lunes, 24 de noviembre de 2025

Ana Campoy: El paracaidista

Idioma original: Español

Año de publicación: 2024

Valoración: Está bien

Puede que sea un poco injusto escribir una reseña de este libro siendo yo un ignorante (casi absoluto) de la historia de España y, en particular, de la sociedad de posguerra. Ni siquiera tengo del todo claro a qué guerra concreta se alude cuando, en el imaginario español, se dice simplemente “la posguerra”, si es un término pegado inevitablemente a la Guerra Civil o si puede extenderse a cualquier posconflicto. Esa distancia histórica y cultural pesa, sobre todo en una novela que parece pedir un lector que haya mamado desde la infancia ese contexto, que lo tenga incorporado en los gestos, en la lengua y en los silencios. Aun así, y quizá precisamente por eso, sigo creyendo que un buen libro debe sostenerse por sí mismo y que confiar en la sensibilidad precondicionada o en la nostalgia nacional es, en cierto sentido, otra forma de fan service.

El paracaidista da testimonio de la vida en un pueblo que, aun quedando al margen de los frentes de batalla, sufre en carne propia las consecuencias y los residuos de la devastación. No le interesa tanto la cronología de los hechos como el clima moral que deja tras de sí la victoria de unos sobre otros: el miedo, la arbitrariedad, la sensación de que la ley es la voluntad de quienes ganaron. En ese espacio asfixiante, Campoy enfoca sobre todo a las mujeres, que aparecen doblemente castigadas: por un lado, por los estragos de la guerra; por otro, por el recrudecimiento de su sometimiento en un lugar donde el poder se ejerce sin contrapesos y la violencia se vuelve doméstica, cotidiana. La novela se inscribe claramente en esa línea de relatos que buscan devolver voz a las mujeres silenciadas de la posguerra española, mostrando cómo la violencia se prolonga a través del tiempo y de las generaciones. 

Sin embargo, tengo que admitir que me hallé perdido durante buena parte del trayecto. La propia fuerza de la novela (esa mirada íntima, casi infantil, a ras de piso, dentro de las casas, en los pasillos y en las cocinas) se me volvía en ocasiones un obstáculo. Al desconocer la big picture, las claves históricas y simbólicas que un lector español probablemente reconoce de inmediato, me resultó difícil terminar de asentar las experiencias y puntos de vista de las dolientes. La narración, además, es deliberadamente errática: avanza a saltos, cambia de foco, se permite elipsis largas y vuelve sobre ciertos episodios con una lógica más emocional que cronológica. Esa apuesta formal tiene sentido con el tema (la memoria fragmentaria, el trauma, lo que no se dice), pero por momentos me dejaba con la sensación de estar leyendo diarios de personas que no conozco.

Dicho esto, hay algo en la construcción de imágenes de Campoy que desarma cualquier resistencia. La autora trabaja con escenas breves, casi viñetas, donde un gesto o un objeto condensan un mundo entero: una casa a las afueras del pueblo rodeada de olivares, unas manos que cosen y descosen heridas, la sombra de un desconocido caído del cielo (literalmente). Los nombres y apodos de los personajes (la Tuerta, la Molienda, los Cascas, la niña muda…) funcionan como alegorías. En esos pasajes la prosa alcanza una belleza seca, contenida, que hace que la novela se lea a ratos como una fábula (que, según otras reseñas, la autora incorpora a su narración).

También hay momentos en los que la escritura se permite una delicada entrada de lo mágico: no un realismo mágico exuberante, sino pequeñas grietas por las que se cuela lo extraño, lo simbólico, lo que escapa a la lógica del parte militar y del archivo histórico. El paracaidista del título actúa más como imagen que como personaje. Una figura caída de otro mundo que desencadena la trama y que, al mismo tiempo, funciona como recordatorio de que la historia grande, como la misma guerra, irrumpe en las vidas pequeñas sin pedir permiso. Para mí, lector extranjero, el libro ha resultado tal vez más eficaz cuando se abandona a esas zonas de penumbra poética que cuando insinúa referencias concretas a las coyunturas políticas.

Mi principal reparo, por tanto, no tiene que ver con la ambición ni con la calidad de la escritura, sino con la puerta de entrada que ofrece al lector no español. La novela exige una cierta complicidad con la memoria colectiva (aunque se podría objetar que cualquier pueblo ha vivido episodios similares en su historia).

