un arrabal, a Julio alternando con el embajador italiano en México y con un escritor de éxito, en una escena claramente caricaturesca.
Como decía al principio, El testigo es una novela de una gran ambición, por lo complejo de sus múltiples tramas, por la variedad de personajes y ambientes, por la ambigüedad que afecta a casi todos los personajes, cuyas intenciones y fidelidades nunca están completamente claras. El estilo de Villoro, a veces algo preciosista, alterna aciertos brillantes con algún exceso de barroquismo; no todas las páginas ni todos los capítulos son igualmente brillantes. Pero en conjunto se puede decir que Villoro sale bien parado de la empresa que se había propuesto, y compone un cuadro en el que no falta el humor, la crítica social, el amor, la literatura... No solo es una novela ambiciosa, sino que es una buena novela ambiciosa. Doble mérito.
También de Juan Villoro en Unlibroaldía: Arrecife, Dios es redondo, ¿Hay vida en la Tierra?
Año de publicación: 2004
Valoración: Muy recomendable
Hay novelas breves que se proponen contar una historia sencilla, y pueden ser muy buenas o muy malas; y hay novelas ambiciosas, que se proponen construir un panorama de un país o una época, y también pueden ser muy buenas, o muy malas, pero siempre habrá que reconocerles por lo menos el valor de intentarlo. El testigo pertenece a esta segunda categoría: la de las novelas que necesitan años de escritura, y que a través de la historia de un conjunto de personajes se propone mostrarnos todo un país, en este caso México.
El protagonista de El testigo es Julio Valdivieso, un profesor universitario mexicano emigrado a Francia y casado con una italiana, que decide regresar a México para ocuparse del centro de estudios sobre Ramón López Velarde, uno de los "poetas nacionales mexicanos" (y que existió realmente, por cierto). Lo que pasa es que nada más llegar a México la historia se complica, y Julio se ve envuelto en la filmación de una telenovela sobre la revolución cristera, en un intento de canonizar a López Velarde y en una trama de intrigas entre la policía y los narcos; y por si eso fuera poco, también tiene que lidiar con los recuerdos del pasado que vuelven a perseguirlo: Nieves, la mujer de la que se enamoró perdidamente; Olga, la chilena a la que admiraba en la distancia (aunque todo el mundo pensase que se la tiraba); sus antiguos compañeros de "taller literario", como el Vikingo, Félix Rovirosa.
Es difícil decir que Julio Valdivieso sea un héroe. Ni en su vida sentimental, ni en la académica, ni en la política se destaca por una actitud firme y honesta; es más bien el testigo que indica el título, alguien que está ahí en segundo plano, en una discreta mediocridad, para observar y servir de testimonio. Y de hecho sus andanzas por la sociedad mexicana, del campo a la ciudad, de las altas cumbres a los bajos fondos nos sirven para ver la corrupción y la violencia que imperan en el país a todos los niveles. De hecho, este afán panorámico y transversal provoca en la novela algunas transiciones bruscas, pasando por ejemplo de Julio apaleado por la policía y abandonado a su suerte en un arrabal, a Julio alternando con el embajador italiano en México y con un escritor de éxito, en una escena claramente caricaturesca.
Como decía al principio, El testigo es una novela de una gran ambición, por lo complejo de sus múltiples tramas, por la variedad de personajes y ambientes, por la ambigüedad que afecta a casi todos los personajes, cuyas intenciones y fidelidades nunca están completamente claras. El estilo de Villoro, a veces algo preciosista, alterna aciertos brillantes con algún exceso de barroquismo; no todas las páginas ni todos los capítulos son igualmente brillantes. Pero en conjunto se puede decir que Villoro sale bien parado de la empresa que se había propuesto, y compone un cuadro en el que no falta el humor, la crítica social, el amor, la literatura... No solo es una novela ambiciosa, sino que es una buena novela ambiciosa. Doble mérito.
