Año de publicación: 1.963
Valoración: Imprescindible para interesados, recomendable para el resto
Cuando uno tiene tendencia a meterse en líos, parece que no hay forma de pararlo. Y tratándose de reseñar libros, pocas tareas serán más complicadas que meterse con Quousque tandem…!, texto de culto donde se entrecruzan análisis estéticos sobre el vacío, el estudio de monumentos megalíticos y opiniones antropológico-políticas vertidas en bruto.
La misma portada nos deja un par de pinceladas. El libro –que firma ‘Oteiza’ así, sin nombre pila- se subtitula Ensayo de interpretación estética del alma vasca, lo que define con nitidez su contenido. Tenemos en las manos la 6ª edición, que incluye un ‘prólogo a este libro ya inútil en cultura vasca traicionada’. Toma declaración de principios. El volumen, entre otras singularidades tipográficas, no tiene numeración de páginas, sino una marginal a partir de una especie de parágrafos temáticos, que se complementa con cuatro posibles itinerarios de lectura. Vamos, algo parecido a Rayuela, pero con ayuda.
O sea, que ya se ve que no estamos ante un libro digamos normal, sino ante algo que hay que tomar con una cierta disposición de espíritu.
Por si alguien no lo sabe, Jorge Oteiza fue uno de los más importantes artistas plásticos del siglo XX, conocido sobre todo como escultor, que formó parte de cierta vanguardia artística vasca, compartida por ejemplo con el más popular Eduardo Chillida. Pero Oteiza fue también un irreductible investigador de las formas y de su significado, de la cultura como totalidad, un intelectual de corte casi tópico (si leyese esto, me mataría a garrotazos): huraño y alérgico a lo comercial/popular, malhumorado y genial, hermético en su poco permeable universo de conceptos, en perpetua búsqueda de certezas que llegaba a tener muy claras en su cabeza, intransigente y peleón. Vamos, una especie de versión guipuzcoana y montaraz de Unamuno (me mataría otra vez).
Esta personalidad tan feroz como (aparentemente) caótica se plasma con toda la intensidad en este manifiesto-ensayo, donde indaga en los terrenos más insospechados para encontrar ese alma vasca que decíamos al principio.
Pero vamos con el libro. Efectivamente, Oteiza busca con desesperación algo así como la esencia de lo vasco a través del poco transitado camino de la estética. Así que no piense el lector que lo hace sobre los parámetros habituales de la lengua propia, las costumbres o la historia. Los sondea, eso sí, los examina junto a otros elementos previsibles, como instrumentos musicales tradicionales, o el bertsolarismo, pero no se podía quedar ahí, y continúa penetrando en ámbitos espirituales al tiempo que elabora sus construcciones estéticas.
Entre toda esa compleja galaxia de convicciones, tenemos la impresión (no necesariamente acertada) de que llegamos al punto cero cuando, en su profundo estudio del arte prehistórico, Oteiza parece encontrar lo que buscaba: el silencio y el vacío, representados en el crómlech, donde se funde lo físico y lo metafísico, terminan por ser lo que define finalmente lo vasco en el plano estético. No son poca cosa estos conceptos, hasta el punto de que la mayor parte de la obra escultórica del autor consistirá precisamente en intentar, mediante infinitas variaciones de esferas y cubos, la plasmación plástica de la teoría expuesta en el libro.
Pero don Jorge no era un académico, y su trabajo está lejos del rigor expositivo tradicional, así que todo es como un bombardeo de intuiciones que, mediante el torrente de un lenguaje poderoso y eficaz, se convierten en verdades absolutas.
Tampoco pensemos por ello que estamos ante el típico compendio de ocurrencias de un genio un poco tocado del ala. Oteiza es un tipo concienzudo que se pasa años diseccionando y analizando obsesivamente cada concepto, de forma que lo que puede parecer caótico es en realidad resultado de un minucioso trabajo y de un proceso lógico… aunque la lógica de Oteiza no sea fácil de seguir. Él mismo lo confiesa, sinceramente desolado y con un punto de cabreo:
‘Al llegar a este punto, no puedo proseguir sin lamentarme –tenemos que lamentarnos todos, señoras y señores-, que esta explicación que les estoy dando, que es de una extraordinaria claridad, sí, la mayoría de ustedes no han entendido nada’.
No vamos a ocultar que es un libro difícil, un tratado rocoso lleno de conceptos abstractos, y que seguramente no se deba leer de un tirón (me mataría de nuevo?), sino poco a poco, cuando uno esté dispuesto a dedicarle el tiempo y el esfuerzo que requiere. Pero aunque no esté al alcance del profano asimilar correctamente la totalidad de la información, queda la sensación –y ésa es la potencia del libro- de que nos hemos empapado de una parte sustancial del mensaje, que no nos es indiferente, que nos hace pensar. Esto lo consigue Oteiza, no sé si gracias a o a pesar de su heterodoxia y su radicalidad, y hace que merezca la pena asomarnos a su mundo.
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