Con todo, me cuesta decir que El paracaidista sea, para mí, una novela plenamente lograda. Reconozco su intención, la mirada hacia la retaguardia, el esfuerzo por devolverles cuerpo y voz a quienes sostuvieron el mundo mientras otros firmaban partes de victoria. También entiendo que quiera recordarnos que la violencia no se apaga con un armisticio, sino que se cuela y se perpetúa en la mesa, en la escuela, en la educación sentimental. Pero, pese a todo ello, la lectura me ha dejado más a las puertas que dentro. Sé que hay una memoria poderosa latiendo bajo el texto, pero siento que la novela confía demasiado en que el lector ya la comparta. En mi caso, esa distancia no termina de salvarse; me quedo con algunas imágenes hermosas y perturbadoras, con la intuición de un dolor colectivo que me excede, pero también con la sensación de que el libro me hablaba desde un lugar al que yo no tenía del todo acceso.

domingo, 23 de noviembre de 2025

J.M Coetzee: El polaco

Idioma original: inglés
Título original: The Pole
Año de publicación: 2022 (primero se edita en castellano por movidas de Coetzee)
Traducción: Mariana Dimópulos
Valoración: Está bastante bien

El Polaco (no confundir nunca con el cantante de cumbia argentino) es, probablemente, la última novela de Coetzee, considerando que ya tiene 85 años. Tengo para mí que hubiera sido inmejorable cerrar su trayectoria con la trilogía de Jesús, una gran sorpresa cuando la leí hace varios años; me costaba creer que a cierta edad uno pudiera producir, aún, novelas que estuvieran perfectamente a la par de sus mejores obras (léase Desgracia, La edad de hierro, etc). Pero el buen hombre habrá sentido que le faltaba por decir algo más, y decidió encarar sus temores y obsesiones por el lado de reversionar la historia de Dante y Beatriz (esto tomado con pinzas, incluso el propio libro discute el mito y lo equipara a otros como el de Orfeo y Eurídice, pero es lo que subrayan casi todas las demás reseñas).

La figura de Dante la encontramos en Witold (que a mí me suena a nombre bastante común, pero quizás sea por pensar en Witold Gombrowicz), un polaco "que ronda los setenta, unos setenta vigorosos, es un pianista conocido como intérprete de Chopin, pero un intérprete controvertido". Es un hombre al principio frío, pero luego, cuando conoce a su Beatriz  (una catalana que organiza ciclos y recitales en honor a distintos intérpretes de música clásica) en uno de los conciertos que brinda, le vuelve la pasión en su vida e intenta, por todos los medios y de una forma entre compasiva y lastimera, acercarse a ella, que lo rechaza varias veces y a la vez piensa en el rol que juega en esa extraña relación, la de no querer un nuevo amor (ya tiene una familia armada) y la necesidad de experimentar algo que la saque de esa rutina sin trastocar toda su vida.

Se menciona la originalidad (o al menos que no es costumbre elegirlo) del punto de vista no del que ama, en este caso el pianista Witold, sino de la amada Beatriz (y su nombre es literal). Para mí no es un punto a destacar en el sentido formal de la innovación/estructura, sobre todo cuando la trama es la que he descrito en el anterior párrafo. Es más inusual, pero eso no implica que signifique un descubrimiento acerca de lo que uno piensa y siente cuando otra persona se empecina en acercarse y conocerte. Si acaso, destaco la construcción de la novela en breves notas, como si fuera el diario de un escritor que se plantea cómo escribir esa historia (de hecho, las primeras notas contienen descripciones de ambos y los esbozos de lo que será la trama), y luego la misma cobra impulso y el autor (¿o narrador?) se deja llevar.

Hasta ahí, puede parecer la típica historia de "vos me amás, yo pienso que exagéras, pero mantengamos una especie de contrato donde ninguno salga herido emocionalmente" (que no suele funcionar), pero la historia da un giro con cierto suceso, a lo cual Beatriz se replantea toda su relación y empieza a hacer gestos que uno ve como desesperados e irracionales, y que ella misma los ve así y no sabe por qué los hace (ella se considera una "persona inteligente, pero no reflexiva"), y a raíz de eso el libro profundiza mucho más en las miserias del amor no correspondido, en la incomodidad de la carga que a uno le significa ser amado, verse representado en un altar a los ojos de otra persona, haber participado, aunque un papel mínimo, en esa construcción, y no sentirte correspondido en ese ideal, no saber cómo destruirlo, no tener ni el tiempo ni las ganas de que esa visión se solidifique o derive en algo más profundo.