También de Juan Villoro en Unlibroaldía: Arrecife,
miércoles, 18 de noviembre de 2015
Muriel Spark: La abadesa de Crewe
Idioma: inglés
Título original: The Abbess of Crewe
Año de publicación: 1974
Traducción: Pepa Linares
Valoración: entre recomendable y está bien
Título original: The Abbess of Crewe
Año de publicación: 1974
Traducción: Pepa Linares
Valoración: entre recomendable y está bien
Feliz y para mí reciente descubrimiento -gracias a ULAD- de la escritora británica Muriel Spark, así que, con permiso, aquí va otra reseña de un libro suyo: en esta ocasión, se trata de una breve novela cuya acción se sitúa en un convento de monjas, en el corazón de Inglaterra. A la muerte de la abadesa Hildegarde se desata una lucha sucesoria, más o menos soterrada -pues las monjas pueden elegir a la nueva abadesa, pero no pedir el voto por ninguna-, entre la hermana Alexandra, inteligente, culta y distinguida, devota del Niño Jesús de Praga y de los poetas ingleses contemporáneos, y la hermana Felicity, por otro lado, de aire más plebeyo -aunque origen no menos aristocrático-, partidaria de la renovación de la regla monástica y aficionada, en su caso, a la costura y a los encuentros nocturnos con el padre Thomas, jesuita. Felicity cuenta con el apoyo de las sediciosas monjas del taller de costura, mientras que Alexandra dispone de la lealtad incondicional de sus acólitas Walburga, Mildred y Winifrede, así como con la ayuda de un sistema de escuchas electrónicas que han escondido por todo el convento. Completa el panorama de la abadía la ausente hermana Gertrude, siempre en alguna misión por distintos lugares del mundo y que, por línea telefónica, parece aportar la cordura -aunque sea desde el hartazgo-, frente a las intrigas y desvaríos de sus compañeras.
La novela -no hace falta ni decirlo- tiene un marcado tono humorístico y aun paródico: no olvidemos que se publicó en 1974, en pleno auge del escándalo Watergate, del que en ese momento resultaba imposible sustraerse. No obstante, hoy en día, cuando aquel affaire no es sino parte de la Historia, el libro sigue funcionando a la perfección como una sátira del poder político (aunque no sólo político), de sus operaciones y triquiñuelas, de los juegos de información y desinformación a los que acostumbra (y recordemos a este respecto que Muriel Spark perteneció durante la II G.M. al servicio de contraespionaje británico, donde se hizo amiga de Graham Greene, otro que tal...), del cínico maquiavelismo -la referencia no es gratuita- de quien considera que el fin está por encima de los medios empleados y que, a poco que se descuide y pierda la perspectiva, acaba conducido al delirio y de ahí, al ridículo.
También es evidente la crítica a las dinámicas internas de la Iglesia Católica, a las diatribas de sus distintas facciones y la absurdez de ciertas prácticas (curiosa crítica, puesto que Muriel Spark se había convertido, ya en la edad bien adulta, al catolicismo. Aunque es verdad que otro converso, como era Evelyn Waugh, también soltaba alguna que otra andanada en sus libros). Es cierto, por otra parte, que el tema monjil siempre ha dado mucho juego para la ficción; muy en especial, cuando se trata de monjas de clausura (no puedo dejar de recordar aquella divertida película del primer Almodóvar, Entre tinieblas). Supongo que ciertas elucubraciones son inevitables cuando hablamos de recluir juntas a un montón de personas del mismo sexo y especialmente sensibles a su condición de pecadoras; más aún si los únicos entretenimientos que les son permitidos se resumen en el Ora et labora...
Por último -tranquilos, que ya acabo-, también se puede ver en el libro una crítica al archiconocido clasismo británico, al parecer aún bastante vigente en aquella época ( no sé si sigue estándolo todavía, pero es que yo, con ciertas sutilezas, me pierdo); sor Alexandra, en concreto, parece ver en la abadía, más que un espacio consagrado a a mayor gloria del Señor, uno que lo esté a la preservación de un sistema de castas y regido por una élite más preparada y exquisita -ella misma, básicamente-; una especie de reducto o reserva de los valores propios del Antiguo Régimen... aunque sin desdeñar para su preservación los más modernos métodos de espionaje y control, claro, que una cosa no quita la otra... (¡Caramba!... a ver si va a resultar que estamos todos metidos en la abadía de Crewe, sin saberlo).
Portada deliciosamente ácida de Sara Morante, por cierto.
