Idioma original: portugués
Título original: Manhã submersa
Año de publicación: 1954
Valoración: recomendable
Vergílio Ferreira es (como Raúl Brandão, con quien comparte ciertos ambientes, temas y estéticas) uno de esos autores que en Portugal son considerados clásicos, pero que en España apenas son conocidos. Afortunadamente, Acantilado parece estar traduciendo y difundiendo la obra de este autor entre nosotros: ha publicado ya seis de sus obras, aunque todavía no se ha decidido con esta Manhã submersa, quizás por ser un libro un tanto oscuro y opresivo, que puede no ser plato para todos los gustos. Y sin embargo, esta es una muy buena novela de iniciación o de paso a la madurez, al mismo tiempo que retrata un Portugal rural mísero, dominado por la religión y las desigualdades sociales.
El protagonista de la novela es António Santos Lopes, un niño de catorce años de una familia pobre, que es enviado al seminario con la esperanza de que llegue a ser sacerdote y pueda sostener a su madre y sus hermanos. El ambiente opresivo del seminario, la represión sexual, el miedo que los curas provocan en los seminaristas, la brutalidad de los familiares del pequeño António, todo ello contribuye a crear una atmósfera asfixiante descrita con una técnica por momentos casi naturalista que, al igual que sucedía con El delfín de Cardoso Pires, puede interpretarse como una metáfora del Portugal del Estado Novo, "orgullosamente solo".
Pero Mañana sumergida se ha leído sobre todo como una novela existencialista: el niño António (que comparte muchos rasgos con el propio Vergílio Ferreira, también seminarista en su día) se revuelve contra quienes intentan obligarlo a tomar los caminos establecidos (su familia, D. Estefânia, los Padres del seminario...) y lucha por encontrar su propio camino, su propia individualidad, a través de una soledad profunda que es al mismo tiempo buscada y angustiosa. Apartado poco a poco de todos aquellos en quienes cree encontrar un compañero de rebeldía (Gama, Gaudêncio...), se ve forzado a decidir quién es, quién quiere ser, y si va a adaptarse a las normas sociales que se le imponen o a quebrarlas.
Independientemente de que sea la representación del Portugal más conservador y cerrado, o de una lucha individual por encontrar la esencia en medio de la existencia, hay un elemento llamativo en Manhã submersa, que creo que comparte el resto de sus obras: el cuidado por el estilo, que casi se podría denominar de impresionista, por su atención a los colores, olores, sonidos, formas. Vergílio Ferreira abunda en descripciones que consiguen ser poéticas sin ser demasiado poéticas, sin caer en el adjetivo fácil ni en la cursilería, algo difícil de conseguir.
Esperemos que la obra de este autor siga difundiéndose en España, para que la literatura portuguesa del siglo XX sea un poco más conocida más allá de Pessoa, Saramago y Lobo Antunes.
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miércoles, 31 de agosto de 2016
martes, 30 de agosto de 2016
Blai Bonet: El mar
Idioma original: catalán
Título original: El mar
Año de publicación: 1958
Traducción (y posfacio): Eduardo Jordá
Valoración: muy recomendable
La pura historia de Blai Bonet, escritor, ya resulta fascinante, pues va coincidiendo con el devenir de alguno de los protagonistas, con los hechos vitales. Seminarista, niño o adolescente enfermizo, homosexual en un tiempo y un país (la España que tenía cosas como la Ley de Peligrosidad Social) en que ello constituía no solamente un estigma social, sino un claro riesgo legal y hasta físico. Su carrera literaria fue abrupta, discordante y personal. Y todas esas cualidades ya se apuntan en El mar. Una novela incómoda, turbia y malsana en contraste a ese vital y colorista entorno geográfico en que se desarrolla. Bonet consigue convencernos de que el verde y el azul que dibuja en sus suntuosos párrafos descriptivos son en realidad grises de color sombra alterados. Todas las tramas parecen confluir. Bonet reconoció la influencia de Mientras agonizo de Faulkner, en esa narración a varias voces y en esa concurrencia de ambiente cargado, ese inexplicable peso de culpabilidad que impregna esas líneas extrañas.
Título original: El mar
Año de publicación: 1958
Traducción (y posfacio): Eduardo Jordá
Valoración: muy recomendable
No creo que a estas alturas logramos convencer a nadie de que hubo un Gótico Balear. Si fuera una etiqueta para vender hoteles o tickets para discotecas, quizás. Pero olvidémonos en lo concerniente a la literatura.
Si bien voy a alinearme con el entusiasta posfacio (de obligada lectura) que Eduardo Jordá nos regala al final de El mar. Y proclamaré que, de existir tal movimiento, esta sería una de sus posibles cumbres.
La pura historia de Blai Bonet, escritor, ya resulta fascinante, pues va coincidiendo con el devenir de alguno de los protagonistas, con los hechos vitales. Seminarista, niño o adolescente enfermizo, homosexual en un tiempo y un país (la España que tenía cosas como la Ley de Peligrosidad Social) en que ello constituía no solamente un estigma social, sino un claro riesgo legal y hasta físico. Su carrera literaria fue abrupta, discordante y personal. Y todas esas cualidades ya se apuntan en El mar. Una novela incómoda, turbia y malsana en contraste a ese vital y colorista entorno geográfico en que se desarrolla. Bonet consigue convencernos de que el verde y el azul que dibuja en sus suntuosos párrafos descriptivos son en realidad grises de color sombra alterados. Todas las tramas parecen confluir. Bonet reconoció la influencia de Mientras agonizo de Faulkner, en esa narración a varias voces y en esa concurrencia de ambiente cargado, ese inexplicable peso de culpabilidad que impregna esas líneas extrañas.
El trasfondo de la Guerra Civil, el caos que en una pequeña comunidad genera la repentina sensación de que todo queda justificado, de que los crímenes pueden quedar impunes. El sanatorio para los chicos tuberculosos, esa montaña mágica isleña, a menos de trescientos metros de altura, otro escenario perturbador donde los jóvenes parecen apartados a la deriva, alejados de entornos sociales y familiares en diversos niveles de desmoronamiento, y no siempre deparadores de mejores futuros que la agonía en una habitación. Ah, y la constante latencia de la relación carnal inconveniente. La represión del contacto, la confusión, y por encima de todo, asfixiante, la presión religiosa, el pecado, el sentimiento de culpa y el arrepentimiento por el deseo, más cuando éste ha sido brutalmente reprimido o suplantado por el impulso criminal, incluso hacia uno mismo.
Bonet, sobre cuya eventual recuperación obró milagros que un icono global como Lou Reed citara una de sus poesías, se revela en El mar como un adelantado a su tiempo. Hasta reconociendo sus influencias, El mar, novela abierta a interpretaciones, hosca, inquietante, aún hoy nos parece, si ello tiene sentido, moderna y destellante. Sin trucos de misterio y a la vez tan subyugante. Sin detalles carnales y a la vez tan desbordante de sensualidad. Sin sesgo ideológico y a la vez tan posicionada.
Repasad las novelas de los últimos veinte o treinta años: baleares, mediterráneas, europeas, globales. Ved si hay muchas que rasguen tan hondo como esta.
lunes, 29 de agosto de 2016
Ian Curtis: En cuerpo y alma. Cancionero de Joy Division
Título original: So this is permanence. Joy Division Lyrics and Notebooks
Idioma original: Inglés
Traducción: Daniel Gascón
Año de publicación: 2014
Valoración: Está bien para fans
Idioma original: Inglés
Traducción: Daniel Gascón
Año de publicación: 2014
Valoración: Está bien para fans
Ya se han reseñado aquí algunos libros sobre uno de los grupos fundamentales de la escena musical británica (y mundial) de finales de los 70, Joy Division, y sobre su cantante y compositor, Ian Curtis. Por ejemplo, la biografía de Ian "Touching from a distance", escrito por Deborah Curtis, o la autobiografía de su compañero Bernard Summer "New Order, Joy Division y yo".
Así que parece que estamos ante uno de los grupos de referencia de ULAD!
En esta ocasión toca reseña de "Ian Curtis: En cuerpo y alma", en el que se reúnen, principalmente, las letras de las canciones de Joy Division.
Y os preguntaréis: "¿Un libro con las letras de las canciones? Menuda idiotez, en estos tiempos en los que todo lo encuentras en la red de redes, ¿no?".
Pues no os voy a negar que, en parte, tenéis razón. Pero el caso es que los discos de Joy Division no incluían las letras de las canciones y que, realmente, son unas buenas letras, reflejo de una compleja personalidad marcada, sobre todo, por la enfermedad y los miedos. Unas letras que evolucionan de temas más abstractos al inicio de su carrera a motivos más personales hacia el final de la misma, pero siempre con un imaginario muy claro. Visto así, parece que su publicación en forma de libro no sea tan mala idea.
Y os preguntaréis: "¿Un libro con las letras de las canciones? Menuda idiotez, en estos tiempos en los que todo lo encuentras en la red de redes, ¿no?".
Pues no os voy a negar que, en parte, tenéis razón. Pero el caso es que los discos de Joy Division no incluían las letras de las canciones y que, realmente, son unas buenas letras, reflejo de una compleja personalidad marcada, sobre todo, por la enfermedad y los miedos. Unas letras que evolucionan de temas más abstractos al inicio de su carrera a motivos más personales hacia el final de la misma, pero siempre con un imaginario muy claro. Visto así, parece que su publicación en forma de libro no sea tan mala idea.
Lo "novedoso" de este libro es que junto a la transcripción de las letras, en inglés y español, se incluyen los manuscritos de las mismas, versiones previas, desechadas, etc. Además, se añaden cartas, carteles de conciertos, etc.
El libro está prologado por Deborah Curtis (viudísima de Ian Curtis) y contiene una interesante, diría que lo más interesante del libro, introducción por parte del crítico Jon Savage, que sitúa al grupo y al cantante en su contexto histórico, social y cultural.
Sinceramente, creo que es un libro exclusivamente para fans porque las letras de Ian Curtis, para los no iniciados en la materia, pueden ser como los escritos de un loco. Y el interés que para los "no fans" pueden tener las versiones desechadas, los posters, las cartas, etc es muy muy escaso.
Por último me gustaría añadir dos comentarios:
1. Respecto a las cartas, a las versiones desechadas, etc: Pienso que ese afán de hurgar en los escritos y materiales íntimos de personas fallecidas es, sencillamente, obsceno. Por mucho que puedan aportar sobre el autor o su obra (no creo que este además sea el caso), el interés puramente crematístico es demasiado evidente. Y no me gusta.
2. Más allá del interés de las letras de Joy Division, que lo tiene, yo me quedo con su música, con el "Unknown pleasures", con esos bailes desquiciados, con esa linea de bajo que comienza y sobre la que la voz de Ian Curtis canta... "I´ve been waiting for a guide to come and take me by the hand..."
domingo, 28 de agosto de 2016
Tom Sharpe: Lo peor de cada casa
Título original: The Midden
Año de publicación: 1995
Traducción: Javier Calzada
Valoración: recomendable
De vez en cuando hay que leer a Tom Sharpe. Leerlo y disfrutar de su envidiable capacidad de subversión, de dinamitar los convencionalismos sociales y diseccionar las debilidades y vicios del personal (eso, aunque usted, querido lector, sea una persona de orden y celosa de serlo... pues quizá sea más recomendable leerlo en ese caso). En esta novela suya, sin ir más lejos, despliega ante nosotros un desolador panorama de ambición, codicia e inoperancia, todo un festival de mezquindad y estupidez a partes iguales, un no parar de miseria moral, de estulticia e indignidad. Encontramos familias adineradas gracias a las tropelías semimafiosas cometidas durante generaciones, expertos financieros incompetentes y responsables de la ruina de mucha gente, altos cargos policiales hinchados por la prepotencia y el fanatismo religioso, una sociedad refugiada en la nostalgia de un pasado edulcorado en lugar de afrontar los problemas del presente ni del futuro... ¿Hablamos, pues, de la España de la crisis post-burbuja Inmobiliaria? Pues casi, pero no, sino de la Gran Bretaña de veinte años atrás, que se despertaba con resaca tras la borrachera de codicia de los años del thatcherismo... una época y una corriente política por las que Sharpe -parece evidente- no sentía demasiada simpatía... como no deja de recordar con una pulla tras otra.