Es hasta cierto punto divertido leer las justificaciones de un personaje que se considera civilizado y acoplado a todas las normas sociales (y para quien los ideales y los sentimientos son una cosa en la que creer pero no experimentar) y observar cómo se va derrumbando de a poco ese sistema de ideas, no hasta el absoluto, pero lo suficiente para experimentar una transformación. Que de eso se trata el amor, parece decirnos Coetzee (y se suma a la larga nota de pie de los herederos del verdadero romance), de recibir una herida por exponerte y que no puedas permanecer como el mismo de antes.

Más obras de Coetzee acá:









sábado, 22 de noviembre de 2025

Catherine Lacey: Nunca falta nadie


Idioma original: 
inglés

Título original: Nobody is ever missing

Año de publicación: 2016

Traducción: Damià Alou

Valoración: recomendable

Pues aquí finaliza mi (completamente) particular retrospectiva de la obra de Catherine Lacey. Como era de esperar, no ha publicado nada desde que empecé reseñando su celebrada Biografía de X, así que aún es pronto para saber si esa cuarta novela fue una confirmación de un talento en progresión o una puntual cúspide de ambición, como parece apuntar su temática y su extensión. Me ahorro valoraciones conjuntas que serían meras especulaciones sobre si es simplemente una escritora joven en progresión o uno de esos fenómenos que se desvanecen a la que una novela flojea, porque sí que he de reconocer que esto sucede con excesiva frecuencia,en un mundo editorial que está sobrecalentado en su volumen de publicación, y congelado en su potencial masa receptora. Paseaos por el transporte público de cualquier gran ciudad y observad qué concentra la atención de las nuevas generaciones. O especulad cómo se  combate con una hoja de papel escrito contra el scroll infinito. Vaya ripio, joder.

Lacey empezó su carrera con esta novela sobre una mujer joven que deja su vida, su relativamente confortable vida y se va a Nueva Zelanda, en un desplazamiento que es a la vez huida y búsqueda, y como no puede ser de otra manera en cierto tipo de novelas, esa escueta frase resume la trama y todo lo que surge de ella son causas y consecuencias. Un matrimonio que no es feliz ni infeliz, sino meramente funcional, algún eco que resuena de una tragedia íntima en el pasado. Como reza el tópico, es nada y es todo. Un planteamiento minimalista sobre el que Lacey desarrolla un ejercicio de un marcado perfil psicológico, pues Elyria (curioso nombre) se debate entre dudas y episodios de rememoración, entre angustia e inmersión en su propia personalidad, sin que la novela (la no-vela) parezca aventurarse hacia final alguno al uso, cuestión que la emparentaría con algunos otros autores en lo que yo denominaría literatura de situación.

Vista de modo retrospectivo, la obra de Lacey evoluciona alrededor de un esquema algo flexible en que sus protagonistas, siempre mujeres, aparecen de la nada en entornos extraños, no siempre amigables, escenarios a los que deben adaptarse a costa de algún tipo de sacrificio. Repito, es pronto, con cuatro novelas, para ver si Lacey llegará a la grandeza que algunos ya se han obstinado, digamos mejor empeñado, en otorgarle. Ha desarrollado un estilo propio y con Biografía de X salió a tomar aire, aunque sea retóricamente, de cierta dinámica claustrofóbica algo existencialista, de personajes que persiguen la soledad como si esta fuera la auténtica proyección de la personalidad. Leeré, por supuesto, esa supuesta quinta novela que supongo estará preparando en el futuro.