Más libros de Muriel Spark reseñados en Un Libro al Día: Memento Mori, Los solteros, El asiento del conductor, La plenitud de la señorita Brodie
Portada deliciosamente ácida de Sara Morante, por cierto.
Más libros de Muriel Spark reseñados en Un Libro al Día: Memento Mori, Los solteros, El asiento del conductor, La plenitud de la señorita Brodie
martes, 17 de noviembre de 2015
Bernard Maris: Houellebecq economista
Idioma original: francés
Título original: Houellebecq économiste
Año de publicación: 2014
Traducción: Antonio Prometeo Moya
Valoración: recomendable para fans
Título original: Houellebecq économiste
Año de publicación: 2014
Traducción: Antonio Prometeo Moya
Valoración: recomendable para fans
Preámbulo necesario.
Bernard Maris murió este año, antes de cumplir la setentena. No murió de accidente ni de enfermedad alguna. Murió en enero, en París, el día 7 concretamente, y todo el mundo supo de las circunstancias de su muerte y vio imágenes y fue otro de esos momentos que paraliza el mundo. Bernard Maris murió en su despacho en la redacción del semanario satírico Charlie Hebdo. Fue una de las víctimas del asalto yihadista y murió en las instalaciones de la revista que había fundado y para la cual aún colaboraba bajo el pseudónimo de Oncle Bernard.
La casualidad quiso que ese día se publicara Sumisión y que Maris fuera un buen amigo de Michel Houellebecq que, afectado por la situación, procedió a interrumpir precipitadamente la promoción de su novela. Una sensacional novela que, si su temática no fuese suficiente por sí sola, ha quedado indeleblemente asociada a estos repugnantes hechos.
-Otra casualidad, igualmente trágica, hace que, cuando esta reseña está ya programada se produzcan los atentados del 13 de noviembre-
-Otra casualidad, igualmente trágica, hace que, cuando esta reseña está ya programada se produzcan los atentados del 13 de noviembre-
Hace apenas unas horas he estado leyendo a Roberto Saviano, otro escritor, otro comunicador bajo amenaza, efecto que la redacción del semanario francés consiguió con sus viñetas sobre Mahoma y efecto que el mismo Houellebecq va acumulando a base de meterse con el islam a través de sus personajes. Parece que no hay que andarse con bromas con según quién,
El libro que nos ocupa es un claro testimonio de la amistad y la admiración mutua existente entre Houellebecq y Maris. Maris recoge el pensamiento económico que Houellebecq volcó en sus obras y lo hace de una manera rendida. Selecciona entre toda la obra de Houellebecq (exceptuando, lógicamente, Sumisión) y, a base de hurgar, extrae una nada desdeñable recopilación de frases, reflexiones, pensamientos y disquisiciones merced a las cuales proclama, con ese título a su admirado amigo, y le otorga el título que el mismo Maris tenía: llegó, curioso para un personaje que seguro que por estos pagos encuadraríamos dentro del panorama alternativo, a ser consejero del Banco Nacional de Francia.
Los iniciados en la obra de Houellebecq ya habíamos detectado ese pensamiento crítico hacia el liberalismo y el capitalismo feroz. Maris ejerce de recopilador y de ordenador en el tiempo de esos bosquejos ideológicos. Lo hace criticando desde el propio sistema y lo hace con conocimiento. Puede, para los profanos en los iconos del pensamiento económico (Keynes, Malthus, Ricardo, Schumpeter) desde una cierta espesura conceptual y un planteamiento que podría apreciarse algo cargado en la erudición. Disculpable en el contexto aunque un cierto impedimento para quien quiera usar este libro como un mero entretenimiento que le acerque a la obra de Houellebecq. Pues Maris hace sus propias aportaciones y vertebra y ordena la información, y bien hace en recalcar que nadie mejor que un escritor para escribir de economía. Maris no es tan fluído y directo como el autor del que habla. Lógicamente.