Como suele ocurrir en las novelas de este autor, se parte de unas premisas ya con bastante carga de acidez, pero más o menos sencillas y comprensibles, pero que las circunstancias incontrolables del azar van enredando cada vez más hasta conducirnos a una apoteosis -en este caso hecatombe- final. Por el camino, se van produciendo toda una serie de situaciones equívocas y embarazosas -muy embarazosas- que provocan las inevitables carcajadas del lector. Carcajadas a las que también contribuye, en buena medida, el característico estilo de Sharpe: un lenguaje cuidado, formal y hasta afectadamente british, que de golpr se ve obligado a expresar las animaladas más procaces que imaginarse pueda... (de ahí el efecto humorístico, aunque supongo que el contraste resulta aún más cómico en el inglés original).
Algo parecido ocurre respecto a los personajes, que o bien conservan una fría lógica en medio de la mayor locura, o se dejan arrastrar por ésta hacia el desenfreno más absoluto. En esta novela el protagonista es Timothy Bright, un yuppie de buena familia -pero nada brillante, sin embargo- que se mete por sí solo en un buen lío económico, y a partir de ahí, es metido por otros personajes en líos aún peores, hasta acabar en medio de una trama de polis corruptos, supuestos delincuentes sexuales y una familia de carcamales tronados, los Midden del título -consúltese la traducción al castellano, para captar el sentido de tal apellido-; aunque por una vez el título que le han puesto a la edición española, Lo peor de cada casa, resulta de lo más apropiado, porque es eso mismo lo que encontramos aquí: de entre todos los personajes que aparecen en la novela, incluyendo -o en primer lugar- a nobles, jueces y policías, apenas podemos salvar la ética de un par de ellos, y aún con reservas. Queda claro que, en su vejez, a Tom Sharpe no le sobraba la fe en el género humano, y menos todavía si se trataba de sus compatriotas; de hecho, toda la historia se puede leer como una alegoría salvaje, una sátira despiadada, tanto de la vieja como la nueva sociedad británica.
Eso sí, quien quiera reírse a mandíbula batiente, aunque sea a costa de perder también la fe en la Humanidad -e incluso jugarse la salvación de la propia alma, después de leer según qué cosas- que no dude en atreverse con este libro. Ya digo que, de vez en cuando, conviene volver a Sharpe...
Más libros de Tom Sharpe reseñados en Un Libro al Día: aquí
Como suele ocurrir en las novelas de este autor, se parte de unas premisas ya con bastante carga de acidez, pero más o menos sencillas y comprensibles, pero que las circunstancias incontrolables del azar van enredando cada vez más hasta conducirnos a una apoteosis -en este caso hecatombe- final. Por el camino, se van produciendo toda una serie de situaciones equívocas y embarazosas -muy embarazosas- que provocan las inevitables carcajadas del lector. Carcajadas a las que también contribuye, en buena medida, el característico estilo de Sharpe: un lenguaje cuidado, formal y hasta afectadamente british, que de golpr se ve obligado a expresar las animaladas más procaces que imaginarse pueda... (de ahí el efecto humorístico, aunque supongo que el contraste resulta aún más cómico en el inglés original).
Algo parecido ocurre respecto a los personajes, que o bien conservan una fría lógica en medio de la mayor locura, o se dejan arrastrar por ésta hacia el desenfreno más absoluto. En esta novela el protagonista es Timothy Bright, un yuppie de buena familia -pero nada brillante, sin embargo- que se mete por sí solo en un buen lío económico, y a partir de ahí, es metido por otros personajes en líos aún peores, hasta acabar en medio de una trama de polis corruptos, supuestos delincuentes sexuales y una familia de carcamales tronados, los Midden del título -consúltese la traducción al castellano, para captar el sentido de tal apellido-; aunque por una vez el título que le han puesto a la edición española, Lo peor de cada casa, resulta de lo más apropiado, porque es eso mismo lo que encontramos aquí: de entre todos los personajes que aparecen en la novela, incluyendo -o en primer lugar- a nobles, jueces y policías, apenas podemos salvar la ética de un par de ellos, y aún con reservas. Queda claro que, en su vejez, a Tom Sharpe no le sobraba la fe en el género humano, y menos todavía si se trataba de sus compatriotas; de hecho, toda la historia se puede leer como una alegoría salvaje, una sátira despiadada, tanto de la vieja como la nueva sociedad británica.
Eso sí, quien quiera reírse a mandíbula batiente, aunque sea a costa de perder también la fe en la Humanidad -e incluso jugarse la salvación de la propia alma, después de leer según qué cosas- que no dude en atreverse con este libro. Ya digo que, de vez en cuando, conviene volver a Sharpe...
sábado, 27 de agosto de 2016
VV. AA.: Nuestras guerras. Relatos sobre los conflictos vascos
Idioma original: inglés (aunque los textos antologados fueron escritos originalmente en euskera)
Título original: Our Wars
Año de publicación: 2011
Valoración: interesante
En 2011, después de recoger un premio en la Feria del Libro de Guadalajara (de México), Fernando Aramburu hizo unas polémicas declaraciones en las que afirmaba que "los autores vascos no escriben sobre ETA". Ese mismo año, como para llevarle la contraria, Mikel Ayerbe publicaba en inglés, en Nevada, la antología Our Wars. Short Fiction on Basque Conflict, adaptada al español en 2014 y publicada por Lengua de Trapo.
Como indica su título, esta es una antología de relatos sobre los conflictos vascos, en plural. Y estos conflictos son la Guerra Civil, y el más habitualmente llamado "conflicto vasco", o sea, el terrorismo de ETA. Esta elección de estos dos conflictos, que personalmente me parece bastante cuestionable, no es casual, sino que responde a una determinada narración de la historia vasca que establece una continuidad entre la Guerra Civil y la represión de la posguerra, y la aparición de ETA a finales de los 50. (Hay incluso quien va todavía más atrás y relaciona estos conflictos con las guerras carlistas, un despropósito histórico del que parece burlarse Iban Zaldua, siempre tan ácido, en su relato "Guerras civiles").
Personalmente, unir en un mismo volumen relatos sobre la Guerra Civil y sobre el "conflicto vasco" me parece un error, no solo porque no comparto esa narración que establece una relación casi-causal entre la Guerra Civil y ETA, sino sobre todo porque se trata de conflictos distintos, y con los que los autores tienen relaciones diferentes: ninguno de los escritores antologados estaban vivos en 1936-9, y en cabio todos han tenido una experiencia de primera mano de la violencia de ETA, lo que sin duda condiciona su forma de escribir sobre los dos "conflictos".
De ahí que haya leído con algo menos de interés los primeros cuentos del volumen, en particular aquellos que pertenecen a autores más reconocidos, como Bernardo Atxaga o Ramon Saizarbitoria. No es que sus cuentos sean malos, ni mucho menos, pero no aportan gran cosa novedosa, y su extensión mayor que el resto (ocupan casi la mitad del libro) les concede un lugar preemiente que condiciona la lectura del volumen. "Dos piedras", de Inazio Mujika Iraola, es un relato interesante, pero que apunta en una dirección que siguen muchos otros autores: la despolitización del conflicto, su transformación en algo personal, individal (un triángulo amoroso, en este caso).
Tras el relato de Iban Zaldua ya mencionado, que funciona como bisagra de la antología, los siguientes relatos tratan ya, estos sí, del conflicto vasco, el terrorismo de ETA, el terrorismo de Estado, etc. Naturalmente, hay algunos relatos más conseguidos que otros (me han gustado "Actualidad política", de Eider Rodríguez, por su ambiente claustrofóbico, o los de Harkaitz Cano o Ur Apalategi, por su tono irónico y su visión metaliteraria del conflicto); también hay relatos que tratan más directamente el tema de la violencia, mientras que en otros es casi una nota tangencial, y cabe preguntarse si se justifica su inclusión en el volumen (caso de "Heredera" de Xabier Montoia, "Recuerdos" de Karmele Jaio o "El tipo", de Ainguer Epalza).
Siempre es muy fácil criticar a un antólogo, por supuesto: es mucho más fácil criticar una antología que organizarla. Mi conocimiento de la literatura vasca en euskera tampoco me permite enmendarle la plana a Mikel Ayerbe: no sé si hay relatos mejores sobre el conflicto vasco o no. La sensación que sí tengo, después de terminar el volumen, es que se trata de un libro sorprendentemente exento de sangre, y de política. La violencia, cuando ocurre, casi siempre ocurre fuera de plano; las motivaciones de los personajes, cuando se explicitan, son vagas o personales, y no ideológicas. Quizás sea esta la forma en la que se está escribiendo sobre el conflicto vasco (aunque no es así en obras como Martutene, por ejemplo), pero en ese caso creo que a la narración de estos años de plomo todavía le quedan muchos capítulos por llenar.
Título original: Our Wars
Año de publicación: 2011
Valoración: interesante
En 2011, después de recoger un premio en la Feria del Libro de Guadalajara (de México), Fernando Aramburu hizo unas polémicas declaraciones en las que afirmaba que "los autores vascos no escriben sobre ETA". Ese mismo año, como para llevarle la contraria, Mikel Ayerbe publicaba en inglés, en Nevada, la antología Our Wars. Short Fiction on Basque Conflict, adaptada al español en 2014 y publicada por Lengua de Trapo.
Como indica su título, esta es una antología de relatos sobre los conflictos vascos, en plural. Y estos conflictos son la Guerra Civil, y el más habitualmente llamado "conflicto vasco", o sea, el terrorismo de ETA. Esta elección de estos dos conflictos, que personalmente me parece bastante cuestionable, no es casual, sino que responde a una determinada narración de la historia vasca que establece una continuidad entre la Guerra Civil y la represión de la posguerra, y la aparición de ETA a finales de los 50. (Hay incluso quien va todavía más atrás y relaciona estos conflictos con las guerras carlistas, un despropósito histórico del que parece burlarse Iban Zaldua, siempre tan ácido, en su relato "Guerras civiles").
Personalmente, unir en un mismo volumen relatos sobre la Guerra Civil y sobre el "conflicto vasco" me parece un error, no solo porque no comparto esa narración que establece una relación casi-causal entre la Guerra Civil y ETA, sino sobre todo porque se trata de conflictos distintos, y con los que los autores tienen relaciones diferentes: ninguno de los escritores antologados estaban vivos en 1936-9, y en cabio todos han tenido una experiencia de primera mano de la violencia de ETA, lo que sin duda condiciona su forma de escribir sobre los dos "conflictos".
De ahí que haya leído con algo menos de interés los primeros cuentos del volumen, en particular aquellos que pertenecen a autores más reconocidos, como Bernardo Atxaga o Ramon Saizarbitoria. No es que sus cuentos sean malos, ni mucho menos, pero no aportan gran cosa novedosa, y su extensión mayor que el resto (ocupan casi la mitad del libro) les concede un lugar preemiente que condiciona la lectura del volumen. "Dos piedras", de Inazio Mujika Iraola, es un relato interesante, pero que apunta en una dirección que siguen muchos otros autores: la despolitización del conflicto, su transformación en algo personal, individal (un triángulo amoroso, en este caso).
