Año de publicación: 2015
Valoración: por una parte, está bien; por otra, intragable
Hacía un porrón de años que no leía nada de Pérez-Reverte. Cuando escribo "porrón", me refiero a la época de los primeros Alatristes...¿cuánto hace ya de eso? ¿Doce, quince años? Por ahí... Lo menciono porque aunque me consta que él ha ido sacando libros con la regularidad de un metrónomo o un desfile militar (¿cómo no enterarse, con las campañas de promoción por tierra, mar y aire que suelen acompañar el lanzamiento de sus novelas?), yo no tenía mucha idea de por dónde han ido sus derroteros literarios; si sigue haciendo lo de antes o ha evolucionado hacia... yo qué sé, la autoficción metaliteraria. Por decir algo.
Impelido por razones que no vienen al caso a leer su última novela, Hombres buenos, ahora puedo afirmar que Pérez-Reverte ha mejorado bastante como escritor: ya no abundan tanto los lugares comunes, los diálogos chulescos... los personajes apareen definidos por algo más que un patronímico chocante y dos o tres rasgos tópicos (ahora son cuatro. por lo menos); la narración se ha vuelto menos efectista y más reflexiva. A cambio, el libro también resulta más aburrido, me temo. También es verdad que la historia que nos cuenta no resulta especialmente trepidante: se trata del viaje -auténtico- que, a finales del siglo XVIII, realizaron a París dos miembros de la Real Academia Española de la Lengua con el objeto de adquirir, para tan venerable institución, una primera edición completa de la Enciclopédie de Diderot y D'Alembert, el no va más del saber científico y filosófico del momento. Una historia ésta que con seguridad le resulta especialmente cara a don Pérez-Reverte, pues no olvidemos -ni podemos hacerlo, puesto que él se encarga de recordárnoslo a lo largo de todo el libro- que también es académico de la RAE... pero una historia, en fin, que a pesar de los loables intentos del autor por darle vidilla a la trama, da como resultado una novela fundamentada, más que nada, en una recreación histórica minuciosa -y aparentemente bien conseguida, hay que decirlo- y en los constantes diálogos entre los personajes. Conversaciones que tratan sobre todo, como no podía ser de otra forma, de:
1-Libros y autores de la época.
2-La disyuntiva entre tradición /modernidad o ciencia/ superstición (por no decir religión).
3-España; es decir: los males de España; los remedios a los males de España; la dificultad de aplicar los remedios de los males de España, etc... (toda una fiesta, vaya).
Los protagonistas, el marino don Pedro Zárate y el bibliotecario don Hermógenes, resultan una pareja dispar pero bien avenida (en la tradición de las buddy stories: Don Quijote y Sancho, el Gordo y el Flaco, Mortadelo y Filemón...); demasiado bien avenida, quizá, desperdiciando el juego que podrían haber dado sus desavenencias. Menos mal que a partir de un cierto momento se les incorpora el ínclito y revolucionario abate Bringas, (personaje también real, al parecer), para aportar la nota discordante. En todo caso, resulta incluso loable la idea de honrar la memoria de unos hombres que trataron, en la medida de sus posibilidades, de contribuir a desasnar a sus compatriotas (con eficacia harto discutible, como demostraron los dos siglos subsiguientes).
Para ser justos, hay que admitir que el resultado de estas casi seicientas páginas es una novela correcta, bien escrita y ambientada, de lectura fácil aunque, como ya he señalado, más bien aburridilla. Pero en fin, aconsejable a quien le gusten las recreaciones históricas y las novelas de corte convencional. Ahora bien... quizá no tan convencional porque resulta que Pérez-Reverte sí que se dedica, o al menos lo utiliza, a ese recurso tan à la page que es la llamada "autoficción". Aunque sea una autoficción un tanto impostada: en efecto, don Arturo se coloca a sí mismo como personaje para contarnos sus cuitas, indagaciones y difíciles pesquisas para documentar esta novela como es debido (perfeccionista que es... y deja ver). Es un truco muy pillo, puesto que le sirve, por un lado, para colarnos así la información que, en rigor, debería de proporcionarse a través de la narración en sí. Y por otro, nos demuestra lo muchísimo que ha trabajado en la ambientación, a pesar de que tal cosa no se trasluzca siempre en la novela (por ejemplo: nos cuenta los muchos y venerables libros y cartografía que hubo de consultar para establecer la ruta exacta de Madrid a París en el siglo XVIII, con sus casas de posta, etc... y luego, apenas lo utiliza al contar el viaje). De paso, inserta como personajes a algunos de sus compañeros académicos, a quienes seguro se les hizo el culo gaseosa al verse inmortalizados en tan insigne obra.