Habrá quien tilde esta de publicación algo oportunista tanto por las condiciones del autor como por el retorno de Houellebecq a la cúspide de la polémica. Como si no hubiera sido una acción mucho más torpe guardar estos escritos en el cajón y negárselos a un público ávido de información. El islamismo sólo aparece muy de soslayo y Maris no carga las tintas en el tema: defiende a un escritor con el que siente afinidad (lo defiende hasta de las frecuentes acusaciones de misoginia) y lo hace con seriedad y convicción. Convicción: esa es la palabra; a quien Houellebecq ya le interese, este libro lo empujará a releer su obra lápiz en mano. Quien lo deteste seguirá considerándolo un francés gruñón y malcarado enfrentado a todo el mundo.
Los iniciados en la obra de Houellebecq ya habíamos detectado ese pensamiento crítico hacia el liberalismo y el capitalismo feroz. Maris ejerce de recopilador y de ordenador en el tiempo de esos bosquejos ideológicos. Lo hace criticando desde el propio sistema y lo hace con conocimiento. Puede, para los profanos en los iconos del pensamiento económico (Keynes, Malthus, Ricardo, Schumpeter) desde una cierta espesura conceptual y un planteamiento que podría apreciarse algo cargado en la erudición. Disculpable en el contexto aunque un cierto impedimento para quien quiera usar este libro como un mero entretenimiento que le acerque a la obra de Houellebecq. Pues Maris hace sus propias aportaciones y vertebra y ordena la información, y bien hace en recalcar que nadie mejor que un escritor para escribir de economía. Maris no es tan fluído y directo como el autor del que habla. Lógicamente.
Habrá quien tilde esta de publicación algo oportunista tanto por las condiciones del autor como por el retorno de Houellebecq a la cúspide de la polémica. Como si no hubiera sido una acción mucho más torpe guardar estos escritos en el cajón y negárselos a un público ávido de información. El islamismo sólo aparece muy de soslayo y Maris no carga las tintas en el tema: defiende a un escritor con el que siente afinidad (lo defiende hasta de las frecuentes acusaciones de misoginia) y lo hace con seriedad y convicción. Convicción: esa es la palabra; a quien Houellebecq ya le interese, este libro lo empujará a releer su obra lápiz en mano. Quien lo deteste seguirá considerándolo un francés gruñón y malcarado enfrentado a todo el mundo.
lunes, 16 de noviembre de 2015
Arturo Pérez-Reverte: Hombres buenos
Idioma: español
Año de publicación: 2015
Valoración: por una parte, está bien; por otra, intragable
Año de publicación: 2015
Valoración: por una parte, está bien; por otra, intragable
Hacía un porrón de años que no leía nada de Pérez-Reverte. Cuando escribo "porrón", me refiero a la época de los primeros Alatristes...¿cuánto hace ya de eso? ¿Doce, quince años? Por ahí... Lo menciono porque aunque me consta que él ha ido sacando libros con la regularidad de un metrónomo o un desfile militar (¿cómo no enterarse, con las campañas de promoción por tierra, mar y aire que suelen acompañar el lanzamiento de sus novelas?), yo no tenía mucha idea de por dónde han ido sus derroteros literarios; si sigue haciendo lo de antes o ha evolucionado hacia... yo qué sé, la autoficción metaliteraria. Por decir algo.
Impelido por razones que no vienen al caso a leer su última novela, Hombres buenos, ahora puedo afirmar que Pérez-Reverte ha mejorado bastante como escritor: ya no abundan tanto los lugares comunes, los diálogos chulescos... los personajes apareen definidos por algo más que un patronímico chocante y dos o tres rasgos tópicos (ahora son cuatro. por lo menos); la narración se ha vuelto menos efectista y más reflexiva. A cambio, el libro también resulta más aburrido, me temo. También es verdad que la historia que nos cuenta no resulta especialmente trepidante: se trata del viaje -auténtico- que, a finales del siglo XVIII, realizaron a París dos miembros de la Real Academia Española de la Lengua con el objeto de adquirir, para tan venerable institución, una primera edición completa de la Enciclopédie de Diderot y D'Alembert, el no va más del saber científico y filosófico del momento. Una historia ésta que con seguridad le resulta especialmente cara a don Pérez-Reverte, pues no olvidemos -ni podemos hacerlo, puesto que él se encarga de recordárnoslo a lo largo de todo el libro- que también es académico de la RAE... pero una historia, en fin, que a pesar de los loables intentos del autor por darle vidilla a la trama, da como resultado una novela fundamentada, más que nada, en una recreación histórica minuciosa -y aparentemente bien conseguida, hay que decirlo- y en los constantes diálogos entre los personajes. Conversaciones que tratan sobre todo, como no podía ser de otra forma, de:
1-Libros y autores de la época.