Tras el relato de Iban Zaldua ya mencionado, que funciona como bisagra de la antología, los siguientes relatos tratan ya, estos sí, del conflicto vasco, el terrorismo de ETA, el terrorismo de Estado, etc. Naturalmente, hay algunos relatos más conseguidos que otros (me han gustado "Actualidad política", de Eider Rodríguez, por su ambiente claustrofóbico, o los de Harkaitz Cano o Ur Apalategi, por su tono irónico y su visión metaliteraria del conflicto); también hay relatos que tratan más directamente el tema de la violencia, mientras que en otros es casi una nota tangencial, y cabe preguntarse si se justifica su inclusión en el volumen (caso de "Heredera" de Xabier Montoia, "Recuerdos" de Karmele Jaio o "El tipo", de Ainguer Epalza).
Siempre es muy fácil criticar a un antólogo, por supuesto: es mucho más fácil criticar una antología que organizarla. Mi conocimiento de la literatura vasca en euskera tampoco me permite enmendarle la plana a Mikel Ayerbe: no sé si hay relatos mejores sobre el conflicto vasco o no. La sensación que sí tengo, después de terminar el volumen, es que se trata de un libro sorprendentemente exento de sangre, y de política. La violencia, cuando ocurre, casi siempre ocurre fuera de plano; las motivaciones de los personajes, cuando se explicitan, son vagas o personales, y no ideológicas. Quizás sea esta la forma en la que se está escribiendo sobre el conflicto vasco (aunque no es así en obras como Martutene, por ejemplo), pero en ese caso creo que a la narración de estos años de plomo todavía le quedan muchos capítulos por llenar.
viernes, 26 de agosto de 2016
Colaboración: Pim Pam Pum de Alejandro Rebolledo
Idioma original: español
Año de publicación: 1998
Valoración: Muy recomendable
A raíz de la temprana (y todavía inexplicable) muerte del escritor venezolano Alejandro Rebolledo hace unos días, me enteré que había publicado una novela de culto en 1998 llamada Pim Pam Pum. Vivo Venezuela como una maldición de la que es mejor mantenerse a salvo, así es que no tenía ni idea de quién era Rebolledo ni qué pito jugaba en la escena literaria del país. Hubiera podido pasar de largo ante la mención de la novela, si no fuera porque alguien contaba que había sido un hito para la generación a la que pertenezco; es decir, la generación bisagra entre el desmadre del bipartidismo y el apocalipsis del chavismo. Rápidamente me picó la curiosidad y me la compré en versión electrónica por tres euros en Amazon. Apenas la maquinita me mostró el primer párrafo, me vi succionada por el texto. Sin pretensiones intelectuales allí estaba una Caracas a la que yo no quería volver y, sin embargo, era adictiva. Su violencia; las drogas, el consumismo, los suicidas y los punks estaban allí para decir otra cosa. No sé qué sea esa otra cosa pero se me ocurre que tiene algo que ver con un país que se comió a sus hijos. Es difícil saber qué es eso que duele en un relato que podría ser cómico, picaresco o una suerte de road movie urbana.
A través de diferentes voces, se relatan las peripecias de varios jóvenes que se van entrecruzando a lo largo de la ciudad. Un falso secuestro, una fiesta en el Country Club, un operativo policial, la ejecución de una perra, el robo del escudo de una embajada, la compra de un revólver, la venta de una motocicleta, la migración de una reportera ambiciosa, la programación de un locutor de radio, son algunos de los elementos caóticos del paisaje urbano. Pero la novela de Rebolledo no es simplemente la historia de una generación, es también una propuesta narrativa. De poco valen las descripciones ya que los protagonistas se construyen en el propio lenguaje; un lenguaje en ebullición, reservado a los iniciados de las tribus urbanas.
El ritmo de la historia es el de la turbulencia de las drogas, ralentizado con la marihuana, explosivo con los ácidos y acelerado, casi atropellado, con el perico. Si tuviera que describir la novela en tres palabras diría que lo suyo es la vorágine del vacío. Es la narración de un ruido brutal: el del hastío de un fin de siglo desesperanzador.
Creo que cualquier caraqueño que esté entre los 30 y picote y casi 50 podría reconocerse en algunos de los personajes de la novela; en lo que fuimos y en los que se perdieron en el camino. A diferencia de otros relatos urbanos que he leído más o menos contemporáneos, Pim Pam Pum consigue una mirada transversal a todas las clases sociales, a pesar de que su foco esté en el de la clase media alta. En un país que durante décadas ha sido leído en términos de clase, me resultó un hallazgo el retrato de una vaciedad existencial común.
He escuchado que Pim Pam Pum ha sido mal recibida por el establisment literario local. Es un hecho que confirmo con la crítica negativa que le hace Rodrigo Blanco Calderón. Como toda narración adolescente es irreverente y rompedora de las formas “correctas” del lenguaje y de lo que es “importante” narrar en Venezuela. Pero creo que la polémica de fondo que ha vuelto a revivir tras la muerte del autor, es que la novela demuele dos mitos que han servido para resguardarnos de la debacle: el del pasado maravilloso que tuvimos antes del chavismo, y el de la ruptura emancipadora que este significó respecto a la ruina de los noventas. En la continuidad de una misma debacle, esta novela sigue siendo tremendamente contemporánea y desoladora.
Año de publicación: 1998
Valoración: Muy recomendable
A raíz de la temprana (y todavía inexplicable) muerte del escritor venezolano Alejandro Rebolledo hace unos días, me enteré que había publicado una novela de culto en 1998 llamada Pim Pam Pum. Vivo Venezuela como una maldición de la que es mejor mantenerse a salvo, así es que no tenía ni idea de quién era Rebolledo ni qué pito jugaba en la escena literaria del país. Hubiera podido pasar de largo ante la mención de la novela, si no fuera porque alguien contaba que había sido un hito para la generación a la que pertenezco; es decir, la generación bisagra entre el desmadre del bipartidismo y el apocalipsis del chavismo. Rápidamente me picó la curiosidad y me la compré en versión electrónica por tres euros en Amazon. Apenas la maquinita me mostró el primer párrafo, me vi succionada por el texto. Sin pretensiones intelectuales allí estaba una Caracas a la que yo no quería volver y, sin embargo, era adictiva. Su violencia; las drogas, el consumismo, los suicidas y los punks estaban allí para decir otra cosa. No sé qué sea esa otra cosa pero se me ocurre que tiene algo que ver con un país que se comió a sus hijos. Es difícil saber qué es eso que duele en un relato que podría ser cómico, picaresco o una suerte de road movie urbana.
A través de diferentes voces, se relatan las peripecias de varios jóvenes que se van entrecruzando a lo largo de la ciudad. Un falso secuestro, una fiesta en el Country Club, un operativo policial, la ejecución de una perra, el robo del escudo de una embajada, la compra de un revólver, la venta de una motocicleta, la migración de una reportera ambiciosa, la programación de un locutor de radio, son algunos de los elementos caóticos del paisaje urbano. Pero la novela de Rebolledo no es simplemente la historia de una generación, es también una propuesta narrativa. De poco valen las descripciones ya que los protagonistas se construyen en el propio lenguaje; un lenguaje en ebullición, reservado a los iniciados de las tribus urbanas.
El ritmo de la historia es el de la turbulencia de las drogas, ralentizado con la marihuana, explosivo con los ácidos y acelerado, casi atropellado, con el perico. Si tuviera que describir la novela en tres palabras diría que lo suyo es la vorágine del vacío. Es la narración de un ruido brutal: el del hastío de un fin de siglo desesperanzador.
Creo que cualquier caraqueño que esté entre los 30 y picote y casi 50 podría reconocerse en algunos de los personajes de la novela; en lo que fuimos y en los que se perdieron en el camino. A diferencia de otros relatos urbanos que he leído más o menos contemporáneos, Pim Pam Pum consigue una mirada transversal a todas las clases sociales, a pesar de que su foco esté en el de la clase media alta. En un país que durante décadas ha sido leído en términos de clase, me resultó un hallazgo el retrato de una vaciedad existencial común.
He escuchado que Pim Pam Pum ha sido mal recibida por el establisment literario local. Es un hecho que confirmo con la crítica negativa que le hace Rodrigo Blanco Calderón. Como toda narración adolescente es irreverente y rompedora de las formas “correctas” del lenguaje y de lo que es “importante” narrar en Venezuela. Pero creo que la polémica de fondo que ha vuelto a revivir tras la muerte del autor, es que la novela demuele dos mitos que han servido para resguardarnos de la debacle: el del pasado maravilloso que tuvimos antes del chavismo, y el de la ruptura emancipadora que este significó respecto a la ruina de los noventas. En la continuidad de una misma debacle, esta novela sigue siendo tremendamente contemporánea y desoladora.
Firmado: Magdalena López
jueves, 25 de agosto de 2016
Richard Price: Los impunes
Idioma: inglés
Título original: The whites
Año de publicación: 2016
Traducción: Óscar Palmer
Valoración: muy recomendable
Al lector ocasional de este blog puede que le parezca poco menos que una herejía que yo proclame que el género policial me suscita escepticismo. O que le escandalice que cosas como Agatha Christie (válidas como inicio a la lectura y blablabla) me parezcan apenas medio (va, uno) escalón por encima de la novela romántica o la del Oeste. Por repeticiones de esquemas y por escasa perdurabilidad. Puede leerse y devolverse al tipo de la tienda a ver qué recuperamos o por cuál nos la cambia que no hayamos leído ya. Pero su lugar en la estantería nunca va a ser el preferencial. Y si digo esto, y si aprovecho para sacar algunos conceptos que se quedaron fuera cuando escribí sobre ese bluff que me pareció La chica del tren es porque Los impunes es justo el negativo de esa literatura basada en el misterio y el susto y el ayayay, esa literatura del menosmalqueloheacabao en la que, lapidadme que me lo merezco, se ha convertido casi todo el género desde la invasión del thriller escandinavo, y solamente redimido por las incursiones en el terror psicológico o la prosa elegante de autores como Pierre Lemaitre y pocos más.
Así que me encanta que Los impunes no quede relegado al arrinconamiento de las series negras y se le considere como lo que es, literatura, con escenarios y personajes coincidentes con cierto género, pero literatura.
Las manos se elevan con las piedras cuando digo frases como esta última. Lo sé.
Y eso que con The wanderers me llevé una relativa decepción. Pero Price la escribió con 24 años. De eso ha pasado ya tiempo, y Price, aparte (qué pesados con mencionarla siempre) de ser guionista de The Wire y de alguna película, ha evolucionado, ha enriquecido su estilo y ha conocido en profundidad el mundo que describe. Los impunes recuerda (cuando se conoce su progresivo desarrollo) a cierta novela (no insistáis porque no diré cual) de Patricia Highsmith. Pero está adaptada a los tiempos que corren y carece de la ingenuidad que la ha castigado con el tiempo (a la de Highsmith). Es hora ya de reivindicar que el género se ha retroalimentado de mucho del contenido visual de series y películas, y que las figuras cinematográficas (inspectores de vidas grises y apáticas arrastrados por las desgracias que su trabajo les obliga a ver un día y otro) nos son familiares. Billy Graves es un personaje más entre ellos, pero dejad que os diga que es memorable, porque Price sabe hasta saltarse el estereotipo del héroe casual y lo define con todos sus claroscuros y sus contradicciones. Es un policía que vive con su mujer, Carmen, enfermera, sus dos hijos, y su padre, antiguo policía devastado por la demencia senil. Los impunes del título son criminales que Billy y otros compañeros del cuerpo consiguieron detener, pero que se zafaron de pagar sus culpas. Asesinos, en su mayoría, que se pasean tranquilamente gracias a un juicio favorable o a algún error de instrucción. Y al grupo de policías esa injusticia le corroe. A Billy, además, le están pasando cosas extrañas. Alguien está acosando a su familia y no sabe quién ni por qué.
Los impunes, lectura ágil, adictiva, pero comprometida con la coherencia y con fragmentos muy notables (puntualmente destella la minuciosidad descriptiva basada en los detalles de un Franzen) no merece ser confinada por su temática o su desarrollo. Price se ha preocupado de que el lector quede sumergido en ese submundo que es el cuerpo de policía de Nueva York y lo ha hecho evitando los recursos fáciles del susto, la sorpresa o el giro argumental. Una novela muy disfrutable.