¿Les parece que el tono de la reseña se ha ido agriando en el anterior párrafo? Pues sí, lo siento... pero si hay algo que me toca las narices -por no decir otra cosa- es esta puñetera moda de la autoficción, más aún si es fullera, como es el caso... ¿Quién les ha dicho a los juntaletras de turno que a los lectores nos interesan un pimiento su vida y circunstancias? Por lo que a mí respecta, acepto -a regañadientes- que lo haga Emmanuel Carrére, por ejemplo, que ha demostrado ser un buen escritor; paso por que lo haga Laurent Binet, que parece buen chaval. Incluso se lo puedo perdonar a... no sé, Paco Roca, que al menos tiene el doble curro de dibujar y escribir (a Cercas, por si alguien se lo está preguntando, no se lo perdono). ¿Pero a Pérez-Reverte? ¡Ni hablar del peluquín! Además, si quisiera saber algo -más- de su vida, para eso está twitter, que tampoco es que sea muy discreto, el hombre...
Vamos, jamais de la vie! (que es la manera fina de decir que en mi **** vida).
Los protagonistas, el marino don Pedro Zárate y el bibliotecario don Hermógenes, resultan una pareja dispar pero bien avenida (en la tradición de las buddy stories: Don Quijote y Sancho, el Gordo y el Flaco, Mortadelo y Filemón...); demasiado bien avenida, quizá, desperdiciando el juego que podrían haber dado sus desavenencias. Menos mal que a partir de un cierto momento se les incorpora el ínclito y revolucionario abate Bringas, (personaje también real, al parecer), para aportar la nota discordante. En todo caso, resulta incluso loable la idea de honrar la memoria de unos hombres que trataron, en la medida de sus posibilidades, de contribuir a desasnar a sus compatriotas (con eficacia harto discutible, como demostraron los dos siglos subsiguientes).
Para ser justos, hay que admitir que el resultado de estas casi seicientas páginas es una novela correcta, bien escrita y ambientada, de lectura fácil aunque, como ya he señalado, más bien aburridilla. Pero en fin, aconsejable a quien le gusten las recreaciones históricas y las novelas de corte convencional. Ahora bien... quizá no tan convencional porque resulta que Pérez-Reverte sí que se dedica, o al menos lo utiliza, a ese recurso tan à la page que es la llamada "autoficción". Aunque sea una autoficción un tanto impostada: en efecto, don Arturo se coloca a sí mismo como personaje para contarnos sus cuitas, indagaciones y difíciles pesquisas para documentar esta novela como es debido (perfeccionista que es... y deja ver). Es un truco muy pillo, puesto que le sirve, por un lado, para colarnos así la información que, en rigor, debería de proporcionarse a través de la narración en sí. Y por otro, nos demuestra lo muchísimo que ha trabajado en la ambientación, a pesar de que tal cosa no se trasluzca siempre en la novela (por ejemplo: nos cuenta los muchos y venerables libros y cartografía que hubo de consultar para establecer la ruta exacta de Madrid a París en el siglo XVIII, con sus casas de posta, etc... y luego, apenas lo utiliza al contar el viaje). De paso, inserta como personajes a algunos de sus compañeros académicos, a quienes seguro se les hizo el culo gaseosa al verse inmortalizados en tan insigne obra.
¿Les parece que el tono de la reseña se ha ido agriando en el anterior párrafo? Pues sí, lo siento... pero si hay algo que me toca las narices -por no decir otra cosa- es esta puñetera moda de la autoficción, más aún si es fullera, como es el caso... ¿Quién les ha dicho a los juntaletras de turno que a los lectores nos interesan un pimiento su vida y circunstancias? Por lo que a mí respecta, acepto -a regañadientes- que lo haga Emmanuel Carrére, por ejemplo, que ha demostrado ser un buen escritor; paso por que lo haga Laurent Binet, que parece buen chaval. Incluso se lo puedo perdonar a... no sé, Paco Roca, que al menos tiene el doble curro de dibujar y escribir (a Cercas, por si alguien se lo está preguntando, no se lo perdono). ¿Pero a Pérez-Reverte? ¡Ni hablar del peluquín! Además, si quisiera saber algo -más- de su vida, para eso está twitter, que tampoco es que sea muy discreto, el hombre...
Vamos, jamais de la vie! (que es la manera fina de decir que en mi **** vida).
(Pido perdón si alguien se siente molesto por las palabras de mi último párrafo -excepto si se trata del autor del libro, claro está-, y les doy gracias a todos por su comprensión al permitirme el desahogo. Que tós semos personas humanas... ¿que no?).