2-La disyuntiva entre tradición /modernidad o ciencia/ superstición (por no decir religión).
3-España; es decir: los males de España; los remedios a los males de España; la dificultad de aplicar los remedios de los males de España, etc... (toda una fiesta, vaya).
Los protagonistas, el marino don Pedro Zárate y el bibliotecario don Hermógenes, resultan una pareja dispar pero bien avenida (en la tradición de las buddy stories: Don Quijote y Sancho, el Gordo y el Flaco, Mortadelo y Filemón...); demasiado bien avenida, quizá, desperdiciando el juego que podrían haber dado sus desavenencias. Menos mal que a partir de un cierto momento se les incorpora el ínclito y revolucionario abate Bringas, (personaje también real, al parecer), para aportar la nota discordante. En todo caso, resulta incluso loable la idea de honrar la memoria de unos hombres que trataron, en la medida de sus posibilidades, de contribuir a desasnar a sus compatriotas (con eficacia harto discutible, como demostraron los dos siglos subsiguientes).
Para ser justos, hay que admitir que el resultado de estas casi seicientas páginas es una novela correcta, bien escrita y ambientada, de lectura fácil aunque, como ya he señalado, más bien aburridilla. Pero en fin, aconsejable a quien le gusten las recreaciones históricas y las novelas de corte convencional. Ahora bien... quizá no tan convencional porque resulta que Pérez-Reverte sí que se dedica, o al menos lo utiliza, a ese recurso tan à la page que es la llamada "autoficción". Aunque sea una autoficción un tanto impostada: en efecto, don Arturo se coloca a sí mismo como personaje para contarnos sus cuitas, indagaciones y difíciles pesquisas para documentar esta novela como es debido (perfeccionista que es... y deja ver). Es un truco muy pillo, puesto que le sirve, por un lado, para colarnos así la información que, en rigor, debería de proporcionarse a través de la narración en sí. Y por otro, nos demuestra lo muchísimo que ha trabajado en la ambientación, a pesar de que tal cosa no se trasluzca siempre en la novela (por ejemplo: nos cuenta los muchos y venerables libros y cartografía que hubo de consultar para establecer la ruta exacta de Madrid a París en el siglo XVIII, con sus casas de posta, etc... y luego, apenas lo utiliza al contar el viaje). De paso, inserta como personajes a algunos de sus compañeros académicos, a quienes seguro se les hizo el culo gaseosa al verse inmortalizados en tan insigne obra.
¿Les parece que el tono de la reseña se ha ido agriando en el anterior párrafo? Pues sí, lo siento... pero si hay algo que me toca las narices -por no decir otra cosa- es esta puñetera moda de la autoficción, más aún si es fullera, como es el caso... ¿Quién les ha dicho a los juntaletras de turno que a los lectores nos interesan un pimiento su vida y circunstancias? Por lo que a mí respecta, acepto -a regañadientes- que lo haga Emmanuel Carrére, por ejemplo, que ha demostrado ser un buen escritor; paso por que lo haga Laurent Binet, que parece buen chaval. Incluso se lo puedo perdonar a... no sé, Paco Roca, que al menos tiene el doble curro de dibujar y escribir (a Cercas, por si alguien se lo está preguntando, no se lo perdono). ¿Pero a Pérez-Reverte? ¡Ni hablar del peluquín! Además, si quisiera saber algo -más- de su vida, para eso está twitter, que tampoco es que sea muy discreto, el hombre...
Vamos, jamais de la vie! (que es la manera fina de decir que en mi **** vida).