Otras obras de Price en ULAD: The Wanderers, La vida fácil
Los impunes, lectura ágil, adictiva, pero comprometida con la coherencia y con fragmentos muy notables (puntualmente destella la minuciosidad descriptiva basada en los detalles de un Franzen) no merece ser confinada por su temática o su desarrollo. Price se ha preocupado de que el lector quede sumergido en ese submundo que es el cuerpo de policía de Nueva York y lo ha hecho evitando los recursos fáciles del susto, la sorpresa o el giro argumental. Una novela muy disfrutable.
Otras obras de Price en ULAD: The Wanderers, La vida fácil
miércoles, 24 de agosto de 2016
Arturo Maccanti: Amor o nada (Antología poética)
Idioma original: Español
Año de publicación: 2015
Valoración: Bastante recomendable
Año de publicación: 2015
Valoración: Bastante recomendable
Volvemos a la carga con más poesía. Y es que parece que, como las bicicletas, la poesía es para el verano. Tiempo para leer quizá con más calma tumbado en la playa, en un jardín, en un parque. Para leer un poema, pensar en el, no pasar página, volver a leerlo. No sé. A mi en verano como que me apetece leer poesía. ¿Se nota?
En este caso, toca un poeta canario, Arturo Maccanti, fallecido en 2014. Un poeta con una extensa obra, desde sus primeras publicaciones allá por 1959 hasta el año 2005.
Y reseñamos una antología editada en 2015 con varios de los poemas del autor. No sé si una antología es la mejor forma de conocer la obra de un poeta, pero sí lo es a la hora de, al menos, acercarse a ella.
En este caso la antología se estructura en torno a los grandes temas de Maccanti (y de la mayoría de los poetas): la infancia, la memoria, el recuerdo y la propia poesía (quizá habría que dedicar alguna entrada a la "metapoesía"). Además de estos temas , la insularidad (de la tierra y del ser humano) está muy presente en la obra de Maccanti.
Se observa en la antología que su obra más temprana, escrita fundamentalmente en forma de soneto, bebe de la primera época de Ángel González o de Blas de Otero, de esa poesía existencial o existencialista. Con el paso de los años, la forma y el contenido de los poemas se abre a nuevos temas, como los citados con anterioridad, y a nuevas formas como la prosa poética.
Para terminar solo decir que Maccanti es otro de esos poetas "olvidados" por el mundo en general, aunque tremendamente respetado y querido, y con razón, en su Canarias natal.
martes, 23 de agosto de 2016
Edgar Wallace: El hombre que no era nadie
Idioma original: inglés
Título original: The Man Who Was Nobody
Año de publicación: 1927
Traducción: E. A. (para más datos, preguntar en la editorial Santillana)
Valoración: está bien
Título original: The Man Who Was Nobody
Año de publicación: 1927
Traducción: E. A. (para más datos, preguntar en la editorial Santillana)
Valoración: está bien
Reseñamos por fin aquí un libro de Edgar Wallace, escritor miembro de una célebre estirpe, al ser descendiente directo del héroe escocés William Wallace y tío-abuelo del no menos eximio -o incluso más afamado aún... en según qué ámbitos- David Foster Wal... Vale, no, de acuerdo: todo este rollo es más falso que un euro de madera. Para empezar, ni estirpe célebre, tío-abuelo, ni chufas fritas... Para continuar, el bueno de Edgar Wallace ni siquiera se llamaba así, al menos de nacimiento, pues era el hijo ilegítimo de dos actores de la época victoriana. Y por último, no le hace falta ninguna pertenecer a una familia de renombre para tener su lugar en la historia de la literatura: hablamos de un señor que escribió 170 novelas, nada menos y 18 obras de teatro, amén de infinidad de relatos breves (más de 900) y artículos periodísticos, al que se le considera inventor del thriller literario y que fue guionista de la película King Kong... ¡ahí es nada; sólo con eso cualquiera dejaría esta vida feliz! Cierto es que hoy en día no es demasiado recordado, ni siquiera en su Inglaterra natal, aunque, sin duda, injustamente. ¡Pero una vez, aquí esta ULAD para desfacer el entuerto, en la medida de lo posible.
De acuerdo, también es verdad que, al menos la novela de la que hablamos hoy, no es que sea para tirar cohetes. Siguiendo la estructura al parecer típica de estos thrillers, se plantean, al principio de la novela, unas circunstancias misteriosas, vinculadas a un posible crimen, y luego el lector va asistiendo al desarrollo y posterior resolución de esos misterios, sin que ni él ni los personajes desde cuyo punto de vista se presenta la narración -en este cado, Marjorie Stedman, la joven y hermosa secretaria de un abogado- tengan del conjunto sino datos fragmentados y una visión del conjunto forzosamente parcial. No es, pues, una novela-problema o una narración de misterio al estilo clásico, por más que en ella aparezcan los mismos elementos que en las de Agatha Christie, sin ir más lejos: un pequeñopueblo de la campiña inglesa, nobles desaparecidos, fortunas forjadas en minas de oro del Kalahari, petimetres locales, damas que juegan al bridge y actrices de la escena teatral londinense. Además, claro, del "hombre que no era nadie", que responde al improbable nombre de Pretoria Smith (igual que, para el caso, podía haber sido Johannesburg Jones...).
Huelga decir que la novela no satisfará, pienso yo, ni a los amantes del policíaco más duro ni a los de los rompecabezas criminales, pero como baza cuenta con el encanto de los años veinte... y además, con apenas 170 páginas, capítulos cortos y abundante diálogo (precursor Wallace, por tanto, de las técnicas del best-seller), así que se lee en una tarde y aún sobra tiempo para merendar y salir a dar una vuelta. Veranito perfecto...
De acuerdo, también es verdad que, al menos la novela de la que hablamos hoy, no es que sea para tirar cohetes. Siguiendo la estructura al parecer típica de estos thrillers, se plantean, al principio de la novela, unas circunstancias misteriosas, vinculadas a un posible crimen, y luego el lector va asistiendo al desarrollo y posterior resolución de esos misterios, sin que ni él ni los personajes desde cuyo punto de vista se presenta la narración -en este cado, Marjorie Stedman, la joven y hermosa secretaria de un abogado- tengan del conjunto sino datos fragmentados y una visión del conjunto forzosamente parcial. No es, pues, una novela-problema o una narración de misterio al estilo clásico, por más que en ella aparezcan los mismos elementos que en las de Agatha Christie, sin ir más lejos: un pequeñopueblo de la campiña inglesa, nobles desaparecidos, fortunas forjadas en minas de oro del Kalahari, petimetres locales, damas que juegan al bridge y actrices de la escena teatral londinense. Además, claro, del "hombre que no era nadie", que responde al improbable nombre de Pretoria Smith (igual que, para el caso, podía haber sido Johannesburg Jones...).
Huelga decir que la novela no satisfará, pienso yo, ni a los amantes del policíaco más duro ni a los de los rompecabezas criminales, pero como baza cuenta con el encanto de los años veinte... y además, con apenas 170 páginas, capítulos cortos y abundante diálogo (precursor Wallace, por tanto, de las técnicas del best-seller), así que se lee en una tarde y aún sobra tiempo para merendar y salir a dar una vuelta. Veranito perfecto...
lunes, 22 de agosto de 2016
Andrés Neuman: La vida en las ventanas
Idioma original: español
Año de publicación: 2002 (revisada en 2016)
Valoración: está bien
La vida en las ventanas es una novela epistolar para el siglo XXI: en vez de cartas, emails. Y dado que fue publicada originariamente en 2002 (yo tuve mi primera cuenta de email solo un año antes), debió de ser una de las primeras obras en usar ese recurso. Claro que eso no la convierte necesariamente en una gran novela, y el hecho de reeditarla ahora, aunque "adaptada", hace que se note todavía más lo rápido que se mueve el tiempo en el siglo XXI...
El protagonista de La vida en las ventanas es Net (sí, Net), un universitario veinteañero irónico y algo inmaduro, miembro de una familia que se quiere presentar como disfuncional (pero que en realidad no es demasiado diferente de muchas familias de clase media españolas) y que escribe obsesivamente emails sin respuesta a su ex-novia, Marina, mientras empieza una relación con otra chica, Cintia, contándole su vida y la de su hermana Paula, la de sus padres o la de su amigo Xavi, barman-literato (o literato-barman) en trayectoria descendente.
Y en realidad, eso es todo lo que hay: Net (sí, Net) hablando de sí mismo, de su familia y de sus amigos; paseando, saliendo de copas, emborrachándose, ligando, masturbándose, consiguiendo trabajos precarios, abandonando trabajos precarios, follando, aburriéndose, comiendo, viendo la tele. Como la vida misma. Personalmente esperaba que la novela fuese creciendo, hasta llegar a algún tipo de clímax, pero más allá de alguna revelación sobre la familia del protagonista, la novela se mantiene en un mismo tono hasta el final.
Así que casi podía hacer como ciertas revistas de cine cuando critican películas, y ponen un cuadradito con "lo mejor" y "lo peor" para lectores vagos que no tienen ganas de leerse la reseña entera:
Lo mejor: el sentido del humor y la ligereza con la que se cuenta la historia. Algunos hallazgos ingeniosos de estilo (antítesis, metáforas, repeticiones). Los personajes secundarios, como la hermana o el amigo.
Lo peor: Cuando el personaje (¿el autor?) quiere ponerse profundo sobre la vida, sobre la soledad o sobre la muerte, y no consigue elevarse más allá del tópico. La intrascendencia del conjunto.
No cabe duda de que Andrés Neuman tiene una pluma ágil y un sentido del humor afilado. Pero eso no es suficiente para escribir una gran novela, si no hay además una buena historia por detrás; y en este caso, la verdad, no la hay. Queda la anécdota de que sea (probablemente) una de las primeras novelas epistolares compuestas por emails, y las ganas de leer a Andrés Neuman escribiendo sobre algo con más "chicha". Pero eso tendrá que ser en otra novela...
También de Andrés Neuman: Hacerse el muerto
Año de publicación: 2002 (revisada en 2016)
Valoración: está bien
La vida en las ventanas es una novela epistolar para el siglo XXI: en vez de cartas, emails. Y dado que fue publicada originariamente en 2002 (yo tuve mi primera cuenta de email solo un año antes), debió de ser una de las primeras obras en usar ese recurso. Claro que eso no la convierte necesariamente en una gran novela, y el hecho de reeditarla ahora, aunque "adaptada", hace que se note todavía más lo rápido que se mueve el tiempo en el siglo XXI...
El protagonista de La vida en las ventanas es Net (sí, Net), un universitario veinteañero irónico y algo inmaduro, miembro de una familia que se quiere presentar como disfuncional (pero que en realidad no es demasiado diferente de muchas familias de clase media españolas) y que escribe obsesivamente emails sin respuesta a su ex-novia, Marina, mientras empieza una relación con otra chica, Cintia, contándole su vida y la de su hermana Paula, la de sus padres o la de su amigo Xavi, barman-literato (o literato-barman) en trayectoria descendente.
Y en realidad, eso es todo lo que hay: Net (sí, Net) hablando de sí mismo, de su familia y de sus amigos; paseando, saliendo de copas, emborrachándose, ligando, masturbándose, consiguiendo trabajos precarios, abandonando trabajos precarios, follando, aburriéndose, comiendo, viendo la tele. Como la vida misma. Personalmente esperaba que la novela fuese creciendo, hasta llegar a algún tipo de clímax, pero más allá de alguna revelación sobre la familia del protagonista, la novela se mantiene en un mismo tono hasta el final.
Así que casi podía hacer como ciertas revistas de cine cuando critican películas, y ponen un cuadradito con "lo mejor" y "lo peor" para lectores vagos que no tienen ganas de leerse la reseña entera:
Lo mejor: el sentido del humor y la ligereza con la que se cuenta la historia. Algunos hallazgos ingeniosos de estilo (antítesis, metáforas, repeticiones). Los personajes secundarios, como la hermana o el amigo.