El resto de la obra de Lacey reseñada aquí

 

 

viernes, 21 de noviembre de 2025

Stig Dagerman: Memorias de un niño

Idioma original: sueco
Título original: no disponible
Traducción: Marina Torres y Juan Capel en castellano para Nórdica
Año de publicación: entre 1947 y 1952
Valoración: entre recomendable y muy recomendable


Como muchos de vosotros sabréis, la literatura nórdica me ha dado grandes momentos de placer pues su estilo a menudo seco, rudo y con aires de soledad y tristeza encaja bastante con el tipo de literatura que me atrae: la que lleva al lector a plantearse situaciones y reflexiones en torno a la vida y la introspección. Y claro, Dagerman ya que me cautivó con su «Niño quemado», por su prosa contundente y su radicalidad emocional, así que cada nuevo libro traducido supone una nueva oportunidad de acercarse a esos pasajes mentales áridos e impactantes. Así que aquí me encuentro de nuevo, esta vez con un recopilatorio de cinco relatos de duración muy variable (entre cinco páginas el más corto y cincuenta el más largo) y resultado también desigual, aunque con alguna joya que hace que su lectura sea altamente recordable. 

Empieza el primer relato, que da nombre al título del recopilatorio, donde el protagonista afirma tajantemente que «a inventar se empieza pronto. De niño siempre se es inventor. Luego, en la mayoría de los casos, te arrebatan el hábito». En este primer cuento, el autor nos retrata una realidad ardua desde la mirada de un niño; un niño que vive en una granja en medio de un extenso predio en un tiempo en el que los militares que se encuentran en maniobras hacen incursiones de vez en cuando a esos parajes. En ese escenario en el que la guerra sobrevuela el día a día, el protagonista sobrevive emocionalmente aferrado a la esperanza, pues abandonado por su madre está a la espera de que algún día, mezclada entre las numerosas mujeres que viene a veranear desde Estocolmo, venga a buscarlo porque en su fuero interno sabe que «alguna de ellas frenará la bicicleta, pondrá pie en tierra ante la verja, correrá hacia mí y me alzará en brazos. Tiene que ser ella, mi madre a la que nunca he visto». Este primer relato es duro, triste, pues es la historia de un niño que narra la penuria de una vida pobre, sin padres y viviendo con unos abuelos de los que «educaban a golpes de hacha», con un abuelo que dedicaba muchas horas al día a conrear sus tierras y una abuela que «siempre tenía una barra de pan para quien pasaba hombre»; unos abuelos que a menudo acababan dando comida a los pordioseros de los campesinos vecinos, aunque «tal vez éramos nosotros los más pobres de los campesinos de la comarca» y a los que en su manera ama y agradece ese sentimiento, pues en su ánimo de escribirles un poema al morir, sólo le salieron «unos lamentables versos que rompí avergonzado. Pero de la vergüenza, la importancia y el dolor nació algo que fue, creo, la pasión de ser escritor, es decir, de contar cómo se sufre el dolor, ser querido y quedarse solo».

El segundo cuento, «Matar a un niño», es un magistral relato sobre las casualidades e infortunios de la vida, en la que se narra la vida de un hombre y un niño que coincidirán de manera trágica en un instante de sus vidas. La narración es sublime, la tensión es constante y la precisión es perfecta. De cortísima duración, contiene todo lo que uno espera de un relato.

El tercer relato «Aguanieve» es, probablemente y con diferencia, el más flojo de todos, aunque al ser de corta duración en seguida nos encontramos con el cuarto relato, el más extenso con diferencia de este libro y que trata sobre un joven al que se le acaba de morir el padre. Un texto en el que se habla sobre la muerte, pero especialmente sobre la vida compartida y los recuerdos con los que ya no están. Un relato en el que el protagonista nos traslada la difícil relación con sus padres y sus hermanos y demás gente del pueblo en un texto embriagado de alcohol, tristeza y añoranza que culmina de manera magistral al afirmar que «ya no habrá padre alguno que me invite a pasar a su alcoba y me hable como a un hombre. Ya no hay nadie que no quiere sino engañarme y ser cruel conmigo. Mañana estaré solo».

Ya en su último relato, muy breve y alabado por gran parte de la crítica y escrito en forma de testamento o legado, es sobre la necesidad que tenemos de consuelo, de algo que nos abrigue, que nos reconforte y nos acoja en un mundo hostil. Un anhelo de algo que nos permita seguir adelante en tiempos difíciles y que el autor plasma hábilmente al decirse para sí mismo que «cuando mi angustia dice: Desespérate, que el día está rodeado de dos noches, grita el falso consuelo: Ten esperanza, que la noche está rodeada de dos días». En un bonito alegato a la vida, escrito por el autor poco tiempo después de terminar la segunda guerra mundial (como el resto de los relatos de este volumen), también supone una declaración de intenciones pues asevera que «como anhelo la confirmación de que mi vida no carece de sentido y de que no estoy solo en el mundo, reúno las palabras en un libro y se lo regalo al mundo. El mundo me da a cambio dinero y fama y silencio. Pero a mí qué me importa el dinero y a mí qué me importa contribuir al progreso de la literatura; a mí lo que me importa es lo que nunca consigo: la confirmación de que mis palabras han tocado el corazón del mundo». 