Los protagonistas, el marino don Pedro Zárate y el bibliotecario don Hermógenes, resultan una pareja dispar pero bien avenida (en la tradición de las buddy stories: Don Quijote y Sancho, el Gordo y el Flaco, Mortadelo y Filemón...); demasiado bien avenida, quizá, desperdiciando el juego que podrían haber dado sus desavenencias. Menos mal que a partir de un cierto momento se les incorpora el ínclito y revolucionario abate Bringas, (personaje también real, al parecer), para aportar la nota discordante. En todo caso, resulta incluso loable la idea de honrar la memoria de unos hombres que trataron, en la medida de sus posibilidades, de contribuir a desasnar a sus compatriotas (con eficacia harto discutible, como demostraron los dos siglos subsiguientes).
Para ser justos, hay que admitir que el resultado de estas casi seicientas páginas es una novela correcta, bien escrita y ambientada, de lectura fácil aunque, como ya he señalado, más bien aburridilla. Pero en fin, aconsejable a quien le gusten las recreaciones históricas y las novelas de corte convencional. Ahora bien... quizá no tan convencional porque resulta que Pérez-Reverte sí que se dedica, o al menos lo utiliza, a ese recurso tan à la page que es la llamada "autoficción". Aunque sea una autoficción un tanto impostada: en efecto, don Arturo se coloca a sí mismo como personaje para contarnos sus cuitas, indagaciones y difíciles pesquisas para documentar esta novela como es debido (perfeccionista que es... y deja ver). Es un truco muy pillo, puesto que le sirve, por un lado, para colarnos así la información que, en rigor, debería de proporcionarse a través de la narración en sí. Y por otro, nos demuestra lo muchísimo que ha trabajado en la ambientación, a pesar de que tal cosa no se trasluzca siempre en la novela (por ejemplo: nos cuenta los muchos y venerables libros y cartografía que hubo de consultar para establecer la ruta exacta de Madrid a París en el siglo XVIII, con sus casas de posta, etc... y luego, apenas lo utiliza al contar el viaje). De paso, inserta como personajes a algunos de sus compañeros académicos, a quienes seguro se les hizo el culo gaseosa al verse inmortalizados en tan insigne obra.
¿Les parece que el tono de la reseña se ha ido agriando en el anterior párrafo? Pues sí, lo siento... pero si hay algo que me toca las narices -por no decir otra cosa- es esta puñetera moda de la autoficción, más aún si es fullera, como es el caso... ¿Quién les ha dicho a los juntaletras de turno que a los lectores nos interesan un pimiento su vida y circunstancias? Por lo que a mí respecta, acepto -a regañadientes- que lo haga Emmanuel Carrére, por ejemplo, que ha demostrado ser un buen escritor; paso por que lo haga Laurent Binet, que parece buen chaval. Incluso se lo puedo perdonar a... no sé, Paco Roca, que al menos tiene el doble curro de dibujar y escribir (a Cercas, por si alguien se lo está preguntando, no se lo perdono). ¿Pero a Pérez-Reverte? ¡Ni hablar del peluquín! Además, si quisiera saber algo -más- de su vida, para eso está twitter, que tampoco es que sea muy discreto, el hombre...
Vamos, jamais de la vie! (que es la manera fina de decir que en mi **** vida).
(Pido perdón si alguien se siente molesto por las palabras de mi último párrafo -excepto si se trata del autor del libro, claro está-, y les doy gracias a todos por su comprensión al permitirme el desahogo. Que tós semos personas humanas... ¿que no?).
Otros libros de Arturo Pérez-Reverte en ULAD: Cabo Trafalgar, La sombra del águila, El maestro de esgrima, La reina del sur
Otros libros de Arturo Pérez-Reverte en ULAD: Cabo Trafalgar, La sombra del águila, El maestro de esgrima, La reina del sur
domingo, 15 de noviembre de 2015
Colaboración: Golpe de fortuna de Gonzalo Ostagain
Idioma original: castellano
Año de publicación: 2003
Valoración: recomendable
El atletismo y la narrativa tienen bastante que ver, y me explico: cojan ustedes a Usain Bolt y a Fernando Iwasaki y no verán entre ellos el menor parecido físico pero ambos, el jamaicano y el peruano, son, cada uno a su manera, excelentes velocistas. Un atleta, como un narrador, debe encontrar su distancia idónea, su zona de confort, esa longitud en que pueda conseguir el máximo rendimiento. Digo todo esto a raíz de mi última lectura, Golpe de fortuna, de Gonzalo Ostagain.