Lo peor: Cuando el personaje (¿el autor?) quiere ponerse profundo sobre la vida, sobre la soledad o sobre la muerte, y no consigue elevarse más allá del tópico. La intrascendencia del conjunto.
No cabe duda de que Andrés Neuman tiene una pluma ágil y un sentido del humor afilado. Pero eso no es suficiente para escribir una gran novela, si no hay además una buena historia por detrás; y en este caso, la verdad, no la hay. Queda la anécdota de que sea (probablemente) una de las primeras novelas epistolares compuestas por emails, y las ganas de leer a Andrés Neuman escribiendo sobre algo con más "chicha". Pero eso tendrá que ser en otra novela...
También de Andrés Neuman: Hacerse el muerto
domingo, 21 de agosto de 2016
Alberto Santamaría: Paradojas de lo Cool
Año de publicación: 2016
Valoración: recomendable
Paradojas de lo Cool está constituido por nueve artículos (uno de ellos le aporta título) más una introducción. Artículos que han sido editados, dice la contratapa, algunos de ellos, supongo que para pulirlos o para, integrados ya en un texto de mayor extensión y ambición, aportarles un toque unitario. Si le añadimos una curiosa maquetación (con el texto más legible, descentrado siempre hacia el exterior de la encuadernación) que le aporta un aspecto más alineado con el amateurismo (porque dudo que nadie lea esto sepa que era aquello del ciclostyl), y algún pequeño detalle (el libro se incluye dentro de una colección denominada Textos (In)Surgentes) pronto comprendemos que nos encontramos ante eso que se llama cultura alternativa.
Todo correcto. La cosa se confirma más. Menciones a Walter Benjamin. a Rancière, Tresell o Zizek, a varias obras del muy interesante catálogo de Capitán Swing, alinean claramente estos artículos en su aspecto ideológico. Demasiado claramente, diría. No me toméis por un quejica. El proselitismo a través de los textos es completamente legítimo, faltaría. Pero quizás, sugiero, la sutileza resulta efectiva cuando se trata de (iba, ugh, a decir "captar adeptos") obtener apoyos. Paradojas de lo Cool, con sus numerosos ejemplos y referencias, con sus razonamientos algo cargados y alambicados, de conceptos polisílabos (desidentificación, plurivocidad, indiscernibilidad, fantasmática, esto, ¿alguien ahí sabe qué quiere decir "gnoseológicamente"?), acaba haciendo una, a mi gusto, excesiva concesión hacia epatar en lo intelectual en vez de explicar en lo mundano. Quiero decir, Santamaría arrastra cierta tendencia a convencer a quien ya está convencido. No me malinterpretéis. YO estoy ya convencido.
De que las grandes editoriales (incluidas muchas de las que reseñamos aquí libros que nos gustan muchísmo) pertenecientes a grupos de comunicación tejen finas telarañas generadoras de opinión política.
De que los intereses capitalistas toman disfraces aparentemente inocuos y atractivos (calidad, creatividad) para, a la postre, servir a sus únicas y últimas finalidades (generar provecho económico). De que los mecenazgos tienen siempre algún objetivo oculto (fiscal, social, político).
De prácticamente todo lo que explica y da ejemplos Santamaría ya estamos informados o alertados y ya barruntábamos que algo sucio andaba por ahí. No digo que textos así no sean necesarios, y que su publicación dentro de canales alternativos no sea la mejor manera de demostrar compromiso con sus propios contenidos. Pero, y ya que uno de los textos menciona la figura del caballo de Troya, ¿no sería mejor, si de alcanzar al público que duda se trata, intentar una estrategia menos frontal, más sibilina?
Total, "los otros" ya sabemos que andan mucho tiempo haciéndolo.
sábado, 20 de agosto de 2016
Antonio Gala: El corazón tardío
Año de publicación: 1998
Valoración: Se deja leer
Escogí esta lectura por cuestiones más colectivas que
personales y me equivoqué: por un lado, no encajaba en el asunto propuesto, por
otro, mis reservas estaban mucho más justificadas de lo que suponía. No niego
que el gusto artístico y literario contiene una importante porción de
subjetividad, pero el gusto se educa y si un texto disgusta más de la cuenta,
si cuesta trabajito leerlo, quizá la intuición nos esté avisando de que algo
falla a pesar de la fama asociada a determinados apellidos. Pueden imaginarse,
pues, que lo que viene a continuación no van a ser, precisamente, alabanzas.
Aunque, eso sí, prometo ser ecuánime y dar al Cesar lo que es suyo resaltando
cualquier mérito que encuentre, que alguno hay, por supuesto, como en cualquier
obra que se pueda calificar de literaria.
Pero eso lo dejaré para el final. El corazón tardío es un conjunto de veintiocho relatos, la mayoría
muy cortos, en los que su autor se mira el ombligo a conciencia. Me explico. No
tengo nada en contra de que los escritores hablen de sí mismos, pero una cosa
es lo que acabo de leer y otra muy distinta un meritorio ejercicio de
introspección donde se extrapolan rasgos universales, o comunes a un grupo concreto,
de forma que los lectores puedan verse reflejados. Cualquier de ustedes
recordará un puñado de ejemplos de lo segundo, el paradigma de lo primero lo
tenemos aquí.
Eso en cuanto al contenido. Claro que el estilo tampoco
se queda corto: pedante y rebuscado en su mayor parte. Y aún así con alguna
incorrección sintáctica, debida quizá a que algunos relatos se escribieron
cuando Gala no había alcanzado aún la madurez como escritor, a una prisa
excesiva por darlo a la imprenta o a todo a la vez. Recuerdo que en su momento
se anunció a bombo y platillo este libro (cuyo título es casi idéntico al de cierta
canción de éxito que por entonces no dejaba de sonar, aún no me explico por qué)
para caer en el olvido enseguida.
La temática amorosa constituye el eje en torno al cual
gira todo. El propósito y el tono son también muy similares, pero algunas historias
llevan ventaja a las otras, una irregularidad beneficiosa en este caso. En mi
opinión, son cinco los que se salvan:
Los
besos presenta a una mujer en dos momentos muy distintos que se alternan y que al
principio solo distinguimos por la tipografía, hay que situarse para percibir
el contraste entre los dos. La primera escena, cronológicamente hablando, nos muestra
a la jovencita enamorada disfrutando junto a su novio de una tarde en el campo;
en la segunda, vemos a la misma mujer, ya madura, desencantada, prosaica y empujada
por la costumbre, sin rastro de sentimientos por el chico de entonces, como no
sean rencor y desprecio.
Muy superior a este –quizá el mejor de todo el volumen– me
parece Día sin accidentes. También
aquí se da una alternancia pero no se establece de forma explícita. El
protagonista es un chaval habituado a trasladarse, gracias al poder de la
imaginación, a un mundo paralelo mucho más amable que el real cada vez que
quiere y le dejan. Un retrato simpático, emotivo, lleno de fantasía y optimismo que contrasta con el
tono taciturno del resto y nos dejaría un regusto agradable si no tuviese ese
final dramático que no le hacía ninguna falta.
Una mujer repasa su vida –como todas, con grandes dramas
y momentos felices–durante el velatorio de su esposo, en La viuda y el espantapájaros. No se trata de un monólogo (como
aquella novela de Delibes) sino de una narración en tercera persona, no exenta
de fantasía, que refleja tanto los pensamientos de la viuda, que no asume lo
que ha sucedido, como lo que ocurre a su alrededor y lo que tendrá lugar unos días
más tarde.
Un recorrido por el Madrid de la época –de Cibeles a la
calle Sacramento (junto a la plaza de la Villa), pasando por el paseo del
Prado, la carrera de san Jerónimo, puerta del Sol, plaza Mayor etc.– mostrando los
tipos más representativos de entonces y el lenguaje que utilizaban, es este Itinerario para un anochecer de 1961.
Tampoco hacía falta que terminara así, y no digo más.
Tres personajes –una madre que se siente ignorada, un
padre con Alzheimer y un hijo que les ha salido algo raro y nunca ha sabido
demostrar su cariño– monologando en la misma habitación mientras se ignoran
mutuamente es el asunto de La compañía. Para
mí, y junto al mencionado Día sin
accidentes, el más conmovedor de todos.
A destacar el prólogo, a cargo de la desaparecida Ana
María Matute nada menos, que realiza un análisis –somero pero atinado– en el
que habla de “hermosa sorpresa” a la que “es imposible resistirse”. No
esperábamos menos de ella, claro que sí.
Por fortuna, la portada de mi edición no es la de la
rosa. Una idea que –reconozcámoslo – va a tono con el texto por mucho espanto
que nos produzca.Del mismo autor: El manuscrito carmesí, Anillos para una dama
viernes, 19 de agosto de 2016
Bohumil Hrabal: Clases de baile para mayores
Idioma original: Checo
Título original: Pábiltelé
Traducción: Jitka Mlejnková y Alberto Ortiz
El abuelo Cebolleta es, probablemente, el personaje más recordado del famosísimo comic de Vázquez “La familia Cebolleta”, de gran éxito en la España de los 50 y60. Este personaje, con su pie vendado, su barba blanca, su bufanda y su bastón, se hizo tan famoso que ha pasado a formar parte del lenguaje popular para referirse a personas cuyo único afán es relatar, una y otra vez, sus supuestas peripecias y batallitas de sus años mozos.
Título original: Pábiltelé
Traducción: Jitka Mlejnková y Alberto Ortiz
Año de publicación: 1964
Valoración: Recomendable
El abuelo Cebolleta es, probablemente, el personaje más recordado del famosísimo comic de Vázquez “La familia Cebolleta”, de gran éxito en la España de los 50 y60. Este personaje, con su pie vendado, su barba blanca, su bufanda y su bastón, se hizo tan famoso que ha pasado a formar parte del lenguaje popular para referirse a personas cuyo único afán es relatar, una y otra vez, sus supuestas peripecias y batallitas de sus años mozos.
Pues bien, el
protagonista de esta gamberrada perpetrada por Bohumil Hrabal podría
ser perfectamente el “alter ego” checo del abuelo Cebolleta.
Tal y como se nos
cuenta en el prólogo, el protagonista del libro es el tío del
autor, de nombre Pepin. Un hombre al que le falla la memoria,
desaseado y del que, según su familia, las mujeres se reían. Un
hombre del pueblo, y de ahí el uso de la jerga y del lenguaje
coloquial en el libro, dotado de una verborrea prodigiosa.
Gracias a esa
verborrea, el bueno de Pepin, ya de avanzada edad, se lanza a un
monólogo, que ocupa las 110 páginas del libro, con el que relata a
una mujer, a la que todos los días lleva un ramo de rosas
sustraído de jardines ajenos, todas sus
batallitas: las del servicio militar y la guerra en tiempos de
Maricastaña (léase, en tiempos del Imperio Austro-Húngaro), sus
viajes en busca de trabajo, sus conquistas o intento de conquistas
amorosas, anécdotas sin importancia, etc.
Fruto de su
estado en el momento en que se lanza a narrar sus historietas, el
monólogo resulta completamente caótico, lleno de saltos en el tiempo
y asociaciones de ideas inconexas. Pero también está lleno de
ironía, ternura y un gran sentido del humor.
Porque he de
admitir que, pese a que probablemente sea una obra menor dentro de la
extensa carrera de Hrabal, con este libro me he reído (y mucho) y he
pasado un rato de lo más entretenido. Que no es moco de pavo,
oigan.
