sábado, 20 de enero de 2024

Magdalena Blažević: A finals d'estiu

Idioma original: croata
Título original: U kasno ljeto
Traducción: Jordi Cumplido en catalán para L'Agulla Daurada. Sin traducción al castellano de momento.
Año de publicación: 2022
Valoración: recomendable


Hay ciertos reclamos publicitarios a los que uno no puede hacerle oídos sordos, y es que si la editorial menciona en la contracubierta que el estilo de la autora se asemeja a Agota Kristof, entonces sí y sólo sí debo leer el libro. Y cabe decir que la similitud entre autoras es acertada, aunque solo parcialmente, pues si bien el estilo es duro y seco, se asemejaría más a Bastašić y sus «Dientes de leche» o a Faruk Šehić y sus «Cuentos con mecanismo de relojería» donde también hablan de la guerra de los Balcanes.

En esta primera novela de Magdalena Blažević, la autora sitúa el relato en la tragedia yugoslava de finales del siglo XX; una tragedia causada por las guerras balcánicas de los años 90 tras la muerte del general Tito y el posterior auge de los nacionalismos radicales que desencadenó una guerra civil de extrema violencia contra la población con ejecuciones masivas, torturas, violaciones (especialmente en los pueblos) y campos de concentración en un claro ejemplo de limpieza étnica. En este contexto la autora ubica la historia, en el pueblo de Kiseljak (Bosnia y Herzegovina); un pueblo víctima de la «Limpieza étnica del Valle de Lašva» que tuvo lugar entre 1992 y 1993 y que Blažević utiliza como referencia para relatar el drama de la guerra en toda la sociedad, pero especialmente en los pequeños pueblos porque «el peso de la historia no recae en quienes son las víctimas y quienes los verdugos, sino en la injusticia que representa la guerra y el sufrimiento compartido entre las víctimas». De esta manera, la autora centra el relato en la masacre perpetrada en Kiseljak el 16 de agosto de 1993, y lo hace narrando lo sucedido desde la mirada infantil de Ivana, una niña de catorce años asesinada durante una emboscada que relata lo sucedido días antes, pero también días después de su muerte en un acertado ejercicio de disociación que hace aún más cruda la descripción de lo sucedido. 

El libro empieza donde la protagonista se nos presenta narrando en primera persona y lo hace de una manera directa y contundente: «me llamo Ivana. Viví 14 veranos y esta es la historia del último» y nos también habla de sus principales intereses, propias de una niña: su muñeca Julija, su padre conductor de camión y su madre. También del lugar donde viven, que el lector augura pobre y frío. E igual de fría es la mirada de la niña, quién afirma, mirando al jardín, que «del banco de debajo el pomar sólo ha quedado un esqueleto carcomido. La Muerte apoya una pierna sobre él. ¡Miradla bien! Tiene una cara agradable, los ojos todavía no se le ven bajo la boina tuerta». Así ve Ivana a la Muerte, oculta bajo el rostro de un soldado, el rostro del infierno. De esta manera se puede observar como el estilo de Blažević está lleno de metáforas, como al afirmar que «los cuerpos de los hombres son un alud imparable de rocas (…) pronto irrumpirán nuestros patios a través de los senderos secos y los desfiladeros, dispersándose por el pueblo como gusanos» o también «la fuente antes era peligrosa, con una valla metálica de pinchos afilados y delgadas flechas que apuntaban al cielo. Parecían fusiles colgados a la espalda» o «las raíces de los castaños se han hundido como dedos encorvados de bruja bajo las amplias escaleras de hormigón».

Así, y como no puede ser de otra forma, el entorno en el que se desarrolla la historia es hostil, decadente, triste, lleno de una pobreza palpable en el ambiente, en la ausencia de comida y de salubridad en los hogares. Hay compañía, pero poco cariño. Hay principalmente rudeza y tosquedad. A nivel argumental, no hay una trama delimitada; el libro es un conjunto de recuerdos fragmentados que la autora nos traslada sin un hilo argumental definido; de manera similar a las ropas que los niños que protagonizan la historia, el hilo argumental está deshilachado y sin una evidente continuidad. Así, la potencia del relato recae en el detalle de esas escenas en los que la miseria excreta en el complicado y triste día a día que conforma la cotidianidad de los pequeños pueblos en los que todo se ha terminado excepto la guerra quien sigue latente pero siempre perceptible en cada batido de los corazones afligidos de la sociedad. Es ahí donde la guerra estalla con más crudeza, arraigando y deshaciendo las pequeñas posesiones (también afectivas) que aún poseen, menguadamente, los pueblos y sus supervivientes habitantes.

En cuanto al ritmo narrativo, cabe decir que durante algo más de la primera mitad, el relato se sostiene por pequeñas pinceladas de cotidianidad que, si bien permiten comprender el escenario en el que transcurre la historia, rompen el ritmo y no consiguen mantener la tensión. Afortunadamente, es a partir de poco más de la mitad del libro con la aparición de los soldados en el pueblo, que todo cambia de manera radical de manera que una lectura que en las casi cien páginas anteriores se había vuelto bastante monótona, reiterativa y lenta, se convierte de golpe en un gran abismo de desolación preciosamente narrado y con una intensidad, emotividad y sentido poético más que destacable. El pasaje que rompe el relato es demoledor, describiendo la irrupción de los soldados afirmando que «son rápidos como los gusanos de las latas de conserva. El interior de las casas tambalea de gritos y palabrotas. Golpean las paredes. Los cuerpos se encogen bajo las camas, tras las puertas, los armarios y las despensas. Todo en vano. Los sacan como conejos de dentro de las madrigueras». E Ivana ve como la muerte se acerca con rostro de soldado, unos militares con «la respiración profunda y fría como un sótano. Tienen las entrañas podridas como patatas viejas» y lo ve con sus ojos de niña, y su familia la intenta proteger, porque «madre mantiene el brazo en mi espalda. Pero no podéis salvar un niño con un abrazo». De esta manera, la narración de las escenas y de la muerte y sus momentos posteriores tiene una fuerza inusual y una calidad literaria indiscutible. Porque la narración de los instantes posteriores a la muerte por parte de la propia difunta es desgarradora como se puede constatar cuando habla de su hermano y afirma que, «chillaría, pero tiene la boca llena de tierra. Los ojos llenos. Puede sentir la pala cavando el montículo de tierra granulosa y como se esparce en el polvo. Estoy tumbada al lado de mi hermano y le estrecho la mano». 

Por todo ello, se trata de un libro recomendable, aunque muy duro porque si la tragedia de una guerra se ve a través de la mirada de un niño, el efecto es aún más devastador, por aquello que rompe, por aquello que impide, por los sueños rotos y desencajados de una vida que queda destrozada e  impedida a manos de crueles manos y sádicas ambiciones.

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