Hace años el autor vizcaíno ganó el Lope García de Salazar con un cuento impagable, "La arpía y su bestia favorita". Sigo reconociendo al autor de esa maravilla en este volumen de micros pero percibo en algunos de ellos cierta precipitación: las tramas son geniales pero algunos desenlaces chirrían levemente, bien por demasiado explícitos, bien por apresurados.
En los más humanos ("Para lo que sea menester", "Las artes de la dominación", "Filatelia", "Modu Tollendo Ponens", "Flotación traumática"), los protagonistas, llevando la contraria al título, son seres desafortunados, desorientados, desencantados y a los que la vida les reserva una última barrabasada. Es curiosamente en su descripción donde más se nos seduce: la sutileza, la ironía, el piadoso sarcasmo con que se nos da cuenta de los avatares que los han colocado en el nudo de la historia están muy bien modulados.
En otros, una lágrima anega "Baikal", un bosque se conjura contra sus "Taladores", unos libros se escapan de una biblioteca en una insólita "Desbandada"… En "Cuando despertó" se rinde un irreverente homenaje a Monterroso.
Los desenlaces son una continua sorpresa aunque a veces se echa de menos en la conclusión la delicadeza que hemos notado en el desarrollo. Son justamente aquellas historias que no están condicionadas por esa última vuelta de tuerca, por ese trompo que siempre se le supone al género, las más jugosas ("Polígono amoroso", "El ángel descalzo").
No se les ocurra saltarse el maravilloso prólogo de Aurelio Pizarro. Imposible con este comienzo: "El reloj es el más inquietante símbolo de la muerte, el segundo es la rutina. Bajo el acecho combinado de estas dos fuerzas discurren nuestros días".
El seudónimo bajo el que se oculta el autor, Santiago González, es la prueba definitiva de su genialidad.
Año de publicación: 2003
Valoración: recomendable
El atletismo y la narrativa tienen bastante que ver, y me explico: cojan ustedes a Usain Bolt y a Fernando Iwasaki y no verán entre ellos el menor parecido físico pero ambos, el jamaicano y el peruano, son, cada uno a su manera, excelentes velocistas. Un atleta, como un narrador, debe encontrar su distancia idónea, su zona de confort, esa longitud en que pueda conseguir el máximo rendimiento. Digo todo esto a raíz de mi última lectura, Golpe de fortuna, de Gonzalo Ostagain.
Hace años el autor vizcaíno ganó el Lope García de Salazar con un cuento impagable, "La arpía y su bestia favorita". Sigo reconociendo al autor de esa maravilla en este volumen de micros pero percibo en algunos de ellos cierta precipitación: las tramas son geniales pero algunos desenlaces chirrían levemente, bien por demasiado explícitos, bien por apresurados.
En los más humanos ("Para lo que sea menester", "Las artes de la dominación", "Filatelia", "Modu Tollendo Ponens", "Flotación traumática"), los protagonistas, llevando la contraria al título, son seres desafortunados, desorientados, desencantados y a los que la vida les reserva una última barrabasada. Es curiosamente en su descripción donde más se nos seduce: la sutileza, la ironía, el piadoso sarcasmo con que se nos da cuenta de los avatares que los han colocado en el nudo de la historia están muy bien modulados.
En otros, una lágrima anega "Baikal", un bosque se conjura contra sus "Taladores", unos libros se escapan de una biblioteca en una insólita "Desbandada"… En "Cuando despertó" se rinde un irreverente homenaje a Monterroso.
Los desenlaces son una continua sorpresa aunque a veces se echa de menos en la conclusión la delicadeza que hemos notado en el desarrollo. Son justamente aquellas historias que no están condicionadas por esa última vuelta de tuerca, por ese trompo que siempre se le supone al género, las más jugosas ("Polígono amoroso", "El ángel descalzo").
No se les ocurra saltarse el maravilloso prólogo de Aurelio Pizarro. Imposible con este comienzo: "El reloj es el más inquietante símbolo de la muerte, el segundo es la rutina. Bajo el acecho combinado de estas dos fuerzas discurren nuestros días".
El seudónimo bajo el que se oculta el autor, Santiago González, es la prueba definitiva de su genialidad.
Firmado: Aster Navas