Otros libros de Bohumil Hrabal en ULAD: Bodas en casa, Anuncio de una casa donde ya no quiero vivir, Las desventuras del viejo Werther, Yo que he servido al rey de Inglaterra, La pequeña ciudad donde se detuvo el tiempo
jueves, 18 de agosto de 2016
Kate Griffin: Kitty Peck y los asesinos del Music-Hall
Idioma: inglés
Título original: Kitty Peck and the Music hall Murders
Año de publicación: 2014
Traductor: Alejandro Palomas
Valoración: está bien
Título original: Kitty Peck and the Music hall Murders
Año de publicación: 2014
Traductor: Alejandro Palomas
Valoración: está bien
La época victoriana y la ciudad de Londres durante la misma siempre han dado mucho juego literario, quizás por el recuerdo de los grandes escritores británicos de aquellos años. pero, sobre todo, resulta una ambientación especialmente estimulante en lo que se refiere a las novelas de misterio, sin duda por los ecos que nos traen del personaje de Sherlock Holmes, pero también de los casos reales como los célebres crímenes de Jack el Destripador. Supongo que más o menos inspirada en este último personaje, que aterrorizó el East End londinense, la autora de la novela la ha ambientado en ese mismo ámbito geográfico, aunque centrando la trama en los music-halls de la zona de Limehouse, y en concreto, en los que conformaban el llamado "Paraíso", sobre el que reinaba la siniestra, opiómana y orientalizante Lady Ginger. Como han desaparecido varias chicas de sus teatros -coristas, camareras, fulanas-, esta señora del submundo de las variedades, pero también de los bajos fondos de la ciudad, decide colocar como cebo a una joven costurera y limpiadora de uno de sus teatros, Kitty Peck; también para que pague una supuesta deuda moral contraída por su desaparecido hermano Joey. Con la ayuda de su amigo, el pintor y tramoyista Lucca Fratelli, Kitty hará bastante más que servir de señuelo para atrapar al secuestrador -y tal vez asesino- de las chicas, además de descubrir un montón de secretos incómodos... alguno de los cuales también le atañe a ella.
Creo que se puede afirmar que lo mejor de esta novela es la ambientación, en una época y lugar ya digo que de lo más estimulante para estos menesteres (que se lo pregunten a Anne Perry), porque, por lo demás, la trama detectivesca no tiene demasiado recorrido, la verdad... Sí que resulta atractivo cierto aire de folletín que adopta la historia en algún momento, aunque también bordea -por suerte, sólo eso-, la novela romántica. Y no me refiero a Victor Hugo, claro, sino a algo más parecido a aquellos entrañables dibujos de Candy Candy... (que, por supuesto, yo no vi nunca... ejem). Los personajes, por otra parte, están bien trazados y delineados, pero quizás resultan un poco excesivos cuando se desvanece ese aire folletinesco al que me he referido. El melodrama, con el que también coquetea la narración, no acaba de sentarles bien, me parece. En suma, resulta una novela entretenida, adecuada para pasar las largas tardes estivales pero poco más. Sospecho que no se fijará en la memoria de nadie.
Una última aclaración, creo que pertinente: Kate Griffin también ha publicado libros como Claire North... pero ambos nombres son seudónimos (o heterónimos, incluso) de la escritora Catherine Webb, que además firma otros títulos con este su verdadero nombre. ¿Un poco confuso? Pues sepan que además existe otra escritora, diferente de la anterior, que se llama Katherine Webb... ¡Para que luego se quejen, por ejemplo, Pérez-Reverte, Martínez Reverte y Javier Reverte!
Nota post-reseña: Al parecer, y según un comentario de la propia autora del libro, he cometido un error y resulta que la Kate Griffin que ha escrito esta novela no es la misma Kate Griffin que en realidad se llama Catherine Webb (que, como ya he mencionado, es distinta de Katherine Webb). Para entendernos: podemos encontrar libros firmados por dos Kate Griffin y por dos Catherine /Katherine Webb, siendo tres personas diferentes... Mea culpa por lo que al error de atribución de autoría se refiere, por supuesto, pero... ejem, como sin duda alguna vez dijo el inmortal bardo de Stratford-Upon-Avon: ¡Ché, qué quilombo! ; )
Nota post-reseña: Al parecer, y según un comentario de la propia autora del libro, he cometido un error y resulta que la Kate Griffin que ha escrito esta novela no es la misma Kate Griffin que en realidad se llama Catherine Webb (que, como ya he mencionado, es distinta de Katherine Webb). Para entendernos: podemos encontrar libros firmados por dos Kate Griffin y por dos Catherine /Katherine Webb, siendo tres personas diferentes... Mea culpa por lo que al error de atribución de autoría se refiere, por supuesto, pero... ejem, como sin duda alguna vez dijo el inmortal bardo de Stratford-Upon-Avon: ¡Ché, qué quilombo! ; )
miércoles, 17 de agosto de 2016
Marcel Jouhandeau: Tres crímenes rituales
Título original: Trois crimes rituels
Idioma original: Francés
Traducción: Eduardo Berti
Año de publicación: 1962
Valoración: Recomendable
Idioma original: Francés
Traducción: Eduardo Berti
Año de publicación: 1962
Valoración: Recomendable
Parece que el verano es tiempo de libros breves (o muy breves), como es el caso de este "Tres crímenes rituales", de Marcel Jouhandeau, otro de los malditos de la literatura francesa. Un autor practicamente desconocido en España y casi más conocido en Francia por sus "controvertidas ideas políticas", que lo emparentan con Celine, Hamsun y compañía, que por su muy extensa obra.
Gracias a la editorial Impedimenta se ha publicado en España este "Tres crímenes rituales" que, pese a su brevedad, es un libro duro, áspero.
Jouhandeau parte de tres crímenes cometidos en Francia en la década de los 50, tres crímenes brutales para más señas y revestidos según el autor de un cierto carácter ritual. Nos explica someramente los hechos y a partir de estos pone el foco no en el asesino o en su "modus operandi" ni en la víctima, sino en las posibles "motivaciones" del crimen.
El libro es fundamentalmente una "anatomía del mal", un intento de explicar lo que parece inexplicable, una tentativa de introducir una lógica en lo irracional, tratando de escarbar en la psicología tanto de los asesinos e instigadores del crimen como de las víctimas. Este análisis está profundamente marcado por la personalidad del propio Jouhandeau, católico ferviente, la cual explica la omnipresencia de conceptos como la culpa, la redención y la expiación.
Como una especie de epílogo, el autor ofrece unas curiosas reflexiones sobre la justicia que merecen la pena ser leídas con la misma atención que los tres casos expuestos, aunque no haya que perder de vista su personalidad e ideología a la hora de leerlas.
Un libro que, como veis, podría estar emparentado por su temática con "A sangre fría" (T. Capote) o "El adversario" (E. Carrere), pero que ofrece un punto de vista diferente a estos dos libros.
Merece la pena comprobarlo. Sí.
Merece la pena comprobarlo. Sí.
martes, 16 de agosto de 2016
Don Winslow: El cártel
Idioma original: inglés
Título original: The Cartel
Año de publicación: 2015
Traducción: Efrén del Valle
Valoración: muy recomendable
Don Winslow vivirá toda la vida a la sombra de El poder del perro. Es algo que puede incomodarle como escritor, aunque parece irse adaptando. Tanta potencia visual tenía aquella extensa novela. Me sorprende que un tema tan poderoso no contó con la especulación de una serie por parte de un canal como HBO. O al menos no los recuerdo.
He de decir que, aunque suelo defender a los escritores que arriesgan, mientras Winslow sea capaz de atrapar de la manera en que lo hace en El cártel, que otros vayan a pedirle que escriba poesía o novela romántica, yo no voy a hacerlo. Porque esta novela, tocho de unas algo excesivas 700 páginas que huele a best-seller por los cuatro costados, me ha procurado un placer levemente culpable, pero placer al fin y al cabo. Se trata de eso, ¿no?
Alineemos a los supervivientes de esa otra novela, encabezados por Art Keller, que se oculta como apicultor (cual personaje de alguna nefasta película protagonizada por Stephen Seagall) entre monjes que ignoran -aunque algo se huelen- su fascinante pasado. Aliñemos con la insaciable sed de venganza de quien, encima, tiene infinidad de medios líquidos para perpetrarla. Y ya tenemos ese clásico enfrentamiento entre antagónicos que son en realidad iguales. Adán Barrera, narco que se fuga de la cárcel mexicana a la que ha ido extraditado tras un "soplo " pactado versus Art Keller, agente de la DEA obsesionado de forma febril con acabar con la carrera criminal de Barrera. Vayamos añadiendo personajes: novias, segunderas, sicarios, socios, la habitual caterva de corruptos integrada por políticos, empresarios y policías, periodistas, investigadores. No nos dejemos las sorpresas: cambios de bando, sobornos, traiciones a amistad, a profesión, a vínculos de sangre, agentes dobles, infiltrados, chivatazos de último minuto y de último segundo. Vertiginoso, es cierto. Si os digo que Winslow está muy cómodo en este registro es por algo. El cártel cumple a la perfección con lo que promete desde la portada: guerras del narco. Espantosa crueldad, definitivamente más llevadera y fascinante cuando puede verse desde lejos. Sentido del ritmo y adecuadas introducciones que sitúan el contexto de los personajes. Entornos de miseria, de crueldad, de desarraigo de los cuales surge la ambición, la rabia, el desespero. Que sirven para llegar arriba, claro, pero no siempre a la cúspide. Las pugnas por el liderazgo y el dominio del territorio son de mal dirimir en esto del narcotráfico. Mucha sangre. Winslow parece a veces demasiado empeñado en mantener un crescendo en los actos violentos: parecen los hitos que marcan el desarrollo de la novela, muchas veces más allá de méritos literarios o incluso de golpes de efecto de la trama. Una cuestión menor si lo tenemos claro: siempre nos quedamos a la espera de esas exhibiciones de crueldad y una decena de páginas sin su dosis de violencia extrema (la hay a raudales, creedme) nos hacen temer que entremos en un remanso de paz. Reflexiones sobre el sentido de todo ello hay pocas: mucho dinero en juego para andarse con chiquitas. En especial en los dos antagonistas, todo es estrategia para seguir en la cumbre y liquidar a su adversario. Quienes quisieran encarnizarse con este libro lo tendrían fácil: es una simple persecución de dos hombres entre sí aderezada con montañas y montañas de acción adicional. Pero, sabiendo lo que uno va a encontrarse, uno no va a pedirle lenguaje florido ni recursos narrativos. Ritmo, ritmo, y alguna revelación por el camino que nos provoque esa repugnancia hacia las turbias estrategias de los gobiernos en la sombra: el mal menor, la contra insurgencia, el antiterrorismo. Él único dilema es cómo, siendo tan previsible, es tan disfrutable.
También de Don Winslow en Unlibroaldía: El invierno de Frankie Machine, El cártel, Los reyes de lo cool
También de Don Winslow en Unlibroaldía: El invierno de Frankie Machine, El cártel, Los reyes de lo cool
lunes, 15 de agosto de 2016
Sun Tzu: El arte de la guerra
Título original: 孫子兵法
Traducción: ¿?
Año: Siglo V a.C.
Valoración: Está bien
Yo pensaba que éste iba a pasar a ser el libro más antiguo que se había reseñado en ULAD, pero creo que hay por ahí una etiqueta ‘Siglo VI a.C.’, así que me quedaré sin el Guinness hasta que me decida a meterle mano al Código de Hammurabi.
Tampoco tiene mucha importancia –al menos para los que no somos historiadores- que el tal Sun Tzu, por lo visto un prestigioso general chino en una etapa muy convulsa de la historia de ese país, fuese o no el auténtico y único autor del libro. A él se atribuye tan pretérito título y eso nos basta, aunque haya quien diga que a su redacción contribuyó su hijo Sun Bin, o tal vez otros personajes.