Para terminar, dice el autor en sus páginas finales que «me esclaviza mi talento hasta el punto de que no me atrevo a usarlo por miedo a haberlo perdido». Celebramos que su necesidad de expresar aquello que sentía venciera el miedo a no estar a la altura de sus propias expectativas. Sin duda, sí está a la altura de las nuestras.

También de Stig Dagerman en ULAD: Niño quemado, Otoño alemán

jueves, 20 de noviembre de 2025

Consuelo Rojo: Las aventuras de Baltasar y Franco

Idioma: lógicamente, español

Año de publicación: 2025, a partir de un fanzine de 2014, de VV. AA.

Valoración: no puedo valorar tal maravilla... Me embarga la emoción

Se cumplen hoy cincuenta años del fallecimiento del Generalísimo Francisco Franco Bahamonde, Caudillo de España por la Gracia de Dios (esto lo ponía en las monedas de cinco duros, así que nadie debe dudarlo), figura fundamental en la Historia de España del siglo XX y aún hoy en día, que sigue siendo de lo más controvertida, pues despierta tanto reacciones de rechazo (sobre todo, entre los sediciosos domeñados por su mano de hierro) como de admiración y aun arrobo (curiosa y elocuentemente, esto más entre la muchachada, por lo visto). 

Como a todo gobernante, por magnánimo que sea, al Caudillo se le pueden atribuir luces y sombras, aunque sus méritos son bien conocidos: llenar de embalses la geografía española; propiciar una recuperación económica, tras la victoria en la Cruzada nacional que le llevó al poder, que tardó tan solo veinticinco años en conseguirse; permitir de dos millones de españoles salieran a  trabajar y prosperar a otros países, evitar a sus compatriotas el molesto engorro de las citas electorales... Ahora bien, incluso muchos de sus fieles partidarios ignoran una circunstancia que tuvo gran trascendencia en su vida personal, pero también en su actividad rectora y benefactora del destino de los españoles: su entrañable amistad con Baltasar,  el Rey Mago de color -negro, en este caso-, tan querido por millones de niños y por tantos concejales que se pintaban la cara para representarlo en las cabalgatas de pueblos y ciudades, antes de que la dictadura woke se lo prohibiera... El Generalísimo -por entonces tan sólo cabo furriel- conoció al rey Baltasar durante la Guerra de África (¿dónde, sino?) y desde entonces forjaron una amistad inquebrantable que les llevó a vivir mil aventuras por los cinco continentes... o al menos un par de ellos: compartieron momentos de alborozo y zozobra, noches de bohemia y de pasión tanto en Las Vegas (Nevada) como en Marruecos, el cariño sincero del noble pueblo vascongado y el interés por los pinitos de la investigación aeroespacial española, 

Baltasar aconsejó al Caudillo en espinosos cuestiones de Estado, como el de su sucesión, Que al final recayó en el entonces príncipe y luego rey Juan Carlos, que no otorgó graciosamente la democracia (así que podemos decir que en realidad la democracia española fue obra del Caudillo, como nuestro rey emérito y nunca suficientemente añorado ha declarado hace poco). En correspondencia, el Generalísimo Franco, con su proverbial generalisidad, ayudó al Rey Mago en su dura tarea de una noche al año, cuando su compañero Gaspar estuvo de baja y el venerable Melchor estaba ya cansado de recorrer las viviendas de tanto infante para dejarles regalos. Los niños de España de aquella época, pues, están en doble deuda con el caudillo, que les permitió vivir en una paz justa y duradera, además de mantener su ilusión como cada seis de enero, un día de inocente felicidad antes de volver al cole a estudiar para hacer grande a la Patria, que tampoco hay que acostumbrarse a la molicie. Por último, no puedo dejar de mencionar esa otra gran obra de nuestro mejor Jefe de Estado, la erección, con sus propias manos, incluso, del Valle de los Caídos, su legado de paz y fraternidad entre españoles para las generaciones futuras, hecha piedra y hormigón armado.

