Título original: The Soul Is Not
a Smithy
Año de
publicación: 2003
Valoración:
Imprescindible
Foster Wallace, como cualquier
escritor que conozca su oficio, jamás suministra respuestas. Él expone, mostrando
un universo concreto en toda su complejidad –entrelazado, tal como nuestros
sentidos lo perciben, no como solemos encontrarlo: interpretado, sistematizado
y servido en bandeja– y esto suscita toneladas de preguntas. De ahí que precise
de mentes activas, dispuestas a seguirle cuando divaga, que en su obra de ficción
es casi siempre, hasta tal punto que resulta difícil distinguir el cuerpo
narrativo (principal) de las (secundarias) digresiones.
Todo está conectado: las
diversas facetas de un relato entre sí, cada una de sus obras con todas las
demás y él mismo con cualquiera de sus párrafos. Pues, más que proyectarse en
sus escritos, Wallace vive en cuerpo y alma dentro de ellos. El conflicto perpetuo
consigo mismo y con el mundo, su necesidad de convertirlo todo en objeto de ficción,
de analizar y psicoanalizarse implícita o explícitamente, su lucidez y perspicacia,
junto a un talento narrativo tan personal como fuera de lo común, producen
genialidades como esta. Se trata del segundo relato del volumen titulado Extinción (Oblivion), compuesto de ocho
piezas en total. Su protagonista es un escolar –trasunto del propio autor,
probablemente– que experimenta un suceso traumático junto al resto de sus
compañeros en plena clase de Educación Cívica. La anécdota sería impactante si su
autor hubiese decidido recrearse en ella, pero al pasar por su tamiz, quizá
para digerirlo con más facilidad, se convierte en un hecho casi trivial envuelto
en un sinfín de experiencias y estímulos: el futuro de algunos personajes, las
circunstancias del aula, la vida familiar del protagonista, su propia y
compleja personalidad e, invadiéndolo prácticamente todo, esa fantasía
desbordante que convierte el relato en un apasionante y divertido comic traducido
a palabras, a pesar del drama subyacente al que el narrador se refiere como el trauma.
Ese ropaje imaginativo no
impide que percibamos la escena con toda la intensidad, solemnidad, trascendencia
que puede atribuirle un chaval de primaria. La maestría del relato a varias
bandas nos acompaña por un terreno nevado –inscrito en el vidrio de la ventana
con tinta invisible– donde la tragedia se cierne sobre una mujer, un hombre y
un perro; nos muestra al avispado niño acribillado por las pesadillas porque
intuye la asfixiante rutina laboral que experimenta su padre a diario y que
describe, como si se tratase de una invención más, con una fidelidad que produce
escalofríos,
“La sala luminosa del sueño era la muerte, yo podía sentirlo, pero no de ninguna forma que pudiera transmitirle o explicarle a mi madre cuando yo me ponía a gritar de miedo y ella venía corriendo. (…) La sensación global era que aquellas caras incoloras, de miradas vacías y afectadas por un sufrimiento que venía de largo eran la cara de una muerte que me esperaba mucho antes de que yo me marchara del mundo.”[i]
además de otras convincentes escenas,
que funcionan literalmente, como factores que modelan la personalidad de un
adulto en potencia, pero también como metáforas del tedio padecido por el hombre
de hoy.
Del mismo autor: El rey pálido, Hablemos de langostas, Esto es agua, Algo supuestamente divertido que nunca volveré a hacer. Ensayos y opiniones, Entrevistas breves con hombres repulsivos, Encarnaciones de niños quemados, La escoba del sistema, En cuerpo y en lo otro
Buen relato, pero de "Extinción" el relato que recordaré siempre es "El neón de siempre".
ResponderEliminarProbablemente lo mejor que se ha escrito nunca sobre el hombre contemporáneo...
Hola David
ResponderEliminarObjetivamente hablando es verdad. Aunque creo que la mayor parte de ellos cumple esa función y entre todos forman un retablo que nos retrata.
En cuanto a impresiones subjetivas, depende de cada lector. Yo destacaría: el reseñado, Otro pionero, El canal del sufrimiento y Extinción. Sin orden de preferencia.