Porque, aunque la aclaración tal vez sobre, 'El arte de la guerra' no es un título metafórico, sino un tratado de estrategia militar, probablemente el más antiguo que se conoce, al menos con una formulación completa y sistemática. De manera que a lo largo de sus trece capítulos, el general va poniendo negro sobre blanco los principios fundamentales para alcanzar la victoria en la batalla, ya se sabe, cuándo y cómo hay que atacar (o no), cómo organizar las tropas, cuestiones a tener en cuenta (el terreno, la meteorología) y responsabilidades de generales y oficiales. Obviamente, tampoco me voy a detener a analizar estas cuestiones, que para el lector tienen un interés muy relativo y además no dominamos en absoluto.
Lo que sí llama la atención es el énfasis que se pone en la astucia: 'Todo el arte de la guerra está basado en el engaño', ni más ni menos. Y ahí se extiende en describir cómo confundir al enemigo, maniobras de distracción o señuelos de todo tipo. En la misma línea, destaca el maestro la importancia del espionaje y la información, detallando incluso diversos tipos de espías con sus correspondientes funciones bien definidas. Ya el bravo Leónidas –más o menos contemporáneo de Sun- tuvo que sufrir en las Termópilas el efecto de un espionaje eficaz, pero aquí queda bien claro que no es un invento europeo. En todo caso, uno quizá esperaría de un general una postura más aguerrida y majestuosa, hablando de fortaleza, sacrificio y esas cosas, pero este caballero no se corta a la hora de recomendar la simulación y la contrainformación como armas fundamentales.
Es interesante también cuando Sun decide meterse en asuntos que en principio desbordan el ámbito puramente bélico. Para empezar, subraya una y otra vez que la auténtica victoria consiste siempre en evitar el conflicto, conseguir la rendición del adversario sin lucha. Seguramente, detrás de esta oda a la diplomacia y la política -más cercana del pragmatismo que de lo que hoy entenderíamos como pacifismo- se encuentre cierto humanismo de raíz taoísta, y de hecho se cita expresamente esa herencia cultural; aunque eso se lo dejamos a los expertos. Pero se incide también en la necesidad de que el soberano practique la justicia y la magnanimidad, que se evite en lo posible el exterminio del enemigo y sus núcleos de población, o la recomendación de un trato aceptable para los prisioneros. Incluso plantea la necesidad de que un general se salte órdenes superiores cuando vea claro que lo exige el buen fin de las operaciones bélicas. Realmente, no es que Sun fuese un rebelde iconoclasta, ni un remoto precursor de la Convención de Ginebra. Por el contrario, sus recomendaciones no tienen otra finalidad que la eficacia en la búsqueda de la victoria, a través de la fidelización de las tropas o la utilización en beneficio propio de los recursos humanos y materiales del enemigo. Pero aún así resulta chocante encontrar opiniones en apariencia tan modernas en un texto escrito hace 2.500 años.
De forma que este manual nos deja la sensación de trascender la materia militar de la que trata, y reunir sabiduría y lógica extensivas a otros campos, todo ello bajo unos parámetros que asociaríamos a conceptos mucho más recientes. Así que no es de extrañar que 'El arte de la guerra' se utilice aún en la actualidad, no sólo en las academias militares –que por supuesto- sino en ámbitos tan insospechados como la gestión empresarial. Y es que, al margen de que Sun Tzu incluya hasta una especie de análisis DAFO de las fuerzas, la verdad es que en las escuelas de negocios ya se echa mano casi de cualquier cosa.
Es interesante también cuando Sun decide meterse en asuntos que en principio desbordan el ámbito puramente bélico. Para empezar, subraya una y otra vez que la auténtica victoria consiste siempre en evitar el conflicto, conseguir la rendición del adversario sin lucha. Seguramente, detrás de esta oda a la diplomacia y la política -más cercana del pragmatismo que de lo que hoy entenderíamos como pacifismo- se encuentre cierto humanismo de raíz taoísta, y de hecho se cita expresamente esa herencia cultural; aunque eso se lo dejamos a los expertos. Pero se incide también en la necesidad de que el soberano practique la justicia y la magnanimidad, que se evite en lo posible el exterminio del enemigo y sus núcleos de población, o la recomendación de un trato aceptable para los prisioneros. Incluso plantea la necesidad de que un general se salte órdenes superiores cuando vea claro que lo exige el buen fin de las operaciones bélicas. Realmente, no es que Sun fuese un rebelde iconoclasta, ni un remoto precursor de la Convención de Ginebra. Por el contrario, sus recomendaciones no tienen otra finalidad que la eficacia en la búsqueda de la victoria, a través de la fidelización de las tropas o la utilización en beneficio propio de los recursos humanos y materiales del enemigo. Pero aún así resulta chocante encontrar opiniones en apariencia tan modernas en un texto escrito hace 2.500 años.
De forma que este manual nos deja la sensación de trascender la materia militar de la que trata, y reunir sabiduría y lógica extensivas a otros campos, todo ello bajo unos parámetros que asociaríamos a conceptos mucho más recientes. Así que no es de extrañar que 'El arte de la guerra' se utilice aún en la actualidad, no sólo en las academias militares –que por supuesto- sino en ámbitos tan insospechados como la gestión empresarial. Y es que, al margen de que Sun Tzu incluya hasta una especie de análisis DAFO de las fuerzas, la verdad es que en las escuelas de negocios ya se echa mano casi de cualquier cosa.
Y termino con un par de curiosidades: 1. El ejemplar de que dispongo lo compré en una Feria del Libro Anarquista (por cierto, a un precio más bien poco ‘popular’). Se trata de una edición muy bootleg, y por lo mismo no consta nombre del traductor ni del autor del prólogo, ni por supuesto un ISBN. O sea, copia fusilada de algún ejemplar, cubierta (que no es la que se ve en la imagen) y a correr. La abolición de la propiedad empieza por Sun Tzu. 2. He visto por ahí que existe incluso una versión manga. Sería realmente curioso conocerla.
domingo, 14 de agosto de 2016
Washington Irving: Rip Van Winkle
Título original: Rip Van Winkle
Idioma original: InglésTradución: Enrique Maldonado
Ilustraciones: Noemí Villamuza
Año de publicación: 1819
Valoración: Muy recomendable
Idioma original: InglésTradución: Enrique Maldonado
Ilustraciones: Noemí Villamuza
Año de publicación: 1819
Valoración: Muy recomendable
"Rip Van Winkle" es un cuento corto, valga la redundancia, de Washington Irving publicado originalmente en ¡1819! y recuperado para la causa el año pasado por Nórdica en una preciosa edición ilustrada por Noemí Villamuza.
Se trata, según los "estudiosos", del primer cuento de la literatura norteamericana, aunque me da la sensación de que la historia que narra está tremendamente presente en la tradición oral de las diferentes culturas europeas.
La historia, ambientada en los años previos a la Guerra de Independencia, está protagonizada por Rip Van Winkle, campesino de origen holandés dominado por su esposa, de buen corazón y escasa propensión al trabajo (propio). En una de sus escapadas para huir de la "tiranía" de su mujer se pierde en el bosque y se queda dormido, despertándose al cabo de 20 años.
Claro, 20 años después todo ha cambiado. Estados Unidos (llamémosle así) ya no es una colonia, el pueblo ha cambiado de arriba a abajo, algunos conocidos han muerto, etc. Y a esto se tendrá que enfrentar el bueno de Rip.
A pesar de ser una obra de ficción, Irving la viste de realidad, agregándola un previo en el que dice que la historia de Rip Van WInkle se encontró entre los papeles de Diedrich Knickerbocker, un viejo caballero de Nueva York, aficionado a la historia holandesa de la provincia.
El cuento creo que está sujeto a múltiples interpretaciones: desde la pura ciencia ficción hasta la realización del sueño americano (construirse una nueva vida, etc, etc). Pero más allá de la interpretación que cada uno quiera darle, se trata de un muy buen cuento presentado además en una cuidada y curiosa edición.
Otros libros de Washington Irving en ULAD: La leyenda del caballero sin cabeza
Otros libros de Washington Irving en ULAD: La leyenda del caballero sin cabeza
sábado, 13 de agosto de 2016
Boris Vian: La hierba roja
Idioma original: francés
Título original: L'Herbe rouge
Traductor: Jordi Martí
Año de publicación: 1950
Valoración: muy recomendable
Hace unas semanas hablaba de Boris Vian con un amigo: hablábamos de él porque en esa altura yo estaba leyendo El arrancacorazones, y porque nuestra conversación trataba de escritores que escriben con absoluta libertad; que escriben lo que quieren escribir aunque arda el mundo. Y Boris Vian es uno de esos escritores: alocados, provocadores, imprevisibles, niños que se divierten jugando con una cuchilla de afeitar. Esa sensación la tuve cuando leí, hace años, La espuma de los días; la volví a tener leyendo El arrancacorazones, y ahora otra vez con La hierba roja.
Y eso que La hierba roja es una novela menos corrosiva que otras de Boris Vian. Su trama central se podría decir que pertenece al género de la ciencia ficción: un inventor llamado Wolf ha construido, junto con su ayudante Lazuli, una máquina que permite viajar al pasado y revisitar los recuerdos del pasado, para borrarlos y olvidarlos. Construida en medio de un Cuadrado poblado de hierba roja, esta máquina es casi una parodia de la Máquina del tiempo de H. G. Wells, solo que en este caso no se viaja hacia un futuro lejano y apocalíptico, sino hacia el interior de la mente (y/o del alma) del viajero.
Así, los episodios en los que Wolf se introduce en la máquina y dialoga sobre su propio pasado con diversos personajes misteriosos (y no demasiado simpáticos, en general) son una revisitación de la infancia del personaje, de su relación con la religión, con los estudios o con el amor, una revisitación que, dicen, tiene en este caso bastante de autobiográfica. De hecho, se nota en estos capítulos una cierta nostalgia o desengaño; una nostalgia que resulta todavía más llamativa teniendo en cuenta que Boris Vian tenía solo 30 años cuando escribió el texto.
Pero claro, siendo una novela de Boris Vian, la cosa no podía ser tan simple: a esta trama central se unen otras igualmente fantásticas, como la de la extraña relación de Lazuli con Floravril, en la que un misterioso hombre de negro aparece cada vez que se disponen a hacer el amor; o el extraño personaje del senador, convertido en animal de carga o de compañía y cuyo único sueño es poseer un uapití; o la mujer de Wolf, Lil, que pacientemente lo espera hasta que deja de esperarlo pacientemente. Estas y otras imágenes e imaginaciones le dan a la novela el inconfundible tono del autor, que nunca deja de sorprender.
Quizás La hora roja sea menos provocadora que El arrancacorazones; es, por momentos, incluso delicada y romántica. Pero no por eso es menos libre: solo lo es en una dirección diferente, igual de imaginativa. Como si el niño hubiera por una vez dejado de jugar con una cuchilla de afeitar, y hubiera cogido un espejo.
También de Boris Vian en ULAD: El arrancacorazones, La espuma de los días, El lobo-hombre, Escupiré sobre vuestra tumba, Otoño en Pekín, Que se mueran los feos
Título original: L'Herbe rouge
Traductor: Jordi Martí
Año de publicación: 1950
Valoración: muy recomendable
Hace unas semanas hablaba de Boris Vian con un amigo: hablábamos de él porque en esa altura yo estaba leyendo El arrancacorazones, y porque nuestra conversación trataba de escritores que escriben con absoluta libertad; que escriben lo que quieren escribir aunque arda el mundo. Y Boris Vian es uno de esos escritores: alocados, provocadores, imprevisibles, niños que se divierten jugando con una cuchilla de afeitar. Esa sensación la tuve cuando leí, hace años, La espuma de los días; la volví a tener leyendo El arrancacorazones, y ahora otra vez con La hierba roja.
Y eso que La hierba roja es una novela menos corrosiva que otras de Boris Vian. Su trama central se podría decir que pertenece al género de la ciencia ficción: un inventor llamado Wolf ha construido, junto con su ayudante Lazuli, una máquina que permite viajar al pasado y revisitar los recuerdos del pasado, para borrarlos y olvidarlos. Construida en medio de un Cuadrado poblado de hierba roja, esta máquina es casi una parodia de la Máquina del tiempo de H. G. Wells, solo que en este caso no se viaja hacia un futuro lejano y apocalíptico, sino hacia el interior de la mente (y/o del alma) del viajero.