Todas estas aventuras de nuestra pareja de amigos y más aún están perfectamente contadas en este divertido, mas educativo, libro de la ilustradora Consuelo Rojo, quien, pese a su equívoco apellido, os aseguro que es una patriota como Dios manda. Qué mejor homenaje para recordar las hazañas, la bonhomía y la generosidad de nuestro Caudillo, Salvador de España, Generalísimo de los Ejércitos, Centinela de Occidente, Enviado de Dios, Espada de la Cristiandad, Timonel de la dulce sonrisa, Vencedor del dragón de siete colas, Falo incomparable del Padre Todopoderoso. El líder providencial en cuyo honor el pueblo, siempre sabio y agradecido, compuso de forma espontánea una letra para el Himno Nacional cuyas palabras resuenan siempre en los corazones de todo español de bien...

O, simplemente, el grito imperecedero de orgullo y devoción que surgía cada 18 de julio de millones de gargantas, tras su victoria sobre el Satán bolchevique: ¡Franco! ¡Franco! ¡Franco!




miércoles, 19 de noviembre de 2025

Luigi Pirandello: El difunto Matías Pascal

Idioma original: italiano

Título original: Il fu Mattia Pascal

Traducción: Ildefonso Grande y Mario Grande Ramos

Año de publicación: 1904

Valoración: Está bien


Quizá un día de estos podríamos jugar a crear tipologías de libros según las sensaciones que nos va proporcionando la lectura, algo más que una valoración general, por ejemplo libros que comienzan de forma brillante pero que enseguida se desinflan (montones), otros a los que extirparíamos trozos que nos parecen innecesarios o que los lastran de alguna manera, o aquellos que no cumplieron las expectativas pero nos dejaron a cambio alguna satisfacción inesperada. Y esto podría extenderse sin límites. A esta novela de Pirandello la clasificaría en dos lotes: libros que no empiezan nada bien, pero poco a poco van ganando altura, y aquellos que solo somos capaces de apreciar mejor dejando pasar cierto tiempo. Que a los mejor son dos características no tan diferentes.

Porque no, realmente no empieza nada bien la historia de Matías Pascal (entre paréntesis, qué manía de traducir los nombres propios, a no ser que sean ingleses). Aunque Pirandello lanza alguna bengala para dejar señalado que no será una historia convencional, lo cierto es que todo tiene un tufillo costumbrista un poco desalentador: familia acomodada cuya decadencia la gestiona un administrador sin escrúpulos, amoríos pueblerinos a dos bandas con suegra agresiva, el amigo tontito enamorado, y todo ello sumergido en una prosa que imita sin recato el habla coloquial, a veces dubitativa y a veces enfática, de forma que en ocasiones no es fácil hacerse con el hilo de las conversaciones.

También es verdad que Pirandello nos deja alguna escena bien montada y muy divertida, como una memorable pelea entre dos viejas. Pero el momento fundamental de la narración (no es espoiler, sino punto de partida) es la extraña forma en que Matías, en su ausencia del pueblo, es dado por muerto sin que se sepa del todo si se trata de un lamentable error o hay tras ello alguna intención oculta. El caso es que, liberado de ataduras, el protagonista inicia una nueva vida.

¿Qué significa que uno pueda borrar completamente su pasado, dotarse de una nueva personalidad y sentirse libre para cualquier iniciativa que le apetezca? Lo que parece un privilegio sin parangón para alguien aprisionado en un pequeño pueblo y en un círculo familiar más bien tóxico ¿puede convertirse en algo muy diferente? En definitiva, la libertad absoluta ¿es por sí misma garantía de felicidad, o la vida se compone de más cosas que deben tener su lugar y encajar entre sí? ¿La felicidad o parte de ella podría consistir en disponer de esas piezas y conseguir que funcionen con armonía? Son preguntas que se van dejando caer en el curso de la experiencia del nuevo Matías, y es mirando así el relato, desde una cierta distancia, cuando va cobrando todo su valor, ese que a veces, como esta, se resiste en el momento de leer.