Otros libros de Arturo Pérez-Reverte en ULAD: Cabo Trafalgar, La sombra del águila, El maestro de esgrima, La reina del sur
Otros libros de Arturo Pérez-Reverte en ULAD: Cabo Trafalgar, La sombra del águila, El maestro de esgrima, La reina del sur
Nada, don Juan, no hay problema con el desahogo, que para eso el señor Reverte es el primer aficionado a esparcir vinagre en todas direcciones. Es el personaje que se ha montado y le funciona de miedo.
ResponderEliminarA mi personalmente, como novelista no me interesa para nada, aunque desde luego tiene sus seguidores, que tiene que haber para todos los gustos.
Saludos.
Hola Carlos:
ResponderEliminarReconozco que el personaje en sí no me cae o caía tan mal como parece por la reseña, aunque es cierto que lo de la manida "autoficción" me tiene ya muy mosqueado, pero no sólo en su caso, sino en otros muchos. Pero también es verdad que algún comentario de P-R en twitter este fin de semana, a cuenta de las matanzas en París, me ha dado la puntilla... tanto cuñadismo es insoportable.
Por lo demás, yo tampoco soy demasiado fan de sus libros; éste lo he leído por ciertas razones que no vienen al caso, pero dudo que reincida en mucho tiempo.
Un saludo, socio!
En el caso de Pérez Reverte me queda la duda de si, a base de alimentar al monstruo de la propia impostura, el personaje se ha tragado a la persona.
ResponderEliminarYo tampoco soy muy aficionado al Pérez Reverte novelista, aunque reconozco que La sombra del águila me hizo pasar un buen rato. En cuanto a su vertiente de articulista...lo dicho, me suena a otros tantos de los que ya no sabes si escriben lo que piensan, o lo que piensan que va a tener visibilidad, generalmente a base de decir burradas.
En todo caso, una reseña interesante. Saludos!
¿600 páginas, dices? Al mejor si fueran 60 y a cambio me pagarán el bonotren mensual hacía el esfuerzo.
ResponderEliminarHola Alimaña y Gatopando:
ResponderEliminarEncantado de departir con vosotros de nuevo.
He de decir que el libro en su trasfondo "ideológico" es bastante presentable; en suma, resulta una defensa de la Ilustración , el conocimiento, el laicismo. ya digo que la novela es correcta aunque algo aburridilla, pero es justo reconocer que por ahí no da vergüenza ajena.
otra cosa es el recurso a la supuesta "autoficción", que personalmente, ya me tiene frito, como me suele suceder con todas las modas literarias... la verdad es que he estado a punto de publicar un manifiesto en contra en la reseña, pero me he contenido para no alargarla demasiado.
En cuanto a la extensión, son 580 pgs. o cosa así, pero de letra más bien gorda, para entenderos. Eso sí,, en más de una ocasión se me han puesto bastante.cuesta arriba. No obstante, aprovecho para comentar que la edición de Alfaguara es, si no tanto como exquisita, sí muy elegante. A ver si cunde el ejemplo para otros libros menos mediáticos.
Un saludo afectuoso a ambos.
Sí, la moda de la autoficción cansa. Tiene su gracia cuando el personaje/autor resulta un poco lejano, tipo Carrère o Binet, de quienes no sabemos mucho antes de ponernos a leer su libro. Ello permite integrar mejor al autor-personaje en el libro, aunque nos la traiga un poco al pairo que Binet se cepillase pibones checos mientras escribía HHhH, por ejemplo, o que Carrère sea el niño mimado que viaja por la URSS con su insigne mamá. Lo que imagino un poco insufrible es ver a Pérez Reverte (de quien sabemos todo, porque ya se encarga él de contárnoslo en Twitter, en sus columnas, en sus entrevistas, etc) metiéndose en su libro y, sospecho, literalmente tragándose al resto de personajes él solito.
ResponderEliminarHola, anónimo:
ResponderEliminarBueno, tampoco es el autor que se "trague" al resto de personajes... aunque uno de ellos tiene algo, me temo, de proyección suya. Lo que me parece, sobre todo, es un truco muy astuto para que los incautos piensen lo mucho que se ha currado la ambientación del libro, al tiempo que es un escritor a la última moda literaria.... Si lo de la "autoficción" fuese una idea original suya, aún tendría un cierto pase, pero es que es algo que está ya más visto que el tebeo... Insufrible, ya digo.
¡Gracias por tu comentario y un saludo!
Creo que el autor de la reseña no ha sido honesto con "Hombres buenos", porque APR no realiza aquí un ejercicio de autoficción y de mirarse el ombligo, sino todo lo contrario, porque se trata de una falsa autoficción con la intención de mofarse de la misma. Entiendo que el personaje público genera muchas antipatías y eso influye en la valoración que se hace de su obra y, aunque legítimo a título personal, no me parece muy ético en una reseña en cierto modo objetiva y destinada al público. Por cierto, la novela es bastante floja: entre las del montón de APR.
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