Así, los episodios en los que Wolf se introduce en la máquina y dialoga sobre su propio pasado con diversos personajes misteriosos (y no demasiado simpáticos, en general) son una revisitación de la infancia del personaje, de su relación con la religión, con los estudios o con el amor, una revisitación que, dicen, tiene en este caso bastante de autobiográfica. De hecho, se nota en estos capítulos una cierta nostalgia o desengaño; una nostalgia que resulta todavía más llamativa teniendo en cuenta que Boris Vian tenía solo 30 años cuando escribió el texto.
Pero claro, siendo una novela de Boris Vian, la cosa no podía ser tan simple: a esta trama central se unen otras igualmente fantásticas, como la de la extraña relación de Lazuli con Floravril, en la que un misterioso hombre de negro aparece cada vez que se disponen a hacer el amor; o el extraño personaje del senador, convertido en animal de carga o de compañía y cuyo único sueño es poseer un uapití; o la mujer de Wolf, Lil, que pacientemente lo espera hasta que deja de esperarlo pacientemente. Estas y otras imágenes e imaginaciones le dan a la novela el inconfundible tono del autor, que nunca deja de sorprender.
Quizás La hora roja sea menos provocadora que El arrancacorazones; es, por momentos, incluso delicada y romántica. Pero no por eso es menos libre: solo lo es en una dirección diferente, igual de imaginativa. Como si el niño hubiera por una vez dejado de jugar con una cuchilla de afeitar, y hubiera cogido un espejo.
También de Boris Vian en ULAD: El arrancacorazones, La espuma de los días, El lobo-hombre, Escupiré sobre vuestra tumba, Otoño en Pekín, Que se mueran los feos
viernes, 12 de agosto de 2016
Tom Kromer: Nada que esperar
Idioma original: inglés
Título original: Waiting for nothing
Año de publicación: 1935
Traducción: Ana Crespo
Valoración: muy recomendable
Otra vez Sajalín dando en el clavo. Narices, cómo debe hacerlo esta gente. No es tan fácil encadenar aciertos sustentándose en la recuperación de clásicos oscuros, porque siempre llega un momento en que uno mete la pata y se deja llevar por el entusiasmo. O por el sentido del exotismo. Pero no: los característicos lomos y portadas en austeras combinaciones de blanco, negro y otro color van erigiéndose en auténticas garantías.
Nada que esperar, por supuesto, no desmerece en el catálogo. Narración dura en primera persona de las peripecias como vagabundo del propio escritor (de las circunstancias en que llega a ello rinde cuentas en el capítulo autobiográfico que, junto a otros, se ofrece de regalo en la edición), la escritura pulcra de Kromer es capaz de aportar mucho más detalle del que nos resulta cómodo digerir. Pero es una narración estructurada, parece una novela o nos resulta cómodo pensar en ello. Cómo va a pasar temporadas durmiendo en la calle una persona capaz de una prosa tan fluida (aunque me temo que hemos perdido algunos matices del slang de los vagabundos en la traducción). Pues fue así. Y aunque los primeros capítulos nos parezcan más bien una descripción de artimañas y picarescas para sacarle unos centavos a los transeúntes o algún café gratis a los encargados de los bares, conforme avanzamos esa sensación desaparece y da paso a la crónica de la desesperación, de la anulación de las expectativas, de la desazón y la incomprensión de la enorme desigualdad.
Ambientada en la época inmediatamente posterior al crack del 29, Nada que esperar toma, a partir de la mitad del libro, un aire, si cabe, más sórdido e insano. Las colas para comer comida inane, los sermones de tres horas aguantados con tal de poder dormir bajo techo en un albergue cristiano, la convivencia con la precariedad más extrema y la contemplación de la degradación física y psíquica de aquellos que llevan en la calle más que uno. Contado sin pelos en la lengua y con muy poco resquicio al humor negro. La calle no da para eso. Vivir al raso pendiente de diez centavos para una cena o de medio dólar para alquilar un cuartucho no se presta a ironías, ni a empatía de ningún tipo. Algunos capítulos acaban asi: situación extrema, pose práctica, hay que sobrevivir para el siguiente día. Aún así, el Kromer vagabundo aún distingue entre el bien y el mal. Entre la gente que comprende su situación y los policías que se ensañan. Ese residuo ético, supongo que el mismo impulso inexplicable que le empujó a escribir sobre esa dura experiencia que marcó su vida (esta fue su única obra completa), su asimilación por parte del lector de cómo es la máxima desesperación, mejora, perdonad la boutade, a quien lee Nada que esperar. Recuerdo una vez en que, no me contestéis en qué contexto, alguien decía que la mayoría de la gente estaba más cerca de la indigencia que de comprarse un yate. Libros como éste hacen tomar conciencia de algunas cosas poco agradables.
Pero bueno, siempre se puede mirar hacia otro lado.
Ambientada en la época inmediatamente posterior al crack del 29, Nada que esperar toma, a partir de la mitad del libro, un aire, si cabe, más sórdido e insano. Las colas para comer comida inane, los sermones de tres horas aguantados con tal de poder dormir bajo techo en un albergue cristiano, la convivencia con la precariedad más extrema y la contemplación de la degradación física y psíquica de aquellos que llevan en la calle más que uno. Contado sin pelos en la lengua y con muy poco resquicio al humor negro. La calle no da para eso. Vivir al raso pendiente de diez centavos para una cena o de medio dólar para alquilar un cuartucho no se presta a ironías, ni a empatía de ningún tipo. Algunos capítulos acaban asi: situación extrema, pose práctica, hay que sobrevivir para el siguiente día. Aún así, el Kromer vagabundo aún distingue entre el bien y el mal. Entre la gente que comprende su situación y los policías que se ensañan. Ese residuo ético, supongo que el mismo impulso inexplicable que le empujó a escribir sobre esa dura experiencia que marcó su vida (esta fue su única obra completa), su asimilación por parte del lector de cómo es la máxima desesperación, mejora, perdonad la boutade, a quien lee Nada que esperar. Recuerdo una vez en que, no me contestéis en qué contexto, alguien decía que la mayoría de la gente estaba más cerca de la indigencia que de comprarse un yate. Libros como éste hacen tomar conciencia de algunas cosas poco agradables.
Pero bueno, siempre se puede mirar hacia otro lado.
jueves, 11 de agosto de 2016
Kathryn Schulz: En defensa del error. Un ensayo sobre el arte de equivocarse
Título original: Being Wrong. Adventures in the margin of error
Año de publicación: 2010 (En España:
2015)
Valoración: Muy recomendable
¿Han oído hablar de la errorología? He estado buscando el término y no he logrado
encontrarlo en nuestro idioma, sí en inglés (erroroloy) y en italiano
(errorologia). Es obvio que hablamos de la traducción literal (y lógica) de una
palabra con idéntica raíz que significa estudio de los errores. La traductora,
María Cóndor (con muy buen criterio, el mismo que utiliza para trasladar de
forma, no solo impecable sino brillante, un texto divulgativo pero de cierta complejidad y con
un índice considerable de tecnicismos) ha optado por emplear este neologismo
que espero haga fortuna a la larga.
Analizar el error como concepto además de considerarlo
una experiencia inevitable sobre la que
volver cuando no hay más remedio es más productivo de lo que parece a primera
vista. Cierto que posee una carga negativa, que a nadie se le escapa y que la
autora no oculta, pero también es una experiencia fructífera en muchos aspectos
si sabemos servirnos de ella. Desde luego, tiene gran variedad de implicaciones
(filosóficas, psicológicas, sociológicas etc.) y ha sido estudiado por los
grandes pensadores de la historia desde la Antigüedad hasta hoy.
Schulz ha realizado un arduo trabajo de recopilación, no
solo de teorías y estudios varios, también de tipologías, casos concretos en
que puede producirse, de nuestras reacciones sobre el error propio y ajeno, las
consecuencias que se derivan de este y otras cuestiones que nos ilustran sobre
nuestras facetas individual y social. Esta exhaustividad documental e
indagadora no lo convierte en un tocho intragable y repetitivo, como sucede a
veces con este tipo de ensayos, tampoco resulta excesivamente denso. Al
contrario, el análisis se centra en lo esencial, sin divagaciones innecesarias,
acompañándolo de aclaraciones –documentales y testimoniales– y de una gran
cantidad de ejemplos, simpáticos y amenísimos, que ayudan a digerir las
explicaciones a la vez que las ilustran. A este contenido se suma un lenguaje
franco, didáctico, todo lo sencillo o complejo que exige el texto pero
perfectamente comprensible para el profano en materias filosóficas y
psicológicas. Y aún así se trata de un trabajo muy personal que no se limita a
plasmar lo recogido de otras fuentes. En todo momento vemos a la autora
aclarando ideas, expresando su punto de vista y relatando montones de anécdotas
propias o recogidas de primera mano. En suma, dejando su propio sello tanto en el
estilo como en la forma de afrontar el tema del error.
Tampoco puede considerarse extenso: 312 páginas de
lectura efectiva si descontamos bibliografía notas y agradecimientos. Todo ello
lo convierte en un texto divertido y curioso con cuya lectura uno aprende casi sin
darse cuenta.
La evolución de las especies está basada en este
mecanismo de corrección de errores, pero no hace falta irse tan lejos. Sin
salir del ámbito humano, la ficción, literaria o cinematográfica y el arte en
general, más aún cuanto menos realista, se fundamentan en un error –entendido
como intencionada distorsión de la realidad–cuya existencia tiene lugar (y
sentido) porque cuenta con la complicidad del público. Gracias al error
progresamos, tanto individual como socialmente, en el ámbito de la ciencia. Es
obvio, pues, que un mundo sin errores quedaría inmutable para siempre en su
perfección o imperfección básicas. “«ver
el mundo como no es» equivale más o menos a la definición de error, pero es
también la esencia de de la imaginación, la invención y la esperanza.” Es
lo que afirma el modelo optimista del error, según el cual este no es tan malo,
aunque nos cueste horrores aceptar que no estamos a salvo de él, sobre todo si el
suelo se tambalea bajo nuestros pies o nuestra identidad de siempre se
desdibuja cada vez que la revelación afecta a nuestras convicciones más
trascendentes. Postura, por otra parte, más que comprensible, ya que:
“… la experiencia de tener razón es imperativa para nuestra supervivencia, gratificante para nuestro ego y, por encima de todo, una de las satisfacciones más baratas e intensas de la vida.”
Por eso reconocer un error propio resulta tan difícil como
sencillo parece identificar los ajenos y ese es el motivo de que desarrollemos
estrategias, como la negación, la fabulación, generación de estereotipos, la
firme adhesión a creencias previas o al pensamiento de grupo, justificarnos con
nuevas teorías, así como presuponer que el mundo es exactamente como lo vemos
(realismo ingenuo) y, por tanto, quienes nos llevan la contraria son
ignorantes, malvados o tontos. Pero esto es tan humano como errar, pues da la
casualidad de que “creer cosas basadas en
pruebas deficientes es el mecanismo que hace funcionar toda la milagrosa
maquinaria de la cognición humana.”
Lo recomendable sería establecer un ten con ten entre los dos modelos de error. Hay que continuar
confiando en nuestra particular visión del mundo porque nuestra naturaleza nos
obliga a ello desde que nos convertimos en adultos, pero a la vez –y aunque
esto suponga una destreza aprendida, algo que no traemos de fábrica– adquirir
el hábito de revisar cualquier indicio mínimamente fiable que parezca ponerla a
prueba. Y el primer paso es aceptar que podemos estar confundidos pues el error
forma parte de nosotros, como seres humanos que somos, y no solo del resto del
mundo.