Porque la narración en sí tiene además un poco de todo. Sin abandonar ese peculiar estilo que se puede hacer algo incómodo, contiene algunas magníficas caracterizaciones de personajes, así como imágenes de gran belleza y carga metafórica, como aquella de las sombras pisoteadas por carruajes y animales. Y al mismo tiempo, se ve también lastrada por algunos pasajes demasiado largos y con poco sentido, como ciertas incursiones en la teosofía y en algo parecido al espiritismo, o como algunos personajes que contribuyen a la confusión y aportan más bien poco.

De manera que conviene dar a la lectura un cierto margen para que terminen calando las dudas en torno a la condición humana, que son en mi opinión la columna vertebral del relato, y dejemos en segundo plano lo que al menos desde fuera, y reconozco que dicho con cierto atrevimiento, parecen deficiencias técnicas que han podido suponer un obstáculo, pero que quizá no debieran oscurecer lo esencial de la historia.

P.S.: No me dirán que no es estremecedor ese 'fu' del original italiano, por 'difunto'. No solo evoca fugacidad, 'fu' es un soplo, un instante, lo que dura una vida: 'fu', y ya está.


Otras obras de Luigi Pirandello reseñadas en ULADSeis personajes en busca de autorLa pena de vivir asíUno, ninguno y cien mil

martes, 18 de noviembre de 2025

Xito Parrondo: Miarma Town

Idioma original: Español 

Año de publicación: 2025

Valoración: Entretenido y resultón

No sé yo si el continente le hace demasiada justicia al contenido. Porque aunque la cubierta habla de "la novela más divertida que vas a leer este año (y el que viene también)" y la contracubierta promete "una novela salvajemente divertida", creo que no es del todo así. Con esto no digo que Miarma town no sea divertida, que lo es, sino que creo que ese no es su principal ingrediente. Ya puesto a describirla, diría que es alocada, disparatada y gamberra, pero con un puntito oscuro.  

Y eso que el principio tiene un puntito houellebecquiano. Houellebecquiano, pero gamberro, claro. Porque hay una pareja en crisis, unos "cuernos" o un escritor borrachuzo y cocainómano, tipos que podrían pasar por personajes de alguna novela de Houellebecq o de Beigbeder. Aunque pronto vemos que no van a ir por ahí los tiros, que todo va a ser mucho más alocado.

Embestía con un ritmo metódico, casi solemne, con la cadencia lenta y pesada de una procesión de Semana Santa, pero con una devoción infinitamente mayor.

Así, tras una primera parte que sirve fundamentalmente como presentación de personajes (la ya comentada pareja formada por Marisa e Ignacio, el escritor borrachuzo y medio yonki, el narco sevillano, el poli vasco que escucha a Kortatu y el sicario mexicano/peruano amante de la lectura) y puesta en marcha del mecanismo que desencadena la acción, todo se acelera y se convierte en una alocada Sangre fácil a la andaluza. ¡De hecho, la premisa es más o menos parecida!

Lo absurdo y lo surrealista se insertan en lo real (¿o es lo real lo que se ve atravesado por lo absurdo y lo surrealista?), las más bajas pasiones se apoderan de los protagonistas y una espiral de muerte recorre las calles de una Sevilla que juega un papel importante en el texto. 

Pero ya digo que esta no es, o no es solo, una novela negra o una novela "de humor". Su aparente ligereza y/o sencillez no puede ocultar que, en el fondo, la novela habla de los más bajos instintos (a veces, pocas, también de los más "altos") y de cómo estos nos llevan a sobrepasar ciertos límites. 

Entre los aspectos que destacaría del texto están:

  • el ritmo y los diálogos, en los que no sé si tendrá algo que ver la formación del autor en Dirección Cinematográfica y Guion. Con un pequeño pero, eso sí, que comento después.
  • sus intentos, especialmente en la parte inicial, de jugar con las voces de los protagonistas.
  • sus guiños metaliterarios.
  • su mala baba.
En el lado menos bueno quedan:
  • la inserción de algunos relatos escritos por uno de los protagonistas, que tienen un tono demasiado similar al del narrador. Además, pese a que cobran sentido al final de la novela, creo que rompen con el ritmo de la misma
  • el abandono de ese tono más houellebecquiano del comienzo.

Resumiendo, Miarma Town no se estudiará en las Facultades de Filosofía y Letras (tampoco creo que el autor lo pretenda), pero deja entrever cualidades en su autor, entretiene y, al mismo tiempo, deja lugar a la reflexión. Más que suficiente, ¿no?